Partida Rol por web

Pyros asintió ante las palabras de su compañera pelirrosa. Efectivamente no tenían muchas más opciones que continuar por donde el marqués, o el propio castillo, les iba marcando. Solo había un camino posible y desde luego que no era el de andar perdiendo el tiempo o congelándose en la sala anterior. Fuera lo que fuese, iba siendo hora de llegar al dichoso vampiro contra el que estaba seguro que se iba a enfrentar. 

Miró al arquero que antes le había caído tan mal, y que aunque seguía sin soportarle, había que reconocer que había sido de ayuda y por lo menos se había mantenido hasta el final. Exactamente igual que la pelirrosa, que todo había comenzado como con un extraño dejavu, y ahora, aquí, como si de una eternidad se tratase, parecía que pronto alcanzarían la forma de llegar a su casa.

Esperó y rebuscó por la sala antes de continuar, eso parecía un almacén y quizá pudieran encontrar alguna pista o algo que les sirviera de ayuda contra su enemigo final.

Allí no había nada. Ni otro camino ni nada que les pudiera ayudar a luchar contra un supuesto vampiro. El pasillo hacia el jardín era oscuros, siniestro, y anunciaba la muerte y la destrucción. Con razón, pues todos sabían que el Marqués estaba cada vez más cerca.

Ariadne fue la primera valiente, seguida rápidamente de la joven Catherine que no había sabido quedarse atrás. Los demás guerreros apretaron la marcha para alcanzarlas.

El jardín estaba en silencio, pero un silencio demasiado incómodo. Los cuervos miraban, con ojos rojos y amenazantes, cómo los aventureros se acercaban lentamente hasta la torre. Una elegante y llamativa puerta les esperaba, como no podía ser de otra manera, abierta. El interior no era realmente apetitoso, pero en ese jardín poco más podían hacer.

Esos cuervos no presagian nada bueno - dijo en voz tenue. Aunque amaba a todo lo que tuviese que ver con la fauna, los cuervos no eran su predilección, para que negarlo.

Se acercó y se adentró el primero por aquella puerta que parecía decirles "entrad".

Con suma cautela su pie derecho pisó el suelo del interior. Sus ojos buscaban algo inusual que sus compañeros no pudiesen ver a simple vista.

A paso lento pero constante, Ariadne alcanzó la puerta de la torre. Atisbó al interior antes de entrar. Le preocupaba tanto que algo les asaltase desde la torre como que los cuervos se lanzasen a atacarles en una vorágine de picos y garras. Contempló la puerta, preguntándose si podría cerrarse desde dentro pero recordando como Pyros no había podido abrir una ventana se imaginó la respuesta.

Poco más podían hacer salvo entrar a lo desconocido...

El estado de paranoia era total en los aventureros. Cada uno de ellos se imaginaba cosas atroces que pudieran atacarles. Estatuas cobrando vida, plantas usando sus raíces para atacarles, cuervos sacándoles los ojos. De hecho le daba la impresión de que el arquero iba a sacar su arma para apuntar a alguno de las aves y atravesarlas antes de ellas les terminasen atacando. 

Pero no fue así. Parecía que el camino, lejos de ser tranquilo, al menos parecía despejado, así que siguió al resto de sus compañeros y se introdujo por el único camino posible. 

Parecía que las pesadillas allí se hacían realidad. No hacía falta que llamaran la atención o alzaran la voz, los cuervos ya les habían definido como enimigos. Un graznido del que debía ser el lider hizo que todos se lanzaran contra el grupo que pretendía acabar contra el Marqués, su señor. Los ojos rojos, los picos y garras afiladas anunciaban la seriedad de la situación
 

Pyros no se planteó en ningún solo momento el hecho de enfrentarse a los cuervos. De hecho tampoco le pilló por sorpresa lo que acababa de suceder, pues imaginaba que tarde o temprano algo así pasaría. Por eso dio un par de manotazos a unos cuantos cuervos que intentaban sacarle los ojos, e incluso a uno le llegó a encajar un fuerte puñetazo. Pero al final logró zafarse de todos ellos y adentrarse en el interior del castillo. Después miró hacia atrás, confiando en que sus compañeros hicieran lo mismo y le siguieran.

Viendo como su temor se volvía realidad, Ariadna reaccionó lanzándose al interior de la torre para hacer un giro de ciento ochenta grados y agarrar la puerta con ambas manos para cerrarla tan buen punto sus compañeros hubiesen pasado.

Cabía la posibilidad de que la puerta no se moviera, en cuyo caso usaría cualquier cosa que hubiera por ahí para bloquearla...

Lo que intuía, ocurrió. No pudieron ni quisieron hacerles frente, ya que perderían mucho tiempo, aunque tampoco era su batalla.

Junto a los demás, se adentró hacia el interior. Allí tendrían algo más de calma, al menos eso esperaba.

Los cuervos, como si una fuerza mágica les bloqueara, no accedieron al interior de la torre junto a los aventureros. Se quedaron volando durante unos instantes cerca de la puerta, pero no tardaron en volver a sus puestos en los árboles y volver a posar sus ojos rojos en los que ahora estaban en el interior.

El interior es una amplia estancia llena de estantes, con cientos y cientos de pergaminos... Pero en blanco. En el centro hay unas broncíneas escaleras de caracol, que ascienden hasta el piso superior.

Ariadne se permitió un suspiro de alivio al ver a los pájaros detenerse antes de entrar a la torre. Desde el interior, los pergaminos en blanco eran terriblemente sospechosos.
Miró a Catherine con la esperanza de que los joven supieras algo más del tema - ¿Estos pergaminos... tienen algún significado? - preguntó.

Si la joven no supiera nada de ello no les quedaría más remedio que seguir las escaleras... O buscar algún acceso secreto la sala...

En ese recinto había muchos pergaminos, que él no sabría decir qué significaban, en parte porque estaban vacíos de palabras. En ese aspecto miró a Catherine. Iba a preguntarle algo, pero su compañera se le adelantó.

Siguió observando en los alrededores antes de tomar el camino de las escaleras de caracol.

Catherine se mostró reacia a tocar los pergaminos.

No lo se... Pero tampoco se si quiero saberlo miró las escaleras, y un escalofrío la recorrió.

Está allí arriba. Y nos está esperando. Preparáos. Y recuerda, Ariadne, la sangre de Seline está en tu arma.

Ariadne miró a Catherine a los ojos y asintió. - En ese caso, allá vamos. - sentenció.

Sostuvo firmemente la empuñadura de su espada, paseó su mirada por sus compañeros y añadió - No sólo lucharéis por vuestra libertad. Pelearéis por la de la gente de Corvinus. Por Miriam, por Seline, por Catherine, por el recuerdo del padre Scott... ¡No les falléis!

Que así sea - contestó a Ariadne.

Vayamos pues a enterrar a ese muerto - dijo con sorna. Y avanzó el primero con el arco tensado, listo para disparar ante cualquier amenaza.

Cuando puso un pie en la primera escalera, miró atrás.

Ha sido un honor aprender y luchar con vosotros. Si este es mi final, recordad que este arquero os ha tomado cariño - pronunció en voz baja.

El segundo piso de esea torre se trata de una especie de anfiteatro con el techo de cristal. El suelo es una gran alfombra azul y por todas partes cuelgan decenas de esferas metálicas que simulan vagamente ser un planetario.

Cavalcanti, el Marqués, se encuentra en mitad de la estancia con un libro en las manos. Junto a él está un inmenso lobo Oscuro, parecido a los dos que acechaban en la catedral. Como si sintiera vuestra llegada, cierra el libro y os mira de manera maliciosa.

Con mucha calma, os dice lentamente, sin la más mínima muestra de nerviosismo

Vaya... Asi que ya estáis aquí ¿Sabéis? Desde el principio me di cuenta... Nada más veros, comprendí que seríais problemáticos. Va siendo hora de acabar con esto, ¿no os parece?

Tras una larga risotada, el Marqués saca su estoque, dispuesto al combate.

Ariadne sostuvo la mirada del marqués - Sí, es hora de acabar con tu dominio sobre esta isla. Entréganos el Flauros y vete para siempre. - contestó desafiante. - De lo contrario... - la joven dejó que su postura en guardia y con el arma lista dejara claras las alternativas.

Pyros lanzó una mirada de reojo al arquero. Él no le había tomado cariño tras todo lo que había sucedido. Muchos de los problemas que habían tenido habían sido por su culpa, y si sintiese pena por alguien al morir sería por su compañera pelirrosa, pues había estado con él desde el principio, hasta en sus sueños había estado. Por ella sí que sentiría pena. Se colocó junto a ella, dejando atrás al arquero que era la posición que debía ocupar. Luego miró al lobo, no sabía si también lucharía o si simplemente se enfrentarían ellos solos contra él. De ser así, la lucha estaría muy desigualada, en cuanto al número, desconocían su poder...

Pyros se puso en guardia a la altura de Ariadne y esperó la respuesta. En caso de que fuera negativa, no dudaría en actuar y encajarle un buen puñetazo.

Siempre había sido él, no lo había dudado ni un instante. Su mirada fría, su provocación, su forma de actuar. El marqués, ese título que a su modo de ver le venía grande, pero con el cual había conseguido estar donde estaba.

¿Acabar con ésto?, ya estás acabado - le espetó Inari.

Pyros se situó junto a Ariadne, bloqueándole la visión.

¿Por qué lo habrá hecho? - se dijo. No se habrá dado cuenta de que me estorba. Este grandullón...

Dio un par de pasos a su izquierda para poder ver con claridad. Su flecha estaba cargada, pero no apuntaba al marqués, sino al lobo.

¿De lo contrario? De lo contrario ¿qué, querida? hizo un habil movimiento con el estoque, pavoneándose de su maestría

No, os lo diré yo. De lo contrario, terminaréis todos muertos. Aquí, yaciendo a mis pies, mientras que Merkenis devora vuestras entrañas.

Para él, ya no había más conversación. Su posición era de combate. No había vuelta atrás.

En posición, Merkenis el lobo, en ese momento, se agazapó, llevando sus orejas hacia atrás y mostrando sus fieros colmillos.

Pero antes, el Marqués tuvo unas palabras para Catherine

Oh, la pequeña Catherine... Siempre tan especial, ¿Verdad? Y siempre tan protegida... Es una verdadera pena que alguien como tú tenga que acabar igual que tu querido sacerdote