Partida Rol por web

- Pues yo llevo así desde… dijo en el idioma antiguo e intentó recordar cuando paró de crecer, pero también fue hace mucho tiempo, bufff, ni lo recuerdo. Tienes que entender que en nuestro pueblo, o mejor dicho, en nuestra tribu, todos somos así de bajitos, hay incluso quien te diría que yo soy alta. Y era verdad, la mayoría de las chicas medían unos centímetros menos que ella. Debo de parecerme a mi padre, él era alto también.

¿Y lo sigue siendo? Se preguntaba qué sería de él y de su madre en estos tiempos de guerra. Suspiró y se mantuvo callada unos momentos, cosa muy rara para ella. Gracias al alcalde, volvió a hablar enseguida. Era cierto que Udokal no se entendía bien con los posaderos, pero el hombre debería tener en cuenta la circunferencia de la barriga de sus clientes.

-¿Cómo que el doble? dijo visiblemente escandalizada. Te pagará lo mismo, el mismo plato no puede valer el doble solo porque lo pide la misma persona. ¿Intentas estafarlo?

Mascó el trozo de carne achiclada en su boca.

Udokal tiene razón: ojalá hubiese encontrado en mi plato algo de conejo.

Sssssh... tranquila, Pazzo. El posadero se refiere a pagar el doble de un plato, porque son el doble de platos. ¿No es así, alcalde?

Phey tomó el vaso de Pazzo y lo acercó a los labios. En realidad, en lugar de beber solo olió el licor. Se había criado en un monasterio, y poco sabía de borracheras, pero con Pazzo había aprendido a marchas forzadas. Había escuchado a Pazzo pedir vino y quería asegurarse de que no había terminado con el vino para servirse algo más fuerte. Así estaba bien. La Naiss había llegado a estar más perjudicada de lo que está ahora en un par de posadas a lo largo de estos meses, rozando el bochorno y lo indecoroso. No pasará nada si no sigue bebiendo.

En principio parecía distraída, y ya no se acordaba de la conversación sobre hablar con los demás viajeros del local. Phey tendría que disuadirla si Pazzo intentaba hablarles en un estado tan perjudicado. De momento bastaba con cambiar la conversación.

Oye, Udokal... Desde que te conozco te he oído hablar de muchas costumbres Oshar, la mayoría sobre la comida y la guerra. Nunca nos has contado nada sobre la cultura folclórica de tu tribu. ¿Tenéis canciones? Yo, aquí dónde me ves, hice mis pinitos en el monasterio. Mira, mira...

Laaaaaaaa.... letaníiiiiíiaaa...

delllllll espíritu de la Verdad...

Cooooooon... congooooojaaa...

dellll campo de batalla se alzará.

Las cuerdas vocales de Phey también eran capaces de alcanzar agudos, pero para eso le enseñaron los frailes que hay que apretarse los huevos por debajo de la túnica. Con la armadura protegiendo su pubis, sus registros eran mucho más limitados.

Mamawe saca el resto del dinero con cara de pocos amigos.No le daba buena espina aquel señor,esa sonrisa tan amplia y falsa... le recordaba a los marchantes de esclavos que tantas veces había visto en su vida.
Esperó a que el posadero-alcalde les diera las llaves y subió hasta el cuarto sin mediar palabra.
UNa vez arriba y mientras Kalen bajaba a ver a su montura se quitó la armadura.Automáticamente sus músculos se relajaron, hacía días que dormían en el camino y eso impedía que pudiera quitarse las protecciones. Cuando se liberó del pesado peto metálico y del faldón se dió un pequeño masaje en los músculos de los hombros, al alargar la mano tocó con las puntas de los dedos una cicatriz en su homóplato, una marca de fuego hecha hace demasiado tiempo por sus captores.De todas las cicatrices que poblaban su cuerpo esa era la más dolorosa de todas...

- Es el doble, porque como bien indica tu compañero (cualquier cosa menos decir su titulo) va a comer el doble... es lo justo chiquilla!

Luego coge el dinero que le resta de Mamawe sin percatarse de la cara de pocos amigos de esta, entregándole la llave a continuación.

No te cuesta mucho encontrar la habitación. La puerta es aun mas pequeña que la de la entrada, con el dintel a no mucho mas de 180 cm de altura y bastante mas estrecha. Ya dentro de la habitación observas que esta consta de dos pequeñas camas apenas separadas un palmo. Una viaja mesa donde descansa una solitaria vela, así como dos simples percheros para la ropa. Sobre las camas dos mantas. Una pequeña ventana de unos 40x40 en el muro derecho permite ver parte del pueblo, ahora a oscuras, pero no la plaza principal (y única)

- Puedo darle unas manzanas si quiere, pero recuerde que el establo es gratis, no es una maravilla pero los caballos estarán resguardados del agua. - Responde a Ophelia.

- No, nada de pienso, no nosotros no tenemos de eso! - Dice con orgullo, como si el pienso no fuese bien visto, al menos por allí.

Cogió las manzanas y esperó lo que supo que no llegaría. Al parecer tenía que preguntar por todo, aquel hombre era incapaz de ofrecer una alternativa.

- Bien, no tienen pienso. ¿Tal vez otra cosa para poder alimentar a mi caballo? -dijo al tiempo que se guardaba una manzana y reservaba las otras dos para el animal.

Estuvo frente al posadero hasta que le dio una alternativa por el pienso. Pagó lo que consideraría razonable y salió al fin hacia el establo. Había algo especial en los días de lluvia...

"El olor es tan puro. Tan limpio, como si respirara por primera vez. Casi puedo sentir como la humedad entra por mis poros, por mi nariz...", respiró profundamente, casi saboreando el aire que lugares tan pequeños como aquella aldea no podían corromper."La ciudad apesta. Orina, mierda, suciedad por todas partes. Está enferma".

Pero, ¿cómo podía un asesino como él ganarse la vida en lugares que ni siquiera salían en un mapa? Sacudió el desánimo y fue hacia el establo. En parte podía agradecer que el animal estuviera resguardado durante la lluvia, no así del frío, pero menos daba una piedra. Algo de comer, un par de manzanas y su presencia sería suficiente para que el caballo estuviera atendido por hoy. Eso si aún seguía ahí.

Un vistazo a su alrededor y comprendió que echaba de menos los laberínticos callejones...

"Las sombras de día y oscuridad de la noche. Y la gente. Mucha gente donde poder pasar inadvertido. Gente a la que seguir, a la que acechar, a la que matar..."

No permitió que ese último pensamiento se apoderara del momento. Lo mejor era dejarse llevar, por ahora.

.

Keloa mira friamente a la mujer de piel oscura mientras esta se dirige al posadero. La verdad es que parece bastante alta y fuerte, para nada comparado con lo que es habitual aquí, los reinos de los débiles humanos del sur, tal vez lo suficiente como para ser una lancera. Miro de soslayo a Udokal, para comprobar si esta la observaba, no es que fuese una mujer celosa, por supuesto que no... entre Udokal y ella solo habia una relación propia de dos miembros del mismo clan, ni sexo ni nada mas serio, pero eso no significaba que fuese a permitir que cualquier mujerzuela de tetas grandes engatusase a su hermano de clan... Udokal era demasiado confiado... y tenía la impresión que la gente se aprovechaba de él.

Bastaba ver como la charlatana de la canija de Pazzo hacia con él lo que quería.

Por eso durante todo el tiempo en la que la mujer de piel oscura se levanto hasta que se marcho en dirección a las habitaciones Keloa le estuvo lanzado una fría y dura mirada. 

La mujer se encogió de hombros. Manzanas o lo que fuese, pero tenía que darle de comer algo a la yegua, si no quería que la pobre animal desfalleciese durante el camino, al día siguiente.

—Tráemelas —aceptó.

Mientras comía la sopa y las verduras, nada especial en comparación con la comida a la que estaba acostumbrada, pero indudablemente superior a la carne seca y los embutidos que constituían la dieta de la viajera que no sabía preparar su propio estofado.

No te quejes, mujer. Los animales comen cualquier cosa, y nunca se quejan.

Udokal escuchó a Phey intentando entender que era lo que le quería decir, pero antes de que pudiera procesar todo bien el caballero se puso a cantar. No pudo evitar cruzar la mirada con Keloa, que parecía más pendiente de lo que sucedía en otras mesas que en la suya y también con Pazzo. ¿La voz de Phey al cantar solo le resultaba graciosa a él o los demás también? Siguió serio, aunque tenía ganas de soltar una carcajada.

-Si. Canciones. De guerra, de ríos, de montaña. Respondió aunque dejó que su curiosidad hablara justo después. ¿Porqué no usar tu voz?

Igual en su tribu era costumbre cantar de esa manera tan extraña, pero los O'Shar utilizaban sus propias voces tal cual. Aunque a decir verdad las canciones solían reservarse para ocasiones especiales como ceremonias o celebraciones.
Aquello le sirvió para pasar el tiempo mientras Pazzo arreglaba lo de su segundo plato de comida. Udokal no entendía cual era el problema, si es que había alguno.

-¿Que decir canción? Preguntó finalmente incapaz de entender casi ninguna de las palabras. Ya le era difícil hacerlo cuando hablaban normal, así que distinguirlas con aquella voz era casi imposible. Solo una palabra le había quedado clara: batalla. ¡Hablar de batalla! ¿Si?

Udokal tendría que enseñar a Phey buenas canciones de guerra, aquella no tenía el ritmo necesario para insuflar ánimos antes de la batalla.

-¿Solo uno? Dijo cuando dejaron el segundo plato de carne sobre la mesa. Miró a Keloa para ver si quería, pero apenas acababa de terminar el suyo y con un gesto de cabeza le indicó que no comería más. Ultimamente estaba más callada de lo habitual y apenas comía, si seguía así acabaría encogiéndose hasta llegar al tamaño de Phey o Pazzo. Que proveche. Dijo antes de ponerse a comer de nuevo, Pazzo les había dicho que debían decir eso cuando comieran.

La mujer negra y el hombre que la acompañaba se levantaron. Ella era muy alta y corpulenta, podría pasar perfectamente por una O'Shar algo enclenque, pero en comparación con los otros hombres y mujeres negros que había visto era muy grande y fuerte.

Quizás entre su pueblo sea una gran guerrera.

Se perdió por el interior de la posada, probablemente se retiraba a dormir mientras su compañero salía afuera,.

Parece que a todo el mundo se  perdió algo entre la lluvia, primero Phey y ahora ese. Yo no pienso salir hasta mañana, al menos quiero dormir seco ya que podemos.

Nunca se sabía cuando encontrarían el próximo pueblo y si tendría un lugar atechado y seco donde cobijarse. Udokal y Keloa podrían constriur un refugio con ramas de árboles para dormir, aunque para cuatro debía ser grande y Phey siempre protestaba porque el caballo se mojaba. Pinchó la carne con el tenedor y se la llevó a la boca donde mordió un buen pedazo y tiró para desgarrarlo y poder masticarlo. Con la mano era más cómodo pero Pazzo había insistido en que debían hacerlo así. Lo que no pasaba era lo de tener que cortarla con el cuchillo. ¿Para que diablos querían los dientes los pequeños humanos? No le extrañaba que fueran tan debiluchos.

-Keloa canta bien. Dijo con la boca llena y sin disimular una sonrisa, lo dijo en el idioma común para que Phey pudiera entenderlo perfectamente. Se preparó para cualquier reacción de su compañera, ultimanete estaba tan extraña que aquello podía terminar con ella cantando, soltando un puñetazo a Udokal o simplemente sin decir nada.

Clavó los ojos verdes en los de Phey y lo miró desconfiada. Su mirada pasó enseguida al posadero alcalde. No se fiaba de ese hombre. Levantó un dedo al aire y abrió la boca para decir algo, pero entre el alcohol y el cansancio, la idea se le fue volando. Cerró la boca y luego la abrió para acabar lo que tenía en el plato, no dijo nada más sobre el asunto de los platos.

-A mí, la costumbre de los O´Shars que más me gusta, es esa dónde las mujeres eligen al hombre que se quieren llevar a la cama. Lo dijo en el idioma común, mirando el vaso de licor que le quedaba sin acabar. No tenía intención de beberlo, pero necesitaba estar sorda por un rato y eso ayudaba bastante. Phey calladito estaba tan guapo...

Pero la que se llevaba el premio a la más callada de la posada, era Keloa, solo se dedicaba a mirar mal a otras mujeres. Pazzo no pensaba que se sentía amenazada, era evidente que Udokal no tenía ojos para otra mujer que no fuera ella. El movimiento que había en las otras mesas atrajo incluso la atención de la pequeña Naiss. Puede que era el momento de que ella misma se fuera a dormir..

- ¿Cantar? preguntó con una sonrisa, algún día lo sabrás, pero hoy, no. No dijo que, lo que hacía Phey podría llamarse de cualquier modo, pero no cantar. Puede que Keloa cantaba bien. Cuando hablaba su voz era dulce, en contraste con su aspecto grande y fiero. Se puso de pie y la habitación empezó a dar vueltas. Debería estarse quieta hasta que ella llegaría arriba. Os voy a dejar con vuestras cosillas, si mis piernas me ayudan.

- Alcalde, la cuenta y las llaves de mi habitación, por favor. Intentó sonreír, pero la boca se negaba a hacer ese sencillo gesto.

Phey se sonrojó ante el descaro de Pazzo sobre llevarse hombres a la cama. No porque se diera por aludido, sino porque la frase estaba fuera de lugar y era más digna de mujeres de mal vivir y baja catadura moral. Pero en el fondo Phey sabe que es el alcohol quién habla, y que su Pazzo no es así. La mejor solución es ignorarla, hacer como que no ha oído, y así no se lamentará mañana, resacosa, de las palabras dichas esta noche. Se centró en Udokal.

¡Sí estoy usando mi voz! Solo que normalmente no hablo usando notas tan agudas. La voz es un instrumento. Es como un tambor, da notas distintas en el centro que cuando golpeas cerca de los bordes...

Miró de soslayo a Pazzo. Tal vez el alcalde tuviese a bien ayudar a la Naiss a llegar a su habitación. Tiene aspecto de tipo honrado, seguro que no es de esa clase de personas que abusan de las viajeras que han bebido demasiado. Phey estaba tranquilo en ese sentido.

Pues más que hablar de batalla, la canción habla de los horrores de la guerra. Cientos de personas muertas, de bandos enemistados, y las almas que habitaron esos cuerpos continúan en el campo de batalla rogando perdón por las vidas sesgadas y alzando su voz en un ruego a Ihvist. Han sido unos necios, que no han luchado por una causa justa, y tras su muerte ven las consecuencias de sus malas acciones.

Cansado, se excusó y levantó de la mesa. No iba a aguantar tanto despierto como para dar tiempo a Udokal a comerse otro plato.

Alcalde, ¿lo anota en la cuenta y echamos cuentas mañana? Yo me encargo de subir a mi amiga, deme llave de otra habitación, por favor.

Las habitaciones: Cuatro de vosotros duermen en habitaciones dobles (Mamawe y Kalen) (Keloa y Udokal) son como la habitación que describe para Mamawe.. bastante simples. Ambas tienen una pared en comun, pero las ventanas apuntan hacia otro lado del pueblo.

Los otros cuatro dormís en habitaciones simples, vamos, una cama y una habitación de unos 5 metros cuadrados. Un único perchero y una mesa con una palancana con agua y una vela.

La habitaciones de Phey y Pazzo están contiguas y enfrente de las de los O´Shar. La de Ophelia en frente de las de la otra pareja. La habitacion de Phey y Pazzo dan a la plaza. La de Ophelia no.

Rolear si queréis en modo light cuando llegáis a las habitaciones y demás y avanzamos.

Udokal dejó que Pazzo se hiciera cargo del pago de la comida, entregó la bolsa a la pequeña y esta se la devolvió cuando hubo satisfecho la deuda con el posadero. Tras eso subió junto con Keloa a la habitación que les habían asignado.
Cuando llegó lo primero que hizo fue apartar las camas a un rincón para despejar la mayor superficie de suelo posible, al menos el suficiente para que tanto él como Keloa pudieran estirarse y dormir agusto. Ni siquiera cogió las mantas, para ellos aquel clima era demasiado caluroso ya, no necesitaban taparse. De esa forma se dispuso a pasar la noche, necesitaba descansar pues al día siguiente proseguirían su marcha.

Había permanecido resguardado bajo el techo del establo el tiempo necesario para dar de comer a su caballo, incluido las manzanas a modo de golosina. Le habían comentado que palmeara con suavidad al animal para hacerse con su confianza, aunque estaba viendo que había invertido en un buen ejemplar: fuerte, ágil y obediente.

- Buen chico -palmeó su lomo.

"¿Debería quitar la silla?", tal vez su desconfianza era desmedida, pero el caballo necesitaba descansar de tanto peso diario. Allí había otros caballos, así que se fijó en ellos esperando que sus dueños tuvieran más experiencia que él.

Antes de regresar a la posada echó una última ojeada al lugar. La vida en aquel paraje era dura, no le hacía falta investigar mucho. Ya lo había visto en el semblante de los lugareños, un espíritu decaído que deseaba no compartir jamás.

"Vaya mierda de vida".

Cogió la tienda de campaña y entró a la posada directamente hacia la habitación. Procuró no hacer ruido al entrar, y en eso era bueno. Ya con la armadura quitada y sus armas cerca de la cama fue hacia la puerta y cerró con llave, dejándola puesta de forma que no pudiera introducirse otra desde fuera. Solo quedaba refrescarse un poco antes de dormir.

"La ventana es demasiado pequeña".

Se recostó en la cama, apoyado sobre la cabecera.

"La ventana es demasiado pequeña", volvió a repetir casi como un mantra.

"Para evitar ladrones es buena idea. Además de procurar un buen descanso de gente con mis habilidades, pero también es malo si intentas usarla como vía de escape. Con un poco de esfuerzo... ¡Joder! Sólo la pequeña Naiss podría pasar por ahí, creo. Tampoco voy molestar a Mamawe comprobando".

Suspiró profundamente, llevando sus manos al rostro y pasándolas con inquietud por el pelo. 

"Hijos de puta", se mordió el labio intentando no expresar en alto su frustración. No sabía otra cosa que matar, además de observar, y siempre era con el fin de matar. Era un asesino, simple y llanamente. No podía dar marcha atrás, era bueno en lo que hacía pero estaba perdido. No quería admitirlo, pero era cierto. Miró a Mamawe.

"¡¿Qué demonios voy a hacer ahora?! ¿Un grupo? ¡¿Pero en qué mierda estoy pensando?!".

Si pudiera se daría un puñetazo por idiota. Sabía que era útil, pero se sentía como un imbécil intentando usar su falta de diplomacia. Era patético echar en falta las simples instrucciones mientras permanecía en la casa clandestina:

"Ve y mata. Vigila. Mata. Informa. Mata. Mata. Mata".

Inspiró varias veces. Estaba perdiendo el tiempo, y como no podía dejarse llevar y sacar un grito desde sus entrañas por la frustración decidió usar su entrenamiento para relajarse.

"Escucha. Siente el silencio. Percibe el silencio. Escucha. Escucha. Escucha".

Ya no había pensamientos en su mente, sólo los ruidos de la noche. Iba a permanecer despierto por un rato, escuchando y vigilando el sueño de su compañera. El rato necesario para calmarse y asegurarse que podía descansar tranquilo.