Partida Rol por web

La habitación de Zalatayid era una de las 'buenas' de la posada. Grande, con un amplio ventanal - ahora roto - que daba a la plaza, una cama doble con un buen cofre de viaje e incluso una gran bañera. Había también una mesa y un par de sillas en una esquina. Ese tipo de habitaciones suelen ser las preferidas por mercaderes que dirigen caravanas para descansar pero también para organizar el plan de viaje hacia nuevos destinos.

La decoración era, como en el resto del lugar, sobria. Unos cuadros con escena de caza, unos tapices colgando de la pared, una alfombra mullida. Todo estaba un poco manchado de sangre ahora y los dos cadáveres deslucían el aspecto general. Pero seguro que con un buen fregado Shen podría alquilar la habitación antes de que llegasen las caravanas de media tarde.

Pero por ahora les había permitido a los aventureros echar un vistazo a la escena. 

Zalatayid estaba sentado en una silla junto a la cama. Alguien le había atado las manos a la espalda, por detrás del respaldo, y tapado la boca. También se habían aplicado afanosamente a torturarlo. Costaba reconocer en aquel montón de carne hinchado y amorotonado al sobrio mercader que les había dado el encargo días atrás. 

El otro muerto estaba en el suelo. Esparcido. Es decir: el cuerpo estaba acostado en el suelo en una incómoda posición, pero la cabeza era otro tema. La cabeza se repartía de forma caótica alrededor. Algún trozo de seso había llegado al techo. Y es que cuando Grunt golpeaba lo hacía a conciencia. 

Así estaban las cosas. Se podía dar por rescindido el contrato. Pero la pregunta era probablemente ¿qué implicaciones tenían esta rescisión para nuestros héroes? 

Como mago, Rathikus nunca había tenido realmente necesidad de grandes lujos. No bebía alcohol, comía poco, y sus credenciales de hechicero le abrían las puertas de muchas bibliotecas o de casas de bajos nobles a cambio de "servicios mágicos"[1]. Sin embargo, sentía un gran interés (y codicia) por los objetos mágicos. Apostaba su túnica a que Zalatayid era mago, uno metido en líos y que estaba relacionado con artefactos poderosos de cualidades ignotas. Era evidente que en aquella habitación encontraría algo sumamente interesante.

Al llegar a la habitación, dejó fluir su poder a través de la estancia. 
—¿Sev euk? ¡Oev oev!— recitó. Las familiares lineas invisibles de poder surgieron de su cuerpo, entrelazándose y acariciándolo todo de forma ansiosa.

Dworkin entró en la habitación y no pudo reprimir una cara de asco al observar el estado en el que habían quedado los cuerpos. En su carrera de clérigo había visto muchas cosas pero eso no significaba que consiguiera acostumbrarse. A veces tenía la sensación de que la pestilencia de la sangre y la muerte le acompañaba constantemente.

Rezó una plegaria a Hammarragh para que ayudara a las almas de los caídos a llegar al lugar que les correspondía. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar el alma del hombre que se había quedado atrapada en la granja a las afueras de Sarem.

- Veamos si nuestro amigo puede decirnos algo acerca de quién es o quién le envía.

La maldita caja... esa maldita caja. Una vez más se había dado de bruces con ella y, en esta ocasión, le había elegido a él como portador.

El mediano no alertó a sus compañeros. Quizá alguno ya había notado que Rudar había cogido la caja pero este no era el momento de hablar de ello.

—¿Qué se nos ha perdido aquí ahora? —dijo a todas luces impaciente—. No sería mejor buscar Gromenauer y dedicarnos a otra cosa.

Miraba alternamente al resto del grupo pero todos sabían, hubieran o no visto la caja, que Rudar no estaba tranquilo.

Dworkin revisó al presunto atacante en busca de alguna pista. Hubo una cosa que le llamó la atención: un anillo, más bien un sello, con el emblema de un tentáculo alrededor de lo que parecía un cetro¹.

Mientras tanto Rathikus murmuraba su conjuro e intentaba desentrañar las líneas mágicas que pudieran darle alguna pista. Se dio cuenta entonces de que el protestón Rudar portaba la caja. No podía ser otra cosa porque las líneas mágicas casi le estrangulaban en esa dirección². No parecía haber ningún otro objeto mágico a la vista. Pero de pronto sintió algo más. Se sintió observado. Esa sensación que se tiene cuando alguien te mira desde un escondite aunque siendo un mago Rathikis sabía que ese escondite estaba muy lejos y que la mirada llegaba a través de varios pliegues dimensionales. Lo cual no era nada bueno. La gente capaz de usar los pliegues dimensionales, también conocidos como IPs³, solían ser conjuradores muy poderosos o, que en su defecto, usaban artefactos de gran nivel. No es buena cosa que esa gente tenga curiosidad sobre lo que estás haciendo. Sin contar, por supuesto, que te podían pillar en situaciones embarazosas. 

Roark entró en la sala analizándola profesionalmente. -¿Si yo fuera un montón de oro o un objeto caro donde me escondería?- murmuró para sí mientras revisaba los muebles, los cuadros, los tapices, el suelo, la pared, el equipaje, etc. del ex-patrón del grupo metódica y rápidamente.

Mientras los demás se empeñaban en descifrar el misterio de las muertes - bueno, del motivo de la violencia, porque las causas de las muertes estaban claras - Roark se entretenía haciendo lo que sabía hacer: desvalijar.

Un ratero vulgar buscaría en los bolsillos de las víctimas pero si nuestro agudo pícaro había llegado hasta donde había llegado - una posada con dos cadáveres en este momento - no era por ser vulgar. Rebuscó debajo del armario y tocó varias maderas. Ah, el sonido de un espacio hueco bajo el suelo. Con una sonrisa levantó la madera y echó un vistazo al interior. Ahí guardaba nuestro misterioso Zalatayid sus pertenencias más importantes. 

Encontró 200 piezas de oro y un rubí brillante que bien podría valorarse en otras tantas monedas. Pero había algo más. Una pequeña carta enrollada, una especie de salvoconducto. El ladrón lo desplegó con parsimonia y echó un vistazo.

Se hace saber que el portador de este documento debe presentarse de forma inmediata ante el Arcipreste de Katmandu, servidor de la Orden de Random, sin importar hora o estado. Deberá tratarse al portador con todos los honores de un emisario del Duque Rojo, que por la presente firma esta misiva, siendo castigada cualquier tipo de incidencia que el portador presente por no cumplirse mi mandato inmediato.

Firma la presente.

El Duque Rojo Orlock de Mandriveki

Roark se quedó perplejo mirando el documento.

El Duque Rojo era el dueño de todas las tierras en las que se encontraban. De hecho el ducado era extenso y se decía que sólo por temas sanguíneos el duque era duque y no rey. De hecho se decía que Orlock sostenía a la monarquía con su oro y que si no se sentaba en el sillón del trono era porque resultaba más cómodo gobernar desde un ducado, sin una espada de Damocles sobre su cabeza. 

Katmandu estaba a una semana de viaje hacia el sur. Era una próspera ciudad marítima donde, efectivamente, se alzaba la Catedral de Random, la principal edificación religiosa del ducado, gobernada por el Arcipreste Jitsu, un tipo del que se rumoreaba que en el pasado había sido un poderoso aventurero, ahora retirado para dirigir la congregación de fieles del dios de la Aventura y el Comercio. De hecho la ciudad estaba dirigida por un concilio de aventureros entre los que se contaba el propio Jitsu y dos de sus compañeros: Belial, del que se decía que era el mago más taimado del reino, y Kevin, un espadachín consumado. Incluso los barrios bajos estaban controlados por el concilio ya que el gremio de ladrones era propiedad de Yonch, quien en el pasado también formó parte de aquel grupo. Todo quedaba en familia.

- Qué es esto.

Dworkin levantó el anillo que había obtenido entre los dedos y observó el extraño dibujo que lo adornaba, una especia de pata de pulpo que envolvía un cetro. Este tipo de adornos no eran típicos de Zork, las joyas costaban dinero. Tenía pinta de ser algún tipo de identificación de alguna organización o hermandad.

- Tengo la impresión de que pronto tendremos más noticias acerca de esto- comentó casi para sí mientras se guardaba el anillo en el bolsillo.

Roark se guardó el dinero y el rubí subrepticiamente con un ágil giro de muñeca Luego, tras releer dos veces el salvoconducto, se aclaró la garganta y con voz pomposa leyó en voz alta -EHEM EHEM. Se hace saber que el portador de este documento debe presentarse de forma inmediata ante el Arcipreste de Katmandu, servidor de la Orden de Random, sin importar hora o estado. Deberá tratarse al portador con todos los honores de un emisario del Duque Rojo, que por la presente firma esta misiva, siendo castigada cualquier tipo de incidencia que el portador presente por no cumplirse mi mandato inmediato.- cambió el tono a su voz normal -Atentos a esta parte- voz pomposa otra vez -Firma la presente: El Duque Rojo Orlock de Mandriveki.- voz normal -Esto o es muy bueno o es muy malo...

—¡Aguarda, Dworkin!— exclamó Rathikus antes de que el enano se guardase el anillo —Juraría que había visto ese símbolo antes; aguarda.
El mago comenzó a rebuscar entre su bolsa hasta que encontró lo que buscaba. Con cuidado, sacó el tomo que había rescatado del laboratorio secreto del alquimista. En el podía verse un símbolo muy similar al del anillo.
—¡Sabía que me sonaba ese símbolo! Antes he percibido que alguien nos está observando mediante medios arcanos, y ahora está esa dichosa nota— dijo, señalando a Roark —. Por cierto, sabandija, más te vale repartir eso que te acabas de guardar. A mi me da igual, pero ya imaginarás lo que te hará Gromenauer cuando vea que estás escamoteando su parte del botín.

En realidad no había visto cómo se lo había guardado ni el qué, Roark era bastante bueno, pero ya eran demasiados años a su lado como para olerse la situación.

—¿Qué creéis que debemos hacer ahora? ¿Seguimos la pista?

- Ummm- pensó Dworkin aún con el anillo en la mano- desde luego no puede ser casualidad. No creo en las casualidades. Creo que deberíamos averiguar a quién pertenece este extraño símbolo. Tal vez así sabríamos un poco más de...- se detuvo mirando a Rathikus, alguien o algo les estaba vigilando-...de todo este asunto. Fuera lo que fuera lo que el bueno de Zalatayid se traía entre manos debía ser importante para pedirnos venir en su ayuda desde tan lejos después de tantos años. Es terrible no haber llegado a tiempo. Es nuestro deber como amigos descubrir qué hay detrás de su muerte.

Roark se giró con cara de asombro -¿Amigo?- señaló al muerto -¿Ese? ¿De quién? ¿Desde cuando?

Rathikus tuvo que controlarse para no gritar. La charada de Dworkin era una buena idea; o lo sería si Roark no estuviese fisgoneando en el cadáver de su nuevo amigo. Los magos no eran idiotas y no pican tan fácilmente en esa clase de embustes. Sin embargo, quizá lo mejor fuese seguirle la corriente al enano para evitar que quién estuviese al otro lado se enfadase más.
—Sé que no te caía demasiado bien, pero deshonras el vínculo que nos une como aventureros al saquear el cuerpo inerte de un compañero. ¿Es que acaso no tienes honor, Roark?— preguntó, tratando de sonar convincente —Eso que acabas de ocultar en tus bolsillos, no te pertenece. En todo caso deberíamos guardarlo nosotros, para oficiar los ritos funerarios apropiados, ¿no es así, querido Dworkin?

Esperaba que Roark entendiera la situación, o que por lo menos no fuese tan necio como para discutir dentro de aquella habitación. Si tenía suerte, habría arreglado parcialmente la situación con su mascarada. Al menos, su irritación era real.

La puerta se abrió y en el umbral apareció Gromenauer acompañado por Grunt. El enano contemplaba la escena seguramente sorprendido. 

—Diría que me podíais haber esperado, pero veo que la fiesta no la habéis empezado vosotros —dijo el enano al ver los cuerpos sin vida en la habitación, además de la maza manchada de sangre del grandote. Y eso por no hablar de que Roark parecía que le faltaba tiempo para desvalijar al tipo. Eso estaba bien, que luego se convierten en muertos vivientes, saltan por la ventana y nos quedamos sin saber qué llevaba en los bolsillos.

—¿Sabéis qué ha pasado y por qué el tipo que nos contrató está muerto? ¿y quién es el otro tipo y porque no se detuvo cuando aquí nuestro amigo le dijo que no lo hiciese? —mientras el enano hablaba, se acercó a ver cómo había quedado la cabeza del tipo, además de los trozos esparcidos por todos los lados.

Gromenauer se agachó para coger uno de los pedazos de cráneo, para decir—. Buena técnica, mejor ejecución. Un trabajo de diez, Grunt. ¿Y dices que se negó a obedecerte? ¿Y por qué hizo eso, si claramente no es un enano? ¿viste algo raro en él?

El mago se había agachado frente al cuerpo para examinar las maltrechas manos de Zalatayid[1], cuando el último de la fiesta entró con el elocuente Grunt.
—A buenas horas llegas, Gromenauer— murmuró malhumorado Rathikus —, sabemos tanto de la escena del crimen como tú. Y ahora, hagamos el favor de salir de aquí. Alguien… o algo… nos está vigilando con magia. Hemos descubierto un par de cosas interesantes, pero imagino que querrás cenar algo primero.

Desde luego Rathikus no era tan diestro como Roark para arrebatarle cosas a los demás. Así que sin muchos miramientos le sacó el anillo al difunto tirando de él.