Partida Rol por web

Harpálice sabía que la situación iba a ser complicada. Llegaría la guardia, armaría un escándalo, se pavonarían delante de las damas y les acosarían a preguntas una y otra vez. Quizás tuvieran que dormir en el calabozo una noche hasta que todo se aclarara mientras al ladronzuelo le cortaban una de las manos. Una de esas manos de piel oscura y dedos largos y ágiles. 

No, Harpálice, concéntrate.

Sin embargo, la guardia de Castemir era de las del tipo ”mejor no te encuentres en apuros”. No es que estuviera sorprendida pues conocía cómo eran de mezquinos los hombres sino que estaba cabreada consigo misma por saber que Nehira, con su mirada reprobadora, iba a tener razón. Le estaría días recordando su falta de moralidad, opinión que por supuesto no compartía. Si los hombres eran tan fáciles de manipular enseñando un poco de piel no era su problema.

Aprovechó la sorpresa inicial que le provocó la reacción de la guardia para seguir fingiendo que estaba asustada y se tapó el busto con uno de los brazos mientras se escabullía por el suelo para colocarse detrás de la paladina. Por fuera era una sirvienta, una muchacha asustada por su inminente violación. Por dentro, bajo esa apariencia de vulnerabilidad, la ira le consumía convirtiéndola en un fiero enemigo.

¿Tú y cuántos más?- Es lo que le hubiera gustado contestar al guarda, pero es que efectivamente había unos cuantos y, encima, otros esperando fuera. Así que lo que dejó salir de su boca fueron unos gemidos de muchacha asustada. Ya estaba ahí. Colmillo estaba a su alcance y, junto a ella, estaba su amado escudo. Llevó su mano libre a la espalda, donde aún estaba su cuchillo. Más le valía a aquel guarda haber esparcido su semilla en el vientre de alguna puta de Castemir pues si se le acercaba más iba a dejarle sin el instrumento para reproducirse.

Lo que sí que sorprendió a la salvaje mujer fue las palabras del tercero de los hombres por los que estaban en aquella situación. ¿El compañero del ladrón y el enano trataba de defenderla? Sus ojos felinos se clavaron en él intrigada.

¿Cómo explicar lo que ocurrió después en aquella taberna? Quizás fuese la adrenalina que todavía corría por las venas de Gortnus o el honor que desprendía cada una de las palabras que había pronunciado aquella mujer o que aquellos odiosos y apestosos guardias estaban pidiendo a gritos que les diesen una lección o que incluso el inesperado, aunque poco convincente, arranque de valor de Fizban le impidiese ser menos o puede un poco de todas y cada uno de los motivos enumerados anteriormente. Además, ¿que gran historia se basa en una decisión tomada con la sangre fría o tomando el siguiente paso lógico más razonable teniendo en cuenta la situación? Pues eso.

Bien, partiendo de esta base. Cuando Gortnus llegó hasta la mesa donde se encontraban sus bártulos, decidió que lo único que necesitaba era su escudo. Dio unos pasos firmes que denotaran su posición de apoyo hacia la mujer. "De todos modos, no merece la pena hacer negocios en un lugar donde la cerveza no es mejor que el agua de un abrevadero." Se dijo a si mismo como vaga excusa para lo que iba a hacer a continuación. Con una posición firme y la expresión más seria que el enano haya podido adoptar jamás apuntó con su hacha a uno de esos desgraciados disfrazados de guardia. -Creo que aquí estábamos discutiendo algo que no os concierne. Y nada me disgusta más que dejar una discusión a medias.- Sentenció el enano en tono amenazante.

La sonrisa se le había borrado instantáneamente, y con ella esfumándose aún de sus labios, se escondió como pudo bajo la mesa, apartándose del camino de los guardias. ¡Ah! ¡Qué lejos quedaban aquellos tiempos en los que Cassim y sus 39 hombres inspiraban respeto y admiración a partes iguales! El tiempo había golpeado al ladrón transformándole en un roedor, cómo había quedado demostrado. Pero el roedor aún tenía el queso… Miró el trozo de papel y pensó que sería buena idea romperlo, tragárselo y memorizarlo. No, el orden correcto no era ese. Lo principal era romperlo, así que usando la daga lo dividió en cuatro partes y se guardó los pedazos: uno en la bota derecha, otro en el bolsillo de su pantalón, el tercero bajo la armadura y el cuarto… ¿dónde estaba su turbante? Ah… en el suelo. Así que se lo metió en la boca.

Desde su posición vio las botas aceradas de los guardias y empezó a ponerse tenso. Se sentía incómodo sin su particular sombrero, y aunque nunca lo reconocería, sin su compañero enano cerca, así que como al primero ya lo tenía localizado, al otro lo buscó con la mirada.

Gortnus parecía dispuesto a ayudar a la mujer, a la que los guardias, ignorantes del propio Cassim, parecía que iban a castigar. ¡Vaya! Aquello sí que podía ser divertido. Un dolor en su cara, del golpe que le había propiciado la otra mujer, le recordó que no merecían ayuda alguna, las muy insolentes. Menos mal que ni el enano, ni el brujo ni él, eran unos caballeros.

-Creo que aquí estábamos discutiendo algo que no os concierne. Y nada me disgusta más que dejar una discusión a medias.- Sentenciaba el enano en tono amenazante. 

¡No! Por todos los dioses del inframundo… ¿Qué más podía salir mal hoy?… eso implicaba pelea. ¡Y de las que le gustaban al enano! Ya le había visto varias veces ensayar esa frase delante de algún espejo de plata para poder soltarla con tintes dramáticos mientras se retorcía los bigotes. ¡Enanos comerciantes!. Pero si había pelea él no se iría con el rabo entre las piernas. Al ladrón le vino una mueca lobuna a su afilado rostro pues nada le encantaba más que encontrar una espalda desprotegida, ajena a los navajazos o golpes. La cara de sorpresa de los atacados era siempre reconfortante y por su manera de hablar aquellos guardias necesitaban una lección.

Cassim hizo girar la daga curva en su mano mientras desde su altura vio a Fizban descolgarse sobre la barra cómo una bailarina - de las baratas - de Costatortuga. Meneó la cabeza al comprobar que el mago enseñaba toda su dotación. Imposible no verlo desde el suelo. Desde luego ¡aún el día podía ir a peor!

Cómo no podía decir nada sin que el trozo de mapa se saliese de su boca pensó que lo mejor era evitar que más guardias entrasen en escena. Aquello tenía que ser justo y todo el mundo en Visirtán sabía que una pelea de 5 contra 3 era justa. Así que sin pensárselo dos veces se incorporó con vehemencia y empujó la mesa bajo la que estaba para levantarla y bloquear la entrada. Había tiempo para que el día mejorase...

Ante las palabras de la pertrechada mujer que se les enfrentaba, los guardias soltaron una carcajada. No les intimidaron más las del enano, que parecía dispuesto a unirse al bando contra el que no hacía mucho se enfrentaba (eso sí, verbalmente). El primer guardia fue el que habló.

- ¿Qué os parece, muchachos? - sonaba más como un matón de arrabal que como un soldado - Por lo visto esta moza quiere que la matemos antes de montarla. - miró a Nehira.

- Y al parecer el enano también tiene ganas de pelea. - añadió otro de ellos - Enseñémosle a meterse con los de su tamaño. - dijo, con una sonrisa torcida.

Me dirijo hacia el mostrador necesitaba esa barra como protección mientras lanzaba alguno de mis hechizos, sabía que mi ataque llegaría tarde pero no serviría de mucho lanzar mi conjuro desde esa posición siendo un blanco fácil para los soldados ya que al lanzar un conjuro te quedabas indefenso encima si sufrías daño perdías la concentración. En cambio mis compañeros y las mujeres como percibí eran habilidosos guerreros sin lugar a dudas podían soportar el embate de los soldados mientras cogía una astuta posición.

La inmensa mayoría de los magos eran charlatanes los conjuros que conocían eran meros conjuros instrumentales para la vida cotidiana además de haber pocos de mi clase. Ésto hizo que comprendiera porqué los soldados se dirigieron hacia mis compañeros pasando de mis intimidaciones.

Me sorprendió la actitud de los que aún permanecían en la posada, el enano y el otro hombre que había alertado de la presencia de los guardias. Tragué saliva mirándoles un instante, sin apartarme de la posición. Parecía que poco a poco las tornas habían cambiado pues ahora nos encontrábamos en superioridad numérica... si no contamos a los guardias del exterior, que sin duda no tardarían en irrumpir tras escuchar el choque de espadas y los gritos de dolor. Añadiéndole a todo eso que iban mejor armados que nosotros, para una maldita vez que me deshacía de mi armadura.

Miré con cierta ira al hombre que aún se mostraba frente a mí, escuchando sus ofensivas palabras, las cuales cesarían después de que mi espada cortase su lengua. Pero tenía que tratar de controlarme, pensar con claridad cada uno de mis movimientos o sino lo acabaría lamentando. Ya me había encontrado en situaciones así y había logrado salir con vida, quizá en esta ocasión Dios también me sonreiría.

Cuando entonces sin más demora se abalanzó contra mí, mientras que yo sin dudarlo iguale su acción. La hoja de la espada silbó por la rapidez y fuerza de mi acto, lanzando un golpe horizontal con la intención de destripar al cerdo que babeaba con la idea de matarme para forzar a mi única amiga. Pero eso era algo que no estaba dispuesta a dejarles hacer con facilidad.

Mientras el primer guardia avanzaba hacia Nehira, el segundo se abalanzó en dirección a Gortnus, quién había gritado llamando su atención. Lanza en ristre, se disponía a traspasar al enano de extremo a extremo: no cabía duda de que aquellos guardias (si es que se les podía llamar así) estaban buscando un pretexto para meterse en una pelea de verdad.

¡Joder!- Los putos guardias iban en serio. No les intimidaban las palabras del enano, ni las de sus amigos, y se acercaban a Nehira peligrosamente. Una mirada rápida le bastó para localizar su lanza y escudo. Decidió que lo mejor que podía hacer era hacerse con ellos lo primero, pues con el cuchillo difícilmente podría enfrentarse al guardia embutido en su armadura y portando su lanza. Corrió lo más rápido que pudo y se colocó en escudo en el brazo izquierdo. Después tomó a Colmillo con rabia, quitándole el trapo que ocultaba el filo metálico.

En ese momento, el tercer guardia, que había estado aguardando su oportunidad, se abalanzó sobre Nehira, aprovechándose de que ésta había centrado el golpe en su compañero. Nuestra paladinesa estaba en problemas... pero no era la primera vez que se enfrentaba a una situación así. Nehira no era de las que se amilanaban.

El baile ya había comenzado. Cada uno de los contendientes habían dado el primer paso hacia un destino incierto. Gortnus vio como los guardias empuñaban sus lanzas con intención de ensartar lo que pillasen por delante.

Como os podéis imaginar, morir no entraba en los planes de este enano testarudo. Así que, con un grito que despertaba el ímpetu de batalla de un orgulloso enano de Moru, levantó sus armas con la intención de enseñar a esos guardias de lo que es capaz este comerciante.

Con el trozo de mapa en la boca y procurando no tragarlo, Cassim empujó desde abajo la mesa para intentar interponerla entre los guardias del exterior y el salón. Si alguno quería pasar para echar una mano a sus compañeros al menos tendría que arriesgarla, pues el visirtaní estaba atento desde la cobertura que le ofrecía la madera del mobiliario.

Mal comenzaron las cosas para nuestros héroes en cuanto la guardia intervino. Tras un breve intercambio de golpes, Nehira sufrió dos lanzadas, que atravesaron su cota de mallas, causándole sendas heridas, las cuales comenzaron a sangrar profusamente. Ella, por su parte, trató de descargar un espadazo sobre el primero de los guardias, pero su hoja no alcanzó blanco alguno.

- Vas a morir, zorrita. - dijo uno de ellos.

Por su parte, el enano no tuvo mejor suerte. Su hacha se dirigió al lugar adecuado, pero las escamas de la armadura del guardia repelieron el golpe. El guardia no tuvo mejor suerte: la lanzada que intentó sobre el enano fue a aterrizar al aire, escapando de sus manos.

- ¡Mierda! - espetó.

Por su parte, Cassim corrió todo lo deprisa que pudo hacia la puerta, empujando una mesa para bloquearla. Ah, previsor el ladrón, con aquello ganarían un tiempo muy valioso.

La guerrera abandonó la pose de campesina violada para correr a por su lanza. Tuvo tiempo de cogerla y retornar junto a su amiga y compañera, Nehira, para ver cómo las lanzas de sus enemigos traspasaban su armadura.

El mago, por su parte, se desplazó hasta la barra. Aunque los guardias no habían reparado en él, no era de los que se arriesgaban...