Partida Rol por web

Mientras debatían en la sala la vieja Golo escuchaba a los espíritus. Los espíritus estaban vagueando bastante. En realidad cuando hay un espíritu tan poderoso como el Gran Meser los demás espíritus familiares, de andar por casa, se apagan un poco. Es un tema del tejido ectoplásmico. No hay suficiente para todos si no está en un lugar con gran generación de tejido ectoplásmico, como puede ser un cementerio o la torre de un nigromante.

La vieja Golo lo sabía pero aún así escuchaba a los espíritus caseros: una gran recompensa llega a través de un gran riesgo. Tenían razón. Estaba claro que Meser lo sabía. Y vaya si había corrido riesgos, que ahora era un espíritu¹.

Por su lado Gülf meditaba sobre la opción de realizar una Orientación Divina. ¿Qué podría ofrecerle a Choló para orientarse? Su dios era un dios particularmente vago, no muy dado a orientar a nadie².

Roark suspiró una vez más. Miró a un lado y a otro y volvió a suspirar —Hombre, algo al Rokun he jugado, pero dejemos eso de lado un momento porque si pierdes no pasa nada, le matamos luego y eso debería liberarte. ¿No?— mentalmente se encogió de hombros: y si no me da lo mismo, total... —Dejad de debatir y decid qué vais a hacer...

Doña Golo abrió los ojos.

-Los espíritus hablan, mientras éste también lo hace... y vaya que lo  hace... Hablan de una gran recompensa, por lo que lo del los tesoros hay que darlo por hecho... pero también de un gran riesgo como obstáculo para atravesar- dijo con voz solemne, como si lo que hubiera dicho fuese la verdad absoluta -Dudo que el nigromante esté muerto, y que sea algo simple de resolver, como afirma el risitos o el Gran Meser- miró al elfo, y luego a los demás -Muchas veces, estos "nigromantes", son mucho ladrido y poca mordida- dijo de forma despectiva -Me he cruzado con algunos, cuando era más joven, que se hacían llamar de esta forma, y daban mucho que desear... pero siempre intentando manipular de mala manera los espíritus-

Pensó un momento y luego agregó.

-Si estuviera más cerca de la Torre, tal vez podría averiguar entre los espíritus si tiene ese famoso Loto Negro. Los espíritus saben muchas cosas...- y miró a Roark, que no había olvidado su acotación sobre la conveniencia o no de hablar con ellos.

Roark sabía mucho del rokun. Era una mezcla entre juego de cartas y dominó con algunas influencias de narración de historias y ajedrez. Se jugaba con piezas con las que había que cerrar jugadas mientras impedías que el contrario hiciera las suyas. Cada jugador tenía su propia 'caja de fichas' y para entrenar cada uno podía hacerse las suyas de madera, encargadas a un carpintero cualquiera. Pero cuando se iba a jugar 'en serio' al rokun se tenían que usar piezas oficiales, que eran forjadas por los Magos de la Costa. Estas piezas podían ser baratas y comunes o caras y difíciles de encontrar. Y entre las más caras y difíciles de encontrar estaben efectivamente la Pieza Maestra y el Loto Negro. De la primera podrían encontrarse unas  diez o doce en todo Zork. Pero de la segunda sólo había tres copias. Y una de ellas había sido destruida por un gremio de magos enfurruñado que alegaba que jugar a rokun restaba tiempo para estudiar conjuros. Lo habían hecho en medio de una convención de este juego, delante de todos los fans, sólo para reírse de las caras que ponían los demás¹.

O sea que aquella pieza valía dinero. Bastante. Puede que unas mil o mil quinientas coronas doradas.

Pero también era una gran baza para ganar mucho más dinero jugando al rokun, claro.

—¿Y si llevamos a un árbitro oficial?— preguntó de pronto el clérigo, despertando de su ensimismamiento —Lo digo, por si el primer plan falla. Ese orbe no puede ser infalible. Como bien dice Gromenauer, todo poder tiene un coste. ¿Se la jugará tanto por descubrir todos los posibles caminos a la victoria. Tanto si conseguimos la pieza maestra como si no, podríamos dejarle algunas piezas falsas para que pueda detectarlas el árbitro. Tiene que hacer alguna forma de descubrir si una pieza es falsa, ¿verdad?

El ladrón meneó la cabeza incrédulo. —¿¡Un arb...!? Mira, ya me diréis en qué queda todo. Yo me voy a donde Shen a beber algo— y con las mismas se guardó la pieza en la bolsa y se encaminó a la puerta esquivando al bardo —Permiso...— mientras iba refunfuñando algo sobre excesos de planificación y la belleza de la improvisación...

Roark salió a la calle. A respirar un poco de aire y, sobre todo, a tomarse una buena cerveza en la taberna de Shen. El elfo, pese a ver la puerta abierta, había renunciado ya a huir, quizás más interesado en el nuevo plan que habían pergreñado en aquella sala.

- ¿Puedo ir yo también?- le preguntó al enano - Me muero de sed. Y después de todo... ya tenemos un plan ¿no?

El Gran Meser se quedó mirando la puerta abierta:

- ¡Eh! ¡Tú! ¿Llevarás la pieza a la torre del nigromante?

Quizás Roark se sorpredió por aquella pregunta. Claro. La pieza era física y los espectros no suelen tener bolsillos. Necesitaba que alguien se la llevase a su destino.

Doña Golo también encaró hacia la puerta, pero a unos pasos recordó un detalle importante: estaban en su casa.

-Sí, Gran Meser, alguno de nosotros llevará la pieza a la torre del nigromante- le dijo como quien le habla a un niño.

Lo del árbrito no le parecía mala idea, pero ¿dónde conseguirían uno habilitado por los Magos de la Costa? Tal vez justamente eso sería peor que la solución, ya que un nigromante es un mago, es decir, va a ser parcial y le puede jugar en contra al espectro. Y ahí ella tendría que defender al espíritu... y se armaría una que ni todos los Dioses podrían resolver.

El ladrón, ya en la calle, asintió —Que sí pesado, que si estos se deciden yo voy y llevo la pieza, así que mételes prisa a ellos para que dejen de planear y se decidan de una vez que yo me vo...— La noche era agradable, un poco fresca para esa época del año, pero agradable. Pero, Roark reparó, casi inmediatamente,en que también era silenciosa. Demasiado silenciosa para esa zona de Sarem en cualquier época del año.

Su mano, casualmente, cayó hacia el pomo de la espada, sus pasos se hicieron más sutiles y se desvió del centro de la calle hacia una de las casas mientras revisaba la zona como si contemplara las estrellas.

Roark, fuera de la casa, revisaba el callejón cercano. ¿Por qué tanto silencio?

Quizás el cuchillo se clavó a escasos centímetros de su cabeza tuviera que ver con eso. Ni se lo pensó dos veces: rodó por el suelo para apartarse de la trayectoria de otro posible puñal y levantó la mirada. Lo que se encontró saltando desde el tejado cercano no era precisamente un ninja rosa, sino un ágil hombre rata¹ que ahora se había dejado caer en la posición que antes ocupaba el ladrón lanzando un tajo al aire.

Los hombres rata eran una raza de licántropos que si bien no eran tan formidables como sus primos los lupinos compensaban su carencia de fuerza individual con el trabajo en grupo. Como las ratas 'normales' solían emboscar a sus víctimas en 'manada'. Así que Roark tenía claro que aunque no los había visto este hocicudo² no estaba solo...

Al oir el ruido del cuchillo el enano arrugó el hocico. ¿Qué había hecho esta vez el ladrón? Seguro que se lo merecía, pero tampoco iba a dejar que le apuñalasen sin enterarse.

—Como se te ocurra moverte, elfo —anunció Gromenauer mientras se apresuraba a cruzar el umbral—, desearás que fuese el espectro el que te hubiese matado.

Y dicho esto, cruzó la puerta, mientras preguntaba al humano—. ¿Qué has hecho esta vez? ¡Si apenas te ha dado tiempo a hacer nada!

Doña Golo, que había quedado a mitad de camino a la puerta, miró primero hacia afuera, y luego hacia dentro.

-Gran Meser, si quiere que esa pieza le llegue, tal vez tenga a que ayudar a ese jovencito de ahí afuera- dijo como una abuela retando a su nieto -Ya vuelvo...-

Y se dirigió, con pasos cortitos pero rápidos, al armario donde guardaba su vieja lanza y su escudo ritual. Ritual porque le había servido como gran bandeja en uno hacía tiempo, pero era un buen escudo y la cubría casi por completo. Pero no tomó el escudo, sino que sólo tomó la lanza, y con la izquierda el tótem de Kunturi.

-¿¡Se puede saber qué sucede aquí?!- exclamó la vieja con la mano en la lanza y la otra en jarra, sosteniendo en su puño una pluma larga que sobresalía bastante de aquellos dedos largos y arrugados. Miraba hacia todos lados, con el seño fruncido.

Roark se recompuso como pudo tras rodar por el suelo al tiempo que desenvainaba su espada —¡No es culpa mía!— dijo mientras paraba otra acometida y lanzaba un tajo lo más chulo y elegantemente posible, dadas las circunstancias. —Yo solo he salido a la calle y ese hocicudo me ha tirado un cuchillo. ¿Por qué todo el mundo me tira cuchillos? ¿Es la noche de los cuchillos? ¿Hay un premio por matarme a base de cuchillos voladores o algo así? 

Sin embargo era evidente que el ataque le había pillado por sorpresa, algo que nunca admitiría, porque sí, su tajo de barrido había alcanzado al maldito bicho (y con mucho estilo, todo había que decirlo), pero había dejado abierta su guardia exponiéndole a un contraataque.

Aunque, con un poco de suerte, el corte que le había hecho en el pecho a la cosa esa sería suficiente...

Gülf se precipitó como una exhalación hacia la puerta. Lo sabía, pensó, sabía que ese muchacho se metería tarde o temprano en algún fregado. ¡Y veo que no se hace esperar!

El enano reconoció la silueta del licántropo. Lo que faltaba: hombres rata. O era un revés del Gran Choló, o se trataba de una oportunidad estupenda de obtener ofrendas para un sacrificio. Sin embargo, debía permanecer atento. Quizá hubiese más de uno. Quizá hubiese un macho alfa —¡siempre hay un macho alfa que los dirige! ¿O eso lo había leído en alguna parte?—. Quizá tuviesen alguna trampa preparada.

La verdad es que Roark tenía cosas más importantes de las que preocuparse que de dar explicaciones. Por ejemplo esa daga que el hocicudo que el hocicudo intentaba clavar en su garganta y que parecía emponzoñada de veneno. Pese a ser cogido por sorpresa el ladrón lanzó una elegante estocada que atravesó el estómago de su oponente. Se apartó rápidamente antes de que la daga supusiera en peligro, pero se afanaba en sacar el estoque del cadáver¹.

Estaba claro que aquello era una emboscada en toda regla pero ¿era Roark un objetivo casual? Tanto Gülf como la vieja Golo se dieron cuenta de que aquello era improbable. Las cuatro sombras que se movían por encima de sus cabezas denotaban un grupo de licántropos excesivamente numeroso como para que fuera un ataque casual. Además Roark iba armado. Si estas criaturas buscaban un objetivo fácil irían mejor a por un ciudadano 'de a pie' antes que a por un aventurero².

Gülf vio como Roark peleaba por sacar su estoque y recordó las viejas historias que decían que un licántropo sólo encontraría la paz si era decapitado o quemado. Mientras el estoque estuviera en su barriga permanecería bien muerto pero si se lo sacaba ¿cuánto tardaría en recuperar la vida?³ El clérigo atisbó las figuras que seguían en lo alto. Había una que permanecía un poco más retrasada que las demás, observando, dispuesta a la huida⁴.

Doña Golo, además, escuchaba a los espíritus: mañana deberías comprar pan... no tenemos⁵. A veces los espíritus eran así: prácticos para la vida mundana pero de poca ayuda en otros casos.

Pero bueno, aunque comprar pan fuera algo interesante la principal idea ahora mismo era sobrevivir. Porque los que estaban arriba no parecían tan dispuestos a bajar como a ensartar a los aventureros con sus flechas. Concretamente las flechas salieron en dirección a Roark, Gromenauer y Gülf. El misterioso encapuchado que se mantenía al margen no hacía otra cosa más que observar.

Roark vio los arcos por el rabillo del ojo y decidió olvidarse del estoque. Rodó hacia atrás y buscó cobijo en unos barriles, luego empuñaría su arco, que a eso de tirar flechas también podía jugar él. 

Sin embargo en el mismo instante en el que rodó hacia atrás hizo una mueca mentalmente. Sabía que su movimiento no iba a salir como había calculado... 

La vieja hizo oídos sordos a los susurros de los espíritus. A veces se hacían los graciosos, y no ayudaban en nada. Pero todo eso le hizo centrarse en el plano material, aquel en donde ella podía morir, Roark seguramente moriría y sus demás compañeros también.

-Kunturi... no dejes que lleguen las flechas por favor- le dijo al tótem, levantando la pluma en alto, y en un tono amable de abuela tejedora de galería.

Un viento fuerte comenzó a soplar, y de la espalda de Golo emergieron unas alas casi translúcidas, de por lo menos dos metros de envergadura, que, con un aleteo fuerte y decidido, pareció desprenderse de ella un ave rapaz muy grande del que tal vez alguno había escuchado alguna vez: el majestuoso cóndor albino.

Esa ave era originario del lejano sur, las montañas Albinas donde una civilización emergió entre sus valles y ríos: los Casín. Conocidos por no usar monturas, recorrían largas distancias a pie, corriendo, y danzando... porque así eran ellos. Eran... porque hacía tiempo ya que habían sido conquistados. Pero hablan las leyendas, y los espíritus, que los Casín volverán a alzarse y recuperarán lo que es suyo, cuando vuelva Pactu Ruama, el príncipe exiliado, o el "Príncipe Cóndor".

Pero volviendo a los aventureros, pudieron ver esa ave cómo comenzó a aletear, desviando las saetas que disparaban los licántropos.

-Esos no son comida, Kunturi, ¡ojito!- exclamó al darse cuenta que las ratas era una de las tantas comidas preferidas de los cóndores.

Era digno de ver, sin duda. Aquel totem espiritual revoloteaba agarrando aquellas saetas en pleno aire. Y fue toda una suerte porque Roark había perdido el equilibrio, cayendo de culo¹ por intentar librarse de los flechazos mientras dejaba el estoque clavado en la barriga del primer hombre rata.

Aquello, lejos de disuadir a los hombre rata, hizo que cambiaran su táctica usando de blanco a Doña Golo, que ahora estaba a punto de convertirse en el objetivo de aquellos hocicudos. Por su parte el que parecía ser el lider se estaba dando la vuelta para alejarse a través de los tejados. Era curioso porque las cosas todavía no parecían ir tan mal para los hombres rata. ¿A qué esa prisa?

—¡AY!— Roark sentía más herido su orgullo que su trasero porque, después de todo, estaba acostumbrado a caer de culo mientras intentaba escapar a toda prisa de lugares que había robado o de alcobas que había... Bueno, eso.

Por eso decidió compensar el fiasco con un disparo certero al tipo que huía. Se levantó, se colocó tras los barriles, sacó su antorcha del carcaj —Bonita, enciéndete que tenemos trabajo— y la colocó en uno de los barriles. La antorcha al principio se encendió poco a poco, como si estuviera desperezándose de un sueño, pero de repente se iluminó en todo su esplendor lista para iluminar o prender fuego a lo que hiciera falta. 

Sin embargo, el fuego no era para el cobarde que se escapaba, para ese Roark tenía otra cosa. El ladrón sacó un frasquito, empapó la punta de la flecha en el líquido del interior, apuntó y disparó, pero la flecha salió muy desviada.

Suspiró. —Hoy no es mi día...