Partida Rol por web

Roark frunció el ceño confundido. -Hay... Algo... Bueno, dentro de la caja lo que... Quiero decir...- Se rascó la nuca- Es muy raro ¿sabéis? Sé que lo que hay dentro vale mucho, pero no sé ni cuanto exactamente ni... Ni recuerdo qué es. ¿Tiene sentido?- La cara del ladrón era la quintaesencia de la perplejidad.

Rathikus guardó silencio, intentando procesar lo que acababa de pasar. Siempre le divertía y le fascinaba que la magia fuese impredecible; algo vivo y loco. Pero encontrarse con algo que borraba la memoria le parecía una broma pesada, de muy mal gusto, pero poderosamente interesante al mismo tiempo.
—No sé lo que es, pero quiero saberlo. Por desgracia, la sutileza de esta magia se escapa a mi conocimiento. Mi especialidad son las criaturas de otros planos y las invocaciones, pero esto...

***

Se volvió a sentar, todavía un poco confuso y molesto. Decidió centrarse en algo que estuviese a su alcance y retomó el examen de la querida antorcha de Roark, dándole vueltas en busca de runas o trazos de material químico. Quizá el color de la llama resultase revelador...

Tras un concienzudo examen de la antorcha, Rathikus parpadeó perplejo.
A simple vista, se trataba de una antorcha ordinaria, pero la llama bailoteaba elegantemente emitiendo un destello de un color peculiar. Solo un ojo experto de un mago, o quizás el de un artista especiañizado en cromatismo, habría descubierto los tenues matices violaceos que ya reconocía tan bien.

—Fgggghp, chssstpk— le dijo al pequeño elemental acurrucado en la pequeña plataforma del extremo de la antorcha.

Debía haber surgido durante el mismo accidente que dio vida a Psshhh, pero este parecía de una especie diferente, mucho más primitivo y con una forma más animal. El mago dedujo que debía tratarse de un efecto colateral, y que su forma se debía a esto, y a las pequeñas runas de contención que había inscrito el alquimista para evitar que prendiesen nada accidentalente en el laboratorio.
Era difícil averiguarlo, pues carecía de rostro como tal, pero la extraña empatía que sentía Rathikus hacia aquellas criaturas, le decía dos cosas: que no tenía intención de bajar de ahí, por el.momento, y que sentía un cierto cariño por Roark.

Traducción del pirónico:
—Hola, pequeñín.

Dworkin se dejó caer sobre la base de un árbol mientras cogía el morral y extraía el mecanismo que había encontrado en el laboratorio. Le dio varias vueltas en la mano, fascinado, pero no lo abrió, y lo volvió a meter en su bolsa. 

Hermoso y práctico- pensó.

- Yo debo hablar con mi dios, Hammarragh- anunció Dworkin- no me alejaré pero necesito paz. Estaré de vuelto en una hora, más o menos. Y, si no hay impedimento, me gustan especialmente las guardias del amanecer, el último turno.

Dworkin sonrió mientras se alejaba a unos metros del campamento. Se colocó en una posición lo suficientemente alejada como para sentir la paz del bosque pero lo suficientemente cercana como para poder escuchar a sus compañeros charlando junto al fuego.

Roark se volvió a encoger de hombros al ver que las guardias se repartían sin tocarle a él ninguna. En parte lo agradeció porque el golpe le dolía más de lo que quería admitir.

Dejó la antorcha a un lado, sacó, una de sus raciones y se la comió masticando con cuidado. La cecina con pan duro y frutos secos no era lo más apropiado cuando te habías llevado un enanazo en la mandíbula, pero qué remedio. Lo acompañó con agua de su odre.

Tras cenar, si es que a eso se le podía llamar cena especialmente con el antojo de rosbeef que tenía, sacó su manta de viaje, colocó su carcaj como almohada improvisada y, tras dejar sus armas a mano por si las moscas, se acurrucó y se durmió.

El sueño de un ladrón es ya de por sí ligero, pero si a eso le sumamos el estar en las ruinas de un establo, en medio de un bosque hostil, junto a una mazmorra y con la mandíbula dolorida... Dormir se durmió, pero una parte se mantenía alerta bajo la manta, con una mano en la espada y otra en el manojo de flechas de su carcaj.

Gromenauer observó la caja, como el resto. No obstante, mientras la observaba, no la miraba fascinado, sino con el ceño fruncido. Sin duda, que eso estuviese ahí no era buena señal. Lo bueno era que ninguno de los demás parecía recordar lo que había ahí. Mejor, así solo tendría que hacer como que él tampoco lo recordaba. Lo malo era que eso no podía caer en malas manos, lo que posiblemente significase que no iban a cobrar por ese encargo. Todo se andaría.

Al ver que nadie decía nada sobre la cena y que solo hablaban de las guardias, el enano añadió—. Bien, pues no cazaremos nada. Pero luego no quiero que os quejéis porque no tenéis fuerzas para continuar el camino.

Y dicho esto, sacó de su mochila algo de carne seca y su extraño recipiente donde guardaba su cerveza. Porque, ¿qué clase de enano sería si llevase agua en lugar de cerveza? Así, mientras Gromenauer deboraba la carne y echaba un trago a la cerveza, preguntó al resto, alzando el extraño recipiente que contenía el líquido— ¿Queréis? Lo bueno de la cerveza enana es que está siempre está fresquita —Y mientras decía esto, se echó otro chorro del enánico elixir en la boca.

Tras esto, y antes de comenzar con las guardias, añadió—. Si me necesitáis para una guardia despertadme. Si no, despertadme solo si hay problemas. Pero antes de empezar... ¿Qué tal una historia a luz del hogar? ¿Os he contado aquella vez que acabé con un gólem en las ruinas del laboratorio de un alquimista?

Rudar sonrió cuando Gromenauer habló de su hazaña. No había tenido demasiado contacto con los de su raza pero Gromenauer y Dworkin no tenían nada en común. Alargó el brazo para coger aquel extraño odre que le ofrecía el enano y probó su cerveza.

—He oído varias canciones sobre vuestra cerveza —dijo antes de elevar el codo—. ¡Excelente!

Inmediatamente el mediano comenzó a canturrear una cancioncilla que hablaba de cómo los enanos preparaban su cerveza y de cómo un ingrediente secreto la hacía ser tan peculiar. También cantaba sobre la leyenda de que los enanos nunca se emborrachan.

—¿Es cierto eso que dice la canción Gromenauer? ¿Algún día nos contarás que ingrediente es ese?

Durante unos instantes más Rudar siguió canturreando canciones sobre enanos. Probablemente la mitad de ellas eran falsas o decían barbaridades sobre ellos pero a Rudar le gustaba cantar canciones alrededor del fuego.

[ESTE MENSAJE QUEDA PARA CUANDO TERMINEN DE ROLEAR]

Con la melodía de Rudar la noche cayó sobre aquel lugar.

Y luego las guardias se sucedieron sin sorpresas. Parecía que, de alguna manera, los dioses se habían hartado de ponerlos a prueba de momento. 

Así que la mañana los encontró a todos restablecidos y listos para continuar el viaje.

La pregunta obvia era: ¿el viaje hacia dónde? ¿De vuelta a Sarem por la ruta más corta? ¿O quizás por algún posible atajo por el bosque alejándose del camino? También, por supuesto, quedaba la opción de aprovechar la excursión para revisar un poco más aquel bosque: estaba la Columna y el Lago, y seguro que había más cosas por allí que pudieran interesar a un aventurero. Todo el mundo decía que el bosque era seguro si permanecías en la senda pero que si te alejabas un poco había peligros. Y donde hubiera peligros había recompensas. Así funciona Zork.

—Pensaba que los druidas no bebíais —respondo al mediano al tiempo que éste alza el odre enano para beber— Y sí, muchas de las cosas que cuentan las canciones son ciertas. Otras, simplemente se quedan cortas. Pero en el fondo los enanos no hacemos mucho caso a las canciones que cantan otras razas sobre nosotros. No por nada, sino porque normalmente no nos hacen justicia.

Mientras decía esto, el mediano volvía a pasarle su odre enano de arcilla, el cual levantó de nuevo para beber de uno de sus pitorros. Tras limpiarse la parte de la cerveza derramada en la barba con el mangote de la armadura (las armaduras enanas son muy absorbentes), el enano prosiguió contando los detalles de su raza.

—Por ejemplo, ¿conoces la canción del enano que quería cruzar el puente y el troll no le dejaba? —preguntó al mediano, casi de forma retórica, porque lo iba a contar igual— Dice que un enano quería cruzar un puente y un troll no le dejaba, así que usó su astucia e hizo que el troll corriese colina abajo persiguiendo a una piedra a la que le había pintado unos ojos y atado unos matorrales a modo de barba, creyendo que era un enano.

Gromenauer dió otro trago a la cerveza, para pasársela de nuevo al mediano y continuar con el relato—Pues bien, eso es lo que haría un gnomo, tal vez un humano, pero no un enano. Un enano hubiese cogido una piedra, sí, pero posiblemente del puente. Con ella, habría escalabrado al troll. Habría cortado su cabeza y la habría clavado en una pica, y habría usado su cuerpo para reponer la piedra que faltaba.

—¿Sabes qué moraleja nos deja esa canción, Rudar? —terminó diciendo al druida a la que recuperaba la cerveza y daba otro trago, esta vez más largo que el anterior—. Que las otras razas no tienen ni idea de lo que haría un enano. Y que esa canción no es enana, porque las canciones que cantamos suelen tratar de mozas barbudas. Deshacerse de trolls es demasiado trivial para un enano.

Tras el decálogo del buen enano, Gromenauer se estiró un poco, para después sacar un poco más de cerdo seco de su mochila. Lo cierto es que el sueño iba pesando, pero aún quedaban muchas historias que contar. Y por supuesto, un enano siempre disfruta de las historias a la luz de la lumbre.

—Bueno, también puedes sacar otras moralejas, pero no son unas moralejas muy enanas. Si la historia fuese como yo he dicho, podrías sacar que nunca hay un enemigo lo suficientemente listo como para quitarse de enmedio cuando debe. Esa sí es una buena lección, apréndela bien, Rudar —concluyó el enano, para rematar la cecina y dar otro trago al odre—. Pero ya está bien de hablar de enanos y de cuentos. Hacía mucho que no volvías al bosque. ¿Sientes algo especial al estar de nuevo aquí?

Tras hacer las últimas comprobaciones, se dirigió a Roark para comunicarle su hallazgo. Sin embargo, el ladrón estaba tan cansado que prefirió dejar el asunto para el día siguiente; ya había tenido bastantes emociones ese día. Le devolvió la antorcha y le dijo:
—Ten. Mejor te lo comento mañana, que tienes aspecto de que te ha arrollado un gólem. Si accedieses a ser mi aprendiz, no tendrías que preguntarme estas cosas, ¿sabes?

Después, volvió al estudio de su libro de hechizos.

***

—Créeme, Rudar, te aseguro que vivirás más tranquilo sin saber qué le echan a esa cerveza— dijo Rathikus, respondiendo la pregunta del mediano.

No es raro que un mago beba alcohol, solo hace falta remontarse a las legendarias borracheras de Arquímodes el nigromante o la resaca de los 20 días de Dratchis el arcanista. Pero Rathikus simplemente era abstemio. No lo fue toda su vida, claro, pero tras la fatídica noche de su graduación, juró que no volvería a probar ni gota. En dicha historia estuvieron envueltos un gnomo, una elfa de alta cuna, una mantícora y una gigantesca botella de brandy de las destilerías enanas de Glücklichrausch que le había regalado Gromenauer[1]. A la mañana siguiente, en cuanto sus recuerdos empezaron a encajar dolorosamente hasta tener algún sentido, concluyó que jamás podría volver a mirar a la cara ni al gnomo, ni a la elfa, ni a la mantícora. Ni siquiera a la pobre botella.

Mientras se iban pasando el odre, Rathikus había empezado a ojear los pergaminos de su pequeño botín. Apenas solía cenar, por lo que se limitaba a picotear distraídamente algunas de las frambuesas que le había recogido Rudar durante el camino hasta la casa. Aquel mediano tenía un don especial para encontrar aquellos frutos, lo cual era de agradecer. Sin embargo, Dworkin insistió en purificarlos antes de que sus compañeros se los echasen a la boca.

Cuando Gromenauer le preguntó a Rudar acerca del bosque, el mago levantó la cabeza para escuchar.

Desde debajo de la manta, Roark gimió levemente. -Que no te tomen el pelo Rudar. No hay una receta para la cerveza enana, cada asentamiento tiene su maestro y cada maestro su propia receta. Mi favorita, aunque Gromenauer protestará, es la del Karak Negro, junto al río Dentado en las montañas del sur. Rudmila es la maestra cervecera y viene siendo una leyenda. Os tengo que llevar allí un día...- Pausa para pensar un momento -... Aunque mejor no, no creo que sea buena idea.

Hasta desde debajo de la manta, el ladrón pudo sentir las caras de sus compañeros de entre "¡Vaya! ¡Qué sorpresa! Otro sitio en el que quieren matar a Roark" y "A saber qué les habrá hecho a los enanos" así que sacó una mano de debajo de la manta con el dedo índice apuntando al cielo -¡EH! Que no es lo que pensáis. Que con los enanos me llevo genial.- la mano hizo un gesto curvando el dedo índice y el pulgar.

La voz continuó explicando mientras la mano acompañaba con gestos el relato -De hecho Lothan Barbagrís, el que manda allí, es lo que podríamos llamar un cliente satisfecho. Paga bien y celebra mejor, una semana de fiesta hizo tras echarle una mano, por eso sé lo de la cerveza. Lo que pasa es que solo se puede llegar desde el valle del sur que está infestado de orcos o por el norte remontando el Dentado, y ni siquiera yo estoy tan loco, o por el Camino Real Tomariano y en Tomaria sí que tuve un pequeño malentendido- en ese punto, el índice y el pulgar quedaron muy juntos hasta casi tocarse. -La hija de un mercader creyó que íbamos a casarnos. Total, porque me pasé un par de semanas, digamos, socializando con ella. Entre eso y los rubíes de su padre que me llevé de recuerdo, el padre decidió que si me echaba el guante me enteraba.

Tras una nueva pausa para pensar un momento Roark continuó explicándose mientras su índice volvía a apuntar al cielo. -Bueno, tal vez sí era lo que pensabais. ¡Pero no con los enanos! Con los enanos me llevo muy bien.- Dicho lo cual volvió a dejar la mano junto a la empuñadura de su espada bajo la manta.

—¡Qué va a saber un humano sobre cerveza! —espetó Gromenauer a Roark cuando dijo lo de la cerveza—. A los humanos os gusta la cerveza aguada. ¡Por eso te gusta la de Karak Negro, es como beber agua sucia! Esta la he hecho yo y aún no la has probrado. Y es mucho mejor que esa basura de Karak Negro. Además, Rudmila tiene demasiados años y apenas ve, ya no sabe si echa forraje para las bestias o malta a la cerveza.

Habiendo aclarado este punto, el enano volvió a echar otro trago a su cerveza, para añadir—. Y no me extraña que no puedas volver, aún conservas la manía de los rubíes. Espero que la manía de "socializar" no la tengas también conmigo —terminó diciendo, al tiempo que volvía a esbozar una de esas muecas parecidas a una sonrisa, la cual el humano no podía ver por estar tumbado.

Tra esto, el enano se quedó pensando un momento. Cerveza con Gromenauerfal™. Seguro que eso triunfaba entre los jóvenes. Ese sería su nuevo ingrediente secreto...

Roark soltó una risita -¿Lo ves? Hasta Gromenauer la conoce. Lo dicho: Rudmila es una leyenda. Lo que pasa es que los enanos se toman muy en serio la cerveza, no me extrañaría que fueran a la guerra solo para aclarar quién hace la mejor de todas.- La mano volvió a salir y señaló hacia Gromenauer -Y para que conste, dos semanas conmigo bien merecen unos rubíes de nada que ni siquiera estaban guardados con una trampa, solo con una mísera cerradura triple: prácticamente pedían a gritos que me los llevara.- La mano volvió al interior de la manta. -Y yo controlaría esos ramalazos de bardo que te dan que ya empiezan a ser preocupantes, que te recuerdo que no hay confusión posible: nuestras mujeres no tienen barba...

Unas carcajadas interrumpieron la conversación entre Gromenauer y Roark. Quizá habían sido demasiado sonoras pero a Rudar empezaba a hacerle efecto la cerveza de Gromenauer.

—Algún día tienes que enseñarme a hacer este brebaje. En mi bosque hay mucho cereal y seguro que puedes hacer una gran cerveza allí —dijo con cierto aire de nostalgia.

Miro alrededor como poniéndose en sintonía con el entorno.

—Me siento como en casa Gromenauer. Aquí puedo hablar con mis espíritus y restablecer conexión con ellos. ¿Sabes que me ayudan? —preguntó alegrando el gesto—. Muchas veces me han hablado de ti.

Alargó la mano para volver a coger el odre del enano.

—Eres muy fuerte, eso me dijeron, pero también que tu fuerza te acabaría arrastrando. Se que tu sabías lo que hacías antes de enfrentarte a ese gólem, pero... bueno, ya sabes —hizo una pausa para devolverle el odre al enano—. Me caes bien, ¿sabes? Y no se que sería de este grupo sin tu protección. Cuídate, ¿vale?

De pronto cambió el gesto a uno mucho más alegre y miró a Rathikus.

—Creo que también vas a tener que examinar el odre de Gromenauer... ¡no parece tener fin! —dijo carcajeando.

Rathikus, que había estado escuchando la explicación de Rudar, cerró el libro y lo guardó en su mochila.

—No, gracias— respondió, aunque en un tono menos seco —, todavía tengo en mi odre parte de la infusión de raizmorada que me hiciste si quiero apagar la sed. Además, juré no probar el alcohol desde... bueno, Gromenauer sabe porqué. Sin embargo, sí que me interesan esos espíritus de los que hablas. Me juraste que me hablarías de esa magia extraña, y confieso que me fascina tu habilidad para transformarte en una alimaña. Me parece endiabladamente útil para salir airoso de un entuerto— dijo.

—Y por cierto, Gromenauer, hablando del tema: pasé varias veces por Glücklichrausch, para averiguar si te habían visto, pero todos arrugaban la nariz y comentaban que no se te veían las barbas desde hace años. ¿Acaso te pasó como a Roark, y tu magnética personalidad dejó una impronta imborrable?— preguntó con sorna, pero algo divertido.

—¿Magia? —dijo sonriendo—. Me hace gracia que todos lo llaméis magia. Yo no tengo poderes ni se utilizar esos sortilegios que vosotros invocáis con vuestras mágicas palabras. Yo le pido a los espíritus que me ayuden y ellos lo hacen. No es magia... yo no me transformo en ninguna alimaña, como tú las llamas, mis espíritus hacen creer a los demás que lo soy.

La risa acompañaba las palabras del mediano. Pareciera que no se lo estaba tomando en serio pero en realidad él creía exactamente en lo que decía.

—Un día haremos una comunión con mis espíritus Rathikus. Y entonces sabrás de qué te hablo.

—Jeje, lo sé. Tus poderes funcionan de un modo similar a los de Dworkin, pero los magos no rezamos a ninguna deidad— respondió. En realidad, los hechiceros tenían una deidad: Hekho. No se trataba exactamente un dios per se, sino la personificación de la magia primordial que existe desde el principio de los tiempos en Zork. En antiguas escrituras de las bibliotecas del Concilio, se explica que Hekho no tiene una jerarquía específica entre las demás entidades, simplemente existe.
Es por ello que los magos tienen un dicho: "El sacerdote suplica, pero el hechicero gobierna". Por supuesto, Rathikus decidió no mencionarlo. A él sí le fascinaban los métodos de canalización del poder de seres superiores, al fin y al cabo toda la magia provenía de Hekho.

—Estoy deseándolo, ya lo sabes— dijo, guiñándole un ojo y dando un largo sorbo a su odre. Aquel gesto tan risueño era impropio de Rathikus. Tanto, que todos se preguntaron si se debía a que realmente se lo estaba pasando bien o si la Raizmorada tenía algún efecto estupefaciente.

Roark sacó la cabeza de debajo de la manta al oír a Rathikus preguntar a Gromenauer por "eso" y la meneó negativamente haciendo gestos de que se callara. Al ver que llegaba tarde se cubrió el rostro con la mano y se volvió a meter bajo la manta.

Cuando Rudar habló de los espíritus le picó la curiosidad -Oye ¿y de mí te han dicho algo?- no le constaba haberle robado nada a ningún espíritu así que a lo mejor decían algo agradable, para variar.