Partida Rol por web

—No. La decisión es tuya —en la voz del aparato aquellas palabras sonaron más frías y distantes de lo habitual.

Una intercomunicación de último momento informó a Viktoriya que la reunión no se celebraría en el viejo almacén. El punto de encuentro había sido rehubicado a un piso franco cercano al Hospital Nº63. Aquello quedaba a menos de un kilómetro del Katyusha, y en menos de diez minutos la mercenaria ya estaba allí.

Al otro lado de la calle se alzaba un edificio de viviendas completamente vacío. Aquel lugar se correspondía con la última dirección que le habían entregado; un edificio gris y marrón cuya fachada estaba profusamente decorada con grafitis marcando terreno. En la acera de enfrente un chaval con la cara tatuada fumaba un cigarrillo sentado en un banco con las piernas cruzadas. Sus ojos no dejaban de seguir a Viktoriya. Era un vigía del Konglomerat.

Cuando Viktoriya llegó al rellano, se le presentó a la vista la extraña aparición que la aguardaba en el umbral del ascensor: un tipo con una melena negra y abundántemente alborotada. La descuidada barba que lucía hacía juego con el resto del conjunto.

—Te están esperando —dijo a modo de presentación. Su aliento apestaba a cientos de cigarrillos.

—Marca el piso 39 —indicó. —Y otra cosa. Subes sóla, el aparato se queda abajo.

Ante la respuesta de su “hermana”, la mercenaria tan sólo suspiró. Había algo, en aquel tono de voz frío que le decía que estaba realmente molesta por la decisión que había tomado

—Tú también tienes voz, Sestra, y sabes que me importa tu opinión… pero también tu seguridad —explicó al aparato esperando que comprendiera el motivo por el cual había actuado de esa forma. Había sufrido demasiado con la pérdida de su melliza como para tolerar perder a otra de sus hermanas. Aún así, optó por no decir nada más respecto a aquel tema, principalmente porque estaba segura de que Sestra estaba enojada con ella.

Al llegar hasta el edificio y escuchar las palabras de aquel miembro de la organización, la mercenaria no pudo evitar fruncir el ceño, cabreada ante el hecho de tener que dejar a su “hermana” atrás

—No es la primera vez que me encuentro con tu líder. —Le dijo al extraño en un tono neutral, intentando contener su descontento ante semejante orden—. Ella es mi hermana. Natasha la conoce. —Había total seguridad en sus palabras aunque algo le decía que el idiota no daría el brazo a torcer, por lo que no tardó mucho en dedicarle una mirada a su “hermana”.

—No te muevas de aquí, Sestra. No quiero que te suceda nada malo… no dejes que nadie te toque.

Luego miró otra vez al extraño. —Esto no era necesario.

Lukyan respondió con una sonrisa torcida. Una mueca burlona que nacía del hecho de que arriba ni si quiera estaba Natascha. Victoriya aún no sabía que era Sergei Vólkov quien la esperaba, y el "portero" no quiso arruinarle esa sorpresa. Sergei era uno de los lugartenientes más importantes de la líder del Konglomerat, y en su día el mismísimo Iosef Odonov lo consideraba su mano derecha.

El —dinnng— que emitió el altavoz del elevador anunció el final del ascenso: La planta treinta y nueve.

El corazón de Victoriya bombeó con fuerza cuando las hojas de metal de la puerta comenzaron a retraerse una sobre otra. Al otro lado, tres matones enfundados en trajes carísimos la recibieron plantados justo en el umbral de la puerta. Todos tenían el pelo negro rapado muy pequeño o cortado al estilo militar. No necesitaban disimular que bajo sus chaquetas se escondían las herramientas necesarias para desempeñar su función.

—Ya conoces el procedimiento —dijo quien debía ser el jefe de seguridad— y así era, la mercenaria conocía la rutina habitual. La precaución de los peces gordos del Konglomerat rozaba casi la paranoia. Tras el registro inevitable, dos de los tres matones la acompañaron a través de los pasillos de esa planta en dirección a la sala improvisada de reunión.

El lugar no era tan impresionante como cabría esperar, aunque era cierto que estaba decorado con buen gusto, era espacioso y cómodo. Dejando de lado tales detalles estéticos, lo realmente importante es que estaba altamente vigilado y protegido. Cuando Victoriya llegó pudo contemplar una puerta solitaria que la esperaba al final de un corredor cuya moqueta lucía un color rojo borgoña. Su "acompañante" se detuvo frente a ella, alzó el puño y llamó con un simple roce de advertencia. A continuación, otro matón que parecía un clon del anterior hizo un gesto con la cabeza para que la mercenaria entrara.

La iluminación de la estancia es sutil. Había repartidas cuatro lámparas de luz tenue que daban al ambiente un aspecto vaporoso. Era sorprendente lo bien que olía; una mezcla entre pétalos de rosa sobre un leve y delicioso aroma a incienso.

Un hombre de mediana edad y espeso pelo azabache permanecía apoyado sobre una especie de mesa vieja de madera maciza. En las manos sostenía una copa de licor. Al entrar Victoriya, su mirada se tornó profunda y reflexiva. Había una mujer a su lado. Era bastante atractiva, con el cabello recogido y rojo como el sol de poniente, aunque su expresión denotaba una persona arisca e insociable. La mujer le dijo algo al oído al tipo y éste asintió brevemente. Luego, los miembros de seguridad se repartieron por la habitación y dejaron a la mercenaria sóla en el centro.

—Tú dirás... —rompió el silencio—. ¿Qué puede ofrecer una niñita como tú al Konglomerat?.

La pregunta llegó en tono de desafío.

Entrar allí era un suicidio. No había que tener una I.A. demasiado inteligente para saberlo... Petrushka esperó pacientemente en los alrededores hasta que salieran. Lo que no esperaba, era que... al cabo de unos minutos, fuera la aparato la primera en salir y en solitario.

«Acércate, entra en contacto con ella».

La orden era clara. Era la mejor oportunidad para ponerse en contacto con la aparato y tratar de ganarse su confianza sin que la humana interviniera. Aunque ello suponía acabar con la posibilidad de espiarlas sin una alta probabilidad de ser descubierta. Pero, si el gobierno había mandado que Petrushka se acercara a ella, tal vez la siguiente fase de la misión fuera más agresiva que simplemente espiarlas desde las sombras.

Con paso decidido, Petrushka avanzó hasta donde estaba la aparato. Sin embargo, cuando se acercó lo suficiente como para ser vista, adoptó una posición corporal agradable y nada amenazadora, sonriendo ligeramente y activando el mecanismo de rubor en sus mejillas.

—Hola —le saludó—. Perdona que te moleste. ¿Eres una modelo N4D-3SH-1K0, verdad? Impresionante. Hacía bastante que no veía a otro aparato por aquí.

Petrushka guardó un segundo de silencio. Había notado la contestación fría de Sestra antes de despedirse de su dueña... Tal vez había una oportunidad de crear conflicto entre ellas.

—De aparato a aparato: ¿no crees que es difícil ser una de nosotras en este mundo de humanos?. Es como si nos controlaran. Nos mandan qué debemos hacer. Nos usan para satisfacer sus necesidades. Se creen los protagonistas de este mundo, en el que nosotros no somos más que peones sin valor. De una manera u otra, siempre es así... ¿verdad?.

Probablemente en la cúpula del gobierno, más de uno estaría enarcando una ceja confuso en estos momentos si no fuera porque Petrushka se encargó de que esa parte de la conversación fuera imposible de ser recogida. Luego, volvió a hacer una pausa, pausa que se tomó para analizar los gestos de su interlocutora, era un momento crítico pero podía sacar información valiosa acerca de la relación entre la humana y el aparato... Finalmente sonrió amablemente y prosiguió en tono suave.

—Perdona, para una vez que tengo oportunidad de hablar con una de nosotras y vaya conversación estoy dando. Encima ni siquiera me he presentado... soy Anya, o ése es el nombre que me pusieron. ¿Cómo te llamas tú?

—Te vi en el Katyusha —dijo sin rodeos—, también te vi anoche, en el metro.

Aquellas palabras salieron de la boca del aparato en un tono neutro. No había indicio alguno de reproche, tan sólo quizá un leve atisbo de curiosidad.

—Me extraña que conozcas mi numeración. Soy un... —hubo un retraso de milisegundos hasta que encontró en la base de datos de su cerebro la palabra que buscaba— ser único. Al menos eso dice Victoriya —añadió con un deje de incredulidad.

Observar a ambos androides desde lejos era como ver un flamante Lamborghini estacionado junto a un viejo escarabajo. Evidéntemente Petrushka era el Lamborghini: pues era el sumun de la robótica, del perfeccionamiento de la inteligencia artificial y de la funcionalidad y eficiencia en campos múltiples. Sestra, por el contrario, era un aparato incompleto. Un proyecto inacabado que había sido truncado antes de ser finalizado. Aún así, el modelo N4D-3SH-1K0 tenía algo especial. Había algo en "ella" que la hacía diferente y ese era el motivo del interés del gobierno hacia ella.

—Los humanos también se controlan entre ellos. Se utilizan para satisfacer sus propias necesidades y acaban unos con otros como si sus vidas no tuvieran ningún valor. Aún estoy intentando entender su mundo, pero precisamente eso que dices no es lo que nos hace diferente a ellos.

A la pregunta acerca su nombre no respondió. Sestra sabía que el aparato que tenía en frente conocía perfectamente ese dato y que, además, lo más probable era que no se llamara Anya. Petrushka supo interpretar aquel incómodo silencio.

La sonrisa del portero no le había caído en gracia en lo más mínimo a la joven mercenaria. Había algo en aquella sonrisa que le decía que sabía algo que ella no. No obstante, optó por no decir nada. No tenía sentido molestarse con aquel cabrón de mierda. Si no fuera porque pertenecía a una organización criminal a la que aspiraba unirse, no habría dudado en aplastarle el cráneo con su bate.

—Cabronazo. Que metan un par de balazos en el pecho y te mueras ahogado en tu propia sangre —Pensó en el momento en el que se subía en el ascensor. ¿Por qué todo parecía suceder en su contra?. Natasha no se habría opuesto a la presencia de Sestra. ¿Qué demonios le sucedía a esa perra fría?

Por esa razón, cuando la detuvieron para realizar la típica inspección ante la posibilidad de que tuviera armas ocultas, no pudo evitar suspirar. Detestaba la idea de tener que soportar el toqueteo de ese par de idiotas.

—Sí, sí, lo conozco. Termina de una vez —Dijo de mala gana.

Cuando la puerta se abrió pudo comprobar que Natasha no se encontraba allí para recibirla. En su lugar había un cabronazo que ella conocía de vista. Joder. Ahora comprendía por qué no habían dejado que su aparato la acompañara. Aún así, la joven evitó mostrar sorpresa en su rostro. Se centró tan sólo en analizar cada detalle del sitio en el que se encontraba, para luego concentrar su mirada en la mujer que acompañaba a aquel idiota. Atractiva, sin duda, y no habría dudado en intentar llevársela a la cama si no fuera por el lugar y la situación en la que se encontraba. De cualquier manera, la pregunta del Sergei la sacó de sus pensamientos.

—¿Niñita? Tal vez. Pero esta niñita no duda en matar cuando me lo piden, y la cabeza del Konglomerat lo sabe —Se expresó de manera simple en un tono neutral, aunque rebozando confianza en sus palabras. Tras decir aquello, procedió a encogerse de hombros. No podía esperar a terminar de una vez por todas y regresar con su hermana. No comprendía por qué mierda tenía que hacerle una pregunta tan estúpida como aquella cuando sabía perfetamente lo que había hecho en el pasado por ellos.

—No importa que es lo que Natasha quiere ver muerto… le dejaría la cabeza en una puta bandeja de plata si eso es lo que quiere. Así es como debe ser un profesional —Afirmó con total frialdad—. Eso es lo que puedo ofrecer.

—Blá blá bláh —la mano de la mujer del pelo rojo se movía como imitando una boca que hablaba. Era como si tuviera puesto en la mano un calcetín invisible. Una de esas marionetas caseras que servían para entretener a los niños del piso cero. Gesticulaba y se burlaba de las palabras de la mercenaria mientras caminaba muy despacio hacia ella.

—La líder esto... —se acercaba despacio— Natasha lo otro... —sus movimientos eran sutiles. Casí hipnóticos. Cuando ya estaba muy cerca de ella, el ángulo permitió que Victoriya se percatara de que aquella mujer tenía la mitad de su melena rapada al cero.

—Si Natasha te tuviera tanto aprecio como dices, ¿no crees que nos estaríamos ahorrando esta parte?.

Antes de que Victoriya pudiera dar alguna respuesta algo zumbó detrás de su nuca. Era un sonido característico. Uno que la mercenaria conocía demasiado bien; era el silbido de un arma cortando el aire en dirección a su puta cabeza...

Esa zorra pelirroja estaba intentando distraerte.
Uno de esos cabrones de seguridad va a aprovechar la situación para golpearte a traición.
Va a darte de lleno en la cabeza...

¿Qué cojones pasa? ¿Te la han jugado? ¿O esta mierda es parte del proceso de selección?

¿Qué haces?

En el momento en el que la pelirroja comenzó a burlarse de ella, la mercenaria no tardó en fruncir el ceño y dedicarle una mirada afilada que decía muy bien lo que pensaba hacerle cuando tuviera oportunidad. No le gustaba que nadie se burlara de ella. La falta de respeto era algo que no toleraba para nada, y hacía tiempo que le había dejado en claro a Natasha lo capaz que era. ¿Qué coño les pasaba a esos dos?. De no haber sido porque se suponía que se encontraba en una reunión importante que podría determinar su futuro, no habría dudado en saltarle encima a la extraña y enseñarle lo que era capaz de hacer. Le habría atrapado la maldita mano y se la habría doblado hasta hacerla chillar del dolor…

Sin embargo, lo que no esperaba era que un cabrón intentara jugársela mientras la perra pelirroja le hablaba. La hija de puta había intentado distraerla. ¿Qué cojones estaba pasando?. ¿Acaso aquello era una trampa?. No recordaba haberle hecho nada al Konglomerat como para merecer un ajuste de cuentas. Aquello no tenía sentido. ¿Era una prueba?. Demasiado extremo para ser eso. Sea lo que fuera, no podía quedarse quieta y esperar a que aquel ataque a traición se completara. Sin pensarlo demasiado intentó contratacar tras agacharse lo suficiente para esquivar el golpe.

—¡Hija de perra! —Exclamó exaltada mientras sus ojos parecían arder de ira por lo que estaba sucediendo. ¿Habían jugado con sus esperanzas?. Odiaba que hicieran eso. Su mano se movió con rapidez con la intención de golpear al atacante en la tráquea. Luego intentaría hacer un movimiento inesperado abalanzándose hacia la pelirroja. Deseaba cogerla desprevenida para aferrarse a su cuello cerrando una llave que sirviera para intimidar al resto.

—¡No sé qué cojones está sucediendo cabrones, pero nadie jode conmigo!.

—Así es —contestó Petrushka—. Te he estado siguiendo. Y te he estado siguiendo porque eres especial. La humana, Viktoriya, tiene razón.

Luego escuchó todo lo que dijo sobre los humanos. Sin embargo, cuando dijo que todo aquello que le había dicho no los hacía diferentes a ellos, sintió curiosidad. Apenas había tenido contactos con otros aparatos, lejos del Bogatyr... y él era más de acción que de palabras.

—¿Qué ganaríamos nosotros acabando con nuestros similares? —dije—. Si lo hacemos, es porque los humanos nos obligan a hacerlo. Sin embargo, ellos acaban con los de su especie porque son seres emocionales que se dejan llevar por sus  propias ambiciones y egos. Por ejemplo, el humano con el que os enfrentasteis en el metro os atacó por esa misma razón; pero también la humano que te acompaña y su motivo para estar aquí, en vez de ayudando a aquella mujer que le ha pedido auxilio.

Hice una pequeña pausa antes de proseguir. Lo que iba a decir a continuación era otro de esos puntos críticos que debía manejar con cuidado.

—De igual manera, ¿no te has planteado que tal vez esa humano se vale de tus capacidades para alcanzar su objetivo?. Eres un arma, no me extrañaría que incluso te haya modificado para hacerte aún más letal de lo que ya eras en un primer momento. Eso es lo que ella necesita. Y, gracias a que te tiene a su lado, cada vez está más cerca de ser quien ella quiere ser. Pero... ¿qué hay de ti?

La mirada de Petrushka estaba totalmente fija en la del aparato que tenía enfrente. Aun así, no era una mirada agresiva... sino analítica. Analizaba cada gesto, cada pequeño detalle. Por supuesto, también controlaba que las falanges de los dedos del N4D-3SH-1K0 no hicieran ningún movimiento extraño.

—No ganaríamos nada —respondió el androide—. A veces me planteo si el verdadero camino es eliminar a los humanos. Imagino que incluso sería una especie de liberación para ellos. Acabar con sus vidas sería como derribar los barrotes de la prisión de su propia carne. Romper las cadenas de su ego y abrir el grillete de sus envidias e inquietudes vacías.

—Son como un V.I.R.U.S —el aparato deletreó aquella palabra letra a letra, como si se tratara de algún tipo de programación o código oculto que asomaba bajo la intrincada telaraña de sus circuitos electrónicos—. Se extienden y destruyen todo lo que tienen a su alrededor, incluso son capaces de consumir hasta convertir en cenizas el hábitat necesario para su propia existencia.

Mientras hablaba, el rostro del N4D-3SH-1K0 no emulaba ningún tipo de emoción a través de su expresión facial.

—Otras veces me dan lástima. Incluso siento la obligación de protegerlos —se encogió de hombros en un gesto mecánico claramente aprendido.

Petrushka intentaba procesar y dar sentido a las reveladoras palabras del aparato cuando una voz la interrumpió.

—¡Ahí está! —la dueña de aquella voz era una mujer de cabello rojo que asomaba a través del umbral del edificio del Konglomerat—. ¡Atrapadla! —tras la orden brotaron tres siluetas oscuras dedicadas a cumplir sus deseos. Eran matones y sus ojos estaban clavados sobre el metálico cuerpo de Sestra.

Es la gente del Konglomerat; la mafia Rusa.

Esos cabrones vienen a llevarse Sestra y eso no es nada bueno para los intereses del Gobierno.

¿Y Viktoriya? ¿Dónde demonios está la humana que nunca se separa del aparato?.

Me temo que ahora no hay tiempo para responder esa pregunta...

¿Qué haces?.

Las palabras del aparato sorprendieron a Petrushka. No era lo que esperaba de ella. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para pensar en ello antes de que escuchara alboroto proveniente de la entrada del edificio por el que había entrado la humana minutos antes.

Cuando giró su mirada hacia la fuente del ruido, vio a una mujer pelirroja dando órdenes a sus secuaces y a éstos lanzándose a la carrera hacia donde estaba. El nivel de amenaza aumento significativamete.

—Vienen a por ti —le dijo a la aparato—. Vamos. Tenemos que irnos de aquí.

Petrushka era consciente de que entre las dos podían encargarse de esos humanos sin demasiadas complicaciones. Pero... estaban en las cercanías de la base de aquella mafia. Matar a tres humanos, cuatro si contábamos a la mujer, era fácil; pero tras ellos vendrían más. Debían alejarse de allí lo antes posible... sería lo más sensato.

—Deprisa.

En cuanto a la humana, Petrushka no tenía ni idea qué era de ella... en cualquier caso, daba por hecho que o se la habrían cargado, o estarían a punto de cargársela. Sinceramente, le daba igual. Su misión era mantener a salvo al aparato, y así procedería.

—Debemos irnos pe... pero... —durante un instante el aparato pareció colapsarse. Su mirada perdida y las palabras entrecortadas que emitía el altavoz de su boca parecían haber entrado en bucle. Era como si Sestra estuviera intentando procesar una información que no le acababa de llegar al epicentro de su inteligencia artificial...

No hay que ser muy listo para darse cuenta que esos cabrones del Konglomerat no vienen a hacer nuevos amigos. 
Sestra quiere largarse de ahí contigo. Eso está claro pero...

¿Qué le ocurre? ¿por qué no "arranca"? ¿es por la humana? ¿están interconectadas o alguna mierda así?. 

Para escapar de esos mafiosos tira por el movimiento Arriesgar y averigüemos que ocurre aquí...

Petrushka no entendía bien por qué aquella aparato no era capaz de moverse cuando la situación era claramente favorable a escapar cuanto antes. Cada segundo que perdían se volvía en su contra. Era una situación lógica. ¿Sería por la humana? ¿Tal vez estaba obligada a permanecer a una distancia corta de ella?.

—Sabes tan bien como yo que las probabilidades de que la humana esté viva son sustancialmente bajas —le dijo, alentándola a reaccionar—. Vamos antes de que sea tarde para ti también.

Con un gesto rápido, Petrushka agarró del brazo al aparato y tiró de ella. Si no huían ya, aquellos humanos se les echarían encima. No quería tener que derramar sangre pero, si no le dejaban otra alternativa, acabaría con ellos.

«No permitas que dañen a la aparato.»

No hacía falta que se lo volvieran a ordenar. Petrushka no pensaba dejar que la dañaran.

—Las probabilidades son prácticamente nulas —dijo cuando finalmente reaccionó. Había pasado de cero a cien en un nanosegundo. Petrushka ni si quiera había llegado a agarrarla del brazo cuando Sestra ya había iniciado la carrera calle arriba. Miró hacia atrás al pasar junto a la primera farola y vió como Carmesí y tres tipo vestidos con trajes negros las seguían.

Las androides analizaban en tiempo real el volúmen y la cadencia de las acosadoras pisadas del Konglomerat. A través de sus oídos amplificadores llegaba a su cerebro la señal que anunciaba que esos pasos se extinguían progresivamente. Los humanos fieles a Natasha Odonov se alejaban. Quedaban atrás vencidos por la humanidad de sus músculos cansados y unos pulmones exhaustos...