Partida Rol por web

La bienvenida al poblado de los leñadores no fue tal. La Astilla Atávica había afectado a sus habitantes y no encontraron señales de vida, hasta que un trío de personas bestiales se abalanzaron sobre ellos. En aquella ocasión tampoco podría echar mano de su arma más poderosa, la palabra... Aunque tampoco querría matar a aquellos que sin quererlo se habían visto sometidos a la influencia del ritual druídico..

Intentemos inmovilizarlos y someterlos!!! Recordad que bajo esa apariencia de bestia late el alma de una persona!

Satinder fue el primero en percatarse de que no estaban solos.
Un grito ahogado estuvo a punto de salir de la garganta de la muchacha, pero allí se quedó. La impresión hizo que fuese incapaz de articular palabra.
Era terriblemente atroz ver a esos pobres hombres transformados de ese modo.

Al fin pudo hablar y lo único que acertó a decir con un hilo de voz fue: - Están sufriendo...
La joven elevó una plegaria rogando para que el encuentro se saldase sin dolor para ninguna de las partes.
Gudrid pasó las yemas de los dedos por el relieve de su escudo buscando apoyo y calor y se preparó para lo que tuviese que ocurrir.

Justo en el instante que las palabras del paladín resonaron como un solitario eco en la garganta de un desfiladero montañoso, una de aquellas bestias que corría apoyándose con los nudillos de sus manos mientras emitía gruñidos ferales, corrió rápido hasta ponerse junto a Ewan y su mascota extraplanar. 

Cuando llegó hasta él, alzó su robusto y achaparrado cuerpo y rugió con rabia. Si había más como estos... ya sabrían de la llegada de los pathfinders.

Ewan vio como, aquel que en su día debió de ser un afable lugareño, se plantaba con toda su esencia de oso terrible a su lado. No pudo más que recular ante sus justas, por no decir nulas, habilidades en el combate cuerpo a cuerpo. Era mejor dejar estas a su compañero extraplanar:

 - ¡Rampart! Recuerda que son personas en el fondo. Combate para dejarles KO. Intenta no matarles. - Dijo el invocador siguiendo las palabras del paladín.

Por su parte conjuró un efecto mágico menor para causar el menor daño posible al lugareño ...

Rampart cubrió la línea de visión del lugareño transformado en oso, con su particular e imponente forma de oso, para proceder a descargar sus garras y bocado, intentando seguir las órdenes de su amo y dejar KO al contrincante.

Ewan reaccionó con habilidad apartándose del combate. Lanzar un conjuro tan cerca de la garras de aquel ser, podía ser una experiencia demasiado dolorosa, con lo que tras dar unos pasos hacia atrás conjuro la energía de un orbe ácido y lo disparó contra la bestia. La esfera impactó en el hombro de la criatura, haciendo crepitar el pelaje y la piel mientras se desprendía un humillo verdoso y maloliente.

Acto seguido, Rampart se antepuso delante del mutado humanoide y descargó sus ataques con miedo de hacer demasiado daño. Tal fue el cuidado que tuvo el oso blanco de excrecencias óseas, que ninguno de sus ataques consiguió superar la fuerte resistencia que la criatura oponía.

El arquero semielfo preparó una flecha en su arco arrancando parte de la punta con sus graciles manos y apuntó hacia uno de los leñadores que probablemente se aproximaría hasta él. Satinder apuntó hacia el licántropo de tal manera que si impactaba con su flecha, no afectara ningún organo vital y no causaria grave hemorragia por la herida.

Con su presteza habitual, Elenzeran se enfrentó sin tapujos y directamente a sus enemigos. Aunque aquella vez no pretendiera el fin último de sus contrincantes pondría toda su habilidad en noquearlos. Sin pausa se abalanzó sobre el hombre criatura que tenía más cerca y cuando llegó le golpeó con el mandoble en plano.

La carga de el paladín asimaar sobre el mutado humano que Satinder había marcado con su flecha despuntada, consiguió aturdirlo unos lacónicos instantes, pero tras babear y rugir, descargó una andanada de golpes sobre la armadura de Elenzeran, que gracias a los dioses, no consiguieron atravesarla.

A pesar de eso, cuando el muchacho creía que lo peor había pasado, un mordisco despiadado desgarró las carnes de su brazo. El blondo guerrero sagrado apagó su grito de dolor, pues no daría muestras de debilidad frente a un enemigo. Ése era uno de los preceptos de La Heredera, y lo cumpliría de forma apasionada...

El combate ya había comenzado. Siguiendo la orden de Elenzeran, los compañeros parecían asegurarse de que sus golpes no fueran desmesurados.
Gudrid agradeció este gesto, pues las bestias a las que se enfrentaban fueron hombres igual que ellos, y no merecían sufrir.
No obstante, los enemigos parecían haber perdido la capacidad de raciocinio; estaban de veras dispuestos a terminar con el grupo.
La sacerdotisa sabía que las palabras estaban de más en aquella situación. Sin un corazón receptivo, de nada sirve el poder de la voz. Y el alma de sus contrincantes estaba demasiado oscurecida por la horrible maldición que les afectaba.

Decidida a no dejar desamparados a sus amigos, se aproximó con pasos ligeros a la posición de Ewan.
Posó la diestra sobre el lomo de Rampart y vertió parte de la calidez que recorría sus venas en el cuadrúpedo.
- Deja que la luz guíe tu camino.

Obelus ruge, empieza a respirar de manera acelerada, su nariz adquiere un tono rojizo e incluso sus ojos se inyectan en sangre, mira a su alrededor y vé un enemigo sólo, sin que nadie le esté golpeando. Ciego y sordo ante las palabras del paladín carga con su espadón partiendo al hombre en dos y mientras la sangre le salpica, empieza a reirse con una risa macabra. Es diferente a como había luchado contra los cazadores, ahora era más salvaje que antes.

Las criaturas se abalanzaron sobre los decididos pathfinders, pero estos no retrocedieron. Elenzeran expuso la idea de que quizás todavía en lo profundo de su alma, albergaran algo de la humanidad, por lo que el paladín decidió golpear con la parte plana de su gran espadón. De esta forma evitaría provocar daños letales en aquellos hombres mutados.

No fue ésta la elección de Obelus. El bárbaro, desencadenó su habitual ataque de furia, pero en esta ocasión, fue mucho más despiadado y cruel que en otras ocasiones. El ulfen cargó contra la bestia que acechaba a Ewan y su compañero extradimensional, descargado un poderoso corte con su mandoble. La criatura cayó al suelo eviscerada. El tajo fue tan brutal que la explosión de sangre y visceras salpicó a cuantos se hallaban a su vera.

El efecto que ejercía la Astilla Atávica sobre el pelirrojo gigantón resultaba pernicioso al igual que peligroso. Si el ulfen perdía el control, podía convertirse en un escollo difícil de superar... 

El semielfo observó con rostro fiero y guerrero como uno de los licántropos oso se acercaba hasta su posición para atacarle. Satinder no mostró miedo ni debilidad alguna, sabía como tratar con las bestias salvajes y no permtiría que esta percibiera un atisbo de temor, hecho que creía que aumentaría la agresividad animal del leñador transformado.

Mientras el hombre oso corría hacia él cargo una nueva flecha, no sin antes despuntarla para evitar causar un daño letal, y en el último momento dió un agil salto hacia atrás para disponer de suficiente espacio para destensar el arco, cuya flecha voló directamente hacia su contrincante.

Las cautelas que todos los pathfinders mostraron para no causar un daño irreparable a aquellos pobres desgraciados se hicieron añicos con la intervención de Obelus. Quizá fuera por su naturaleza agreste, quizá por su justo entendimiento o quizá por la recién descubierta influencia de la Astilla Atávica, pero el hecho fue que destrozó el cuerpo de uno de aquellos leñadores de una forma sanguinaria y cruel. No era propio de la Sociedad Pathfinder un comportamiento tan despectivo para con la vida, pero tampoco se veía capaz de emitir un juicio claro a tenor de todas las circunstancias que se daban.

También le asaltó la duda de si su forma de actuar era correcta. Debía salir de dudas, así que se concentró en el adversario que tenía justo a su lado por si percibía algún rastro de maldad... Si era así dejaría que el peso de la justicia cayera sobre él y si no continuaría con su proceder.

El aasimar tenía la curiosidad de confirmar, si los pasos que estaba siguiendo en aquella reyerta eran los adecuados. Antes de lanzar un nuevo mandoblazo, dejó que la voluntad de Iomedae pasara por su cuerpo como si el paladín únicamente fuera el hilo conductor de su diosa. Sus ojos se cubrieron con un aura amarillento y Elenzaran escudriñó en el alma de la criatura que con furia intentaba dañarle.

No detectó nada. Sus sospechas se confirmaron. Aquellos seres eran meras víctimas de la Astilla Atávica...

Volteó la espada justo en el momento de descargarla y golpeó el cuello de aquella criatura rabiosa. El golpe fue seco y certero. La bestia cayó sin conocimiento pero aún respiraba. Había conseguido su objetivo.

Sin embargo, el daño ocasionado por Obelus pesó en su corazón. La poderosa reliquia drúidica se acaba de cobrar la primera víctima inocente...

Ewan se acongojó ante tamaña demostración de brutalidad y salida de tono, que era poco justificable en comparación con el comportamiento que estaba llevando el resto del grupo. Pero esas apreciaciones debían dejarse para un mejor momento. En ese preciso instante, aún estaban en peligro.

Ewan rodeó la céntrica fuente del conglomerado del pueblo, para tener una mejor visión del contrincante que quedaba. Conjuró las energías mágicas en un nuevo orbe ácido, que a buen seguro causaría dolor en el contrincante, si acertaba a impactar, pero que esperaba que este fuese insuficiente para segar una nueva, posible, inocente víctima.

Ewan tenía las energías concentradas y se disponía a lanzarlas, cuando volvieron a su mente las brutales imágenes presenciadas hacía escasos segundos, ..., si de verdad eran personas convertidas por el artefacto, lo más probable era que fueran inocentes sujetos que el artefacto había anulado su personalidad, ..., quizá fueron estos extraños pensamientos lo que hizo mella en el invocador. Su orbe fue a impactar inofensivamente contra el suelo, en medio de un chisporroteante siseo, a un escaso metro del convertido contrincante.

Ewan tuvo que recomponerse. El peligro acechaba. Atinó a girar su cabeza hacia su compañero astral y le conminó:

 - ¡Rampart! ¡Ataca de nuevo sin matar!

Rampart presenció impasible la brutal demostración del Ulfen. El ser planar no tenía remordimientos de conciencia, más allá de los que pudiera tener Ewan, con lo que cuando este le solicitó un nuevo contrincante, aplicando el mismo método de dejarlo KO, se afanó en cumplir el cometido.

Se desplazó hacia el ser transformado que quedaba, y arremetió contra este, siguiendo las indicaciones de su invocador.

De la garganta de Gudrid salió un grito ahogado cuando la sangre del contrincante le salpicó en el rostro y en las vestiduras.
Se llevó las manos a la cara y las descubrió teñidas de rojo. Aquello era más de lo que la joven podía soportar y a punto estuvo de desfallecer.
No daba crédito a lo que acababa de presenciar; la cólera ciega y desatada de Obelus estaba totalmente fuera de lugar y debía ser convenientemente amonestado a su debido tiempo.
No obstante, en ese momento sus compañeros seguían combatiendo con resolución y su deber era apoyarles desde retaguardia, restañando sus heridas e infundiendo coraje allí dónde los corazones flaqueasen.

¿Infundir coraje? Ardua tarea cuando en su cabeza danzaban aún las imágenes de tan grotesca ejecución.
No recordaba haber tenido nunca el estómago tan revuelto.
Su pecho subía y bajaba con una frecuencia espasmódica. Sintió unas ganas irrefrenables de gritar y de golpear al díscolo compañero, pero incluso en su estado de ansiedad sabía que aquello sería del todo contraproducente.

En un momento dado, levantó la vista y vio a Satinder siendo acosado por el enemigo. Sin duda, su interés por preservar la vida de los oponentes hacía que sus disparos fuesen quizá menos certeros que de costumbre. Dispuesta a unirse a sus amigos, abandonó su posición junto al grandullón no sin antes dirigirle una última mirada cargada de reproche y -¿por qué no decirlo?- de miedo. Sí, sentía miedo de lo que habitaba en el interior del hombre. Por un instante, atribuyó su cruel acto a la maldición que pesaba sobre él. Pero no podía deberse sólo a eso: Ewan también se había visto afectado, y parecía mantener intacta su lucidez. No, ese odio irracional ya lo llevaba Obelus consigo.

Gudrid trató de serenarse y elevó una plegaria a la Brillante Dama para que prestase socorro al ulfen en su lucha consigo mismo.
Aún trastocada por lo ocurrido llegó junto a Satinder y posó su mano en el hombro del camarada y le susurró al oído: - Lo estás haciendo bien. Te aseguro que Sarenrae está orgullosa de tu compasión y sabrá recompensar tus esfuerzos.

La flecha despuntada de Satinder apenas detuvo el avance de la criatura. El arquero a buen seguro que habría dado más de sí si ese combate fuera letal, pues su puntería estaba fuera de toda duda dentro de la Sociedad. Aun así, pudo retirarse lo suficiente para evitar ser atrapado por las zarpas de tan grotesco enemigo.

Justo en ese instante, Rampart colisionó contra la bestia y propinó un golpetazo. El humano mutado rugió encolerizado, pero ya tenía el paso barrado por la criatura astral....