Partida Rol por web

Waterdeep: Descenso al Averno

Preludio - De ojos siempre cambiantes y contratos no siempre perpetuos

Cargando editor
29/01/2021, 11:05
Director

A los pies de una amplia mesa de madera de roble, recogida en una cálida y tranquila esquina del local, reposan tres docenas de libros apilados con esmero, y a su lado, muy bien acomodado en una mullida silla, un hombre de baja estatura y atusados bigotes saborea su jarra de cerveza. No es que la tostada que sirven en el Portal Bostezante sea la mejor que uno pueda encontrar, y menos en Aguasprofundas, pero Volo no hace ascos jamás a una buena cerveza. 

- Disculpe, caballero, ¿qué es ese libro? - pregunta una voz dulce a su lado, sorprendiendo al veterano viajero.

La joven elfa de cabellos dorados desborda hermosura y desparpajo. Sin esperar una respuesta, toma asiento en la mesa y clava sus ojos azules sobre él como si fueran dagas al corazón.

- Ehm, es la Guía de Volo para monstruos - carraspea el autor -. Mía por supuesto. Volothamp Geddarm, a vuestro servicio.

Ella le tiende la mano, ofreciéndosela como lo haría una reina, pero no dice nada más durante lo que parece una eternidad. Espera. Sigue sonriendo, sus ojos ¿verdes? inmóviles sobre sus retinas. Parecen bailar y bailar incesantes, y el bueno de Volo apenas puede hacer nada que no sea seguir contemplando el... ¿ámbar? de sus iris. Ni siquiera cuando logra reunir fuerzas para besar su piel morena.

La mujer retira la mano con suavidad, y entonces habla al fin, mientras el violeta de sus ojos sigue atrapando al caballero.

- Fascinante, fascinante - comienza la dama-. ¿Así que sabe de monstruos, don Geddarm? Hay muchas criaturas en los reinos y los mundos que van más allá, pero tengo curiosidad por ver que puede descubrirme... Creo que me llevaré uno de recuerdo - añade, cogiendo un ejemplar y dejando unas monedas de oro en la mesa-. Pero no he venido aquí por eso, mi buen amigo. He venido porque... - se detiene, pensativa. Sus iris rojos parpadean un instante - Porque necesito navegar unos cauces imposibles. Las aguas del Caos nos arrastran por doquier, y sin ayuda jamás seré capaz de cruzarlas por donde debo, ¿me entendéis?

Volo niega, sumido en el suave resplandor blanco de su mirada, y la mujer se ríe. Hay en su risa una estridencia extraña, distinta, atonal, como si casi no perteneciese al rostro que la porta.

- Los acontecimientos están a punto de desencadenarse... El secreto de un tesoro saldrá a la luz, y las calles de Aguasprofundas se teñirán de sangre cuando todos los que lo conocen se enfanguen por encontrarlo. Pero eso solo será el principio... Ya lo he visto, por desgracia, y las cosas no han salido como yo esperaba, ¿pero que es la vida sin un nuevo intento? Así que necesito que me ayude, don Geddarm. ¿Está dispuesto a ayudarme?

Apresado en el color cambiante e infinito que es su mirada, Volo no puede hacer otra cosa que asentir.

- Perfecto, perfecto - agradece la elfa-. No se preocupe, su papel en esta historia será muy pequeño, pero no por ello menos significativo. Solo quiero que salude a unos amigos míos cuándo aparezcan por aquí. Pero no les diga que viene de mi parte, ¿de acuerdo?

Y así la mujer le explica quienes son sus amigos, y cuando aparecerán por allí, mientras el famoso viajero escucha y asiente, perdido en ella. Cuando al fin acaba, la mujer se levanta, recogiendo su libro con curiosidad, sin poder resistirse a echarle una rápida ojeada. De pronto, su mirada se detiene en una página, que lee con detenimiento. Su sonrisa de marfil se afila y señala, mostrándole un párrafo al caballero. 

- Debería revisar esta página, don Geddarm. Se ha dejado la variedad más importante de todas - sonríe, y sin más, desaparece por donde ha venido.

Todavía muy bien acomodado en su mullida silla, el pequeño hombre de atusados bigotes contempla la página que le han mostrado, mientras las palabras que, ¿acaba de oír? se evaporan de su recuerdo. ¿Le ha hablado alguien? Solo tiene la vaga sensación de haber tenido una conversación con una dama. Lo más probable es que fuera una fan que haya venido a comprarle el libro, claro.

Así, el escritor recoge su jarra y vuelve a saborear su cerveza como si nada, o más bien casi nada, hubiese ocurrido.

 


 

 Muy, muy lejos de allí, entre el calor infernal, flota una fortaleza inmensa, una torre que se alza sobre las llamas y el horror del mismísimo Averno. La sobrevuelan decenas de monstruosas entidades astadas, que protegen su cima, mientras bolas de fuego abrasador tratan de alcanzarla sin éxito.

En su interior, existe una paz terrible, una paz de tiranía y poder. Una paz opresiva que no tolera ni la más mínima desviación del orden que allí impera. Diablos recubiertos de barbas afiladas arrastran a sus prisioneros a las cámaras de tortura, mientras por sus pasillos, gimoteantes almas en pena vagan en busca de un descanso que jamás llegará.

Y en lo alto, en el puente de mando, seis hermosas mujeres de alas negras y miradas crueles y retorcidas controlan las maquinarias arcanas que propulsan a la fortaleza por los cielos. Tras ellas una criatura enorme de cuerpo escamoso que parece estar hecha con fuego, hierro negro y oscuridad, descarga ordenes con voz profunda y cavernaria, de calma fría y tenaz. Y aunque se trata de una bestia temible, no es ella quien inunda la sala de odio y sombras, sino la figura de mujer que se sienta en el trono, en una perpetua apatía llena de rabia y frustración.

La archiduquesa del Averno.

Ante ella, de pronto, se alza una pequeña esfera de humo, azufre y ceniza, y una voz temblorosa surge desde su interior.

"Gracias, oh, todopoderosa, por responder a nuestra súplica".

Con un gesto de desdén, la mano de la diablesa sacude la nube de humo, que se zarandea pero no desaparece. 

- Queréis modificar el contrato, ¿verdad? - pregunta. El silencio al otro lado le sirve de respuesta-. No os atreveréis a pensar que yo me plegaré ante vuestros simples ruegos... El contrato se firmó siguiendo todas las reglas y habéis recibido todo lo que pedisteis. La hora de vuestro pago está próxima.

La temerosa voz no tarda en contestar.

"Por favor, oh, todopoderosa. ¿Acaso no os hemos servido fielmente? ¿Acaso no os hemos dado más de lo que ningún otro mortal os haya ofrecido? Sabemos que ha llegado la hora de pagar nuestra deuda, solo os pedimos que reconsideréis el precio. Jamás osaríamos traicionaros".

La archiduquesa se acaricia su barbilla con aire pensativo, dejando que su sonrisa aflore hacia sus labios.

- Tenéis suerte de que sea tan benevolente - susurra, con un suave tono cargado de malicia-. Os ofrezco dos pagos alternativos: o bien me otorgáis cien almas de inocentes, y cien mil piezas de oro, o bien cien piezas de oro y cien mil almas de inocentes. En mi infinita misericordia, os doy ambas opciones. Tenéis hasta el día previamente acordado: si no habéis podido darme lo que deseo, reclamaré lo que me habíais prometido en un principio. ¿Os parece una oferta suficiente?

Un largo silencio sucede a la sugerencia, en el que la archiduquesa tamborilea con impaciencia sobre su trono. Finalmente, la voz al otro lado susurra.

"Aceptamos".

Con un simple chasquido de sus dedos, la archiduquesa hace aparecer un papiro delante de ella: todos los cambios que ha sugerido ya están grabados en el contrato. Tras terminar de releerlo, y cansada de que la molesten, se vuelve hacia la nube de humo.

- No oséis molestarme hasta que tengáis listo mi pago.

"Gracias, oh todopoderosa. Así será" susurra la voz, cargada de desesperación.

La pequeña bola de azufre humo y ceniza desaparece y, cansada por la intromisión, la archiduquesa del Averno vuelve de nuevo su apatía hacia la guerra eterna y sangrienta que espera en sus páramos.

 


 

De vuelta en Aguasprofundas, los ojos cambiantes sonríen. Es muy importante ver, y esos ojos lo han visto todo, y todo lo verán. Han visto como en los Nueve Infiernos los acontecimientos ya han comenzado a desenvolverse, a girar y girar. Los contratos cambian, las posibilidades se retuercen. El Caos espira.

Invisible, al fondo de un callejón junto a la calle del Caracol, aguarda. Sabe que debería suceder muy pronto. Y así ocurre. Un estallido de luz de pronto inunda la acera, y varios hombres y mujeres aparecen tendidos en el suelo. Lucen distintas vestimentas y portan increíbles artefactos, y todos y cada una de ellos permanecen inconscientes. 

Unos minutos después, los bandidos no tardan en entrar en el callejón y desplumarlos por completo. Por si acaso, los ojos cambiantes esperan, no sea que algún maleante decida ir demasiado lejos y deba intervenir. Pero nada de eso ocurre y finalmente terminan por abandonarlos a su suerte. 

- Todo ha ido bien - reconoce, saliendo de su escondite, y caminando hacia la salida, para volverse a contemplarlos una vez más-. Veamos que tal se da esta vez, ¿eh?

Y con esa despedida, los ojos cambiantes abandonan el callejón, dispuestos a navegar las aguas sin importar lo fuerte que sean las corrientes, con tal de alcanzar al fin a su destino.