Partida Rol por web

Tras las lomas

Capítulo 0 - Hace mucho, mucho tiempo...

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16/02/2014, 20:43
Cassim

La Amistad de la Daga de Cobra [Cassim y Gortnus]

 

A Cassim se le escapó una histérica carcajada que hizo que sus compañeros de viaje se revolviesen en sus sacos de dormir. El que estaba de guardia le chistó indicándole silencio. 

Reconocía bien la figura de Gortnus, sentado sobre el tronco, apoyado en su gran hacha mirando el horizonte cómo si fuese capaz de distinguir algo de valor en aquel páramo, chupando una vieja y alargada pipa… Cassim se acostó de nuevo, arrebujándose en la manta que le servía de protección contra el frío y volvió a guardar el arma bajo el saco que usaba de almohada, con una leve sonrisa en la boca. Aún recordaba cómo había conseguido aquella daga curva con la empuñadura en forma de cabeza de cobra. Había sido en las sucias y olvidadas calles de Arena, en la Costortuga, hacía ya bastante tiempo…

- * * * -

¡Clinc, clinc!

El sonido del entrechocar del oro sacó a Cassim de su ensimismamiento. Llevaba un rato apoyado en la mesa junto al vaso de cerámica vacío, intentando que una rata, gorda e insolente, se acercase a las migajas de pan que le tiraba. Las ratas eran uno más de los habitantes de Arena y en días de galerna, como aquel, se refugiaban en las tabernas al calor de las chimeneas, intentando comer de las sobras de los viajeros. Más de uno había perdido un dedo al haberse dormido sobre una mesa. Pero no eran los únicos roedores que luchaban por sobrevivir; el visirtaní merodeaba el puerto desde hacía dos o tres meses. Le resultaba desagradable el clima, que mezclaba lluvia, el sabor del salitre en la boca, y tormentas de arena que provenían del otro lado de Costortuga. Era difícil dormir en la calle con todo esos elementos… pero era lo único que le quedaba por hacer: sobrevivir. 

Cada mañana, al levantarse, volvía a mirarse las quemaduras de sus piernas y su mano izquierda. Cambiaba los emplastes que hacía con excrementos de paloma y algunas hierbas que robaba de una vieja herbolaria ciega, esperando que cicatrizasen las heridas. Pero las otras, los cortes profundos en su corazón, eso no se olvidaba. No lo olvidaría jamás… le habían robado sus posesiones, su oro, su preciado harem. Sólo necesitaba encontrar dinero y gente dispuesta a ayudarle a retornar a Visirtán y recuperar su pequeño trono familiar. Pronto…

Por eso cuando aquel enano puso sobre la barra dos piezas de oro, pagando con generosidad a la tabernera, la nariz de Cassim al igual que las ratas olisqueando un queso, se fijaron en él como un objetivo. Ayudándose de las sombras, el ladrón observó al hombre. Parecía robusto… pero lento. También un viajero experimentado con lo que no podría engatusarle como había hecho con otros antes. Ahora el enano se afanaba en colocar todas su posesiones ordenadamente que se había mojado con la fuerte lluvia del exterior. Los colocaba calculando los pesos en la mochila, ordenándolos mientras murmuraba para sí en el rudo idioma de los de su raza.

Era el momento, pensó Cassim. El enano estaba buscando cierto objeto para enseñárselo a la tabernera pelirroja que había mostrado interés en todo lo que aquel comerciante llevaba encima así que la bolsa de cuero con una hermosa y reluciente G grabada en un lateral y presumiblemente repleta de monedas qhabía quedado olvidada sobre la sucia barra.

Fue visto y no visto. Cassim se levantó con sigilo, pasó de columna a columna, y acercándose por detrás del enano alargó un brazo fibroso y sucio hasta el monedero. 

El enano reía a la camarera, bonita y simpática, mientras se quejaba:

-Estos malditos taburetes altos son para humanos y elfos, ninguno de los cuales sabéis beber como debe hacerse, en cantidad y sin excusas, muchacha. Deja que Gortnus te enseñe unos collares de conchas de la Costa Tiburón que he conseguido y que son una verdadera preciosidad… pero ponme mientras una cerveza de verdad y no ese esputo aguado que soléis servir por aquí, niña…

Justo en aquel momento, el tal Gortnus se giró, cruzando su mirada con la de Cassim. El ladrón, pillado infraganti, abrió los ojos cuanto pudo. El enano hizo lo mismo, quedándose mudo. La chica, antes sonriente gritó algo ininteligible y el visirtaní salió corriendo como alma que llevaba el diablo, bolsa en mano.

Gortnus no tardó en reaccionar. Estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones; había aprendido a defenderse. Puede que fuese más lento, pero era duro como una roca y testarudo como un toro, así que ni corto ni perezoso murmuró algo en su idioma de las profundidades y bajándose trabajosamente del taburete echó a correr detrás del ladrón.

La sonrisa de Cassim no podía ser más amplia. Conocía bien los callejones llenos de arena de la zona del puerto. La lluvia de la tormenta le ayudarían a escabullirse. Un salto allí, una esquina por acá, trepar por una terraza, atravesar un pequeño bazar y al fin libre. Desató el cordón de la bolsa dispuesto a mirar su botín cuando escuchó los jadeos del enano. ¡Imposible! ¿Cómo era capaz de haberle seguido?

Armado con un hacha, calado hasta los huesos, Gortnus rojo de rabia, gritaba buscando entre las sombras al ladrón:

- ¡Sal de tu ratonera, cobarde, priik-Hhâmem! El último ratero que metió mano a mi bolsa acabó en el fondo de una sima…más honor del que sin duda merecía. ¡Devuélveme mi bolsa o juro que te perseguiré por los Nueve Infiernos, ladrón!

El ladrón ahogó una maldición. Los enanos no tenían precisamente fama de amables. De todos modos podía trepar por los tejados y evitar que le pillase. Con determinación y mordiendo la lengua volvió a ponerse la bolsa al cinto y se giró para trepar por encima de un pequeño muro para dejar de una vez por todas a su perseguidor, que parecía un pollo desplumado bajo la lluvia… pero con un hacha enorme. 

¡Ziiium!

De repente, el zumbido de un cuchillo hizo reaccionar a Cassim, que se agachó justo en el instante en que la hoja se clavaba en la madera dónde antes estaba su turbante. Frente a él había cinco figuras a contraluz que no pudo reconocer. Más sorpresa fue aún cuando uno de ellos le habló en la lengua de su tierra natal:

- Nəhayət mən ,Cassim gördük. Sizin qardaşı öldürmək üçün bizə deyir.

¿Matarle? ¿Su hermano sabía que seguía vivo? No era posible… Pero poco tiempo le dio a pensar en el asunto pues otro cuchillo se clavó cerca de su rodilla, arañándole el pantalón. El ladrón gritó mientras los cinco hombres descendían del muro dispuestos a acabar con él. Un rayo iluminó temporalmente la escena. Parecían soldados profesionales. Asesinos bien preparados. Llevaban máscaras negras con cadenas tapándoles el rostro y turbantes oscuros, salvo su líder, el que había hablado que vestía una especie de yelmo en forma de cabeza serpiente. El grupo se acercaba lentamente, disfrutando con el pavor de Cassim.

Entonces una voz socarrona sonó detrás de las figuras:

- Ah no… eso sí que no. Eso es lo que no me gusta de vuestra especie. Presuponéis cosas. Creéis que el mundo gira alrededor de vuestras preocupaciones y que los demás somos un pequeño estorbo en vuestras ambiciones. - dijo mientras clavaba su hacha con un certero mandoble en uno de los asesinos, derribándolo por sorpresa. Ya eran solo cuatro contra ¿dos?. -  El ladrón me ha ofendido ¡y no pienso dejar que vosotros me quitéis el placer de lincharle! 

Cassim tragó saliva mientras rodaba sobre si mismo por el suelo, esquivando el golpe del líder, que sacó centellas del suelo al pegar contra el suelo. Cogió la cimitarra del caído y se puso al lado del enano. Ambos se miraron y el ladrón encogió los hombros, a lo que Gortnus resopló dando un gruñido.

Pelearon codo con codo, defendiéndose de los ataques de los tres hombres restantes de aquel tipo vestido con pieles de serpiente. La verdad es que sin ser ninguno de los dos guerreros poderosos lucharon correctamente. Dos cayeron bajo los hachazos del enano y otro, al resbalar, vio su cuello rebanado por la cimitarra del ladrón. La sangre, mezclada con el agua de lluvia y la arena, llenaba aquel callejón olvidado de Arena.

- Bien, amigo con cara de ofidio. Solo quedas tú. ¿Me dejarás cortarle la mano al ladrón en tranquilidad o también vas a querer fastidiarme la noche?

Al escuchar al enano Cassim se alejó un par de pasos, cimitarra en mano. Desde luego seguía con vida gracias a él… pero no parecía que quisiese pagarle unas cervezas. Entonces, el líder, con una voz furiosa, levantó una especie de estaca de madera, retorcida y apuntó con ella a Gortnus.

-Die trpaslíka! Elektrické ray!

Y un rayo, como los que provocaban la galerna en el medio del mar, descendió del cielo pasó a través de la vara y salió disparado hacia el enano… atravesando el cuerpo delgado y fibroso de Cassim. El ladrón se retorció entre espasmos azulados tras conseguir desviar el golpe eléctrico que probablemente  habría matado al enano. Gortnus, sorprendido por el acto del ladrón, vio como el guerrero brujo escapaba a la carrera en la oscuridad. 

Cassim, tiritando y chamuscado, tuvo fuerzas para desde el suelo estirar la mano con la bolsa que le había quitado. Con la voz mermada por el dolor le dijo al enano:

- Griasias. Ti lo divuelvo.

Luego se desmayó.

- * * * -

Se despertó días después. Al parecer el enano le había llevado con un conocido, un curandero que podía sanarle de sus dolencias… y había funcionado. Tenía aún el cuerpo repleto de vendas. Frente a él estaba la barba larga pero bien recortada de Gortnus, bebiendo una cerveza fresca. 

- ¡Bien! ¡Te has despertado, ladronzuelo! - Luego hizo una pausa y le enseñó una bonita daga plateada con el pomo tallado como si fuese una serpiente, una cobra a punto de atacar -  ¿Reconoces esto? Se le cayó a tu amigo mientras escapaba. Deberías quedártela, para recordar que le debemos una… en este mundo muchas veces es la venganza y las deudas lo que hace que las personas se muevan y no se rindan. Yo fui tras de ti porque no iba a dejar que te salieses con la tuya, pero vas y luego me salvas la vida. ¡Válgame todo el mineral de Moru! ¡Un visirtaní arriesgándose por mi! Ahora te debo un favor y la verdad es que no me vendría mal compañía para un negocio que tengo entre manos… ¿Te gusta viajar?

Luego le tendió el arma y desató de su cinturón la bolsa que Cassim le había quitado la otra noche, con la G grabada. Metió su mano regordeta y sacó una reluciente piedra negra con trazas marrones y grises, una especie de carbón.

- Y la próxima vez que intentes robarme algo, amigo… que no sea el tabaco…

- * * * -

Aún a día de hoy Cassim desconocía las verdaderas razones por las cuales se había lanzado en pos de aquella magia que podría haber matado al enano, pero el hecho es que aquel momento sirvió para que el enano le tratara como un amigo… o algo parecido a ello. Desde entonces no habían hablado demasiado, pero estaban juntos. Cassim había aprendido que Gortnus tenía un buen ojo para encontrar negocios y un fino olfato para el oro, cosa que a él le interesaba. Su sueño era volver con un grupo de mercenarios a darle un buen susto a Alí, su hermano, así que de momento seguiría fielmente a aquel comerciante enano. Y Gortnus ganaba un porteador y alguien capaz de escuchar conversaciones en las tabernas sin ser visto o trepar por lugares que él no podía.

El ladrón cerró de nuevo los ojos, temeroso de volver a sumergirse en sus pesadillas llenas de aceite hirviendo, cuevas, y hombres amantes de las serpientes que lanzaban rayos eléctricos.

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16/02/2014, 21:27
Fizban

Unos fuertes golpes sonaron en la puerta la abrí cuando vi a mi amigo Gortnus, a Gortnus no le gustaba la magia y a la magia tampoco le gustaba Gortnus, es decir que le hacía poco efecto, quizás por eso Gortnus era uno de mis clientes habituales que no temían como esos aldeanos que se le transformase en rana, rata o cualquier otra miserable criatura que se encontrase en la imaginación del acerbo popular. Tanto llegó a ser temida mi profesión que en cuanto me presenté al alcalde para ofrecer mis servicios de sanador me dieron una casita para que allí pudiese formar mi laboratorio sin ningún tipo de intromisión por parte del pueblo ni de las autoridades.

Pues como iba diciendo Gortnus entró por la puerta cargando con un extraño personaje, se veía que estaba herido y me quedé pensando en cual habitación hospedarlo pero Gortnus no esperó y siguió por el pasillo hasta las habitaciones le seguí asombrado de que si el enano mostraba tal empeño por el extranjero era porque sin duda le había salvado la vida, conocía a Gortnus desde hace tiempo y esa reacción sólo la tenía por ese motivo así que viendo como recostaba a este personaje con extrañas indumentarias y tez morena opté por mirarlo rápidamente para localizar las heridas antes que el enano empezara a maldecir por los cuatro vientos y a echarme la culpa de mi paciencia, a ver a ver tanteé a aquel hombre abriéndole la camisa vaya parece como si un rayo del miré al enano y me callé viendo que los ojos se le iban a salir de las órbitas puedes estar tranquilo Gortnus tengo las hierbas que necesita y tendrá pronta recuperación le respondí rápidamente mientras iba a la estantería donde tenía cientos de frascos aaa sí es éste volví corriendo sabiendo que el enano se calmaría en cuanto viera que las hierbas empezaban a hacer su efecto las froté y extendí por aquellas partes heridas habrá que dejar que hagan su efecto durante unas horas después habrá que cambiarlas, para mañana habrá recobrado la conciencia está en las mejores manos compañero pero mi compañero no se fue lo que hizo fue buscar un taburete y ponerlo justo al lado de la cabecera y allí esperó, viendo tal devoción sentí curiosidad ¿qué ha sucedido? si quieres podemos sentarnos en el salón allí podemos hablar con una buena pipa y un buen licor ¿qué dices compañero? 

 

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17/02/2014, 18:04
Harpálice

 

La luna llena se reflejaba en las tranquilas aguas del río. Harpálice se encontraba en la orilla, totalmente desnuda, jugueteando con los dedos de los pies en la pecina que se acumulada donde el agua dejaba paso al lodo. Era reconfortante sentir el frescor de la humedad en los cansados pies, y el aire fresco de la noche que le erizaba la piel.

Poco a poco se fue introduciendo en las gélidas aguas. Lentamente, sin provocar ondas que perturbaran demasiado el reflejo de la luna llena, se fue sumergiendo. La sangre caliente que antes salía de entre sus piernas y recorría sus muslos, empezaba a diluirse en el agua bendecida por la luz majestuosa y plateada del Astro Madre.

Aunque estaba ya lejos de casa, realizar aquel ritual, le hacía sentirse aún parte de su Comunidad. Tras el baño, correría desnuda por el bosque, cazando a una bestia, sacrificándola para derramar su sangre en la tierra y, finalmente, aullar a la Madre en un loco frenesí.

De pronto unos ruidos llamaron su atención en la calma de la noche. Pasos apresurados y algún que otro alarido. Clavó fuerte las poderosas piernas en el limo, dándose impulso para salir lo antes posible del agua. Apenas llegó a la orilla salió disparada hacia su “Colmillo”. Sin embargo, en medio de la penumbra, chocó con una figura que entró en escena corriendo apresuradamente, haciéndola caer al barro.

- ¿Pero qué tenemos aquí?- Dijo un hombre barbudo, que llevaba la cornamenta recién cortada, aún chorreante de sangre,  de un enorme ciervo macho.- ¿Una ninfa?- Harpálice se levanto cual gata, con el lomo curvado y las manos en forma de garras. Su lanza reposaba tras el fornido hombre y su mirada lasciva, no le decía nada bueno. Aunque para ella la desnudez no era ningún problema, sabía cómo pensaban la mayoría de los hombres, así que fingió sentir pudor y taparse los senos y el vello púbico con cada uno de los brazos.

- ¡No seas idiota! No hay tiempo para esto ahora. ¡Vámonos! Apresúrate.- Un hombre mucho más menudo que portaba un arco tiró del barbudo en dirección al bosque y ambos desaparecieron en su espesura. Harpálice recogió su lanza y, cuando se disponía a vestirse, llegó alguien más, pero esta vez armando un tremendo jaleo. Esta vez la pilló más preparada, con la lanza en ristre. Cuando la luz de la luna le mostraron al extraño, Harpálice reconoció a duras penas el rostro de una mujer.

- Jamás los pillarás con esa armadura. Los entretendré, pero no tardes en llegar.- Sin decir ni una palabra más, se introdujo veloz en el bosque, tan desnuda como antes, con la única diferencia del barro que se había pegado en parte de su piel. Supuso que los hombres serían cazadores furtivos perseguidos por aquella extraña mujer. Le daba igual. Pagarían por el doble sacrilegio que habían cometido. Que un hombre viera el sagrado ritual de la Luna Llena imponía que debían morir. Así era su ley. Por otro lado, se habían llevado la cabeza del ciervo sólo por su cornamenta, dejando el cuerpo perdido en el bosque para los carroñeros. Eso era algo igualmente imperdonable.

No tardó mucho en alcanzar al más corpulento de los dos hombres. Sentía la adrenalina recorriendo su cuerpo, como cuando iban de caza con sus hermanos lobos. Al igual que entonces lanzó sus primeros tajos a los cuartos traseros, haciéndole sangrar profusamente. Pego un chillido aterrador que rompió el silencio de la noche.

- ¡Qué coño! ¡Joder, ostia puta, te mataré! – Cuando el hombre la reconoció se lanzó hacia ella con un hacha en la mano. Pero Harpálice asentó firmemente su posición en el suelo y recibió el envite golpeando al hombre en la cara con todas sus fuerzas con el extremo de la lanza.

CRACK

Le había partido la nariz, haciendo que cayera al suelo mullido a causa de la vegetación. El hombre no paraba de patalear y gritar, gimiendo como una doncella recién desvirgada. Tomó impulso para clavarle la punta de la lanza en el cuello cuando una flecha surcó el aire y se clavó en su muslo desnudo. Ahora la que aulló de dolor era ella. Fue el tiempo justo que necesitó el corpulento y barbudo humano para saltar hacia ella, empujarla al suelo e inmovilizarla boca arriba. Harpálice gruñía y se revolvía como una fiera mientras la sangre que brotaba de la nariz rota del hombre caía sobre ella. Le dio por reír como una loca, relamiéndose la sangre del hombre que manchaba sus labios.

El líquido vital de aquel hombre sería la libación para su Diosa Madre.

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18/02/2014, 01:43
Nehira

Las mallas de la mujer sonaban casi de forma melódica a cada paso que daba, patrullando por los caminos en busca bandidos, malhechores, rateros, de asesinos… Cualquier escoria era su objetivo, mantendría los caminos seguros aunque su vida se marchase con ellos. Aunque de momento eso era algo que no había tenido que lamentar, tan solo unas cicatrices que recorrerían su cuerpo para siempre, recordándole que debía ser más rápida, más fría y más fuerte.

Aunque en esta ocasión, sus objetivos tenían rostro, uno no muy agradable a la vista. La paladina sacó un pedazo de papel bajo su armadura, extendiéndolo mientras caminaba la última luz del día, con el sol a sus espaldas escondiéndose entre las montañas. Observó con precisión el gastado papel, ya rajado por los bordes de la vida que había tenido. En este pudo ver el rostro poco detallado de dos hombres, uno ya entrado en edad con barba cubriendo la mayor parte de su rostro, mientras que el otro parecía ser más joven aunque tampoco alcanzaba a ser un chico. Nehira se echó el pelo hacia detrás con la mano, entrelazando su platino cabello entre sus enguantadas manos, tras ello guardo el papel soltando un sonoro suspiro. El camino era largo y aún tardaría un par de horas en llegar.

 

Cuando llegó a la aldea no tardó en ponerse a buscar a su objetivo, no tenía tiempo para descansar y sus piernas podrían aguantar un par de horas más pues la costumbre de recorrer los caminos habían acabando haciendo a la paladina una mujer con notable músculo dibujado en su cuerpo, un cuerpo que quedaba totalmente oculto bajo la pesada armadura. Los ojos curiosos la observaban, susurraban a su paso, no estaban acostumbrados a ver a un forastero armado, más aún si las armas eran portadas por una mujer. Con la ayuda del papel y los propios lugareños, fue preguntando hasta que un granjero le indicó donde podría encontrarles, aunque también le habló del peligro y las consecuencias que aquello podría traerle. Le contó que los había visto aquella cuando el sol ya se había ocultado, armados con arcos, flechas, incluso hachas adentrándose en el bosque. Un territorio donde la caza quedaba prohibida, pues tan solo con permiso de su señor podían matar aquellas presas. La paladina agradeció la ayuda de aquel hombre y sin más tardía se adentró en aquellos bosques.

Por fortuna, a pesar de que la oscuridad se hubiese adueñado de la tierra, la plateada orbe que ahora bañaba el suelo emitía la suficiente luz como para que esta se filtrase entre las dedicadas hojas de los árboles e hiciese medianamente visible la zona por la que andaba. Un rastro de huellas y ramas rotas les indicaban el camino, no debían ser demasiado delicados en su trabajo y aquello les costaría demasiado caro. Tras un largo camino unas marcas se hicieron evidentes, brillantes y escarlatas bajo la luz de la luna. La paladina se acercó hincando su rodilla entre las hojas caídas de los árboles, llevando su mano para palparlo… tras ello alzó su mano y la observó, viendo como el líquido rojizo manchaba ahora la yema de sus dedos. Aquella sangre debía ser de un animal y era reciente, lo suficiente para poder dar con aquellos individuos.

Con mayor prisa comenzó entonces a correr, tratando de no perder el rastro aunque este cada vez se hacía más evidente. Alguien había seguido al animal herido cuando entonces, de pronto, unas voces se hicieron con el silencio de la noche.

 

- ¡Mira! – gritó el hombre corpulento, alzando el decapitado trofeo con el que acababa de hacerse – Es más grande que ningún otro que hayamos cazado – dijo soltando una risa casi bobalicona, admirando los grandes cuernos del ciervo.

- Sí, haremos que Gurthan se arrepienta de cada una de sus viles palabras. Decía que no seríamos capaces de coger una presa mayor que la suya ¿No? Beberemos gratis a costa de ese estúpido viejo lo que queda de mes – respondió el segundo, acompañando al gordo con una risa más aguda e irregular.

 

Cuando de pronto, el sonido de una espada saliendo de su vaina hizo que las sonrisas cesaran al instante. Nehira salió entre las sombras, con su brillante y afilada arma en su mano, acercándose paso a paso sin mediar palabra observando a los hombres que la miraban casi incrédulos. Comenzaron a retroceder dando pasos hacia su espalda, incluso el más delgado tropezó haciendo que casi se cayera.

 

- Maldita sea, son los guardias del señor – dijo el corpulento mientras seguían retrocediendo, pensando que aquella mujer era un hombre armado, uno que no estaba solo y vendría con más buscando justicia por las presas muertas en los bosques de su señor - ¡Corre imbécil! – acabó gritando a su compañero, mientras se giraba dando la vuelta y comenzando también con su carrera.

 

Nehira comenzó entonces así su persecución por los bosques, algo cansada y aún embutida en aquel traje de mallas que no dejaba de sonar a cada zancada que daba. Como siguiese así acabarían escapándose y sin llevarse su merecido, pero poco más podía hacer estando ella sola. Odiaba a los cobardes, siempre hacen que se canse tras una larga carrera, eso sin contar con los gimoteos o súplicas que suelen precederlas. Cada vez los sentía más lejos y ya sus ojos no daban a alcanzarlos, pero aún así continuó corriendo sin detenerse. Cuando sin esperarlo, el cuerpo de una dama desnuda apareció entre los árboles. Nehira se detuvo un instante, dudando de su propia cordura, con los labios entreabiertos respirando de una forma agitada. La extraña mujer alzó entonces su voz, diciéndole que ayudaría a darles caza. Pero antes de que la paladina pudiese llegar a asentir, ésta ya había desaparecido en la oscuridad. Continuó entonces con la carrera, bastante agotada pero sin detenerse a recobrar el aliento, aún con la pesada espada entre sus dedos, sosteniéndola con fuerza y lista para usarla.

No tardó en llegar a la zona de guerra, en un instante pudo ver aquella escena, con el gordo echado sobre la mujer desnuda, mientras el delgado portaba su arco aún desafiante. Con furia se acercó en carrera al corpulento y sin querer herirle con su arma lanzó una fuerte patada al ya castigado rostro del hombre con su bota cubierta de metal. Unos dientes saltaron por los aires, al igual que la sangre producida por la hemorragia, pero logró quitar la mayor parte del cuerpo de aquel tipo del de la mujer. Se percató entonces que ésta había sido herida por una flecha, por lo que cogió el escudo que aún portaba en su espalda con la intención de cubrirse del adversario más amenazante. Aunque antes de que pudiera llevar a cabo la acción, este ya se había equipado con una flecha y apuntaba a la paladina con su arma. Soltó la fina cuerda haciendo que el proyectil saliera disparado con un silbido al cortar velozmente el aire. La flecha acabó clavándose con dureza en el brazo de Nehira, haciendo que soltara la espalda y cayera clavando una rodilla en el suelo. Miró entonces un instante a su compañera, buscando sus ojos con los suyos y apretó la mandíbula con fuerza. Soltando un grito se levantó con furia dejando la espada en el suelo y con el escudo en la mano se dirigió hacia el arquero con la intención de barrer su cuerpo con la metálica defensa.

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18/02/2014, 06:14
Gortnus

De Magos y Mercaderes 

(Una epopeya para un domingo por la tarde)

 

Seguimos con las aventuras de Gortnus. La historia continúa después del crossover donde nuestro entrañable enano se cruza con un ladronzuelo al que acaba debiéndole la vida. Pero no voy a extenderme con esto.

-¿Qué ha sucedido? Si quieres podemos sentarnos en el salón. Allí podemos hablar con una buena pipa y un buen licor ¿Qué dices compañero?- Si bien es sabido que los enanos se decantan por la cerveza, también saben apreciar otras bebidas espirituosas; aunque siempre tendrán algún pero guardado en la manga para bajar los humos del anfitrión (creo que es algún tipo de juramento ancestral eso de no dejar que nada aparente ser mejor que cualquier cosa hecha por enanos; pero hablo de oídas así que no me hagáis mucho caso). Así que con fingida reticencia, aceptó la invitación del mago y Gortnus se dispuso a contarle a su viejo amigo la historia que los trajo hasta allí, con algunos retoques del enano, eso sí (exacto, otra regla no escrita de ésas).

Como podéis imaginar la cosa no quedó ahí. Hacía tiempo desde la última vez que Gortnus pasó a visitar a Fizban. Por lo que bebieron y hablaron largo y tendido. Pronto se pusieron al día con las novedades de cada uno y fue cuestión de tiempo que empezasen a recordar los viejos tiempos. Ah... Qué buenos tiempos... Los viejos, quiero decir. No sé por qué, pero da igual lo desgraciado que hayas sido entonces que siempre recuerdas casi cualquier tiempo pasado con nostalgia y cierta añoranza. Pero eso es otro tema. Dejad que os cuente las circunstancias en las que se conocieron. Tomad asiento, por favor.

Por aquel entonces Gortnus se encontraba por los alrededores de Arena. Era la primera vez que se movía por estas tierras y ello no tardó en pasarle factura, pues cogió un camino que todo el mundo conocía y evitaba por ser la zona de trabajo de un pequeño grupo de asaltantes tan violento como escurridizo. Así que nuestro enano pronto se vio rodeado por unos pocos bandidos dispuestos a librarle de la pesada carga que suponían sus monedas y pertenencias. Voy a apelar nuevamente al orgullo enano para explicar el motivo por el que les plantó cara. Cierto es que Gortnus consiguió dar muerte a unos cuantos de esos delincuentes, pero a pesar de ello no pudo mantener consigo su equipaje.

Ahora centrémonos en el mago, pues ya es momento de introducir a Fizban en la historia. El joven mago se encontraba en el principio de una nueva etapa pues, una vez terminados sus estudios arcanos (o como quiera que llamen a estudiar magia, yo hasta ahora solo había hablado de un enano), decidió instalarse en la ciudad de Arena para convertirse en el sanador oficial del lugar. La suerte del mago novel era tal, que hasta los temerosos dirigentes de la ciudad le habían ofrecido algo de dinero y una casa donde instalarse para ejercer su profesión; como quien sacrifica una cabra a un dios vengativo para aplacar su ira. ¿Os lo podéis creer? Pero no voy a ser yo quien juzgue las costumbres de esta gente. De cualquier manera, cuando Fizban volvía de hacer unas compras, se encontró con un enano malherido y casi inconsciente a la puerta de su casa. "¡Qué bien! ¡Mi primer cliente!" Pensó emocionado. 

Fizban llevó a Gortnus hasta el interior de su nueva casa y lo atendió. En apenas una hora el enano había recuperado el conocimiento y le relató a su salvador la historia de cómo fue asaltado por numerosos y fieros bandidos. Si, de nuevo Gortnus se tomó ciertas licencias al contar la historia. Yo tampoco lo termino de entender, porque tampoco lo hizo tan mal. Vale que los fieros bandidos no eran tan fieros ni tan numerosos. Es más, alguno de ellos hasta se hirió a sí mismo al tratar de atacar al enano (parecía que la leyenda de esos bandidos se había exagerado bastante por el temor de unos cuantos mercaderes cobardes); pero sí que abatió a tres o cuatro de ellos aunque no sin sufrir ningún daño y, teniendo en cuenta que ellos eran más, el cansancio terminó por hacer mella en el valeroso Gortnus. Así que los delincuentes prefirieron llevarse rápido su botín a seguir enfrentándose a tan terco rival.

En fin, que Fizban se llevó un chasco al enterarse de que su primer cliente no tenía con qué pagarle. Pero el enano parecía haberlo pasado mal y la historia que le contó había impresionado un poco al joven mago, así que decidió hacerle una oferta de inauguración. Y aquí entra en juego otra vez el famoso orgullo enano (junto con el de comerciante; una mezcla explosiva), pues Gortnus se negó a no darle nada a cambio por su ayuda. Así que decidió trabajar para él en su recién estrenado negocio como pago. Realmente no fue mala decisión, pues el entusiasmo por las artes mágicas y curativas de uno se complementaba con la habilidad para conseguir materias primas del otro. Congeniaron rápido y pronto se hicieron buenos amigos. Con el tiempo, el espíritu trotamundos de Gortnus decidió tomar las riendas y finalmente el enano reanudó sus viajes en busca de negocios. Pero eso no era un adiós, pues volvería más de una vez a visiitar a su gran amigo para contarle sus aderezadas historias.

Fin...

¡¡!! ¿Que qué historia más sosa? Pero, ¿qué esperabas de la historia de un mago recién salido del horno y un enano comerciante? ¿Acaso querías oír como la terrible combinación de ambos derrocaban al tirano local? ¿O cómo entre las extraordinarias habilidades de ambos hacían frente a un dragón? Pues lo siento mucho... Aunque, si no recuerdo mal, oí que alguien había visto a un dragón volando a lo lejos en ese momento. Claro que más tarde me enteré que esa persona veía un dragón volando a lo lejos por lo menos dos o tres veces al día, así que tampoco puedo confirmaros esa información. Además, ya os dije en la introducción de Gortnus que ya vendrían las grandes hazañas. Así que un poco de paciencia, por favor... Muchas gracias.

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18/02/2014, 21:52
Harpálice

Las manos de aquel hombre apretaban su cuello con enorme fuerza mientras ella peleaba desesperada por una bocanada de aire. Ya casi ni notaba la flecha clavada en su pierna. Concentrada como estaba en respirar, no pudo oír a la mujer en armadura llegar. Simplemente sintió que su garganta se abría de nuevo y que el reconfortante y fresco aire de la noche llenaba de nuevo sus pulmones. Algo mareada se incorporó con dificultad, buscando el cuerpo inerte del barbudo empalado en la espada de la mujer, pero no era así. ¿Por qué no le había atravesado con la espada por la espalda? Aún seguía vivo, aunque gemía en el suelo de dolor. El escurridizo arquero seguía lanzando sus flechas, y la desconocida corrió hacia él. Si no se daba prisa el hombretón se recuperaría y acabaría con ella con su enorme hacha. Se puso de pie, partió la flecha clavada en su pierna de un rápido gesto y se abalanzó sobre el caído. Ahora era ella la que a horcajadas lo inmovilizaba. Le agarró la cabeza con las manos presionando con los pulgares en la cuenca de los ojos, hasta convertirlos en una pulpa sanguinolenta. El rostro de aquel hombre era un poema. El pobre emitía unos sonidos guturales irreconocibles cuando Harpálice se levantó y cogió su lanza, Colmillo, para rematarlo. Iba a quitarle el sufrimiento de un golpe rápido y certero.

-¡¡NO!!- El fuerte brazo de la desconocida había tomado el extremo de la lanza impidiendo que ejecutara el golpe de gracia. Sus ojos se enfrentaron bajo la luz de la Diosa Madre y Harpálice pudo ver algo en ellos que le hizo dudar. Durante unos segundos que le parecieron minutos, Harpálice sopesó si dejar vivir a aquel hombre. No tenía fuerzas para enfrentarse a la tozuda mujer en su armadura, además estaba herida y el hombre quedaría sin duda ciego. Su Diosa estaría contenta con la sangre que había derramado en su honor. Bajó la lanza y miró alrededor en busca del cobarde arquero.

- ¿Qué has hecho tú con el tuyo?- Esperaba que no fuera tan tonta como para haberlo dejado escapar.- No estoy acostumbrada a dejar vivir a mis presas.- Las lobas sólo dejaban vivir a las presas heridas para dejar que los pequeños lobeznos se divirtieran con ellas. Era una cuestión de instinto y aprendizaje. Mientras hablaba se agachó junto al barbudo y le puso boca abajo con las manos a la espalda.- Deja de gritar. Has tenido suerte de que ella esté aquí.- Volvió a mirar a la mujer.- ¿Y bien?- Le dijo con una sonrisa radiante.- ¿Qué quieres que hagamos con ellos?- El frenesí había pasado y Harpálice volvía a ser la joven dulce de siempre. Allí estaba desnuda, con el pelo rubio revuelto y sangrando de la pierna. Con todo su peso inmovilizaba al hombre tendido en el suelo.

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19/02/2014, 02:20
Nehira

La paladina continuó la carrera embravecida, con el escudo en alto y preparándose para recibir el golpe que pronto asentaría. Aquel hombre delgado trató de golpear el escudo para evitarlo, pero sin la suficiente fuerza para detener la tonificado mujer que se acercaba con paso firme. Acabó embistiendo el cuerpo del hombre de una forma ruda, empujándolo contra un árbol que se encontraba a su espalda, haciendo así su ataque más doloroso. Miró entonces a su adversario, el cual se encontraba dolorido y mostraba su cabeza sobre el escudo que aún le presionaba contra aquel árbol, quedando frente a frente con el rostro de la paladina. Ésta frunció el ceño y gruñó enseñando los dientes, alzando su puño desarmado y castigando con él el feo rostro del furtivo cazador. Dándole una y otra vez, notando como la carne de su cara se rasgaba dando lugar al brillante carmesí, salpicándose incluso su propio rostro. Cuando consideró que el castigo había sido suficiente se apartó, dejando que el cuerpo del bandido cayese al suelo casi inconsciente por los golpes que le había propinado.

Tras ello un suspiró escapó de entre sus labios, cuando al girarse pudo ver a la mujer agarrar su lanza, con las manos ensangrentadas y llena de ira. Sin poder permitir que la justicia fuera tomada por su mano, se acercó con prisa a la guerrera cogiendo su arma, alzando su voz ante ella para que se detuviera antes de que diese la estacada mortal al hombre que yacía gimoteando en el suelo. Sus miradas volvieron a cruzarse, aunque no con la complicidad de la anterior pues Nehira estaba dispuesta a luchar también por la vida de aquellos hombres. Aunque por fortuna es algo que no tuvo que hacer. La mujer acabó bajando la lanza, tranquilizándose y dejando que fuera la paladina la que decidiera el destino de aquellos hombres.
 

- No te preocupes por el arquero, no volverá a levantarse – respondió a la pregunta de la rubia, con una voz seria y calmada, ya sin mostrar preocupación por lo que su compañera pudiera intentar hacer – Pues a éstas deberás dejarlas vivir – miró un instante a los hombres, sin importarle demasiado el estado de estos, pues suficiente había hecho con lograr mantenerlos con vida.
 

Soltó entonces el pesado escudo en el suelo, salpicado por la sangre del joven que había sido golpeado. Mientras que con su mirada recorría el cuerpo de la mujer desnuda, cubierto en partes por sangre y por barro. Dejó que le diera la vuelta y se quejase por sus gritos, aunque quién podía culparle después del castigo que había recibido. Se acercó tras ello con paso firme a la amazona, la cual parecía disfrutar con todo aquello, portando en su rostro la sonrisa de una niña que aparenta ser inocente. Acabó inclinándose frente a ella, sin llegar a contestar a sus preguntas y colocó su enguantada mano en la parte trasera del muslo de la chica, comenzando a examinar la herida más a fondo. No sería dificil de extraer, pues la calidad no era buena, pero le dolería un poco y tenía que hacerlo ya. Agarró el pedazo de madera que aún sobresalía clavado en su carne y sin mirarla comenzó a hablar.

 

- Aguanta... va a doler un poco, pero es necesario que lo haga para extraer la flecha. Te necesito en plena facultad para que me ayudes a llevar a estos bandidos a su señor – comentó mientras miraba la herida desde diferentes ángulos - ¿Preparada? Contaré hasta tres. Uno... dos... - entonces dio un fuerte tirón justo antes de llegar al tres, retirando la flecha con rapidez de la carne de la mujer, aún con la suya clavada en el brazo.
 

Tras ello se retiró uno de los guantes, mostrando su mano desnuda y colocando ésta sobre la herida de la joven humedeciendose con su sangre. Cerró los ojos y comenzó a susurrar, moviendo sus labios mientras oraba pidiendo ayuda al dios de la justicia, pues la necesitaba para que ésta se viera cumplida. Una pequeña luz comenzó a crearse entre la mano y el muslo de su compañera, la cual no tardó en comenzar a sentir un reconfortante calor en la zona que antes solamente causaba dolor. Cuando finalizó, Nehira retiró la mano, barriendo con la misma la sangre para ver el resultado. La pierna se encontraba mucho mejor y aunque no había sanado del todo la herida ya no era profunda, pues tan solo aparentaba ser un pequeño e inofensivo tajo a ojos de otra persona.