Partida Rol por web

- ¿Y qué pasa con el alquimista? ¿y con nuestra misión?- Dworkin estaba indignado.

Para un enano, la palabra dada iba más allá de un contrato y Dworkin no se lo tomaba a la ligera. Por otro lado, el temor de sus compañeros, le parecía exagerado a todas luces. El golem se había quedado en la otra habitación, no podía alcanzarles en el túnel y... ¿porqué estaba todo en silencio?

- Abre esa maldita trampilla, mediano[/B]- rugió- pero, si no tiene nada que valga la pena, volveré aquí abajo aunque sea solo a terminar lo que hemos venido a hacer aquí.

—Fíate de las creaciones de un alquimista con mazmorra propia y no corras. Y seguimos buscando esa dichosa caja con gemas —espetó Gromenauer a Dworkin al ver el silencio imperante con el gólem. Él podía creer que el constructo se iba a quedar ahí sin hacer nada, pero no iba a ser así. Ese ser les perseguiría por toda la mazmorra con total seguridad, y mejor si tenían un lugar seguro como el pasillo por donde él no entrase. Además, ninguno sabía dónde estaba la caja. Lo mejor era seguir buscando.

Pero en cualquier caso, no había tiempo para discutir. Si el golem había subido a la planta superior como pensaba, lo mejor era no perder el tiempo. Así, apartó al mediano de la trampilla, para decir—. Veamos qué hay tras la puerta, que esta intriga me está matando.

Y dicho esto, el enano abrió la trampilla.

Rudar empujó la trampilla y se asomó. Aunque todo a su alrededor estaba oscuro notó el viento en el rostro. Escuchó el ruido del agua goteando en la piedra y su instinto de druida se alegró al constatar que aquella salida parecía dar a una caverna natural. Y si venía aire es que la boca de la cueva no debería estar lejos.

Abajo Dworkin se quejaba de la poca seriedad con la que parecían tomarse sus compañeros el contrato acordado. Sintió también un leve cosquilleo en la nuca e instintivamente se dio la vuelta. Era de ese tipo de cosquilleos que notas cuando alguna deidad antigua se toma a mal algo que haces[1]. ¿Pero qué había hecho él para agraviar a dioses desconocidos?

Gromenauer parecía dispuesto a subir pero tanto Roark como Rathikus se habían alejado unos pasos de la escalera. Por si acaso.

En ese momento se oyeron de nuevo los pasos del golem a lo lejos, alejándose todavía más. No hacía falta tener un doctorado en la Universidad Invisible para sospechar que el bruto metálico estaría dando vueltas por las ruinas para encontrar a sus presas.

El mago suspiró de alivio cuando al mediano no le cercenaron la cabeza al asomarse por la trampilla. Tampoco había estallado en llamas, ni electrocutado, ni convertido en piedra; lo cual estaba bastante bien. El colofón fue escuchar los lejanos pisotones del gólem, que parecía haber desistido, rindiéndose ante la cruda realidad.

Un poco más calmado, intentó razonar con el enano.
—La misión sigue en pie, Dworkin. Pero si el túnel se iba abajo con nosotros dentro, no habríamos podido terminarla— dijo —. Oye, Rudar, ¿puedes ver algo?

Al notar el aire de la caverna bajar por el hueco de la escalera, Roark frunció el ceño. Las escaleras iban al exterior. Eso significaba volver a empezar desde cero entrando, otra vez, a las ruinas y enfrentarse, otra vez, al golem... Su vista se centró en la palanca...

¿Y si tiraba de la palanca?

Mientras se lo pensaba, Dworkin dio un respingo, o su equivalente enano, y Roark se fijó en su cara de preocupación. Siguió la mirada del enano y asintió con la cabeza. -Empezar de cero me vale. Con su permiso señores...- Y se encaramó a la escalera subiendo lo más rápido posible mientras sujetaba la antorcha con los dientes. -¡Hrobehauer! ¡fufe he uha fef!

Tal vez no era la mejor de las ideas teniendo en cuenta que aún le dolía la boca del golpetazo en el almacén, pero no pensaba dejar su antorcha en ese maldito pasadizo. 

Después de todo, era lo más parecido a un botín que había logrado en aquella maldita expedición...

Dworkin se detuvo al pie de la escalera. Había intuido que el deseo de su Dios era tratar de internarse más y más en las profundidades de la mazmorra. Su mirada se fijó unos instantes en la palanca y supuso que Rathikus, muy cerca de su posición, intuía sus pensamientos.

Finalmente, el clérigo negó con la cabeza. Si actuaba por su cuenta no duraría ni un asalto en un lugar como aquel. Le gustase o no, eran un equipo, y tenían que permanecer unidos.

- Sea- protestó y empezó a escender por la escalera.

Al ver subir al enano por las escaleras, miró de nuevo, haciendo luz con el bastón, hacia el interior del tunel. Cuando todos estaban arriba, se encogió de hombros y empezó a ascender el también. Desde arriba nadie había contestado, ¿qué secretos ofrecería el otro lado? Si resultaba que era una simple salida, siempre podían empezar de cero desde allí y tenerla a mano por si se torcían las cosas.

Lo que esperaba arriba a los aventureros era una cueva natural de techumbre más bien baja. Tan baja que cuando estuvieron en ella Rathikus y Roald tenían que agacharse para no darse con la cabeza en el techo. Los enanos y el mediano podían, sin embargo, moverse sin problemas.

La antorcha de Roald iluminaba el espacio en el que se encontraban. Pese a ser de baja altura era amplia en superficie. La salida debería encontrarse por delante de ellos, anunciada por una trémula luz y por el aire que procedía de ella. Sin embargo no estaba tan cerca como para ser iluminado el camino por la antorcha. 

Lo que sí alumbraba la antorcha un poco más adelante era un suelo cubierto de hojarasca seca. Y se escuchaba un ruido. El ruido que hacen las hojas al desplazarse levemente cuando algo se mueve por debajo o por encima de ellas. Algo que se movía bastante rápido al parecer.

Roark se abrió pasó medio en cuclillas por entre Gromenauer y Rudar -No es por nada pero eso que vibra es el golem acercándose y, no sé vosotros, pero yo prefiero no estar en esta cueva cuando esa cosa llegue a la entrada...- Al acercarse a la entrada de la cueva Roark le echó otro ojo clínico a la misma, después de todo, por ahí se entraba al pasadizo secreto, era un lugar ideal para colocar una trampa...

Sin embargo, sorprendentemente, no parecía haber ninguna. -Vale, esto está despejado de trampas.- dijo mientras movía la antorcha a su alrededor. Luego, con una sonrisa confiada, se acercó a la entrada con la intención de echarle un vistazo al exterior.

Dworkin terminó de ascender por la escalera entre protestas y maldiciones. Aquel pasaje era bastante estrecho, pero Dworkin podía mantenerse en pie sin sin chocar contra el techo gracias a su menuda estatura.

El suelo estaba cubierto de hojarasca por lo que era de suponer que la salida al exterior estaba cercana. Aunque Dworkin estaba acostumbrado a la escasa visibilidad bajo tierra, tuvo que reconocer que no le venía mal la luz de la antorcha. Como había supuesto, la llama se mecía por una suave brisa que, una vez más, les indicaba que la salida no debía andar muy lejos.

De repente, un ruido llamó su atención. Algo parecía moverse entre las hojas, algo rápido y pequeño. Tuvo un presentimiento y llevó su mano al martillo de guerra.

- Algo se acerca- advirtió a Roark llevándose el dedo a la boca pidiendo silencio- no estamos solos.

Su sombrero crujió levemente cuando ya casi había terminado de subir. Genial... pensó al ver tendría que seguir encorvado. Con su aspecto enjuto y complexión menuda, Rathikus no estaba acostumbrado a ser de los más altos del grupo. Normalmente le gustaba, alimentaba su ego, pero tras un pasadizo y una cueva empezaba a desear conocer algún hechizo que lo hiciese encoger para evitar el dolor de cuello del que estaba seguro que iba a padecer más tarde.

El ruido de las hojas lo alertó. Colocándose detrás de Roark y Gromenauer, preparó su bastón y se puso en guardia. Si se le acercaba cualquier criatura hostil, lo recibiría con un buen proyectil de energía arcana.

No bien terminó de decir eso el sacerdote cuando de repente la hojarasca del suelo pareció estallar alrededor del grupo. El ruido se correspondía con tres ciempies gigantes cuyo nido, más que probablemente, era aquella caverna. Por supuesto que gigante es un término que debe tomarse con cierta relatividad. No es que los ciempiés tuvieran el tamaño de un dragón pero teniendo en cuenta que esos bichos no solían pasar del tamaño de un palmo aquellos especímenes de casi un metro y medio podrían considerarse 'gigantes'. 

Y todos habían escuchado los rumores del veneno de ciempiés. No era buena cosa que te picase uno de esos bichos. Y aquella era una probabilidad más que alta en esos momentos.

Uno de los bichos caracoleaba rodeando a Roark mientras que otro se alzaba, como un perro guardián, justo enfrente a Rudar, tan alto como el propio mediano. El tercero parecía decidido a probar el muslo de enano guerrero y ya trepaba por la bota de Gromenauer.

Roark dio un respingo -¿¡Pero qué demo...!?- y movió la antorcha delante del ciempiés para lograr que el bicho retrocediera mientras desenvainaba su espada con la otra mano. -¡ODIO A ESOS BICHOS!

- Maldición- exclamó Dworkin- ¡Cienpies!

Aquellas criaturas podían ser muy peligrosas en entornos tan pequeños como aquel. Su veneno era una trampa mortal. Sus ojos volaron en la tenue iluminación de cueva, tratando de analizar la situación con celeridad.

Debo ayudar a Rudar- pensó- es un druida no un guerrero y, si alguien sabe tratar con animales, ese es él.

- ¡A un lado mediano!- dijo interponiéndose entre el druida y la bestia que ya se erguía lista para atacar.

El mago dio instintivamente un paso atrás. Había leído sobre miriápodos y otros invertebrados grandes, pero nunca se había topado con uno cara a cara. A pesar de la impresión, consiguió mantener su postura. Bastón en mano, comenzó a recitar el sortilegio que tenía en mente.
—¡Ocsiram someranec ehcon atse!— exclamó mientras apuntaba al ciempiés que atacaba a Rudar y a Dworkin.

Con un gesto instinto de defensa Rudar alargó su lanza hacia el ciempiés mientras se retiraba para dejar paso al enano.

—¡Cuidado con su veneno! —acertó a decir.

Era de lo poco que recordaba de esas criaturas... al menos de momento.

— ¡Por fin algo que matar! —exclamó el enano al ver aparecer a las criaturas, dando con su martillo en su escudo—. ¡No a quedar de vosotros ni una triste papilla!

Y, gritando esto, vio como una de las criaturas se lanzaba a por su bota. Si hubiese sido de tamaño normal, podría haber subido por ella, pero teniendo en cuenta que el ser era más grande que el enano, símplemente subía por todo él. Una posición ventajosa para un avezado enano.

Así, con el estilo que caracterizaba a un guerrero enano con un cornudo yelmo, apartó a la criatura con su escudo, para después darle un buen mazazo en el aire con el martillo. Tras esto, grito—. ¡Venga, ven a por más!

Roark alzó su antorcha para mantener a distancia a aquel bicho mientras sacaba su espada [1]. 

Por su parte Rudar lanzó un tajo a al ciempiés que se alzaba ante él pero no calculó bien la distancia [2]. El bicho aprovechó el error de cálculo del mediano para caer sobre su hombro y picarle en el cuello. Rudar recordó entonces que esas criaturas tenían algún tipo de veneno, aunque no sabía cual exactamente^[2]. Notó el pinchazo de la picadura pero por suerte el cuero de su armadura impidió que el insecto continuara enganchado para depositar su veneno^[3].

Esto sucedía mientras Dworkin se lanzaba a la carrera para ayudar al mediano. Para su desgracia el suelo de hojas resultaba resbaladizo y en el último punto patinó tropezando con Roark. El ladrón se repuso rápidamente del problema provocado por su protector pero con el embite su antorcha cayó al suelo.^[4]

Ajeno a la suerte de su supuesto defensor Rudar demostró ser más eficaz de lo que podría pensarse. Utilizando su lanza como palanca tiró al ciempiés al suelo para, rápidamente, aplastar su cabeza de un certero rodillazo^[5]. 

Rathikus, en la retaguardia, conjuró sus misiles pero al haber acabado el mediano con su enemigo ambos proyectiles salieron volando de forma confusa contra una pared cercana^[6].

Entonces se oyó el rugido de satisfacción de Gromenauer quien, golpeando el martillo con su escudo, se lanzó a la batalla. Vale... eran sólo unos ciempiés gigantes pero por algo empezaba uno a labrarse la leyenda de guerrero invencible. Su martillo se alzó como el castigo divino contra todos los insectos que osaban levantar sus patas del suelo. ¿Qué podría pensar el ciempiés al ver esa masa justiciera aplastarlo? Probablemente que no era el mejor día para haber acechado a unos aventureros. La descarga fue tan brutal que la caverna resonó como si el propio golem hubiera golpeado las paredes^[7].

Y a todo esto la antorcha del suelo ya empezaba a prender fuego en las hojas. Quizás por eso el ciempiés que asediaba a Roark intentaba retroceder hacia el exterior...