Partida Rol por web

Me siento bastante confusa con toda esta gente hablando en muchos idiomas distintos a la vez, y por lo que parece, esperando que saque una baraja y me ponga a repartir. - No sé si me estoy enterando bien de la situación, quizá alguien les ha dicho que organizo timbas o algo... Aunque no esperaba que me conocieran en esta ciudad...

Cuando me estoy preguntando estas cosas, de repente todo el mundo se calla para observar a una mujer que baja la escalera. En cuanto veo la mirada que le echa Maximiliam sé lo que está pensando de ella. Parece lo más probable. En muchas tabernas tienen prostitutas contratadas para alegrar la noche a los caballeros y por el silencio formado, es evidente que debe ser conocida en el local. Y debe ser buena para crear tanta expectación.

Respondo a Maximiliam encogiéndome de hombros mientras la mujer se acerca al músico. - Como quieras, Max. Parecía un buen lugar para pasar un buen rato, pero si no te gusta, podemos buscar otra posada. De todas formas esta gente es un poco rara, no entiendo por qué me hablan de cartas, ¿tengo cara de casa de apuestas?

Me interrumpo para echar un vistazo al músico cuando vuelve a tocar. La recién llegada empieza a bailar y taconear al ritmo. No me interesa mucho este tipo de actuación, la he visto antes en otras ciudades castellanas y tanto pisotón me provoca dolor de cabeza, así que me giro hacia mis acompañantes en la mesa, esperando su respuesta a la pregunta de Maximiliam.

Miro a la mujer y por unos segundos me planteo problemas... Pero algo llama más mi atención. Rápidamente miro al hombre que acaba de hablar y mi sonrisa se torna lupina, me hecho un poco hacia delante, entrelazo mis dedos.

Esso dependegá de cuánto dinego estemos hablando... Y de quién les pegsiga...

Podría parecer una persona despistada, pero habiendo negocio de por medio mi parte más despierta salía a relucir. De reojo observo a la dama que parece acompañarle y luego vuelvo a mirarle. Es una de las pocas cosas que puede distraer mi atención del ron durante unos momentos, la otra cosa que puede distraerlo, está bajando y repleta de babosos.

Asiento mientras una sonrisa escapa de mis labios, puedo ver como mi hermosa Carmen espera por mi y mis dedos pulsan las cuerdas que lentamente van convirtiendo el débil rasgar en una hermosa melodía. Mis ojos acompañan los movimientos de la dama a la que sigo desde años, mientras me dejo llevar por la música y cada vez que lo hago retrocedo al pasado. Un pasado triste pero hermoso, y aunque ahora me hallo en el presente donde los juegos de niños quedan atrás, siempre me queda mi música para refugiarme. Arpegio los trastes de mi guitarra y acaricio con suavidad el mástil, como si estuviera haciéndole el amor... ella baila y a veces me regala una sonrisa. Pero una sonrisa es lo que siempre obtengo de ella...

La melodía acaba, mientras mis dedos rasgan las últimas notas. Y dejo que el público se deleite unos segundos con el silencio, para que puedan admirar la belleza de mi prima.

Al ver que se trata simplemente de música y baile, Maximilliam lo ignora sin problemas. Ha visto muchas veces ya la misma historia. Se inclina ligeramente hacia el hombre que le ha respondido.

- ¿Por qué da por hecho que alguien nos persigue? - pregunta - Y... ¿podemos hablar con su capitán?

Su primera impresión al ver a la mujer descender no fue mucho más que un "otra belleza sin talento real". Procuró ignorarla, pero cuando empezó la música, inesperadamente se volvió nuevamente, ignorando a partir de ahí la conversación. 

Las opciones de llevar a unos o a otros en nuestro barco las dejaría al capitán, pero aquel baile... Sentía una mezcla de admiración y desprecio por aquello. ¿Cuando fue la última vez que bailó? Lo recordaba perfectamente, y ese recuerdo logró que se le quitara el apetito. Incluso de alguna manera, la entrega y belleza del estilo castellano de baile era una ofensa. ¿Porqué tenía que ser tan hermoso y a la vez... caótico y pasional? 

Frunce el ceño y aparta la mirada cuando la música termina, llevando inconscientemente los ojos a sus manos enguantadas y esforzándose en seguir escuchando las conversaciones de la mesa... o mejor dicho, las traducciones que la una o el otro, le facilitaban, llegando a captar la última pregunta.

- Estás hablando con nuestro Capitán, Maximilian - Haciendo un gesto con la mano en dirección a Simón. - Navegamos en el Cuatgo Tablones, y cualquieg gumbo es posible - Sonríe - Si el pago es bueno.

Una reverencia un tanto exagerada mientras me quito el sombrero y al echar la mano hacia atrás le doy, sin pretenderlo, a Martina. En ese momento un cruce de miradas con Eliz que basta para comprender que luego hablaremos.

El mismo. Pero decidme... La histogia siempre es la misma... ¿Pog qué si no ossagíais sugcar los mages con unos bribones de mag como nossotros? ¿Por qué tanta prissa? Sí, hay algo... Y en mi barco no consiento las mentigas.

Vuelvo a ponerme el sombrero y le miro con una sonrisa confiada, está claro que hay poco en mí de pirata convencional.

Sin mostrar mi rostro ante todos los que se iban acercando a la mesa, y los que ya estaban allí sentados. Escucha a cada uno de ellos como cada uno se expresaba en su lengua, y las caras de no entender nada de lo que los unos y los otros decían.

Una sonrisa se dejaba ver ante todo aquello, me hacia gracia y lo demostraba con una sonrisa como nadie de los presentes se entendía en una única lengua. Todo esto me hacia gracia y no podía evitarlo mostrarlo. A diferencia de algunos aunque pensarán que no les entendía si entendía cada palabra que decían por sus bocas.

Entre mis risas, no pude dejar de mirar a la bailarina que se encontraba bailando en la taberna y al acompañante moreno que tenía. Fijé mi mirada en él sin perder ojo a aquella excelente bailarina y su acompañante.

Me sentía a gusto y en casa de volver estar allí. Alcé mi mano y llamé al tabernero para que nos sirviera tres jarras más.

- ¡Tabernero!, tres jarras por aquí. -

Una mirada de ojos suspicaz, y no es la única, parece molesto cuando hablais mientras la mujer baila.

- Extranjeros sin modales...- murmura a su compañero aunque audible para cualquiera que ponga atención.- podrían coser sus bocas, al menos hasta que termine la actuación la dama.

Mientras Laurent repiqueteaba con aire ausente la mesa de la taberna con su panzerhand, este prestaba atención a la curiosa negociación que se había formado a su alrededor. ¿Qué necesidad podrían tener aquel par para querer ir en un barco con el capitán Montaigne y la mocosa del pañuelo?

Se fijó en que el metal de su guantelete había formado un pequeño hoyuelo en la madera, así que con cierto disimulo lo tapó con las pieles de la naranja que se acababa de comer y observó como aquella mujer bailaba. Y eso que él había entrado en aquella posada pensando que sería un antro como cualquier otro.

El compás de la música y la danza le hizo sentirse mejor, ya continuaría con su viaje a la mañana siguiente y además ¿Qué más da donde estuviese Diana? Empezaba a sentir que ya no podía usar más aquella excusa como el detonante de su viaje. Envidiaba como aquella mujer había ido siempre donde la llevase el viento, quizá por eso él estuviera ahí. Llevaba tanto tiempo esforzándose para que las cosas funcionasen bien en el ejército… estaba cansado, de todo.

-          Nada de esto es asunto mío, mas no os quiero importunar jóvenes amigos. Pero enrolarse en una tripulación pirata no suele tener un final feliz. .- se dirigió en avalonés a Max y la mujer pelirroja. Después de unos segundos volvió a la mesa y continuó repiqueteando el hoyuelo en la madera.

Laurent musitaba cosas inentendibles, y muchos menos audibles. Quizá a la mañana siguiente tuviera las ganas y la voluntad para continuar buscando por aquella región o probablemente se quedaría en aquella población y volviese a Eisen para dejar aquel intento de aventura como una tonta idea achacada a su edad.

Algo rondaba por la mente de Laurent, una idea estúpida sin duda. O no.

Estoy sencillamente maravillado. Llevo poco tiempo aquí, y es la primera vez que presencio un baile tan pasional y tan propio de Castilla. Cómo se mueve la morena, mama mía. En seguida empiezo a mover algo mi cuerpo en el sitio y taconeando suavemente, desde luego desde mi asiento. A estos viajeros parece que no les va mucho esta danza. 
Mis movimientos son un atentado contra la vista y el buen gusto, pero permanezco atento a lo que se traman ese tal Max con ese grupito. ¿Qué se traerán estos entre manos? No parecen gentes nobles, eso siempre es de agradecer. 
Salgo de mi trance por un comentario de fondo. ¿Que no hay modales? ¡Baile hombre, muestre sus modales con algo de alegría! Me río a carcajada limpia de esos lugareños. Menudos aburridos, aquí hay que divertirse un poco.

Escucho hablar al grandullón en avalonés. Anda, ¿se van a enrolar en una tripulación pirata? 

Comienzo a mover mi cuerpo muy despacio, llenando los silencios con un taconeo acompasado, haciendo ondear los volantes de mi vestido. Es una buena canción para empezar, calentar el cuerpo y calmar los ánimos de los espectadores. La gente comienza a prestar atención y a cada paso que doy me siento más cómoda. La taberna está llena de todo tipo de gentes, lugareños y extranjeros… lo que podría esperarse en un puerto. Pero hay una mesa al fondo que me llama la atención,  parece de la más variopinta. Y luego aquel comentario del hombre que está sentado en la barra. Sé oler las peleas a leguas de distancia por que en todas las tabernas y posadas de Thea comienzan igual, así que pongo más ímpetu en mi baile, atrayendo la atención del hombre de la barra, sonriéndole y dedicándole un par de vueltas. La gente aplaude al compás de mi taconeo.  El chico del fondo grita y se ríe contento, me parece notar en su voz el deje de un acento… y yo puedo sentirlo, como el murmullo de la marea. Problemas. Me giro hacia Ricardo y le lanzo una mirada, los años de viajar y actuar juntos nos han enseñado un lenguaje no hablado. El acaba la canción y la gente aplaude, yo saludo a todos con alegría.

-Gracias Gracias!!!. Ahora vamos con algo más movido. 

Taconeo fuerte y mis palmas se hacen escuchar por toda la estancia. Es nuestra señal secreta para una Bulería.

El baile parece encandilar a l personal que aplaude con entusiasmo, parece que por los comentarios de algunos, ella ya ha actuado mas de una vez en el lugar y muchos han venido aqui solo para verla. Un gruñido se escucha desde una de las mesas y viendo que al contrario de haber hecho caso a las palabras de alguien, un hombre de al menos casi un metro ochenta se levanta con toda su envergadura y se dirige hacia vuestra mesa, con cara de pocos amigos. Le siguen al menos cinco personas más.

Tomo de la mano a Carmen y niego con la cabeza mientras miro con una sonrisa torcida hacia el grupo de hombres, no es la primera vez que veo esto.

- Estos hombres tienen sangre en las venas, creo que buscan más algo de acción que algo de arte, deberíamos de alejarnos prima.- Digo algo temeroso por que vaya a haber un combate no deseado y ella pueda salir herida.

El hombre se acerca con toda su envergadura y sin más pone la mano en la mesa que estáis sentados y la vuelva derramando todas las bebidas que había en ellas, salpicando, manchando y haciendo incluso que algunas jarras se rompan a vuestros pies causando un gran estruendo.

- Sino sabéis comportaros y beber en silencio cuando una dama actúa, es que no merecéis beber.- Claramente es una excusa, y muy mala, pues no parece acusar tampoco mucha educación.

Al ver cómo el hombre se acerca, aún antes de escuchar respuesta alguna, me pongo en pie y le miro, una sonrisa que muestra mis dientes y miro de reojo.

Disculpad, caballego, pego creo que no es precissamente nuestra conversación la que ha provocado que dejemos de deleitarnos con los sensuales movimientos de la dama. ¿Podríais volver a vuestra messa y dejarnos en nuestros assuntos? Ah, alegrad essa jagga.

Digo esto mientras saco mi jarra de ron y le ofrezco una de las jarras de cerveza sobre la mesa cogida al vuelo mientras ésta se volcaba.

Digo, alegrad essa caga.

Una mueca de sonrisa que se amplía más de lo habitual y alzando mi jarra.

¡Por la bella dama, compañegos de la Sigena del Mar!

La habían salpicado. Aquello era una grosería, una completa grosería. La habían manchado y ahora para colmo pretendían alentarnos a una batalla absurda y estúpida. ¡Vaya falta de modales!

El rostro se le encendió mientras se levantaba con movimientos premeditados, enderezando la espalda y sacudiéndose una mota de polvo imaginaria del hombro. Deja de lado la actuación que llevaba hasta ahora y se coloca a la diestra, aún un poco rezagada, de su capitán. Las manos visiblemente cerca de las empuñaduras de sus armas, aún sin tomarlas. Era un aviso.

Ese tipo de poses que dejaban poco a la imaginación del humor de su propietaria.

- Bueno, caballero, creo que será mejor que nos calmemos todos... - dice Maximilliam mientras hace un repaso rápido de la situación. Nyalish está sentada, pero es una mujer que reacciona rápido. El hombre no parece demasiado entrenado, simplemente grande. Echa una mirada rápida para ver con qué podría defenderse sin llegar a las armas de hoja. Taburetes, jarras... incluso sillas. Después echa un vistazo al lugar de donde viene el hombre, para saber si está acompañado, y cuántos compañeros tiene. También se fija en la constitución de ellos, y en si la gente de la taberna parece predispuesta a unirse a una pelea, o sólo a mirar. Al mismo tiempo, hace un par de gestos con la mano que deja a su espalda, indicando a Nyalish de cuantos se tratan, y pidiendo a todos que le permitan hablar a él un instante.

Todo esto lo evalúa de forma automática. Ha vivido demasiado como para no haber aprendido a hacerlo. Se lamenta de haber perdido su cuchillo pesado en el último naufragio, pero con el que lleva en el cinturón debería servir. Sabe que es un hombre preparado para cualquier cosa.

Sin embargo, sonríe al hombre. - Disculpe si le hemos molestado. Todos nosotros somos viejos conocidos y hacía mucho que no nos veíamos - miente, dejando entender que, de haber una pelea, se defenderían entre todos - ¿Podríamos arreglarlo invitándole a una buena jarra de cerveza?-dice señalando la jarra que ofrece el capitán.- ¿Quizá acompañada con algo de comer?

¡Me cago en la ostia! En cuanto el castellano hace semejante estropicio en nuestra mesa me pongo de pie instintivamente. Esto donde yo me sé y ya está en el fondo del mar. De la manera más disimulada posible busco con la mano en la mesa alguna jarra, o incluso cubierto con el que defender. Con una cuchara ya se iba a enterar... 
Veo que el tal Max se hace cargo de la situación, eso me relaja, pero en el momento en el que menciona que le deberíamos de invitar a una jarra de cerveza no puedo evitar saltar. ¿¡Nos vamos a dejar asustar por este fantoche?! 
Mis ojos buscan los de Luca, en nuestra clásica señal de que está a punto de ocurrir algo. Ojo al tuerto. 
Luego al resto de los presentes, no tengo miedo de liar una tangana pero no soy tan suicida como para empezarla sólo y desde el fondo de una taberna, lejos de la salida.

Cuando veo al hombre acercarse a nosotros y volcar la mesa, trato de apartarme ligeramente para no ensuciarme. Luego le sonrío mientras permanezco tranquilamente sentada.

Maximiliam toma la iniciativa y parece estar calmando al hombre. Veo las señales que me hace en su espalda y tomo nota mental, sin dejar de sonreir al hombre que busca gresca.

Espero pacientemente a ver cómo se desenvuelve la situación, pero alerta para levantarme y actuar rápidamente si fuera necesario.