Esta historia se sitúa a mediados del siglo XII, poco después de que la antigua capital Song, Bianjing, fuese conquistada por los Jin, hasta entonces aliados del imperio. La corte y parte de la población huyeron al sur del río Yangtsé, dejando el norte bajo dominio enemigo. Solo el príncipe Gaozong escapó; el resto de la familia imperial fue capturada y esclavizada, un episodio recordado como la humillación de Jingkang.
En el sur, la corte Song no aprende de sus errores: margina a los militares y se obsesiona con mantener una fachada de prosperidad mediante el comercio exterior. Mientras los Jin gobiernan el norte mediante un régimen títere, los Song se pierden en luchas internas entre partidarios de la reconquista, colaboradores y conspiradores que esperan el momento de liquidar a un imperio en decadencia.
El emperador Gaozong, temeroso de perder el trono si hubiera una victoria militar, mantiene una política pasiva frente a los Jin, lo que genera una profunda frustración en el ejército. Muchos generales son destituidos o exiliados por protestar; el colmo llega cuando el héroe Yue Fei es ejecutado por motivos políticos.
En este clima de decepción, el pueblo soporta al invasor en el norte y la corrupción en el sur, esperando nuevos héroes. Artistas y poetas critican la cobardía de la corte, lloran a los defensores de Bianjing y alientan a los jóvenes a unirse a la resistencia antes que ver cómo el imperio se derrumba por su propia vergüenza.
El emperador Gaozong gobierna en soledad. Hijo de una concubina y colocado en el trono tras la captura de su padre y de su hermano —el heredero legítimo—, nunca ha logrado ganarse el respeto de la corte. Muchos lo ven como débil, y algunos incluso lo acusan de haber saboteado las campañas para recuperar la antigua capital, temiendo que, si su hermano era liberado, reclamaría el trono.
Su legitimidad es frágil: facciones influyentes sueñan con restaurar a los descendientes de la dinastía Tang, y otros ambicionan convertirse ellos mismos en los nuevos “Hijos del Cielo”. La élite intelectual y el propio emperador desprecian lo militar, lo que ha desanimado y humillado a muchos oficiales valiosos. Algunos consideran desertar o incluso unirse al enemigo.
La capital, Lin’An, se ha convertido en un nido de espías. Parte de la administración civil mantiene contactos secretos con los Jin, esperando asegurarse un puesto de prestigio si el invasor toma el control. La corte está paralizada por conflictos internos, pero sus defensores no son ajenos a lo que ocurre: ministros leales y servidores fieles tejen redes clandestinas para proteger al Imperio. Reformistas y conservadores, pese a sus diferencias, cooperan para evitar el colapso. Incluso existen sociedades patrióticas ilegales que actúan en la sombra, enviando aventureros y justicieros a realizar misiones que el ejército no puede afrontar debido al caos político.
El mundo tampoco es ajeno a esta lucha de poder. Algunas escuelas marciales se alinean con distintas facciones. Los monjes de Shaolin defienden al pueblo, incluso en los territorios ocupados, mientras que los templos taoístas apoyan al emperador y al ejército de Song con fervor. Los Jin, conscientes del valor estratégico de las artes marciales, intentan ganarse a las grandes escuelas y destruyen los bastiones de conocimiento del norte. Además, buscan pergaminos secretos que describen técnicas poderosísimas, convirtiendo estos manuscritos en objetivos prioritarios para sus generales.
Esta historia transcurre durante la dinastía Song del Sur, después de que en 1127 la capital Bianjing cayera en manos de los yurchen, nómadas de Manchuria que fundaron el Imperio Jin. El emperador Song huyó al sur del Yangtsé y estableció la nueva capital en Lin’An, dejando medio país bajo dominio extranjero.
Tras esta catástrofe, el equilibrio del poder en Asia Oriental cambia por completo.
Mientras tanto, Goryeo (Corea) y Dong Yang (Japón) atraviesan tiempos caóticos, asediados por guerras internas. Goryeo, temiendo el avance Jin, intenta pactar con los mongoles para defenderse.
El Imperio Song, aislado y debilitado, solo puede lanzar expediciones limitadas para contener rebeliones o proteger sus fronteras; la corte ha desistido de recuperar el norte. Los Jin, en cambio, embriagados por su victoria, buscan continuar su expansión más allá del Yangtsé. Sin embargo, dependen demasiado de la caballería para operar eficazmente en los terrenos húmedos y montañosos del sur, lo que frena su avance.
Ahora que la conquista parece asegurada, surgen nuevas tensiones dentro del propio Imperio Jin: los señores de la guerra que apoyaron al nuevo emperador comienzan a mirarse entre sí con ambición, preguntándose quién será el próximo en reclamar el poder.
A mediados del siglo XII, la vida diaria en China, especialmente en la nueva capital del sur, Lin'an (la actual Hangzhou), era sinónimo de efervescencia urbana. Esta era una época de inaudita prosperidad comercial. Los mercados no solo bullían de actividad durante el día, sino que la novedad de las lámparas de aceite permitía el comercio nocturno, creando una vida urbana sin toques de queda rígidos como en épocas anteriores.
La innovación tecnológica era palpable: se utilizaba por primera vez en el mundo el papel moneda (jiaozi) para facilitar el enorme volumen de transacciones comerciales, y la pólvora y la brújula estaban en uso.
Las ciudades eran densamente pobladas. Las viviendas populares a menudo albergaban a varias personas en un mismo edificio, aunque las casas de la alta burguesía y la élite contaban con amplios jardines y estanques, valorados tanto como la propia vivienda.
La dieta se basaba fuertemente en el arroz, especialmente en el sur, complementado con vegetales y pescado. La carne era menos habitual. El té era la bebida fundamental, parte de una elaborada Ceremonia del Té que marcaba la bienvenida a un huésped. Entre los pasatiempos destacaban los juegos de mesa como el Go y el Xiangqi (ajedrez chino), y los paseos en bote por los lagos.
La estructura social de la China Song estaba tradicionalmente jerarquizada según el modelo confuciano, pero experimentaba una gran movilidad. La cúspide seguía siendo el emperador, considerado el Hijo del Cielo, encargado de presidir los ritos para mantener la armonía cósmica.
Sin embargo, el grupo más influyente y poderoso era el de los Shi: los escolares-funcionarios. Este era un nuevo tipo de aristocracia basada en el mérito, no en el linaje militar. Para alcanzar un puesto en la extensa burocracia imperial, era necesario aprobar los rigurosos Exámenes de Servicio Civil. Esto democratizó el acceso al poder, permitiendo que hombres con talento, incluso de clases medias y bajas, pudieran ascender socialmente mediante la educación.
Debajo de ellos estaban los Nong (campesinos/granjeros) y los Gong (artesanos/artistas), quienes eran valorados por su producción de bienes útiles. Finalmente, los Shang (comerciantes) ocupaban tradicionalmente el último lugar en el orden confuciano, pues se les consideraba especuladores que no producían nada tangible. No obstante, la prosperidad económica de la Dinastía Song hizo que este sector floreciera enormemente, a pesar de la desaprobación oficial.
En el siglo XII, la vida intelectual y espiritual estaba dominada por el resurgimiento del Confucianismo en una forma renovada conocida como Neoconfucianismo, con figuras clave como Zhu Xi (nacido en 1130).
El auge de los escolares-funcionarios impulsó la educación. El gobierno expandió el sistema escolar público, ofreciendo apoyo económico y alojamiento para atraer a estudiantes con talento de las provincias, sin importar su origen social. Además de las escuelas públicas, florecieron las academias privadas. La invención de la impresión generalizada contribuyó enormemente a la difusión del conocimiento y a una creciente alfabetización cultural.
En resumen, la China de mediados del siglo XII era una sociedad altamente compleja: urbana, comercialmente innovadora y profundamente meritocrática, donde la vida cívica y los valores del conocimiento prevalecían sobre la tradición militar, dejando un legado cultural y tecnológico que asombraría al mundo.