Partida Rol por web

-¡¡Auuuuuuuuuu!!- Harpálice dejó escapar un aullido cuando la lanza de su adversario atravesó su piel como si fuera mantequilla y la empujó con fuerza hacia atrás, haciéndole errar el golpe. ¿Eso es lo que querían aquellos hombres? ¿Hacer gemir de dolor a una dulce chiquilla? Lo habían conseguido y sus ojos se inundaron de lágrimas, mezcla del dolor y la impotencia por haberles dado ese placer.

Para esto había iniciado su largo peregrinar. Cada herida recibida le haría ser más modesta. La soberbia con la que se comportaba a veces podría acabar un día con ella. Era una cura de humildad. Obvió por un instante la necesidad de presionarse la herida para parar la hemorragia. Tendría que hacerlo pronto si no quería acabar desangrada pero no ahora. Ahora no. Tenía delante a un despiadado ser que no iba a tener miramientos contra ella. Cambió el agarre de la lanza e hizo un esfuerzo para seguir manteniendo en alto el escudo y los pies firmemente asentados en el suelo. Entonces lo vio.

El escurridizo hombre de la tez morena y el mostacho negro como el azabache se había escabullido detrás de su atacante clavándole una daga en el cuello. Ni siquiera ella, que estaba de frente a él, había visto a Cassim acercarse. Tenía que aguantar un poco más. 

Empiezan a recular.-Pensó esperanzada, hasta que escuchó como llamaban a los refuerzos.

Tratando de rechazar las embestidas del guardia con lanza y escudo, como su padre le había enseñado, esperó el momento para lanzar un débil ataque, aunque esperaba que fuera más preciso que el anterior.

Ni si quiera podía ver lo que pasaba a mi alrededor, estaba tan concentrada en el hombre que tenía frente a mí que cualquier otra cosa quedaba borrosa en mis sentidos. Ésta vez la suerte me había favorecido, al fin la hoja de mi espada había probado la sangre y aunque aquello no marcaba ni mucho menos el punto final, las tornas habían comenzado a cambiar. No tardaron en comenzar a retroceder, pidiendo auxilio a los guardias que se encontraban en el exterior de aquella posada. Entre mis intenciones no se encontraban la de acabar con la vida de todos aquellos hombres, ni tan siquiera terminar con la de los hombres que nos enfrentábamos en ese mismo instante. Pero su rendición era lo único que aceptaría y no parecían encaminarse en esa dirección.

- Nadie puede escapar de la justicia... al final todos recibimos lo que merecemos – pronuncié de forma entrecortada, sin alzar la voz más de lo necesario para que aquel hombre pudiera escucharme.

Me levanté entonces del suelo reprimiendo un quejido de dolor, apretando con fuerza la mandíbula en el acto. A medida que mi adversario retrocedía yo avanzaba, deseando que todo acabase derramando la menor sangre posible. Agarré la empuñadura de mi arma con fuerza y de nuevo dirigí un tajo hacia el soldado. En esta ocasión mi objetivo no era su vientre, más bien la parte superior de su cuerpo decantándome por su garganta. Las voces de alerta debían detenerse o pronto nos encontraríamos rodeados por la guardia de la ciudad. Algo que a cada segundo que pasaba parecía más inevitable.

Gortnus descargó su hacha sin llegar a herir al vigilante. Aquel perro guardián era más hábil de lo que parecía. Pero su genio se calmó cuando vio venir el contraataque. Sus ojos se abrieron de par en par cuando la daga de su oponente se dirigía directa a su cara. Unos reflejos difíciles de creer en un enano convirtieron ese golpe mortal en un leve corte en la mejilla. Si ya le enfadaba el simple hecho de que le atacasen con un cuchillo, imaginaos como se pondría si realmente le matan con uno.

De todos modos, Gortnus se percató de que no se enfrentaba a ningún principiante y decidió dejar los arrebatos para momentos más oportunos. Sin dejar de presionar a su rival, el comerciante decidió volver a luchar con más cabeza que entusiasmo; forzandolo a dejar un hueco en su guardia para, por fin, darle su merecido.

Bueno que decir de Fizban no cabía de alegría cuando vio su flecha mágica impactar en aquel guardia produciendo que por un instante se desestabilizase mientras la guerrera le asestaba un buen tajo, ¡sí señor eso era trabajar en equipo!

Veía con temor como la muchacha de gracia felina recibía un gran tajo, he dicho que no morirá y ¡no morirá! así que fui a asistir a mis compañeros en el combate, la muchacha sin lugar a dudas no moriría pues ahora enaltecido por mi gran impacto y por mi cobertura todo hay que decirlo, me afiancé en mi seguridad como mago para saltar la barra y encaminarme hacia mis compañeros.

La sangre caliente salió como un torrente del cuello del soldado. La cara de Cassim se iluminó divertida a la par que se apartaba ligeramente hacia su derecha. Estaba acostumbrado a aquel tipo de maniobras y aunque el devenir de los fluidos de los hombres era difícil de prever siempre era mejor intentar esquivar el líquido escarlata que parecer un carnicero. En el mismo movimiento, se asomó por detrás del hombro del guardia y sacó su lengua larga a la mujer, haciendo un gesto obsceno, más burlesco que libidinoso en realidad.

Olió a quemado. Parecía que Fizban hacía de las suyas. Escuchó a Gortnus pelear y protestar. Con saber que seguía vivo a Cassim le servía. La primera vez que había intervenido en su ayuda le había roto un diente con el ímpetu de apartarle de la pelea y eso le hacía actuar con cautela. A la otra chica maleducada le podían dar los golpes que quisieran que él no movería un dedo. Su nariz se hinchaba poco a poco gracias a ella. ¿Y si le lanzaba un cuchillo a la muchacha? 

No, era mejor acabar con aquellos bastardos. Los gritos del guardia apuñalado le molestaban. Estaba buscando otro punto débil del hombre cuándo se fijó en los bártulos de Harpálice sobre la mesa, sin que nadie les prestase atención. Mmm...

Semiagachado por detrás del soldado intentó clavar de nuevo la daga en un punto vital, cortar un tendón y una vez en el suelo degollar a aquel infeliz para que los estúpidos ruidos no le impidiesen ir a husmear lo que había en el interior del saco de cuero. No esperaba un gran botín pero un gato no puede resistirse ante una cesta abierta...

Mientras que el guardia que se enfrentaba al enano seguía probando suerte con su hoja, los otros dos comenzaron a recular lentamente, uno intentando retroceder hacia la puerta, y el otro apartándose de sus dos adversarios, tratando de evitar que le cogiesen la espalda. El mismo rival al que Harpálice y Cassim se enfrentaban renunció a atacar, protegiéndose con su escudo a la espera de que alguien acudiese en su ayuda. 

El intercambio de estocadas continuaba, arrancando el sonido del acero contra el acero, y contra la madera. El enano sufrió un nuevo corte, mientras su adversario seguía eludiendo sus ataques. Al mismo tiempo, el mago consiguió llegar hasta el lugar en el que Harpálice y su compañero Cassim combatían contra uno de los guardias, que había renunciado a atacar para intentar protegerse a sí mismo. 

El hombre estaba defendiéndose como un jabato, pero no tardaría mucho en sucumbir ante ellos. Volvió a cambiar el agarre de la lanza y así tentar al guardia para que la atacara y que así Cassim pudiera acabar con él de un único ataque. No sabía si el experimentado mercenario acabaría picando el anzuelo y si su extraño compañero advertiría sus intenciones.

- ¡Muere!

Fizban o debería decir el gran Fizban sacó su daga y flanqueó al soldado que atacaba a la muchacha de rasgos felinos. Era hora de demostrar la validez de sus palabras.

Las cosas no van todo lo bien que podrían ir para Gortnus. El oponente que tiene en frente esta demostrando ser demasiado escurridizo para el enano. 

Después de recibir un segundo corte, el enano toma consciencia de la situación y se centra en mantener su posición sin arriesgarse a ser cogido por sorpresa otra vez. "Esa hoja no le va a herir otra vez. ¡Lo matare de cansancio si hace falta!" Piensa el enano con cierta frustración.

Mi ataque no hizo más que arañar la armadura del contrario, con un golpe que no llegó a traspasarla. Pero al menos me dio tiempo a alzar el escudo para detener su lanzada antes de que ésta volviera a penetrarme. Las heridas aún ardían en mi cuerpo, haciendo mis ataques más lentos, pero él también había sido herido y ahora era quien retrocedía. Miré un instante al resto de los adversarios, uno parecía tener profundas heridas y no aguantaría demasiado, mientras que el que se enfrentaba al enano aún se movía con agilidad empuñando la pequeña daga. Pero sin duda alguna, mi mayor rival era el que lanzaba golpes contra mí, el hombre que había encabezado aquella batalla llevándola hasta un límite que no habría imaginado.

- No tenéis escapatoria, lamentareis haber intentado a saltar a una joven - dije mientras aún avanzaba con el escudo en alto, intentado darle una oportunidad antes - Tirad vuestras armas y no perdáis la vida por una causa impura, aún podéis pagar por vuestros pecados sin que Dios se lleve vuestra alma impura.

Dudaba que ese hombre bajase las armas, pues aunque para ellos tres las cosas fuesen cada vez peor, un grupo mayor nos esperaba en el exterior de la posada, un grupo que tarde o temprano echaría de menos a sus compañeros. Alcé de nuevo mi espada apuntando hacia el hombre, flexionando mi brazo buscando mayor fuerza para asentarle una dura estocada con la intención de terminar con su vida. No quería hacerlo, pero no veía otra forma de acabar con todo esto.

La voz de la paladinesa resonó en toda la posada. Los adversarios titubearon un instante, mirándose entre ellos, mientras Nehira y los suyos (bueno, entendedme, los que combatían de su mismo lado), aprovechaban la instantánea tregua para tomar aliento. Al fin uno de los guardias (el mismo que se enfrentaba a la paladinesa) habló, mirándola con desconfianza.

- Está bien. - dijo, dejando así claro que no tenía ninguna gana de morir - Dejadnos que nos retiremos hacia la puerta, y tiraremos las armas.

El silencio hizo que desde el exterior llegasen los sonidos apagados de los parroquianos que estaban siendo detenidos. No había pasado mucho tiempo desde que comenzase la refriega, pero el intercambio de golpes había sido brutal, y difícilmente podrían derrotar a otros cinco guardias más.

Gortnus estaba agitado por el incesante intercambio de golpes y estaba empezando a hacer cálculos de lo que le llevaría derrotar a otros cinco de esos supuestos guardias. Así que cuando los guardias consideraron las palabras de la mujer, no hizo nada por evitar que se retirasen aunque para nada bajó las armas.

-Parece que los guardias van a ser personas sensatas al fin y al cabo.- Dijo Gortnus. No le gustaba mucho la idea, pero quizás fuese mejor marcharse ahora que tenían la oportunidad. Miró a las dos mujeres reconociendo que eran mucho más de lo que aparentaban. -Propongo que nosotros también mantengamos la tregua hasta salir de este embrollo. Primero salgamos de aquí.- Y volvió la mirada hacia los guardias, atento a cualquier ademán de reanudar el ataque.

¡Cobarde!

La sucia rata sólo pretendía ganar tiempo para venir con los refuerzos y, entonces, volver a envalentonarse y matarlos a todos. Conteniendo toda la rabia que la inundaba por dentro, Harpálice comenzó a retroceder hacia sus cosas sin bajar aún el escudo.

En cuanto estuvo a cierta distancia se colgó el escudo a su espalda y con los jirones de sus ropas presionó la herida del hombro para cortar la hemorragia.

- Tenemos que salir de aquí cuanto antes. La palabra de ese guardia no vale nada.- Dijo en susurros a su compañera de armas. Tenía miedo de que Nehira fuera demasiado confiada y eso le costara la vida. Lo más rápido posible reorganizó su petate y ya estaba lista para partir, aunque fuera por la ventana. Echó un vistazo para ver cual era la situación afuera.

Cassim aún seguía buscando el hígado del soldado cuándo la voz de la desvergonzada que le había golpeado se elevó sobre el resto hablando de clemencia, rendición, perdón y paparruchas varias. Con incredulidad, el visirtaní se quedó como congelado, daga curva en alto cuando Gortnus, desde el otro lado del bar jadeó y bajó el hacha. 

No le sorprendió tanto que los guardias se rindiesen. Eran alimañas y querían vivir otro día para seguir cagando fuera de su madriguera. En fin, se había acabado la diversión. Limpió su arma a la capa del guardia mientras le miraba con desprecio y luego se colocó el bigote y miró su nariz hinchada  en el reflejo de la jambiya. Mmm... se sentía más atractivo que de costumbre. Era la confianza de haber peleado bien.

De repente, se acordó de algo, pues su pequeño cerebro procesaba bien las cosas, pero siempre de una en una. Miró al enano y a Fizban, y luego a las muchachas, señalándoles la puerta dónde había colocado la mesa y se escuchaban los gritos de los parroquianos que aún quedaban en pie y eran apresados por la guardia.

Aprovechando la distracción, se abalanzó sobre la mesa con el hatillo de cuero, y con él bajo el brazo echó a correr como alma perseguida por el diablo saliendo por la ventana. ¡Ah! ¡Cómo en los viejos tiempos!