Partida Rol por web

La oficina del alguacil de Halcya estaba tranquila. Tan tranquila que lo más interesante que acaecía era el lento desgranar de los segundos en el reloj digital colgado en la pared tras el mostrador de recepción. Los dígitos negros sobre fondo gris se dibujaban una y otra vez para marcar el paso del tiempo. Y nada nuevo, o interesante al menos, venía a romper la monotonía de la rutina.

La mañana amenazaba con tornarse eterna cuando el jefe de alguaciles Gold salió por la puerta de su despacho. Se trataba de un humano en sus cincuenta, de rostro ancho y redondeado, con un grueso bigote que ya blanqueaba, igual que el pelo de sus sienes. Vestía el uniforme azul marino con los distintivos del "departamento de policia" de Halcya, una estrella de cinco puntas con remates circulares y los galones de capitán en el cuello de la camisa. Estaba claro que el paso de los años no le perdonaba y comenzaba a volverse fondón; corpulento, solía bromear él.

- Alguacil Kormack. - Gold levantó la mano para llamar la atención del CAST, como si la oficina hubiera estado abarrotada y tuviera que esforzarse por hacerse notar. En realidad, sólo estaba con ellos Neli, la neo-humana que atendía el mostrador de recepción. Griff, el otro alguacil y compañero de Nero, había salido de patrulla hacía un par de horas. - Tengo que salir. Estaré fuera unas horas, en el espaciopuerto 8. Videoconferencia con el comisariado. Te dejo al cargo...

- Tenemos una llamada, chicos. - La voz de Neli sonó por el intercomunicador e interrumpió al alguacil jefe. Ya que era una empleada civil, se permitía usar con frecuencia unos modos informales con los policías. - La señora McCall ha llamado otra vez; le vuelven a faltar cabezas de ganado.

La señora McCall era una licon huraña en apariencia, solitaria y con mala reputación entre sus vecinos. Inmerecida, pues sólo era una semihumana que prefería su compañía a la de otros, especialmente si eran humanos o neo-humanos. Siempre que les llamaba era para denunciar un posible robo de ganado. En realidad, siempre era ganado extraviado en los límites de la granja McCall con la reserva natural de Motao. Nada parecía presagiar que esta vez no fuera lo mismo.

- Te toca, Nero. - Gold parecía jovial al darle aquella orden. - Felix ya debería haber completado las reparaciones y la limpieza de la unidad dos. Las llaves están en el casillero inferior tras el mostrador. Suerte con la señora McCall.

Tras ponerse la gorra de plato, el jefe Gold abandonó la oficina en dirección a su coche particular. Era un modelo reacondicionado de la generación anterior y su estilo de líneas rectas y simétricas lo delataba. La pintura también empezaba a indicar que necesitaba una nueva mano, quizás en un color más moderno y brillante. El humano arrancó y pronto desapareció de vista, calle adelante hacia el espaciopuerto y las instalaciones militares que garantizaban su seguridad.

Nero reprime un suspiro mientras ve marchar al jefe. Del emocionante pasar del tiempo a la emocionante tarea de encontrar ganado. Al menos el paisaje sería distinto. Se incorpora de la silla reforzada en el que suele ser su lugar en la oficina y se acerca al mostrador.

-Neli ¿McCall ha dicho algo más? ¿Algún detalle?

Coge las llaves mientras espera la respuesta de la neo-humana. Con ellas en la mano y cuando tenga la respuesta, que probablemente sea un simple "no", marchará a coger su equipo y a la unidad dos, para emprender el camino.

Nero hace tiempo ya que se acostumbró a su nuevo cuerpo; sin embargo sigue moviéndose con cuidado. Si bien es más ágil que antes también es más fuerte y pesado. Un choque accidental contra un mueble tiene peores consecuencias ahora. Lo ha comprobado, así que trata de evitarlos.

La neo-humana se había limitado a encogerse de hombros por toda respuesta. Lo habitual entre los ganaderos cuando notaban que les faltaba ganado era comprobar las señales de los implantes veterinarios. Pero con la red de telecomunicaciones básicas que tenía Navergol, a veces la comunicación fallaba y no se recogían lecturas, con el consiguiente desasosiego del ganadero. Si la rutina no era mala consejera, todo apuntaba a que se trataría de un fallo de sincronización con implantes y que el ganado perdido aparecería pastando apaciblemente en algún prado. En el peor de los casos, lo haría en las tierras de labranza de un vecino.

El vehículo de patrulla estaba en el garaje, brillante como si acabase de salir de fábrica, aunque ya tenía doce años de servicio a sus espaldas. Era un vehículo multipropósito como el que utilizaba el ejército pero, a diferencia de éstos, la unidad no estaba armada. Y sustituía el patrón de camuflaje por una pintura de franjas negras y blancas y letras blancas sobre el fondo negro en las aletas posteriores. Las mismas letras que en el techo, salvo que éstas eran negras sobre fondo blanco, HC2, tras las luces de emergencia. Felix era un humano malencarado, un veterano del ejército (donde trabajó como mecánico) quien, a pesar de su aspecto, resultaba simpático aunque su sentido del humor rozaba lo grosero.

Informó a Nero de que la unidad 2 estaba "repostada*" y lista para devorar la carretera. Siempre decía lo mismo y, durante el tiempo que el CAST llevaba allí, los coches de patrulla ciertamente nunca les habían dejado tirados. Sin mucha más dilación, el agente condujo el coche hacia la calle principal. Sólo por precaución, miró en ambos sentidos antes de incorporarse al tráfico casi inexistente y enfiló hacia la granja McCall. Si no pisaba el acelerador, le esperaba un paseo de unos cuarenta minutos hasta allí; pero siempre podía vivir "peligrosamente" y exprimir el motor para llegar más rápido, hacer su trabajo cuanto antes y volver para seguir contemplado el reloj de la comisaria.

Nero nunca fue de desafiar... demasiado... las reglas. Pero un poco nunca estaba de más. Especialmente en carreteras vacías, largas y aburridas. Sin necesidad de exprimir el motor ni de jugársela a que un bache tonto lo mandase a la cuneta bien podía acelerar y llegar un poco antes.

El tiempo es oro, decía mucha gente. No estaba del todo de acuerdo, no con sus perspectivas de longevidad, pero si que pensaba que perderlo era un desperdicio.

Fue por eso que aceleró, sin pasarse mucho ni forzar... pero desde luego más de lo legal. Además ¿Quién lo iba a multar?

El zumbido del motor del coche creció en intensidad cuando Nero pisó el pedal del acelerador. Tampoco es que fuera un interceptor como los que usaba Tráfico en las grandes urbes, más bien un vehículo todoterreno, pero tenía suficiente potencia como para que los campos, las señales a los lados de la carretera y las propias líneas de la calzada se difuminaran levemente mientras se lanzaba veloz a la carrera.

El tráfico tampoco resultó un problema. En todo el trayecto, el CAST sólo se cruzó con un utilitario. Y no hubo intercambio de bocinazos o ráfaga de luces; el conductor probablemente se dio cuenta de que era un vehículo policial.

Unos veinticinco minutos más tarde, aproximadamente, de recorrer la cinta oscura de asfalto, un letrero de madera bastante grande que avisaba del acceso a la granja McCall le indicó que debía reducir velocidad. Al lado derecho de la carretera, un par de cientos de metros tras el cartel de madera, un camino rural se abría paso entre vallas de alambre y campos verdes de cultivo a uno y otro lado. El policía giró con suavidad y, durante unas pocas decenas de metros, el asfalto le acompañó antes de dar paso a una pista de polvo compactado y gravilla. El cambio de firme fue evidente, pues la grava crujía quejumbrosa bajo el peso de los neumáticos del todoterreno y, por el retrovisor, Nero alcanzaba a ver una tenue nube de polvo que se originaba a su paso.

Aun le costó recorrer un kilómetro por ese sendero antes de divisar la casa de ladrillo y dos alturas, con un porche de madera cubierto con ventanales de aluminio blanco. A la derecha del edificio había una nave pequeña, en cuya puerta estaba estacionado un tractor verde, moteado por pintas de barro reseco, y algo más separado de la casa y de la nave estaba un cobertizo marrón con un tejado a una sola agua. Frente a la casa, aparcado, estaba un utilitario monovolumen gris y una persona descargaba algo de la parte posterior. Afortunadamente, había un espacioso patio delantero ante la casa, por lo que no debería tener problemas para dejar el coche.

Tras un viaje sin incidentes, aburrido incluso, las perspectivas no mejoran demasiado. Será un día plano. El lugar exhuda tranquilidad, algo que muchos aprecian y de lo que otros huyen. También existen los que creen que tranquilidad es igual a no hacer nada... nada más lejos de la realidad en una granja, claro. Esos duran poco.

Con paso firme Nero se acerca al coche y la persona que lo descarga, tras haber aparcado el suyo en el amplio espacio del patio. Como mero reflejo, costumbre quizá, siempre ojea alrededor cuando llega a cualquier destino. Buscando peligros, amenazas, problemas. Es su trabajo al final del día, proteger. Y para eso debe ser consciente de lo que ocurre alrededor.

-Buenos días.

Espera a que se le responda, no queriendo apresurar la descarga y que algo se rompa o dañe.

Por suerte para Nero, la persona que descargaba el monovolumen le había oído acercarse. Para cuando estacionó el vehículo y se acercó a saludar, la señora McCall (pues se trataba de la semihumana) ya le esperaba junto al coche gris. Sus brazos robustos estaban cruzados bajo el pecho y su pelo castaño, en el que ya empezaban a aparecer algunas canas, estaba recogido en un moño. Sus ojos oscuros observaban al CAST con seriedad, pero no había desaprobación en ellos.

- Buenos días, alguacil. - La licon respondió con brusquedad aunque, lejos de parecer descortés, sólo iba en su línea habitual. Las orejas de la semihumana se enderezaron cuando separó los brazos y cerró el maletero de su vehículo. - Si bien es reconfortante ver la prontitud con que han respondido a la llamada, supongo que se debe a que no tenían mucho trabajo. - Levantó una mano en señal de interrumpir una posible respuesta. - ¿Puedo ofrecerle algo?¿Un batido, un refresco?

Mientras hablaba, había recogido varios sacos de pienso industrial y los cargó como si nada hasta el porche de la casa. Tras volver del interior del edificio con algo para beber, McCall se apoyó contra el quicio de la puerta.

- El ganado desaparecido estaba en los pastos al noreste. - Levantó una mano en esa dirección, para enfatizar sus palabras. - Cerca del canal de agua, la última vez que lo comprobé. - La canalización a la que se refería era utilizada frecuentemente como límite oficioso por los granjeros de las tierras próximas con la reserva Motao. - Si se hubieran escurrido en el parque natural, a estas alturas ya tendría a los guardabosques exigiéndome que cuide mejor de mi ganado y que no vuelva a irrumpir en su "espacio natural protegido"... - La licon dio un trago del botellín que sostenía. - Pero no ha ocurrido, así que me han tenido que robar tres cabezas de ganado porque no aparecen por ningún lado.

Volvió a darle un sorbo a su bebida, aunque su gesto apenas disimulaba un enfado contenido.

-No, gracias.- rechaza la beida. -A la vuelta quizá. Para hacerme menos pesado el camino de regreso a la oficina y volver a hacer nada de nada.- bromea, quizá.

Asiente.

-Al noreste, pues. Iré a mirar que ha pasado por ahí. Con suerte encontraré rastros. O algo. Para eso quizá serían mejor opción los guardabosques, en realidad. Pero haré lo que pueda. Si ha habido un robo encontraré al culpable. ¿Suelen acercarse al canal? ¿Es posible que se hayan caído? Sé que sería... raro... que les ocurriese a tres a la vez pero hay que comprobarlo todo.

Tras la respuesta de la mujer, emprende el camino. Resulta evidente que la licon no está de humor. Y Nero tampoco es un orador experto, de prolongar la situaciñon todo se tensaría innecesariamente.

McCall negó con la cabeza vehementemente cuando Nero indagó sobre la posibilidad de que el ganado se precipitara al canal.

- Es imposible. Hay una valla de malla de alambre delimitando los pastos por el lado del canal.

Hacia el noreste no había más que un camino de grava que tornaba en tierra pelada apenas se alejó una decena de metros. Aunque la salida del patio por ese lado era suficientemente ancha para permitir el paso de un vehículo, eso no debía de ocurrir con mucha frecuencia dada la ausencia de rodaduras o de hierba aplastada. Nero necesitó de casi diez minutos para alcanzar el campo de pastos en cuestión, tras caminar sobre ondulantes lomas y extensiones de verdor inusitado hasta donde le alcanzaba la vista. Pudiera parecer un planeta virgen de no ser por las ocasionales vallas que marcaban límites entre tierras o evitaban que el ganado invadiera tierras de cultivo.

El prado era una extensión abierta con una suave pendiente que descendía desde lo alto de la loma, desde la cual se podía divisar casi todo el pastizal, hasta el canal. Unos postes blancos cada cinco metros, más o menos, unidos por malla de alambre entre ellos, destacaba entre el paisaje de naturaleza verde allí donde marcaba el fin de la propiedad de McCall y contorneaba el trazado de la canalización de agua dulce. Cada poste estaba rematado por un pivote en ángulo hacia fuera, donde se alineaba alambre de espinos. Había ganado, en pequeños grupos dispersos aquí y allá, pero todos estaban sorprendentemente lejos del vallado. Algunas madres pacían tranquilamente y sólo se interrumpían cuando una cría amenazaba con separarse y acercarse a la alambrada.

Una inspección más de cerca permitió al CAST escuchar el suave rumor del agua al correr por la canalización de hormigón y comprobar que la valla estaba intacta. Pero eso cambió al descender a una hondonada cubierta por maleza. Entre la relativamente densa vegetación que crecía en aquel terreno bajo, oculta parcialmente por ésta, Nero se percató de que algo o alguien había dañado la malla de alambre. No eran cortes limpios como haría una cizalla. Pareciera como si algo hubiera mordido o tratado de desgarrar cada hilo hasta reventarlo hacia afuera, hacia el lado del canal, hasta crear una grieta lo suficientemente ancha como para que un humanoide pasara cómodamente. También notó otra cosa, un olor tenue en el aire, dulzón, y algunas plumas de un negro vívido, intenso y brillante, prendidas entre las junturas de la malla de alambre.

Con un agujero en la valla las probabilidades de que el ganado se colase por el agujero y se despeñase por el canal aumentaban pero... ninguna se acercaba a las rejas. Quizá asustadas de ellas. O de algo tras ellas. Opción que ganaba peso al verla mordida desde el exterior por algo lo bastante fuerte como para romperla... y a parecer, emplumado.

Con la opción de un ¿depredador? por la zona Nero se asegura de tener a mano su arma por lo que pueda pasar. Y avanza hasta el agujero para recoger una de las plumas. Tal vez pueda averiguar algo de ellas. Hecho eso, el siguiente punto es localizar ese olor. Tal vez se intensifique mientras se mueve, guiándolo. O podría ver algo que le llamase la atención. Desde luego quedarse quieto no le ayudará a localizar la fuente.

El olor parecía proceder del otro lado del vallado. Atravesarlo por la grieta no fue difícil. Nero se encontraba ahora en un pendiente más pronunciada que descendía, al parecer, hacia el canal. De aquel lado, la naturaleza aparentaba más agreste y salvaje, con la hierba crecida de forma desigual, la maleza esparcida a su antojo y sin señales claras del paso. El olor se volvía más intenso y penetrante, hasta el punto en que alguien con un estómago orgánico posiblemente ya hubiera sido superado por la náusea. El CAST no tardó en avistar el canal; en realidad, se trataba de un ramal de inundaciones, una conducción de agua auxiliar para recoger el agua de lluvias torrenciales desde las tierras adyacentes y dirigirlas hacia el canal propiamente dicho. El ramal era una zanja excavada en la tierra, cubierta por hormigón, de unos tres metros de ancho y dos de profundidad. En aquellos momentos, sólo un hilo de agua, seguramente procedente de algún manantial o pozo freático en las inmediaciones, discurría por el ramal.

Unos pocos metros más adelante, Nero se topó con el origen del olor. Parcialmente escondido entre arbustos leñosos que crecían al borde del hormigón, el cadáver de un bóvido empezaba a mostrar signos evidentes de putrefacción. El cuerpo estaba cubierto de pequeñas laceraciones y punciones, como si hubiera sufrido algo parecido a una muerte de mil cortes. Pero sólo era una cabeza de ganado; faltarían otras dos y no había indicios aparentes que invitasen a pensar que estaban cerca.

Al otro lado del ramal, frente al punto donde estaba el cuerpo, se podía adivinar entre la maleza un camino de mantenimiento.

Esto no es bueno...

Alerta, mira alrededor de nuevo. Está claro que a ese bóvido algo lo había matado con saña. Algo, o muchos "algos". Y no se lo había comido, al menos no entero. A saber si seguiría al acecho. Muchos animales se llevan la comida a sus guaridas para seguir comiendo más tarde.

-Tsk.

Nero opta por irse hacia el camino de mantenimiento saltando el ramal. Mojarse podría conllevar problemas. Más ruido, resbalarse... a saber.

Nero salvó el ramal limpiamente con un salto y aterrizó en el centro del camino de mantenimiento. Era de grava anaranjada y mucho más fácil de transitar, a pesar de que en algunos puntos la hierba había logrado abrirse paso y crecer entre las piedrillas. Hacia la derecha, el camino seguía aparentemente en dirección al canal principal y le acercaba a la reserva; hacia su izquierda se encontraría posiblemente el término inicial del ramal y, muy probablemente, el camino de mantenimiento ascendería hacia algún camino rural como los que surcaban los campos.

Los dos caminos me dicen practicamente lo mismo: nada.

Sin embargo, aunque eso no tenía por qué significar mucho, nadie había reportado nada cerca del camino principal por lo que el camino que va hacia allí, el de la izquierda en ese momento, quizá no llevase a nada.

Opta por ir a la derecha. Eso si, trata de seguir el olor, aunque con un olfato normal no es sencillo usarlo como herramienta de rastreo.

Nero siguió el camino de grava hacia su derecha. Tal como se podía suponer, tras recorrer algunos pocos cientos de metros por él, el ramal desembocaba en el canal. Se trataba de una estructura de hormigón de una docena de metros de ancho, por cuyo fondo discurría un caudal tranquilo de agua. En ese punto, el camino de mantenimiento torcía hacia el norte, canal arriba, y la tierra a su izquierda se tornaba un talud pronunciado. A lo lejos, a algo más de un kilómetro, se podía divisar un puente sobre el canal; era una construcción simple pero robusta: pilares de hormigón armado soportaban una plataforma llana del mismo material y una baranda de metal servía como parapeto para que los vehículos o los transeúntes no se cayeran.

El camino seguía en línea recta, bordeando el canal, y dejaba atrás el olor nauseabundo, según el CAST se alejaba del punto donde encontrara el cadáver. En la otra orilla, las tierras circundantes descendían lentamente hasta el borde del canal, aunque un vallado a unos veinte metros de distancia marcaba el punto de no aproximación. La vegetación también crecía salvaje en ese espacio dejado al arbitrio de la naturaleza. Y a lo lejos, en esa dirección, la silueta oscura del bosque en la reserva de Motao se recortaba contra el cielo claro. Sin otras alternativas que seguir, Nero terminó por llegar al pie del puente. Bajo la plataforma había una puerta estanca con una cerradura de llave mecánica y un letrero polvoriento que rezaba "estación de mantenimiento 2". Y en el lado septentrional del puente, que había permanecido oculto a su vista hasta entonces, había unos peldaños de hormigón que permitían bajar hasta allí o subir a algún camino rural que condujera hasta el puente. Más allá, el canal seguía hacia el monte Trina, de donde procedería sin duda el agua que nutría el caudal.

Sin demasiadas esperanzas en ello, Nero prueba la puerta. Aunque sin la llave adecuada dificilmente podrá habrirla sin romperla. Es poco probable que allí haya nada relacionado con el asunto que le atañe, al menos directamente, pero tal vez podría ver un mapa detallado de la zona. Algo que tal vez le pudiese ayudar a hacerse una mejor idea de posibles cuevas.

Si la puerta no cede no le quedará otra que desandar sus pasos e ir en la otra dirección, si es que no ve ningún otro rastro que seguir.

Como poco volverá a la zona en la que note aún olor, tratando de buscar los otros dos cuerpos. No puede ser fácil, ni sutil, el llevarse dos bóvidos de ese tamaño. Suponiendo, claro, que los otros dos sean también grandes y no crías. Es decir... no puede ser difícil ver rastros de donde han acabado... salvo que los haya movido una fuerza inmensa.

Lo cual... sería preocupante.

Tampoco tendría demasiado sentido viendo la manera en que han roto la verja, eso no ha sido "una fuerza inmensa" sino varios mordiscos y forcejeos.

Nero avanza, atento, sin tener muy claro que está pasando exactamente.

La puerta de mantenimiento estaba cerrada, así que no se movió una pulgada cuando Nero intentó abrirla. Sin nada más que divagaciones y elucubraciones, el alguacil se disponía a volver sobre sus pasos y comprobar si había pasado algo por alto cuando algo captó su atención entre la vegetación que crecía en la orilla del canal, unos pasos hacia el norte más allá del puente. Un fugaz vistazo de algo oscuro cuando la brisa meció aquella hierba. Al acercarse a comprobarlo, se encontró con una pluma; por el tamaño, parecía corresponder a un ave de tamaño mediano, pero era de un color negro vívido e intenso, casi sobrenatural, con la punta de un color bermejo brillante.

Ya que en la valla había plumas similares, tal vez se trate de un rastro. Al menos, es lo más parecido que ha visto. Es por ello que se dispone a seguirlo. No sin ojear las alturas... por si acaso hay algo al acecho. Nunca se sabe, y viendo plumas...

Mejor no suponer nada y prestar atención a todas partes.

Avanza con cuidado, sin prisas, pero sin perder tiempo. Deja la pluma en el lugar que la encuentra, aunque la sujeta con una piedra, es un indicador de la ruta.

El canal seguía hacia el norte y describía leves curvas entre las tierras circundantes. El monte Trina, a lo lejos inicialmente, se había agrandado conforme Nero avanzaba y, hacia el este, una silueta oscura recortada contra el horizonte se había aclarado paulatinamente hasta conformarse como una masa forestal. El bosque de la reserva de Motao. En todo ese tiempo, nada aparte de zánganos sobrevolando los campos se había avistado en el cielo.

Ahora, conforme se acercaba hacia las faldas del Trina, el canal se había estrechado y varios ramales, más pequeños y en ambas orillas, se habían cruzado en el camino del CAST. El caudal que llenaba el fondo de hormigón discurría con más fuerza y su murmullo rítmico podía escucharse sin ningún problema. Pero no había nada por el momento que indicase algo anómalo, como un nuevo cuerpo lacerado hasta la muerte.