Partida Rol por web

Roark se apartó como pudo de Dworkin maldiciendo algo por lo bajo sobre la manía de los enanos de caer contra él siempre y recuperó su antorcha como pudo. -Chicos hay que salir de aquí que esto se va a poner calentito muy rápido.- Acto seguido se puso en pie, o lo más parecido a estar en pie que la cueva permitía con la antorcha en una mano y la espada en la otra dispuesto a abrirse paso al exterior a base de antorcha o de acero, lo que procediera.

—¡Ja! ¡Sabía que no podría venir a por más cuando explotó en esa masa sanguiolenta y verdosa! —gritó el enano jactándose de su hazaña. Vale que eran simplemente unos ciempiés gigantes (o escolopendras, quién sabe) pero seguro que alguien se lo habría vendido como algo mortal y peligroso de necesidad. No era para menos estar orgulloso.

No obstante, había un peligro algo inminente. Y es que las hojas estaban prendiéndose fuego. Algo extraño en una cueva, ya que deberían estar podridas y no arder con la humedad. ¿Sin duda se trataba de brujería vil? Fuese como fuese, debían salir de ahí o apagar el fuego.

Entonces, al enano se le ocurrió algo. Él siempre buscaba un enemigo digno contra el que luchar. ¿Qué había más digno y desafiante que luchar contra los elementos? ¡Nada, era el enemigo perfecto, mucho más que ese estúpido gólem!

Así, se acercó al fuego, que tampoco es que fuese una locura y con ayuda de su escudo y sus botas intentó apagar las pocas llamas que pudiese haber.

Mientras aporreaba con el escudo las ardientes hojas, que nada tenían de podridas^[1], Gromenauer se imaginaba esto como una práctica para luchar más adelante con enemigos flamígeros. Después de todo ¿qué era un elemental de fuego sino un incendio venido que presumía de inteligencia?^[2]

Por su parte Roark avanzó por el túnel que tenía enfrente, alcanzado a Rudar que se incorporaba con la rodilla manchada de líquido verde viscoso. Se veía luz a unos cuantos metros de distancia. Salir de la caverna no sería un problema pero si el fuego prendía a todo aquel lecho de hojas volver a entrar por allí sí que lo sería.

El ciempiés gigante se deslizaba a toda velocidad hacia la salida.

Gromenauer se puso a apagar las llamas tranquilamente con su escudo. Unas hojas ardiendo no eran rival para el enano. No obstante, había algo con lo que no había contado. Y es que los excrementos y fluidos de las escolopendras (¿o eran ciempiés?) estaban haciendo de combustible, y era más difícil de apagar de lo que él pensaba.

¡Pero no pensaba cejar en su empeño de apagar el fuego! O bueno, igual sí, quién sabe...

Los enanos nunca han sido buenos apagando incendios. Es lógico si tenemos en cuenta que su raza está acostumbrada a vivir en enormes salones de piedra bajo tierra, construidos por arquitecto enanos, especialistas en que todo sea sólido y a prueba de accidentes. Una construcción enana debe durar siglos para que se pueda convertir en una mazmorra eficiente que los aventureros puedan explorar. Eso figura en cualquier manual para aprendices de aventureros. Quizás por eso lo que a priori parecía una tarea sencilla se estaba complicando tanto por la actuación de Gromenauer. 

Aunque las hojas fueran frescas el fuego no debería extenderse de aquella manera, no señor. Aquello atentaba contra las leyes de la lógica. Salvo que a la lógica le pongas por debajo el laboratorio de un alquimista del que hayan estado años emanando saben los dioses que tipo de substancias y vapores. Aquella caverna desde luego se llevaba demasiado bien con el fuego. Fuego que en vez de ser apagado estaba siendo alegremente avivado por los 'escudazos' de Gromenauer. Quizás, después de todo, vencer a un elemental de fuego requiriera una técnica distinta.

El caso es que el fuego se estaba extendiendo y ahora quedaban clara dos cosas: el humo era tóxico y regresar a la trampilla resultaba imposible si uno no tenía algún tipo de protección ignífuga. Pero lo peor era que Gromenauer estaba roderado de humo, totalmente desorientado y algo mareado.

Roark se paró en la entrada de la cueva y, deslumbrado por la luz del día, miró alrededor en busca del golem. Si les cogía por delante teniendo un incendio detrás...

Al ver que los otros no venían detrás hizo bocina con una mano, mientras sujetaba firmemente la antorcha con la otra, y chilló -¡Gromenauer! ¡Sigue mi voz! ¡Estoy justo en la entrada! ¡Usad la corriente de aire y mi voz para orientaros!

—¡Maldito enano! —susurró Rudar—. Tenía que avivar el fuego.

El mediano asintió tras la rápida reacción de Roark. Era buena idea. El fuego no estaba muy vivo e incluso podrían atravesarlo si se daban prisa.

—Sigue guiándoles, miraré si hay algo más adelante para apagarlo —indicó.

Rudar corrió hacia la salida de la cueva. Con un poco de suerte habría un pequeño arroyo cerca y podría usar el agua para apagar el fuego. Siempre hay un arroyo cerca de una cueva.

Cuando Dworkin se levantó del suelo con la barba llena de hojas el humo ya empezaba a hacer presencia sobre la cueva. Pero gracias a los escudazos de Gromenauer aquello se había convertido en un verdadero problema. Le lloraban los ojos, le picaba la garganta y sabía por experiencias pasadas que, o se daban prisa o empezarían a perder el conocimiento, intoxicados.

- ¡Por las barbas de Hammarragh!- rugió- deja tranquilo ese escudo y tratemos de salir de aquí. Cuando las hojas se consuman dentro de unos minutos podremos volver a entrar sin peligro- ¡Vamos! Todos fuera.

El enano se metió entre la humareda tratando de usar su instinto y recordando todo lo que había escuchado sobre el fuego y el humo en las forjas de su tierra para alcanzar la salida.

El mago observó atónito aquel espectáculo. Los ciempiés habían sido derrotados relativamente pronto, pero aquel fuego no era algo que nadie podría haber previsto. Tal y como temía, aquella misión empezaba a hacerle detestar a los alquimistas.

No dudó en seguir a Roark y a Rudar hacia la salida. Tuvo que agacharse y remangarse cómicamente la túnica y la capa para evitar respirar el humo y que las llamas prendiesen en sus ropas. En medio de aquel caos, Gromenauer seguía obstinado en apagar el incendio. Una vez relativamente a salvo, Rathikus se fijó en que aquel fuego no era demasiado normal, quizás respondía con demasiada "vida" a las acciones del enano. ¿Se tratará de un fuego consciente? Pensó recordando los elementales que había visto en la academia. 
Mirando fijamente el escudo del enano y a las llamas, pronunció en hechizo que, esperaba, podría funcionar:

—¡Ehcoc ne erriuga aznarepse!

—Maldito fuego. No creas que esto ha terminado aquí... —masculló el enano al ver cómo las llamas se extendían por todos los sitios. Sin duda, todo esto era brujería vil. O sin vil, que los dioses eran igual de viles que lo demonios.

Pero no era tiempo para filosofar. O al menos, no lo era si no quería asarse como un pollo embutido en una armadura en lugar de un horno. Había que hacer algo, en vista de que apagar el fuego no funcionaba. ¡Quién iba a decirle a él que la hojarasca ardía tan bien!

Así, era el momento de avanzar. Pero... ¿Hacia dónde? La verdad es que no quedaba claro. Entre unos y otros, no sabía bien qué hacer, así que optó por aprovecharse de algo básico. Y es que el humo sube, por lo que él solo tenía que agacharse, ver hacia donde iba el humo, y rodar hacia esa dirección.

Rathikus era un mago y los magos estaban acostumbrados a hacer trampas. ¿Acaso no hay mayor trampa que retorcer la realidad para realizar conjuros? Así que aunque aquel pequeño fuego no tenía nada de elemental el hechicero simplemente escogió imaginarse que sí lo tenía^[1]. Normalmente estas cosas, en un mundo serio y organizado, no funcionan. Pero Zork no es ni serio ni, mucho menos organizado, así que el conjuro provocó que el fuego se creyese realmente que tenía una personalidad. Una personalidad retraída, gracias a los dioses, de esas que se quedan en una esquina pensando en sus cosas: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿qué habrá más allá de la caverna? 

Lo que pasa es que retorcer la realidad es algo peligroso. ¿Cuánto tardaría el fuego en convencerse de que realmente era un elemental y salir de allí convertido en un gigante llameante? Ni Rathikus ni el resto del grupo estaban dispuestos a esperar para verlo. Siguiendo la voz de Roark lograron salir de allí. Dworkin iba pensando en forjas y cosas de enanos mientras que Gromenauer se sentía perdido como un pulpo en una caverna de enanos. Y Rudar, por su parte, había encontrado un riachuelo que manaba por encima de la caverna y pensaba en como introducir el agua en el interior antes de que el pequeño fuego tomase consciencia de su poder como ser viviente...

La salida daba a una cornisa en lo alto de la colina. Desde allí había un sendero abrupto, muy empinado, por el que se podría descender con bastante de cuidado. La ascensión de vuelta era mucho más complicada. Estaba claro que la cueva en la que se encontraban se trataba de una salida de emergencia para el alquimista.

Desde donde estaban, por debajo de ellos, podían ver las ruinas por las cuales habían entrado en el laboratorio. En algún sitio estaba la trampilla por la que se habían introducido. No sería complicado volver a entrar en las ruinas si lo deseaban... claro que dentro todavía estaría el golem buscándolos.

Alrededor se encontraba el bosque que habían atravesado para llegar hasta aquí. Se podía ver también la orilla del gran lago y las colinas que rodeaban el valle. Y aquella columna situada a un par de días de viaje, más allá del bosque, procedía sin duda del pequeño pueblo donde su misterioso patrón esperaba por su caja decorada. 

De la cueva de la que habían salido emanaba también un humo negruzco, aunque el calor no era demasiado intenso.

Roark descendió por el empinado sendero sosteniendo su antorcha -¡Vamos! Como el golem nos pille en esta cornisa tan estrecha nos hace picadillo.- Apenas se paró para girarse a ver si le seguían. Al llegar abajo se paró un momento a intentar situarse buscando el punto de entrada que habían usado para colarse en las ruinas hacía apenas un rato.

Las ruinas seguían igual de cochambrosas que antes: unas columnas aquí, los restos de un muro allá, un montón de piedras por todas partes. En tiempos debió haber sido una torre bastante imponente pero ahora estaba hecha un asco. Una vez más se maravilló de que allí dentro hubiera algo de valor, pero el caso es que debía haberlo. Al llegar a la zona de la entrada se detuvo y preguntó en voz alta -¿Lo intentamos otra vez por le mismo sitio o probamos a buscar otra entrada?

- Bueno- Dworkin se irguió tras terminar de toser por efecto del humo y se colocó la mano en la frente, a modo de visera- parece que hemos dado con una trampilla de escape. Eso siempre puede sernos útil.

Las viejas ruinas esperaban allí abajo, tal y como las habían encontrado. El clérigo remembró cómo había pasado la mano por las extrañas inscripciones en la roca. No le habían dado tiempo a sacar una copia pero ardía en deseos de entender su significado. No se parecían a ningún otro lenguaje que hubiera visto antes.

- Supongo que el plan de obtener la caja sigue en pie- dijo de pronto- Yo digo que echemos un vistazo al pasadizo de nuevo cuando el fuego haya pasado, el golem no puede atravesar la caverna. Si ha conseguido meterse, seguramente estará atrapado o igual hasta se ha quedado enterrado vivo, si es que se puede llamar vida a esa cosa. Al final- se encogió de hombros- si volvemos a entrar por el mismo sitio, tendremos que empezar desde el principio, y acabaremos en algún momento frente al golem.

Tras sacudirse un poco el polvo y el hollín de la armadura, el enano se apoyó en su martillo para sopesar las opciones. Por un lado, podrían volver por donde entraron al principio, pero por otro, podrían esperar a que el fuego se calmase. Ambas opciones le parecían igual de buenas (o de malas), porque no creía que el golem pudiese darles alcance pronto.

En cualquier caso, para responder a Dworkin, dijo—. Lo de la caja sigue en pie. Lo que yo me pregunto es hasta qué punto el golem podría perseguirnos. Igual su radio de acción está limitado a la mazmorra, o igual si sale se desactiva. O igual nos persigue hasta el fin de los días, lo que deja la mazmorra vacía para que otro venga y la saquee.

—En cualquier caso, yo retomaría por donde lo hemos dejado cuando el fuego se apague. Ahí sabemos que no nos encontraremos al golem.

Quizá fueran imaginaciones suyas, pero Rathikus habría jurado que aquel incendio había empezado a comportarse de manera más "humana", justo después de su hechizo. Por suerte, ninguno de sus compañeros se había percatado gracias al caos de la situación, y porque se habían preocupado más por poner pies en polvorosa.

Observó el terreno junto a sus compañeros, parecía que todos estaban de acuerdo con retomar la misión.
—Em, bueno... sí, el fuego, ¡ejem! Si tenemos que esperar a que se apague podríamos pasarnos aquí horas. Yo propongo entrar  como al principio, solo que esta vez podríamos tenderle una trampa al gólem. ¿Qué me decís?— preguntó, imaginando que así esquivaría el problema. Aunque, pensó, si mi hechizo para causar temor a la criatura ha funcionado, quizás podríamos usarlo para que nos libre de nuestro viejo amigo mecánico.
—Esto... Gromenauer, ¿podrías dejarme tu escudo un segundo? 

—Claro, pero no lo rompas. Los magos no son buenos escudos —dijo el guerrero mientras cedía el escudo al mago. No tenía claro qué quería hacer con él, pero no le apetecía atarse al humano en un brazo para detener golpes. Más que nada, por el peso.

—¿De verdad vamos a entrar otra vez? —pensó Rudar al que no le apetecía nada volver a entrar.

Durante unos instantes observó los alrededores recordando cuando entraron por primera vez haría un par de días.

—Será mejor que si queremos volver a entrar tengamos un buen plan —dijo echando un vistazo a la entrada de la cueva—. Pero, ¿qué se os ha perdido ahí dentro? No podemos luchar contra ese gólem. Si entramos tendremos que volver a salir corriendo y, esta vez, puede que alguno no tenga tanta suerte.

A todo esto mientras el grupo hablaba Roark ya había llegado a la base del sendero. Viendo que sus compañeros debatían allí arriba se preguntaba si tendría que volver a subir. Para otros igual era un desafío pero Roark no veía demasiada dificultad en trepar por aquella cañada^[1]. 

El humo seguía saliendo de forma constante y lo curioso es que el fuego no parecía haberse extendido. Era una cosa rara. A Rudar le resultaba poco natural. Normalmente el fuego se extiende o se apaga, pero no se mantiene de forma tan artificial en una caverna, por muy alquímica que sea su base. ¿Por qué le daba la sensación de que Rathikus estaba algo nervioso? Seguía mirando de reojo el riachuelo que caía desde lo alto por un lateral de la colina^[2].

Roark seguía inspeccionando las ruinas en busca de alguna señal del golem. Al ver que sus compañeros seguían en lo alto de la cornisa, o mejor dicho al ver que no estaban abajo ya que la cornisa ocultaba a la visa a sus compañeros se giró y les llamó -¿Bajáis o no? Que la caja no va a salir ella sola aquí afuera.