Partida Rol por web

Tras dejar inconsciente a Lustres el viejo detective se aproximó a la puerta para asegurarse que no venían visitas indeseadas. Después arrastró el cuerpo inconsciente hasta un baño que había en esa primera planta, de forma que si  alguien irrumpiese en el lugar de forma inesperada no se encontrara al deán tirado en el suelo nada más entrar.

En la planta superior dejó de escucharse el sonido del teclado y los clicks del ratón. Probablemente Pardo ya había terminado con su investigación del portátil. Aunque Castelo no sabía mucho de informática le parecía que aquello había llevado poco tiempo. ¿Estaba leyendo algo o quizás no había encontrado nada?

Pardo maldijo su suerte en silencio. No podía ser tan fácil. Falta la tarjeta SD con el contenido de la investigación de Crespo. Algo tan pequeño podía estar oculto en cualquier parte de aquel despacho. O en cualquier parte de todo Santiago... Galicia... España... o, en ninguna parte. Quizá aquella documentación ya estaba destruida. Si Luis la había recibido... Luis González... eso podría haber sido suficiente para que los Hijos del Amanecer le liquidasen. Ante la duda... habría que investigar los dispositivos electrónicos del recién finado. Quizá guardase una copia. Ahora solo era de esperar que aquel chorro de mierda que el Deán había lanzado contra el Cuerpo de Policía al sugerir que había agentes que formaban parte de aquel entramado fuese una cortina de humo y no hubiese ya alguien ocupándose de que jamás viesen la luz las posibles pruebas encontradas.

Sin embargo... estaba el asunto de la Tardeja SD. Había que buscarla... había que intentarlo.

Óscar abrió cajones... revisó estanterías e incluso el interior de algunos libros. Algo tan pequeño podría estar en cualquier parte. Incluso... ¿quizá en el lector de tarjetas de alguno de los ordenadores de sobremesa que el Deán tenía en su despacho?

Óscar tenía claro que en aquel caso el proverbio 'buscar una aguja un un pajar' era totalmente adecuado. Estaba buscando algo incluso más pequeño que una moneda en un amplio despacho. Realizó una primera búsqueda rápida en los sitios obvios: cajones, equipos informáticos, superficie de las mesas. Sin éxito.

Revisar todo aquello de forma sistemática les llevaría un par de horas.

Oscar regresó a la planta de abajo hecho una exhalación. La furia le salía por todos los porors de la piel y la vena del cuello parecía que estuviese a punto de reventar. Quería encararse con Lustres... quería hacerle daño. Mucho daño. Tanto como fuera necesario para que le entregase la maldita tarjeta SD. Sin ella no tenían nada. Pero lo que se encontró abajo le dejó completamente en blanco.

- ¿Qué has hecho...? ¿Le has matado? Necesitamos saber dónde está la puta tarjeta SD. Una tarjeta de memoria.

Pardo caminó sin rumbo por la estancia. Braceaba intentando aclararse y poder aclarar la situación a su compañero. No sabía por dónde empezar o cómo hacerlo para que lo entendiese. Castelo no era bueno con la tecnología y Pardo no tenía paciencia para explicarlo. Y sin embargo habría de encontrarla... la paciencia.

- Arriba está el ordenador de Crespo. Pero no tiene nada. La información estaba dentro de una tarjeta de memoria. Una tarjeta externa. Pequeñita. Y no está. Pero parece que Crespo dejó algo para Luis. No sabemos si se lo envió de algún modo pero parece más que posible que Luis González estuviese al tanto de la investigación de Crespo sobre los Hijos del Amanecer. Lo que explica perfectamente que ahora esté muerto. 

Oscar resopló con vehemencia. Se encontraba exaltado casi al borde de la hiperventilación.

- Hay que encontrarla. La tarjeta. Como sea.

Luis escucho a su compañero con atención, tratando de imaginarse de que estaba hablando. Finalmente una sonrisa recorrió su rostro mientras contestaba - supongo que debe ser como esos nuevos rollos de fotos para las cámaras modernas, que son como una tarjetita para guardar las fotos. Si es así puede estar en cualquier lado -

Tras pensarlo un momento añadió - Incluso lo puede tener en algún bolsillo. Porque no lo revisas para ver si lo encuentras. Y ya que estás le incautas su teléfono celular, a ver si puedes sacar algo de el, mientras yo desconecto los fijos -

Ante la sorpresa en el rostro de Óscar se explicó - Sólo está desmayado. Y dolorido. No quiso hablar. Creo que le tiene más miedo a sus propios jefes que el que nos pueda tener a nosotros. Lo bueno es que no sabe quienes somos, pero sin embargo, con suerte, cuando se despierte va a querer informar a quien sea que hay alguien tras él. Si no encuentra ningún teléfono en este lugar deberá ir a comunicarse en persona... o por lo menos guiarnos, si lo seguimos, a algún sitio donde estén esos jefes, o por lo menos esa tarjeta -

- No creo que sea el mejor plan, pero no se me ocurre nada más. Rompemos un par de cables de teléfono y lo seguimos. Lástima que no tengamos esos aparatos de las series americanas que permitan seguir al sospechoso a la distancia. Nosotros deberemos usar el clásico método de ir tras el y evitar que nos descubra por el retrovisor. Nos sirvió para llegar hasta aquí. Espero que también nos guíe hasta el próximo lugar -

- Por cierto - comentó antes de ir a buscar los teléfonos que había decidido descomponer - Me preocupa eso del "comodín". Será el otro guardia? El que sacó del "loquero". Incluso si no nos guía a la tarjeta, o a sus jefes, puede ser que vaya a buscar a ese que lo está cuidando -

Oscar asintió a las palabras de Castelo. Las probabilidades de encontrar la dichosa tarheta SD en aquel despacho o, expansivamente, en aquella casa era peregrina. ¿Quién en su sano juicio la ocultaría en un lugar como aquel? ¿Por qué no en la propia Catedral? Más aún, si la organización de los Hijos del Amanecer era tan poderosa, si efectivamente era un entramado que llegaba hasta as más altas esferas, ¿por qué no guardarla en una caja de seguridad de un banco? O simplemente destruirla. Sí, aquella información estaba abocada a seguir en la sombra por mucho que el hecho en sí frustrase al joven detective.

- Creo... creo que tienes razón... Aunque la posibilidad de que nos denuncie también existe. Si se meten aquí dos de la científica no sería de extrañar que encontrasen pelos o huellas nuestras. Tiene su riesgo. Nos ha visto la cara. Igual no bien... pero sí lo suficiente como para saber que éramos nosotros. ¿No crees?

Pardo se llevó los dedos a las sienes para hacer una ligera y reconfortante presión. La ira iba desapareciendo dejando tras de sí una incipiente y persistente migraña.

- A la mierda... vamos a ello y que sea lo que dios quiera. Corta los fijos que yo buscaré un móvil. Seguro que tiene uno.

Aprovechando la inconsciencia del sujeto ambos policías procedieron a ejecutar el plan de Castelo. Desconectaron todos los teléfonos llevándose los cables y requisaron todos los móviles de la oficina, incluido el del sujeto. 

Después abandonaron la oficina para esperar al fondo del callejón a ver si su plan surtía efecto. 

No tuvieron que esperar demasiado. Media hora después un tambaleante Lustres salió del local. Se apoyó un momento en el umbral de la puerta para cerrarla con llave y luego pareció ganar algo de aplomo. Descendió por la calle mirando hacia un lado y otro, pero eran más de las dos de la mañana y la escasa luz de la zona vieja favorecía el ocultamiento de los detectives. Eso descontando que probablemente el hombre todavía estaría conmocionado y posiblemente herido. Andaba con paso pesado, vacilante. 

De pronto se hacía evidente su ruta: iba hacia la parada de taxis que estaba a la entrada de la zona vieja. La suerte de los detectives seguía favoreciéndoles. Tenían su coche aparcado allí al lado, de cuando fueron al teatro Galán. Así que en cuanto el deán se subió en un taxi ellos apuraron el paso para arrancar y no perderlo.

Ambos hombres iban en silencio conduciendo tras el taxi. Abandonaban el centro urbano y se dirigían hacia la carretera que conducía a las afueras. De hecho el taxi cogió la subida hacia el polígono y se encaró hacia la autopista que conectaba Santiago con Coruña. Era evidente que el deán no iba a su casa. ¿Habría surtido efecto el plan de Castelo?

- Creo que no nos vio y si lo hubiera hecho no creo que ni a el ni a sus superiores les interese involucrar a la policía si pueden evitarlo - trato de convencerse a si mismo el veterano detective - le tapamos la cabeza con el saco antes de empezar a... interrogarlo - completó, algo avergonzado de su propio accionar

- Pero era lo que había que hacer y si hiciera falta hacerlo de nuevo lo volvería a hacer. Aunque espero no haga falta - completó antes de observar como el Dean detenía un taxi, se subía al mismo y comenzaba su viaje.

Montando en su propio vehículo se aseguró de mantener al auto de alquiler a la vista, peor sin dejar que se alejase demasiado - Y ahora donde va? - preguntó más para si que para su compañero mientras se mantenía a distancia

Pardo guardó silencio. Se sentía como de resaca. Como tras haber tomado un potente narcótico. Adrmecido... abotargado... sobrepasado. Las palabras de su compañero le reconfortaron de un modo casi instantáneo. Desconocía si las pronunciaba con convencimiento o como mero acto de autodefensa para convencerse de que sus actos no eran algo horrible. Pero de cualquier modo Oscar asintió convencido de que lo que decía tenía todo el sentido. Lo que habían hecho... lo que estaban haciendo no era sino lo que se debía de hacer.

El trayecto por la autopista parecía que iba a alargar la persecución. Fue entonces cuando Pardo se dio cuenta que llevaba en los bolsillos de su chaqueta los móviles sustraídos del despacho del Deán. Muy probablemente fuese un nuevo callejón sin salida pero su carácter minucioso le hacían imposible ignorar la posibilidad de hallar en ellos alguna pista. Un contacto clave que se repitiera en los registros de llamadas... mensajes de texto o whatsapp comprometedores... algún email... Casi con toda seguridad los terminales estarían protegidos por un PIN, un patrón de desbloqueo o ambas cosas pero igualmente no se perdía nada probando.

El recorrido fue mucho más largo de lo que los policías pudieran haber pensado en un principio. El taxi seguía devorando kilómetros en dirección a Coruña y por su velocidad estaba claro que no tenía pensado salir pronto. De hecho una hora después era evidente que ni siquiera se iba a parar en la capital, sino que continuaba en dirección a la costa.

Mientras Castelo mantenía una distancia prudencial Óscar revisaba el móvil. La suerte parecía agotarse ya que ni en los mensajes personales ni en los contactos vio nada que pudiera parecer sospechoso, lo cual tampoco lo sorprendió. 

Todavía transcurrió casi media hora más antes de que el taxi tomase una salida en dirección Cedeira, rumbo norte. Un poco más adelante el viejo policía decidió apagar las luces de su propio vehículo arriesgándose a que su habilidad fuera mejor guía. A estas alturas era probable que el deán hubiera bajado la guardia, puede que incluso que se estuviera echando una siesta para amortiguar el dolor, pero se jugaban demasiado como para arriesgarse.

Tres cuartos de hora más tarde habían dejado atrás Cedeira y viajaban por las carreteras secundarias que bordeaban a Costa da Morte. En la noche oscura - eran las 4:00 AM - el mar reflejaba de forma tan bella como siniestra la luz de la luna. Fue entonces cuando se dieron cuenta de hacia donde iba el taxi. Iba en dirección a la capilla de San Andrés de Teixido. 

Aquello no podía considerarse ni un pueblo, era una mera aldea de menos de 100 habitantes. ¿Por qué iba allí a esas horas el deán? 

San Andres de Teixido... ¡el GPS de Pedro Crespo tenía un viaje registrado a este lugar antes de su muerte!

Mientras se concentraba en mantener el vehículo en la ruta utilizando solo la luz de las estrellas, Luís no prestaba, o más bien no podía prestar, demasiada atención al entorno. Incluso, ante un par de comentarios de su compañero gruñó malhumorado, tratando de no perder de vista la señalización horizontal de la carretera, en los sitios en que esta era visible, o el borde de la calzada, cuando no lo era

Sin embargo, luego de la ultima curva, la inconfundible silueta de un campanario se recortó en la noche, por lo que intuitivamente el policía disminuyó la velocidad de su vehículo. No podía estar seguro, pero la combinación de un hombre de la iglesia y una capilla, le daba a entender que probablemente se detendría en el sitio

Forzando la vista intentó encontrar un sitio donde detenerse fuera de la vista de su perseguido, pero lo suficientemente cerca como para poder continuar el seguimiento a pie.

- Tendrá aquí al comodín, sea eso lo que sea? - preguntó mientras dejaba que su automóvil se detuviese.

El trayecto sucedió casi en silencio. Oscar había verbalizado algunas de sus elucubraciones pero cuando su compañero dejó claro que conducir en aquellas circunstancias requería de toda su concentración, Pardo decidió callar y simplemente observar.

San Andrés de Teixió... un cabo que se cerraba. Al menos eso parecía. Lo que encontrasen allí podría cambiar muchas cosas. Podría costarles la vida... o incluso algo mucho más dramático. Lo que estaba claro era que el deán había mordido el anzuelo y que tal y como predijo Castelo, ahora les había conducido... ¿a qué?

Mientras el coche se detenía Oscar extrajo el arma y se aseguró de que estuviera cargada. A pesar de lo que se pudiera pensar, un detective no tiraba de pistola con tanta frecuencia como el cine solía intentar hacer creer. Pero aquel lugar que erizaba el alma y la situación en la que se encontraban, presagiaba que la reglamentaria iba a ser de suma importancia.

- Cada vez estoy más seguro de que el comodín es el pobre David Cores. Podría testificar en contra de ellos. Tirar de la manta... claro que, en caso de ser así. ¿Por qué no lo han matado ya? - comentó Oscar en un susurro. - Sigamos a Lustres.

San Andrés de Teixido, donde vas de muerto si no has ido de vivo. ¿No era así el dicho popular? La emblemática capilla situada en una zona privilegiada de la Costa de la Muerte, donde tantos barcos habían encallado en el pasado, donde tantas vidas se habían cobrado aquellas olas. 

El taxi se detuvo cerca de la entrada del pueblo y tras una breve pausa Lustres se apeó de él mientras el vehículo giraba para salir por el mismo camino que había entrado. El deán todavía se movía tambaleante, agarrándose un costado. Probablemente en la paliza se había roto, efectivamente, alguna costilla.

El hombre comenzó a ascender por un camino que conducía a una única casa separada de todas las demás, construida justo al borde de la costa. Igual que las otras era una casa de encalado blanco, de dos plantas, bastante grande pero no lo suficiente como para ser considerada más ostentosa que el resto. Su única rareza radicaba en su situación privilegiada al borde del mar. 

Los agentes se bajaron del vehículo para seguir a la figura tambaleante a través del camino nocturno. A estas alturas era poco probable que Lustres volviese su vista hacia atrás, probablemente seguro de que nadie le habría seguido hasta allí.

Tras detener el vehículo Castelo observo como su objetivo bajaba del taxi y se dirigía a una de las propiedades

- Vamos - Le propuso a su compañero. Sin embargo, a diferencia de lo que solía hacer dudó un momento antes de bajarse del automóvil - Por las dudas, las llaves están en el parasol - le informo evitando el gesto mecánico de guardarlas en el bolsillo de sus pantalones y dejándolas en donde acaba de informarle.

Sacando su arma de la cartuchera, verificó que la misma estuviera lista para dispara antes de avanzar

El veterano detective se movió con agilidad, acortando las distancias pero tratando de mantenerse fuera de la linea de visión de las ventanas. Ya no estaba en sus mejores años, pero comparado con la forma en que se movía Lustres no sería difícil acercarse lo suficiente como para escuchar que pasara cuando este abriera la puerta

Mientras se movía le hizo señas a Óscar - Yo por la izquierda - murmuró mientras lo señalaba a su compañero y liego señalaba el lateral derecho de la vivienda - Cubramos ambos lados - añadió sin subir el tono de voz "y que sea lo que Dios quiera" se planteó a si mismo sin darse cuenta que probablemente citar a Dios no fuera lo más prudente después de lo que le habían hecho al Dean.

Los dos agentes salieron del vehículo con agilidad. La noche estaba bien avanzada y las calles ofrecían un alumbrado mortecino que, de hecho, no esperaba tener que iluminar el camino a nadie. Las sombras les cobijaron hasta que llegaron a la zaga del Deán a la propiedad a la que se dirigía.

En un primer momento, Oscar llegó a pensar que la propia iglesia del pueblo habría de ser el lugar al que Lustres se dirigía... la sede de la hermandad de los hijos del Amanecer. Pero no. Se trataba de una vivienda privada. Algo alejada de las demás pero a todas luces indistinguible del resto. Lo que hubiera tras aquellas puertas revelaría la verdad de todo. Al menos eso esperaba Oscar... completamente al margen de si podría detenerles o no. Incluso al margen de si podría vivir para contarlo o no.

El pulgar hacia arriba rubricó el acatamiento a la orden de Castelo. Uno por la derecha y otro por la izquierda. Las nociones de la academia no habían perdido eficacia y efectividad en la mente del veterano policía. Así habría de hacerse. Pardo asió el arma con las dos manos y abrió los ojos intentando atravesar la oscuridad y alejar cierto mal fario que parecía sobrevolarles las cabezas desde que aquella noche decidieron ir a hacerle una visita a Ricardo Lustres. 

Solo había que mantener el temple un poco más. Solo un poco más...