Partida Rol por web

Se podía decir que la habitación consistía en un antiestético amasijo de madera, penosamente iluminado por una vela y carente de todo tipo de función religiosa. Aquel lugar parecía un retoñal almacén, en vez de la capilla que se suponía que debía ser, lo cual tuvo el primoroso efecto de avivar la atención del adormilado Hiroshi, posando las llemas de la mano derecha sobre la empuñadora de la katana y deslizándose sobre ella rasposamente.

-Kiku-san -masculló en voz baja mientras giraba parcialmente la cabeza, lo justo para poder mirar de reojo a la cortesana-. Será mejor... - Tarde, la chica ya había pensado en eso. El grulla sonrió y apartó la mano de la estimulante espada. Aquello que se avecinaba no sabía si podía clasificarse dentro de las competencias de un magistrado o de un yojimbo-.

Mirándola relajado y con firmeza, aparentemente ajeno a cualquier tipo de dudas interiores, no tardó en extender la mano y entrelazar sus dedos con los de ella, por debajo de la cintura.
Después, con la otra mano, con seguridad y una falsa experiencia que nadie imaginaría, subió hasta alcanzar por un lado el cuello de Kiku y allí apretó suavemente como si fuera a hacer un masaje. Sin dejar de mirarla a los ojos, empujó hacia él suavemente su nuca mientras recorría con su cuerpo las dos pulgadas que les separaban y la besó en los labios.

-En realidad, no. Pero es que me parece haberte visto antes, aunque no recuerdo donde...- finge hacer memoria a la espera de que la mujer diga algo.

Kiku responde al beso del Doji con la pasión del deseo anticipado cuando es resuelto por fin. Sus brazos rodean los hombros de Hiroshi, recreándose en sus músculos y en la línea masculina que forman con el cuello.

Cuando por fin se separa un poco del grulla, la chica le mira a los ojos, brillando en ellos el ansia de más besos. Sin embargo, da un paso atrás.

-Me haces muy feliz, Hiroshi-san, al corresponderme de esta manera tan sincera. Desde casi el primer momento en que te ví te deseé. Pero...- mira hacia el suelo -...me temo que mi hermana no lo ve con los mismos ojos que yo. Oh, no le he confesado mi amor por tí, pero inequívocamente le he dado a entender que os veo con buenos ojos. Y creo que no le ha gustado.-

-Pudiera ser, señor. Cuando era pequeña trabajé en Bayushi Kyuden al servicio de Doji Uriko, invitada de la familia escorpión.- te responde la mujer, siguiendo arrodillada.

Me acerco al criado, con aire de cansancio, y cuando llego a la altura de la puerta de Shigeru, me abanico con firmeza, aunque como si me costara un esfuerzo, mientras aspiro un par de veces.

-Oh!... Creo... que andar tanto esta mañana en el mercado me ha... sofocado... Estoy... mareada.

Empiezo a inclinarme un poco, pero hago un gesto severo con la mano, claramente "no", cuando el guardia hace acción de sostenerme.

-Un... escabel, por favor... o un cojín...

Si hay alguno cerca, se lo señalo con la mano, en caso contrario, le digo:

-Id a buscarlo, pero no molestéis a nadie en su habitación, no a esta hora... Id a algún salón...

Eso que dice tiene que ser cierto a la fuerza. No se arriesgaría a mentir en algo que puedo comprobar con relativa facilidad. No, no tiene nada que ver con lo que sucedió en la posada.

-Sí, es posible que sea eso. Levántate, no deseo que interrumpas tus quehaceres por mi culpa. Que tengas un buen día. - con una sonrisa amable se despide de la mujer, compensando en cierta medida el haberla incomodado.

¿Y ahora qué, Takuro?

Su afición por los jardines le lleva hasta el que adorna el palacio, buscando algo de inspiración entre la grava, las fuentes y la cuidada vegetación.

Era extraña la naturalidad con la que su entrenamiento y educación en el riguroso código del bushido había empezado a derrumbarse a la primera oportunidad. No podía evitar sentirse en parte culpable por traicionar algunos ideales en los que había creido firmemente durante toda su vida.

Kiku-san se alejó de su último beso, pero aún así el grulla la sujetó suavemente por una mano. Al diablo con todo, deseaba poseerla allí mismo.

Pero decidió esperar. Tragando saliva, recobró la compostura antes de hablar:

-Tu hermana quizás también me desee a mí -respondió, halagado, pero sincero-, quizás siente envidia por tu dicha, quizás quisiera ocupar tu lugar -comenta, soltando la mano de Kiku-san, y apartándose un poco para mirar la llama de la vela-.

Piensas un poco en las conversaciones que acabas de tener, intentando sustraer de ellas la verdad o la mentira.

-¿Mi hermana?- Kiku se tapa con la manga para reirse en voz baja. -No lo sé, no creo. No sería su estilo. Creo que se siente avergonzada por mi comportamiento, teme que haga alguna tontería y la ponga en ridículo.-

La chica te mira a los ojos un segundo. Cuando parece que todo va a volver a empezar, un rayo de sol que entra por la ventana la deslumbra.

-Oh, es casi la hora de comer. Si mi hermana vuelve y no me encuentra allí... creo que deberíamos volver.-

-Lo siento señora, pero...- el hombre mira a un lado y otro, impotente ante la ausencia de criados en ese momento. -Apoyaos aquí, por favor.- sugiere señalando la jamba de madera de la pared junto a él. -Tan pronto pase un criado, se lo pediré. Relajaos.-

La Dama Shosuro agradece con un gesto silencioso la sugerencia del guarda, y se apoya en la jamba, con un suspiro. Sigue abanicándose, con una clara expresión de alivio en su rostro, mientras cierra los ojos.

Meditas un poco sobre lo que ambos sirvientes te han dicho y lo que podría haber tras de sus palabras en base a su actitud. Sin duda el menos sospechoso era el halconero, que se ha mostrado muy seguro. Casi demasiado. De hecho, su historia te ha parecido muy bien entrenada, como si estuviese esperando ese tipo de preguntas sobre su pasado. Los datos y nombres que ha dado le han salido tan de inmediato como si estuviese esperando para decirlos.

En cambio, ella, parecía tener bastante miedo a tus preguntas. Te parece que tuviera miedo de algo, pero es cierto que el dato que ha dado te parece que debe ser cierto. Nadie se arriesgaría así. Y aún así te ha parecido esquiva.

...él nunca lo aceptaría. Incluso sin ser tu hijo carnal, su honorabilidad es tan grande como la tuya.- dice ella, ¡tuteándole!

-Podría ser incluso demasiado honorable para su bien. Recuerda dónde estamos.- responde él.

-¿Crees que intentará algo? No, eso te destruiría tanto a tí como a su enemigo...- esta vez habla ella, nerviosa.

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-Perdón. ¿Señora? Por favor, sentáos aquí.-

Al abrir los ojos, ves que te han traído un cojín y agua. Una criada, solícita, te ofrece sus manos para ayudarte a sentarte.

Repasándolos en frío, los pequeños detalles ponen en alerta a Takuro. De hecho, hasta comienza a plantearse la posibilidad de que ambos criados puedan estar relacionados.

Demasiado pronto para descartarlos...

Pide a una de las criadas que atiende a los invitados que le lleve un kimono sencillo para entrenar, alegando que quiere reservar los suyos para la ceremonia y alguna otra posible reunión con el Daymio. Mientras espera, deshace su trenza y se recoge en cabello de una manera distinta, más parecida a la típica coleta alta que suelen lucir los samurai.

Yo me encargaré de no quitar ojo de encima al cetrero, pero necesito ayuda con la criada. Y no es conveniente reducir la escolta a Kaede.

Con esa especie de disfraz, busca a algún chiquillo con aspecto de ser hijo de alguno de los criados que trabajan en Doji Kyuden. Alguien con acceso a la mayor parte del palacio, que pase desapercibido y que esté dispuesto a ejercer de informador a cambio de unas monedas.