Partida Rol por web

—Una batalla sucia pero efectiva. Haron está complacido. —bramó Haron, a quien le gustaba hablar en tercera persona cuando veía un combate.

—Un poco sucia de más querido. ¿Qué pintaba ese gigante ahí? —preguntó Asindara, que era siendo diosa de la Magia era más dada al orden y la coherencia —¿Un encuentro aleatorio?

—Tiene toda la pinta. —contestó Random quien, como su nombre indicaba, sabía mucho de cosas aleatorias y había estudiado matemáticas en el Panteón Mayor de los Dioses del Multiverso —Pero no es tan raro que un gigante de los bosques viva en el bosque. Lo que pasa es que los aventureros tienden a degradar el ecosistema de cualquier zona por la que pasan.

—Sí, la verdad es que tiene pinta de que ese bosque se va a degradar un poco. ¿Qué crees que harán con respecto al incendio? Parece estar descontrolándose rápidamente.

La diosa de la Magia señaló el escenario donde, efectivamente, el fuego empezaba a saltar alegremente de arbusto en arbusto.

—No lo sé —contestó Random —pero empiezo a pensar que esta gente tiene una fijación morbosa con las llamas. Suele pasar con los aventureros. Pirómanos. Creéeme. Sé de lo que hablo. Suelen solucionar muchas cosas prendiéndole fuego.

Roark evaluó el asalto de los enanos que machacaban repetidamente al gigante con sus armas —Sí, pero no le queda mucho.— su vista se centró entonces en el vuelo de la hechicera hasta que aterrizó junto al desalmado explorador. Le tendió el odre de agua —Echa un trago rápido que necesito el odre— Dicho lo cual salió corriendo hacia el gigante ardiente y comenzó a derramar el agua sobre él en un intento, a todas luces vano, de apagar el incendio...

Mientras lo intentaba, chillaba —¡Que se quema el bosque!

Y, al mismo tiempo, registraba al gigante y al explorador empalado en la maza en busca de algo de valor... Después de todo, el tgigante ese tenía que haberse cargado a más gente, y el cazador era, evidentemente y a la vista de las puñeteras campanillas, un imbecil. Seguro que llevaba dinero encima para irse a cazar...

El explorador se estaba incorporando, algo recuperado del impacto, cuando Roark empezó a gritar. Las piernas le volvieron a fallar y cayó de nuevo con la espalda contra el árbol.

Junto a él estaba doña Golo que también había sido proyectada hacia ahí.

—¿Conoces algún encantamiento para apagar fuegos? Por lo poco que he visto a ese Roark, creo que nos será muy útil.

Doña Golo vio venir la pata, la quiso esquivar, en su mente ya la había esquivado y arremetía ferozmente contra el gigante caído... pero eso hubiera sido hacía por lo menos... bueno, una parva de años. Ahora, la realidad era otra. No sólo no había esquivado y atacado ferozmente, sino que había recibido la patada de una manera tal que por un momento sintió que volaba.

Eso es volar, Golo, eso es... sintió la voz de su Tótem guía, el gracioso Waman.

Pero no pudo enojarse lo suficiente. No sólo por el dolor, sino por el engrandecimiento de éste al chocar contra el árbol.

Eso no es volvar, Golo, eso no es volar... dijo Waman otra vez.

Y en ese momento tampoco podía enojarse de nuevo. Le dolía hasta la bolita de los ojos. Escuchó la voz de Roark, extendiéndole un odre, y ni bien lo había agarrado, el desgraciado se lo había quitado. ¿Es que no se daba cuenta que estaba frente a una anciana? Bueno, ella lo había olvidado.

Unbi le hablaba de algo, pero aún le daba vueltas la cabeza.

Gülf se secó el sudor de la frente. Había saciado su muy enana sed de venganza y había restaurado el agravio con un combate digno (sucio, pero digno).

Tras sacudirse el polvo de sus ropas, echó un vistazo a los destrozos que habían causado: un incendio que se descontrolaba, aventureros que habían saltado por los aires… ¡Menudo festín para la vista! Sin embargo, sabía perfectamente que su papel en aquel grupo era mantener a todos aquellos temerarios en pie para aguantar un día más, por lo que no dudó en aproximarse a doña Golo y entonar la consabida plegaria. Esta vez, sin pedir su consentimiento y sin sutilezas.

Un fuerte dolor de cabeza derribó a Gülf. ¿Qué acababa de pasar? ¿Acaso Choló no deseaba que sus "milagros" se obrasen de aquella forma?

Uhm —musitó Gromenauer con satisfacción al ver que al final el gigante no había sido para tanto. Una pena, porque igual el gigante tenía algo interesante que contar. Pero bueno, era problema suyo, por interponerse de forma amenazante en su camino.

En cualquier caso, no había tiempo que perder, parecía que todo ardía... ¡Y el gigante aún no estaba desvalijado! Mirando al ladrón, el enano gritó—. ¡Rápido humano, antes de que todo arda! ¡Seguro que este ser ha matado a muchos aventureros! ¡Ya sabes lo que eso significa!

Y diciendo esto, el enano se puso a buscar en sus bolsillos. Seguro que tenía cosas valiosas y mágicas que había hurtado a los pobres incautos que se hubiesen cruzado en su camino antes que él.

Gülf lanzó un aullido ¡en vez de curarse se había abierto más aquella maldita herida! ¿Había lanzado el conjuro al revés?¹

El gigante por no tener no tenía siquiera un miserable saco que le hiciera las veces de bolsa. Solo unos harapos que ardían a gran velocidad. Gromenauer pegó un brinco para apartarse de unas llamas que amenazaban con chamuscar sus barbas. Roark sin embargo desafiaba la prudencia mientras desvalijaba al cazador clavado en la estaca. La desafiaba de tal manera que ahora mismo estaba rodeado por las llamas. ¡Pero tenía la bolsa! Incluso en esta situación límite lo primero para el bribón era comprobar si había valido la pena el riesgo. En el interior se encontró una llave dorada y un pequeño mapa enrollado. Sabía que era un mapa porque lo había atisbado lo suficiente antes de darse cuenta de que el fuego lo podría quemar. Al mapa y a él. Las llamas se alzaban por todos lados.

¿Cómo iban a sacar a Roark de aquel furioso incendio?
 

Roark se guardó los objetos, ya habría tiempo de echarles un ojo cuando saliera de allí, que aquello se ponía calentito.

Por suerte las llamas no eran muy altas así que un viejo truco de ladrón podría valer. Cogió una cuerda y la ató a una flecha. Apuntó a una rama alta del árbol más cercano calculando un arco pronunciado. Si todo iba bien los demás solo tendrían que tirar de la cuerda y él se elevaría por los aires, y por encima de las llamas, hasta la seguridad del árbol en cuestión. Simple y elegante...

El tema era encontrar una rama que sostuviera su peso, que estuviera lo suficientemente cerca para que el ángulo de elevación le llevara por encima de las llamas, pero no tan cerca como para que el propio árbol estuviese en la zona que estaba ardiendo...

No había mucho tiempo para ponerse exquisito, así que Roark se decidió por la primera rama que, a ojo, cumplía los requisitos. Apuntó, disparó... Y la flecha trazó el arco adecuado...

—¡Vamos! ¡Tirad de la cuerda!— Dijo el ladrón agarrando su lado de la cuerda con fuerza.

Unbenennbar se levantó todavía dolorido para agarrar la cuerda que pedía Roark. La agarró fuertemente mientras chasqueaba la espalda del golpe anterior y se dejó caer un poco hacía atrás a modo de contrapeso.

—Venga... estoy listo —gritó.

Doña Golo, aún atontada, ve al enano seguidor del durmiente acercarse peligrosamente, seguramente presto a ayudarla. No le gustaba nada la sensación que le dejaba cuando obraba algún milagro en ella. Era como estar dopada con té de lechuga: la somnolencia acudía presurosa.

Pero necesitaba de esa ayuda divina, gracias a la chilenita que se había mandado el gigante con ella. Cuando sintió las manos callosas y enaniles sobre su cuerpo, cerró los ojos. No se esperaba sentir más dolor aún, eso sí que no lo esperaba. Y en vez de somnolencia, más atención hubo. Abrió los ojos de par en par, y miró al enano.

-¿¿Qué haces??- le preguntó mirando su cuerpo, temiendo encontrar aberturas donde salieran tentáculos o protuberancias. No había nada, pero le dolía un poco más todo.

Se inclinó al costado para poder ver detrás del corpachón del enano, y vio a Roark haciendo no sabía bien qué cosa con una cuerda, una flecha... y mucho fuego. ¿Es que no podía dejar de hacer locuras?

Desde donde estaba, tomó el tótem de Krokrek y nuevamente le susurró.

-Levanta un pilar en el anillo de fuego para que el muchacho ese pueda saltar desde allí- le dijo -Sé buen chico-

Se lamentó la vieja chamana de no haber podido recolectar el espíritu del gigante del bosque. Era un excelente reemplazo al hombre rata que tenía ahora mismo, y que además escaparía dentro de poco tiempo.

El suelo bajo Roark tembló pero el ladrón estaba demasiado atareado con sus flechas como para prestar atención a un posible terremoto. ¿Terremoto? No. En realidad un enorme pilar de piedra se elevó desde el suelo impulsándolo hacia arriba agarrado a la cuerda mientras, simultánemente, Unbenennbar tiraba de la soga para sacarlo literalmente volando por encima de las llamas.

Hay muchas leyes físicas que juegan en una polea y en Zork, además, la física era una asignatura pendiente. A veces las manzanas flotaban en el aire por culpa de un conjuro por lo que, en general, todo era más raro en Zork que en otros sitios con físicas más serias, menos volubles y alterables por la magia. Pero bueno, esta física que afectaba ahora mismo a Roark tenía algo de alocada y veloz. Tan veloz, alocado y alto que el ladrón no tenía muy claro donde iba a aterrizar ni como. ¿Qué podría hacer para evitar darse una costalada padre cuando su cuerpo decidiera obedecer esa tendencia sádica de lanzarse contra el suelo a gran velocidad?

Roark de filosofía y de ciencias iba pelado, pero hasta él sabía que polea + magia = golpe contra algo duro. Por suerte en su vida se había visto en situaciones similares en las que iba volando por el aire y se acercaba rápidamente a cosas muy duras de esas que rompían huesos. Había desarrollado una técnica depurada consistente en usar su propio cuerpo mediante giros en el aire y contorsiones en pleno vuelo, para caer de pie como los gatos... Y sino que se lo dijeran al golem.

Así que comenzó a hacer movimientos rápidos para intentar caer de pie con pose elegante. No es que le fueran a dar una nota alta en un concurso de esos de exhibiciones de danza y volteretas que practicaban en las ciudades finas pero ea, con un poco de suerte libraba de comerse el suelo...

Sin embargo la maldita roca creciente le había acelerado demasiado, con lo que no le iba a dar tiempo a completar su maniobra. Así que cerró los ojos y se encomendó a la suerte, porque Arsenius seguro que estaba borracho en algún sitio el muy ca... —¡DESPEJAD QUE ATERRIZOOOOOOO!

—Me temo que no puedo curarla, señora —se excusó Gülf, esforzándose por sonar conciliador—. Imagino que ya sabrá cómo funciona el azar. A veces el gran durmiente y señor de todos los hilos no está por la labor o no considera que la situación sea digna para una intervención. Intentaré tratarla más tarde, si es que los hados son propicios.

Cuando a Gülf le enseñaron a emplear los poderes para alterar el destino del todopoderoso amo del azar, aprendió el valor de la paciencia. Los magos solían argumentar que la magia nunca era una ciencia exacta, pero tratar de canalizar la energía proveniente del Caos era todavía menos exacto y mucho más exasperante. Por supuesto, él, al igual que el resto de los acólitos, había aprendido a amar la improbabilidad y la distorsión. La belleza en el orden es una máscara efímera. La verdadera naturaleza del mundo es el Caos.

Hablando de Caos, pensó, quizá haya que hacer algo con este fuego antes de que acabemos todos calcinados.

—Oiga, señora, la he visto utilizar esos hocus pocus y la magia potagia esa. ¿No sería usted capaz de hacer que aparezca agua o arena para enfriar un poco el ambiente? Hace falta que alguien agüe la fiesta que ha montado el tal Roark.

Roark terminó estrellándose contra el suelo de forma un tanto aparatosa. Sintió una torsión en su hombro derecho pero, por suerte, no parecía algo grave¹. Le dolía un poco —bastante más, para ser sinceros— su orgullo. Pese al dolor del hombro se levantó con una pirueta como si nada hubiera pasado.

Claro que sí que pasaba algo.

El fuego continuaba extendiéndose alegremente entre los matorrales.

¿Qué harían los aventureros contra las fuerzas desatadas de su piromanía?

Ojalá estuviese aquí el mago que sabía controlar el fuego... ¿Cómo era? Daba lo mismo, acordarse de su nombre poco importaba, porque no iba a aparecer para salvarles.

La opción más sencilla era huir. Huir significaba poder seguir luchando, así que... ¿Por qué no?

—O alguien que sepa hacer convoca una lluvia o estamos tardando en salir de aquí —sentenció el enano al ver como las llamas seguían creciendo sin ganas de amainar.

El ladrón se incorporó con una gran sonrisa... Y un par de lagrimones formándose en sus ojos. Miró hacia el fuego mientras se sacudía el polvo con cierta dificultad, especialmente con el brazo derecho, y comenzó a andar en dirección contraria al mismo.

Cuando Gromenauer habló él ya estaba alejado unos pasos así que se le oyó un poco amortiguado por la distancia y el follaje —¡Secundo la moción! Supongo que cruzando la charca de los Ahogados estaremos a salvo. Porque debería tener agua, ¿no?— a medida que se alejaba, Roark iba acelerando el paso...

-Hay que frenar esto...- dijo la vieja levantándose con dificultad -Hay que frenar esto...-

Miró hacia Roark que ya se iba, luego a Gromenauer, a Unbennenbar, y finalmente a Gülf, quien le había hecho la pregunta más fácil y dolorosa: no, no tenía ningún espíritu relacionado con el agua, a pesar de los consejos que recibió alguna vez. No, tenía un espíritu de fuego, presto a salir. Fuego contra fuego. ¿Fuego contra fuego? ¿Dónde había escuchado eso? ¿Dónde era?

Se podía ver a la vieja mirando el fuego, abstraída en pensamientos.

¡Claro! En aquel... ¿taller le habían llamado? ¿Capacitación? Bueno, en esa reunión con esos enanos apaga-fuegos habían hablado de algo con eso... ¡Contrafuego! ¡Había que usar el mismo fuego para apagarlo! No, pero eso no tenía sentido... no podían apagarlo de esa forma.

Se notó desanimada la vieja. Pero luego recordó una palabra de Gülf. Arena. Los primos de Krokrek.

-Krokrek, vamos a necesitarte de nuevo- le dijo con amabilidad, sabiendo que ya lo había invocado -Necesito que llames a tus primos y que se lancen sobre las llamas, hay que frenar el fuego que está prendiendo en el bosque... te prometo dejarte libre-

El tótem se desgranó en las manos de la vieja Golo, y ella soltó una lágrima solitaria...

Mientras Roark y Gromenauer tomaban la delantera de la expedición —una manera elegante como cualquier otra de decir que huían del fuego —la vieja Golo se resistía a dejar aquellas llamas libres. Aunque el razonamiento del pícaro pudiera ser acertado la charca, laguna o lo que fuera que les esperaba bosque adentro era sólo un punto en un lugar donde había puntos en los que el sol no llegaba de forma directa al suelo.

Así que le pidió un último favor al viejo espíritu convocando a sus primos. Una ráfaga de viento repentina recorrió el suelo del bosque, revolviendo la tierra, haciendo que un torbellino de arena cayese sobre las llamas hambrientas. La ráfaga se incrementó mientras el espíritu de Korkrek aullaba su libertad. La tormenta de arena era ahora un poderoso torbellino y la anciana a duras penas podía ver a través de él, pero tuvo la suficiente fortuna como para retroceder hacia el lugar adecuado. Mientras se alejaba entre los árboles, acompañando al grupo, vio por última vez como la arena contenía al fuego. Puede que no para siempre, pero si durante un rato.

A todo esto ¿dónde demonios estaba el elfo? En medio de todo aquel barullo Jingel Bello había desaparecido sin dejar rastro. Cuando el grupo se detuvo un momento, seguro de que no serían engullidos por las llamas, se percataron de que les faltaba aquel bribón en el grupo. No, Roark seguía con ellos. Les faltaba el otro...

Roark seguía corriendo por el bosque con Gromenauer a la zaga. ¡Había que ver lo que corrían los enanos cuando estaban motivados! Al cabo de unos minutos se detuvo a ver por donde andaba el resto. Poco a poco fueron apareciendo... Todos menos el elfo. —Mierda. Lo sabía. ¡Maldito trovador!— Dijo alzando el puño al cielo —Cuando lo encuentre se va a enterar.

Una vez proclamado su enfado su vista repasó al resto del grupo. —¿Todos vivos? ¿Nada roto?— y se detuvo en la vieja —¿Señora, está bien?— Vale que la maldita vieja casi se lo carga con el trampolín de piedra, pero aún así le había acabado cogiendo cierto afecto.