Partida Rol por web

Nehira avanzó por la gran caverna, protegiendo al mago, pero "algo" le decía que no correr contra la arpía era una muestra de cobardía, impropio de un paladín. Lo descartó por incorrecto y fuera de lugar y siguió avanzando. En ese momento la arpía terminó su encantamiento o conjuro, y las otrora inertes estatuas se movieron para interceptar a al enano y la guerrera. La paladina aún no había llegado para ensartar a la arpía con su espada, sin embargo, con sus pétreas guardianas enfrentadas a sus compañeros, Nehira tenía un blanco claro en la arpía, así que alcanzó su casi olvidada hacha arrojadiza y, encomendándose a sus dioses, la lanzó con todas sus fuerzas con la causa de todos sus padecimientos.

Fizban se escondía detrás de la Nehira, iba a un paso lento, mientras sus compañeros corrían hacía la arpía.

- Vamos Nehira, aligeremos el paso. - Dijo Fizban a la paladina a la vez que se apoyaba en su espalda.

El mago estaba preparado para lanzarse contra la arpía en cuanto esta estuviera al alcance.

Al tiempo que las estatuas se cerraban frente a ella, protegiéndola, la mujer comenzó a entonar nuevos cánticos oscuros que llenaron la estancia con sus siniestros siseos. La luz iridiscente de los hongos de las paredes parecía atenuarse a medida que la criatura invocaba a las tenebrosas divinidades a las que servía, y el poder de la serpiente caía de nuevo sobre nuestros héroes.

- Hun okahs sssharkarrrr. Gathum ossh kha.

Por entre las escasas rendijas que dejaban las dos estatuas, nuestros amigos comenzaron a ver cómo el pellejo de la criatura se tornaba grueso y escamoso.

El combate se trabó rápidamente. Gortnus y Harpálice ocuparon la primera línea de combate, intercambiando golpes con las estatuas, cuyas dagas pétreas cayeron sobre ellos como terribles colmillos asesinos. Repelió el golpe la cota de malla de Gortnus, mientras que la puñalada dirigida a la guerrera fue a topar con su escudo. Pronto llegaron las réplicas, pero ambas toparon con la pétrea piel de las serpientes antropomórficas a las que se enfrentaban.
Desde la segunda línea, Fizban dudaba, guardando su poder para la mujer serpiente. Mientras, Nehira sacó un hacha arrojadiza del cinto, y la lanzó buscando a la maldita arpía que les había encerrado allí. Sin embargo, apenas había hueco para que el impacto la alcanzase, y en su lugar el hacha se clavó en una de las estatuas, la que combatía con su amiga Harpálice.

Nada sabían del visirtaní, el cuál había desaparecido entre las escurridizas sombras de la cueva. Caminaba Cassim con cuidado, bordeando a sus enemigos en busca de una buena ocasión de golpear. Y pronto la tuvo, pues tras no mucho caminar, se encontró a la espalda de la mujer serpiente. Sólo unos metros le separaban de ella*, y su cimitarra estaba presta al golpe.

Continuaban su ofensiva las estatuas, en especial la que atacaba a Gortnus, la cuál volvió a preparar su daga para descargar un mortífero golpe sobre el enano...

Mantén la calma, Harpálice.

No esperaba haber provocado grandes daños a la estatua con sus estocadas. Simplemente seguía tanteando su poder y pericia en combate mientras mantenía la guardia alta. Aún debía esperar el momento justo en el que viera un hueco. Daba así la oportunidad a sus compañeros de llegar hasta la arpía, aunque las moles de roca impedían el paso. En cuanto vio venir la dága de una de las estatuas elevó el escudo. La fuerza del choque le permitió evaluar la terrible fuerza de su contrincante. Apretó los dientes para aguantar el envite y soportar el dolor. De nuevo ejecutó unas fintas y cuando vio la ocasión lanzó otra estocada con Comlillo, aún sin bajar demasiado la guardia.

No cejó en su empeño la segunda estatua de acabar con la guerrera que ante ella se situaba, descargando un nuevo dagazo sobre ella.

La daga de la estatua animada se topó con la cota de Gortnus pero, del mismo modo, el hacha enana rebotó inofensivamente  en el pétreo cuerpo de su rival sin causar la más mínima mella. Y es que, estaba claro, no era lo mismo cortar piedra que la tierna carne de un ser orgánico. -Juegas con ventaja, malnacido.- Le dijo sin esperanzas de una respuesta mordaz por parte de su contrincante.

Estaba claro que el enano necesitaba un nuevo enfoque. Sin un arma contundente a mano, debía encontrar un punto débil en la manufactura de aquella estatua. Gortnus conocía la piedra pero no era escultor por lo que no disponía de más recursos que su instinto para hallar la manera de tirar abajo a aquella mole de piedra. De modo que, con más maña que fuerza, buscó el momento para asestar su golpe en aquella estatua.

Gortnus y Nehira estaba luchando contra los pétreos guardianes de la arpía y ni siquiera su hacha arrojadiza había podido alcanzarla. La paladina tubo que resistir el impulso de cargar hacia la batalla, dejando desprotegido a Fizban. Probablemente nadie lo atacaría si se alejaba de él pues no había nadie más para atacarle, pero también pensaba que la arpía estaba sola en la sala hasta que se movieron las estatuas.

Nehira siguió avanzando con paso seguro y rápido, pero sin llegar a cargar, para acercarse al combate y ayudar a sus compañeros para acabar con los protectores de la arpía y así poder dar muerte a la maldita mujer de una vez por todas.

Los ojos amarillentos del de Visirtán medían la distancia con la arpía mientras sus pies procuraban deslizarse con suavidad sobre la roca. Miró a Fizban, pues el fornido mago tenía la daga del cornudo... pero estaba demasiado lejos. La luz se reflejó en la cimitarra cuando el ladrón la levantó sobre la cabeza dispuesto a asestar un golpe eficaz.

Fizban siguió avanzando detrás de Nehira, cuando intentaba forzar la marcha, no podía debido a sus heridas, pese a que intentaba que no se le notasen, ahí estaban y no le permitían ir a la carrera a por esas dos moles. Aún así intentó acercarse donde estaban las dos estatuas de roca, para así poder ayudar a sus compañeros. Tenía en mente ya el hechizo de dormir, para lanzarlo a sus adversarios, en cuanto estuviese lo suficientemente cerca para lanzar y no fallar.

- Nehira, sigue tu adelante, yo me quedo aquí.

La mujer serpiente comenzó a entonar un nuevo cántico casi al mismo tiempo que Fizban lo hacía. Sus oscuras invocaciones pusieron los pelos de punta a todos los presentes, en especial a Cassim, que se situaba detrás de ella esperando el momento idóneo para golpearla. Sin embargo, y pese a los temores de los presentes, nada pareció suceder cuando los cánticos concluyeron.

- ¡Pronto estaréis muertos, perros infieles! - gritó - ¡Y Slaashk os atormentará para siempre en sus salones!

Las palabras mágicas resonaban en la cueva. Fizban gesticulaba casi al tiempo que la mujer serpiente, y pronto hubo de observarse el efecto de tales invocaciones: una de las estatuas tornadas de seres serpénteos, la que enfrentaba a Nehira y Harpálice, se desplomó víctima del hechizo ejecutado por el mago. Y ya tuvieron mala suerte, pues al hacerlo, cayó sobre las dos mujeres, que intentaron apartarse antes de quedar atrapadas bajo su inmenso peso. Lo logró Nehira, quién saltó impulsada por la fuerza de su dios, mas no así Harpálice, a quién el peso se le vino encima, golpeándole y haciéndola quedar atrapada bajo la piedra de la que aún parecía hecha la criatura.

Concluyeron las invocaciones de la mujer serpiente sin que ninguno de los presentes pudiese imaginar qué desgracias habrían de acontecerles, pues ningún efecto visible se produjo. Mientras tanto, Gortnus continuaba con su particular lucha contra el otro ser pétreo. Ya frenado de su ímpetu arremetedor, descargó el hacha contra el ser, pero su piel de piedra repelió el golpe, arrancando chispazos en el proceso. El enano sintió cómo el brazo le hormigueaba al golpear a aquella criatura, casi al mismo tiempo en que su daga caía sobre él sin compasión alguna. El golpe, guiado por la ciega magia de algún dios oscuro, buscó el corazón del enano, mas sólo encontró su cota de malla, que lo repelió sin dificultades.

Mientras todo esto sucedía, Cassim se aproximaba por la espalda cimitarra en mano. La distanca a cubrir era considerable, mas hubo de caminar despacio, pues cualquier tropiezo habría arruinado su ventaja. Sin embargo, ya se veía muy cerca de la espalda de la mujer...

Por algo el padre de Harpálice había entrenado a su hija en combate de lanza y escudo. La pobre era lenta de reflejos. Pro lo tanto no pudo ni imaginar que la estatua se le venía encima. Simplemente pensó que se abalanzaba para propinarle un fuerte golpetazo por lo que interpuso su escudo para detenerlo. Sorprendida por no poder contrarrestar el peso de la mole cayó al suelo saboreando su propia sangre en la boca.

- ¡Ouch!- Una vez repuesta de la aparatosa caída luchó por quitarse a la mole de encima. No sería la primera vez. Incluso en aquella difícil situación la mujer dejó escapar una sonrisa, mezcla de rabia y melancolía. Iba a quitarse de encima a esa estatua como se quitaba de encima a los hombres que caían extenuados tras tener relaciones sexuales con ella. iba a hacerlo porque tenía claro que iba a vivir.

- ¡Mmmmpppfffggrrrrooooaaarggg!- El grito de la guerrera fue acompañado del estruendo de la roca al caer al suelo pesadamente.

Fizban cuando vio una de las moles de piedra empezaba a caer, le entró un sudor frío por todo el cuerpo.

- ¡Cuidado! - Gritó, pero no sirvió de mucho, ya que la pesada estatua cayó sobre el delicado cuerpo de Harpálice. Por suerte Nehira tuvo más reflejos y en el último momento se salvó

Rápidamente, Fizban se dispuso a ayudar a la guerrera, pero no hizo falta. Está parecía tener una fuerza increíble, y consiguió quitarse la pesada piedra ahora inerte, de encima.

Cuando levantó la cabeza pudo comprobar que la maldita arpía, la tenía a la vista, al caer la estatua de roca quedó un hueco que Fizban no dudó en aprovecharlo e ir a por ella. Daga en alto se dirigió con pensamientos de clavarla lo mas próxima al corazón.

- Ahora si que morirás, ¡maldito bicho! -

Viéndose ya privada de la protección de sus guardianes, la mujer serpiente enseñó las garras, y se arrojó contra sus adversario más cercano, en este caso Nehira, quién tras apartarse de la trayectoria de la estatua quedaba casi a su altura.

- ¡Muere! - gritó poseída.

Atacó a la paladín con sus garras, las cuales se extendían desde sus dedos de forma que resultaba imposible distinguir dónde acababa la carne y empezaba el hueso. Aquellas garras ya las había probado Fizban en el pasado...

El brazo de Gortnus parecía estar pidiendo a gritos una tregua en aquel infructuoso intercambio de golpes mientras hacía el esfuerzo de no soltar su arma ante el creciente hormigueo. Pero el enano parecía desoír deliberadamente los quejidos de su extremidad pues, como su brazo bien debía saber ya a estas alturas, el orgullo se lo impedía. -A penas estoy calentando contigo, feldespato.- Fanfarroneó con cierta crispación en su voz. Realmente aquel ser animado lo estaba sacando de sus casillas. Si bien sabía el comerciante que era suficiente conque lo mantuviese ocupado mientras sus compañeros daban cuenta de la mujer serpiente, una parte de sí que crecía con cada hachazo que asestaba deseaba hacer añicos a su oponente.

Y más crecía su enfado al ver que ya por segunda ver la daga de la estatua alcanzaba su cota de malla aunque no llegase a atravesarla. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Que lo hiriesen con una daga era la peor humillación que podía sufrir. Unos días atrás un guardia de medio pelo le dejó un feo corte en la mejilla y ahora un oponente que ni siquiera estaba vivo de verdad trataba de trincharlo como un trozo de carne cualquiera. Sujetando su hacha con ambas manos, descargó un fuerte golpe apuntando a una zona articulada esperando que allí flaquease la integridad de su material. 

Es justo decir que si Cassim no llevara turbante, sus cuatro pelos serían poco más que un mar de sudor. Gracias a los dioses, que habían mirado para otro lado en tantas ocasiones durante la larga vida del ladrón, esta vez ni una mísera lágrima de esfuerzo se escapó desde la prolongada nariz del de Visirtán hasta la empuñadura de la cimitarra. Eso podría haber sido fatal para la consecución del golpe que él esperaba dañase a aquella criatura monstruosa antes de que hiciera daño a nadie.

A la par que el "bicho" gritaba, él salió de las sombras y trató de asestar un golpe oblicuo apuntado a la cuarta costllla izquierda. Mientras la hoja hendía el aire, Cassim cerró los ojos.