Partida Rol por web

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   Escuchó Darkomin sin inmutarse la cháchara del tabernero mientras pensaba, dinero, siempre desconfían del dinero... para ser un posadero o eso aparentaba ser, no parecía tener mucha maña con el negocio del buen beber y del mejor yantar. ¡Seguro que estaba metido en asuntos más turbios que era de donde sacaba el dinero!

   Dejando del lado el pozo que era la entrada abajo, claro.

   - Hablaré con Bonnie, como no dudo que está al tanto de la situación, el mensajero es para actualizar a mi familia el paradero y no tendrá que preocuparse del dinero. Se le pagará al entregar el mensaje, ya que si no cobra no lo entrega eso debería bastar para disipar sus temores. -

   Tras recibir noticias de la elfa y la camarera que puede encontrar un mensajero, ahí que fuí.

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   Lo primero que hizo Darkomin fue encontrar a la joven camarera a la que pedir que llevara el mensaje a sus familiares.

   - Indique al mensajero que se le pagará a la entrega del mensaje, en esta nota se indica que estoy en esta posada alojado y que cualquier gasto en el que incurra será pagado por la Casa Drummer. -

   Luego subí al piso donde estaba la elfa.

   Me incliné cortesmente ante Irina y acepté la silla.

   - Como tal vez intuís, no me atrae ninguna apuesta. Si he de seros sincero, me ha llamado la atención vuestro porte y belleza. Nada más quiero que conoceros y saber de vos, pues me habéis impresionado profundamente. -

La elfa sonríe divertida, aunque tampoco impresionada en exceso. Por muy encantador que seas (y lo eres) no parece la clase de dama que sea fácil de engatusar con unas palabras bonitas. Al menos tus intenciones no han sido recibidas de mala manera, que por el primer gesto, era lo máximo que cabría de esperar.

—Gracias, maese Drummer, pero no estoy interesada —asiente con sus ojos esmeralda fijos en ti—. Respeto vuestra osadía, pero quizás deberíais mejorar vuestras palabras antes de acercarse a una dama ocupada. Ahora estoy pendiente de las apuestas, para seros sincera. Me llama la atención, eso si, vuestra presencia. No soy muy ducha en la corte local —dice, y te queda bastante claro que no es cierto—, pero sí que había oído que cierta desgracia había acontecido a los Drummer el año pasado... Asumo que me había equivocado, viendoos tan lozano.

Hasta los mercenarios tienen dinero de sobra en este lugar. ¡Gracias amiga! ¡Ahora sí la pinta de cerveza enana! Soy Oki, la... pronto a ser descubierta como la mejor bardo de la Costa de la Espada.

La semiorca esboza una sonrisa relajada, muy leve, y alza su jarra hacia Oki como un saludo, antes de fundir su lengua en la cerveza.

—Brindo por ti, Oki.

Bien hallada seáis, Yagra. Mi nombre es André. Se agradece el gesto. ¿Nos delata acaso nuestro aspecto? Bien podría decirse que estamos pasando una mala decana.

La semiorca se vuelve hacia el guerrero, volviendo a sumergir el gaznate en la cerveza como saludo.

—Bien hallado seas tu, André. Sí que os delata, se os ve el careto despistado, y Floon no calló con vosotros el otro día. Es un zoquete redomado, pero puede hacerse oír.

¿Qué os trae por aquí? No os veo muy interesada que digamos en lo que esconden las ruinas de Bajomontaña.

Al mencionar Bajomontaña, la semiorca echa un vistazo hacia el pozo con expresión carente de absoluto interés.

—Bah... Eso es una trampa en vida. Sí, no dudo que los que bajen podrán obtener fortunas sin parar, pero Halaster Capanegra se ha asegurado de que sea a costa de la vida de muchos idiotas que creen que merece la pena bajar allí... No lo merece. Mejor ganar menos y vivir más y a gusto. Ese es mi lema... Mójate lo justo los dedos de los pies.

Va a deciros algo más, cuando un individuo calvo y tatuado se acerca desde la entrada de la taberna hacia la barra. Tiene muy poca pinta de ser amigo suyo.

Todos veis en determinado momento como uno de vuestros compañeros, Raynard dijo llamarse, os hace gestos para indicaros que os reunáis con él. Parece que ha averiguado algo.

Sin embargo, antes de que nadie pueda hacer nada, un tipo calvo con tatuajes en el cráneo camina hacia la barra, donde Oki, André y Sihq charlan con una semiorca con pintas de mercenario. Le siguen cuatro zoquetes con armadura, ballestas y espadas y pinta de cualquier cosa menos de ser amigables. Es más, todos ellos llevan las ballestas listas en las manos. Cuando el calvo habla, lo hace a grito pelado, y sin importar donde estuvierais reunidos o en que planta de la posada os encontréis, todos oís lo que dice. Acto seguido se forma un silencio en la taberna que os deja entender la conversación con claridad.

—¡¡Stonefist!! — grita el calvo, el único de los cinco que no enarbola su arma en las manos—. ¡Te gusta matar a los míos, eh, puerca colmilluda!

Hace crugir los puños, mientras mira a la semiorca con ojos inyectados en sangre,

—No sé de que hostias me hablas, Krentz, pero yo que tu cogería a tus niñatos del ojito, y saldría cagando hostias de aquí antes de que te reviente esa cabeza calva que tienes — responde la semiorca. Al ponerse en pie se ve que es inmensa, más de dos metros de altura—. Podéis ir a alguno de esos cuartuchos donde os gusta meteros virotes por el culo los unos a los otros y pasarlo bien. ¿Qué me dices eh?

La semiorca no desenfunda sus armas, pero también hace crujir sus puños con fiereza.

—Cuando acabe contigo, los chicos y yo haremos un puré con tus dientes, perra gris.

Y sin decir nada más, el matón se prepara para atacar a la semiorca.

En el momento que vuelan los puños, está claro que la escena no se va a arreglar con las palabras. Tampoco parece una pelea justa: la semiorca es enorme, y claramente mas fuerte, y cuando se abalanza hacia el calvo os queda claro que puede triturarlo como a un bebé. El problema es que los cuatro matones no parecen dispuestos a dejar que eso pase, y al ver que nadie desenfunda las armas, guardan sus ballestas y se aproximan para darle una paliza grupal y nada educada a la semiorca.

Nada de lo que está pasando os incumbe, aunque es cierto que la semiorca estaba hablando con André, Sihq y Oki cuando todo ocurrió. Quien sabe que ocurrirá ahora...

Oki asintió enfáticamente a la posición de la semiorca de sólo arriesgarse lo justo y necesario.

—Así se habla. Eso digo yo. Todo en la vida es costo beneficio. No hay que tomar riesgos innecesarios.

Miró a André.

—Y luego dicen que los semiorcos son estú... —se interrumpió de golpe con la boca abierta y gesto vacilante y miró de reojo a la mercenaria, para juzgar su reacción—....pendos compañeros y muy valientes.

En eso apareció una banda de facinerosos que se pusieron a pelear con Yagra.

Oki se inclinó sobre la barra y, con el dorso de una mano cubriéndole el costado de la boca, le habló al tabernero.

—Suspendamos por ahora esa pinta de cerveza enana, hasta que sepa si va a sobrevivir la que paga.

Vio como la banda rodeaba a la muchacha y dudó un momento. No la conocía de nada, pero parecía más simpática que los que habían venido a atacarla. Además les iba a pagar una ronda. Quizás se pudiera hacer algo por ella, siguiendo su propia regla de no arriesgar demasiado.

─Maldición ─masculló entre dientes el arcanista humano─ ¿Por qué todo tiene siempre que ser tan difícil?

Si en aquella estúpida reyerta alguno de sus compañeros de amnesia se inmiscluía las probabilidades de resolver sus asuntos sólo conversando caerían en picado. Aunque si todo acababa en una simple pelea de bar... Bueno, unos cuantos ojos morados y algunas magulladuras no serían algo que llamase la atención. Tal vez ni siquiera acudiera la guardia si todo acababa rápido.

Asomado a la barandilla, Raynard evaluaba la situación lo mejor que podía.

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   Sonreí a la elfa, que en verdad era fácil hacerlo, la chica se prestaba a que uno sonriera en su presencia. Aunque igual era una chica de 1000 años de edad, je.

   - ¡Ah, mi familia! Un tema que me interesaría escuchar de vos, pues he estado un tiempo ... fuera. - Ahí aproveché la oportunidad que me brindaba la bella joven élfica para seguir la conversación, cuando algún jaleo me distrajo ahí abajo.

   Al escuchar los gritos y observar el jaleo consiguiente, añadí. - ¿Le gustan las apuestas? Podemos apostar sin temor a pérdida a que algunos, si no todos, mis acompañantes no podrán resistir la tentación de involucrarse en la pelea, sea por honor mientras señalo con un gesto a André, sea por la emoción de la batalla. Si me dispensa, tengo que echar una mano a unos amigos que de seguro se meten en la pelea. -

   Echo una mirada a ver si puedo descolgarme con seguridad de la segunda planta. Si ello no es posible, bajo con toda la rapidez que puedo abajo por las escaleras. Que hay damas y damas, y la bruta de la semiorca pinta que podrá aguantar un par de asaltos si fuera preciso.

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André tuerce el gesto al ver entrar a matón y su comparsa de indeseables armas en mano. Su actitud y sus palabras dejaban claro que buscaban problemas y que no querían que nadie se interpusiera en su camino. El mercenario estaba más que acostumbrado a esa forma de zanjar los problemas que parecían tener otros de su misma profesión pero, lamentablemente para ellos, su educación y sus buenas maneras no había desaparecido con los años.

Alzándose de su silla y sin mediar palabra alguna, André agarra a uno de los esbirros de aquel que hace llamarse Krentz por la pechera de la coraza

- Eh, desgraciado. Se mira pero no se toca - y se dispone a propinarle un soberano puñetazo en la mandíbula. Nadie pondría un dedo sobre una dama mientras él estuviese presente. Por muy zafia y muy mal hablada que fuera.

   Ahí que bajó el joven Darkomin, a toda velocidad, las dos plantas, esquivando a los parroquianos y manteniendo el tipo a pesar de no ser especialmente atlético.

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   Y ahí que me despedí de la elfa, echando un vistazo abajo, aunque me temo que fue más largo el vistazo que eché a la encantadora elfa que a la pelea... prioridades. Pero una vez decidido, bajé como una exhalación por las escaleras con gran rapidez. Por el camino, en una de las mesas en las que no había nadie agarré una jarra vacía casi al vuelo sin detenerme siquiera un segundo.

   Un par de revueltas más y ya estaba abajo. Cuando bajé al fin a la planta baja y antes de salir al centro frené casi en seco, y ya avancé con más sigilo, tapándome entre la gente, las mesas... mientras alzaba la jarra que había cogido y me acercaba a la espalda de alguno de los camorristas.

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Siqh encajó silenciosamente las palabras de Oki sobre su pasado, asintiendo de forma ausente mientras se llevaba comida a la boca a un ritmo lo suficientemente vigoroso como para resultar desagradable, pero no para ensuciarse demasiado la barba. Aceptó la oferta de la simpática semiorca con un quedo "os doy las gracias", pero sus pensamientos estaban ya muy lejos de allí, ocupados en abrir puertas cerradas en su propia mente. Libros y apuntes de contenido incognoscible se sucedían uno detrás de otro a un ritmo vertiginoso, conminándole a recordar cosas importantes que determinarían su destino:

"para mejorar el algoritmo de ordenación mágico del método Halruaano, debemos disponer una nueva serie de bucles que..."

Hasta que, de repente, la semiorca se levantó con violencia y se enzarzó en combate con un puñado de matones. A Siqh se le cayó la jarra del susto y se levantó echándose hacia atrás, derribando un taburete. Buscó instintivamente con la mirada a Oki para recriminarle el follón que había montado, y vio que se disponía a lanzar un hechizo a las espaldas de uno de aquellos indeseables.

—¡Maldita sea! ¿No podéis estaros quieta en la silla ni por un minuto? ¡Por el cuerpo revenido de Ilmater, sois peor que un niño kobold!

Entonces percibió que André también estaba metido en el ajo, agarrando a uno de los bastardos por la pechera, preparándose para golpear. Quizá había malinterpretado la situación. Cauto, se hizo a un lado, esperando un momento de intervenir mediante algún truco inofensivo. Estaba demasiado mayor para pelearse a mano descubierta con un puñado de mercenarios malcarados.

Los cuatro matones rodean a Yagra, que sin desenfundar su arma bloquea como puede los golpes del quinteto, mientras clava sus ojos furiosos en el calvo de los tatuajes, al que ha llamado Krentz. En ese momento una sombra veloz cruza la distancia que hay entre el pozo y la pelea y cae en medio como una furia desatada. Los bandidos no esperaban que nadie se entrometiera, y menos la chica de aspecto sencillo que hace unos momentos parecía distraída mirando las profundidades de Bajomontaña. Por ello cuando descarga una patada en la rodilla de uno de ellos, el pobre diablo grita del dolor y la sorpresa antes de que un rodillazo en el cráneo lo derribe inconsciente.

Al ver a Amelia, el jefe, Krentz, maldice y desenvaina su espada corta:

–¡Era una trampa! ¡Matadlas!

Uno de los bandidos está inconsciente, pero los otros cuatro, incluyendo al calvo que parece algo más fuerte, se amontonan cerca de Yagra, a unos metros de donde está André, y también Amelia. Han desenvainado sus espadas ante el ataque relámpago de Amelia y parecen decididos a convertir el Portal Bostezante en una carnicería.