Partida Rol por web

Aren se encogió de hombros ante la pregunta de Firfin señalando el sepulcro. El ladrón miraba la estructura con curiosidad. Había algo que no le encajaba, para nada, en la disposición de la misma. Juraría que parecía como si un leviatán hubiera estado jugando con la cripta y la hubiera dejado caer allí de casualidad, pero igual que el enano no era capaz de descifrar que significado podía tener aquella construcción en tan extraño lugar.

— No tengo ni idea de como es que eso está por aquí. No tiene sentido ni, en realidad, un forma sencilla de acceder. Pero la pregunta más importante es si vale la pena intentar acercarse o si mejor seguimos adelante — En realidad, para el explorador, no había demasiadas dudas. Tenían una tarea que cumplir y la misma no incluía investigar extraños asentamientos elfos. Sin embargo, la posibilidad de encontrar algo que les resultase útil más adelante tampoco podía ser descartada con tanta facilidad.

— Creo que lo mejor es seguir avanzando. El árbol en llamas parece estar más adelante y seguramente tendremos un par de días más para alcanzarlo. Pero esto — señaló al mausoleo — me pareció lo suficientemente curioso como para esperar por Uds para decidir en conjunto si lo dejamos a nuestras espaldas u optamos por investigarlo —

— Como dije, yo creo que debemos continuar. Si no pasa nada extraño probablemente podamos acampar esta noche en ese bosquecillo — señaló al Oeste, a la distancia.

Morkai no era ningún cobarde pero sabía que le gustaba matar cosas. Cosas vivas preferíblemente, porque las cosas muertas presentan una resistencia tenaz a morir de nuevo. Quizás es que, como lo habían echo antes, habían aprendido a resistirse a la Señora de la Aguadaña o por otro motivo. La razón no le importaba demasiado pero la idea de meterse en una cripta no le atraía demasiado. 

No consideraba que estuviese siendo preguntado por su opinión cuando Aren preguntó qué hacer al grupo pero en cualquier caso se encogió de hombros con indiferencia.

– No puedo más que estar de acuerdo, solo correríamos riesgos innecesarios haciendo esta exploración – confirmó Firfin a Aren al tiempo que ponía su vista en la retaguardia, lugar al que tendría que regresar.

– Marcadlo en su mapa – apuntó considerando el futuro, –quizá la vida nos permita regresar y echar un vistazo o quizá no, nunca se sabe lo que el destino nos tiene preparados – sentenció al tiempo que esperaba a que todos reanudaran la marcha, no había nada por que esperar.

Gracias a las sendas halladas por Aren pudieron atravesar con facilidad las colinas para descender al valle. Mientras atravesaban durante el mediodía la franja de pradera rodeada de riscos vieron como frente a ellos se alzaba un bosque tan antiguo como denso, como una pared que delimitase el comienzo del verdadero Valle de los Sueños.

En cuanto se introdujeron a través del mismo los enormes árboles, cuyas copas tapaban casi la luz del sol, les acogieron dentro de su verdor. Pese a lo tupido de la vegetación no era un bosque que emanase una sensación de peligro. Más bien al contrario: era un bosque antiguo, casi tranquilo. Escuchaban un riachuelo que corría por algún lado y los cantos de los pájaros. De momento aquello no era el lugar siniestro que todos auguraban desde la ciudad.

Pero eso no hacía que estuviera exento de peligros. El caso es que el propio bosque era un peligro porque resultaba complicado orientarse en él y ver que había más allá de aquella pared de árboles¹. Además empezaba a oscurecer y tendrían que pensar en buscar un punto donde acampar. En esto pensaban cuando escucharon la dulce música de una flauta procedente del camino que tenían enfrente. Alguien estaba interpretando una tonadilla alegre un poco más adelante, totalmente despreocupado de que le pudieran escuchar.

— Que se supone que es eso — en la voz del enano se detectaba más sorpresa que preocupación — A quien se le ocurre ponerse a tocar la flauta en este sitio? — volvió a preguntar antes de recordar su papel como explorador.

Desmontando de Rakard le dio unas palmadas en el hocico para que el animal se quedara en el sitio mientras el se adelantaba — Voy a tratar de averiguar de que se trata — le informó a sus compañeros antes de dar los primeros pasos e intentar usar los enormes troncos como cobertura — En cuanto sepa que pasa os vuelvo a informar —

- Psss. ¿habéis oído eso? - preguntó Noren quedándose quieto en el sitio después de haber oído un sonido que parecía una flauta resonando por el bosque. Al parecer el resto de la comitiva también lo ha escuchado porque también detienen su paso.

Aren se dispone a adelantarse a intentar averiguar el origen del ruido mientras que Noren prepara su arma por si fuera necesario...

Aren se adelantó a los demás procurando no hacer ruido y mimetizarse al máximo entre la foresta. Su habilidad innata en estas lides le valió para ubicarse al borde del claro que había un poco más adelante y descubrir al intérprete de la alegre tonadilla, que parecía totalmente ajeno a su presencia¹. Y éste no era otro más que un fauno. Una de esas criaturas legendarias cuyo torso era el de un hombre pero a partir de la cintura tenían la forma de una cabra. De hecho bailoteaba sobre sus pezuñas mientras soplaba en una flauta dulce con evidente satisfacción.

A su alrededor, haciendo un corrillo, se sentaban un par de criaturas de las que Aren sólo había oído hablar en leyendas: dríadas. Parecían mujeres humanas pero su piel era verdosa como su pelo, el cual recordaba a unas enredaderas, con hojas incluídas. Sus formas eran turgentes y no llevaban ropa alguna. Toda la atención la tenían puesta en el concierto que el fauno les ofrecía.

Era una escena bucólica, festiva, de total indiferencia por los riesgos que pudieran albergar esos bosques.

Una vez que vió lo que vió, el enano retrocedió sobre sus propios pasos mientras pensaba como iba a explicarle al resto lo que había visto. La mitología y la fantasía se habían juntado en ese claro, sin que Aren supiese como podían afectarlos. Sin tener una decisión tomada se acercó a su oso y volvió a acariciarlo, felicitándolo de esa manera por haberse quedado en el lugar mientras seguía dudando sobre las palabras que debería utilizar.

— El que toca la flauta es un... creo que es un... algo parecido a... en fin, me parece que es un fauno — comenzó su explicación sin saber si el resto de los presentes sabrían de que estaba hablando — una criatura con patas de cabra y torso humano que está tocando para unas... eh... supongo que eran dríadas — continuó hablando mientras se encogía de hombros — o por lo menos eso supuse. No parecían peligrosos, pero lo cierto es que nunca antes vi a uno de esos seres. De hecho pensaba que no existían — continuó hablando sin creerse el mismo lo que estaba diciendo.

— No se. Esto es nuevo para mi. No me gusta la idea de acercarme. Si lo hacenos no se si es lo mejor que vayamos con las armas preparadas — comentó mientras miraba a Noren — o que demostremos que no queremos ser peligrosos. Lo cierto es que estamos cansados como para seguir y tampoco quisiera que acampemos tan cerca de ellos sin tomar precauciones —

— Deberemos tomar una decisión — finalizó sin tener en claro cual era la que el preferiría tomar.

– Bajad las armas – dijo Firfin con confianza, no era bueno alterar a las criaturas mágicas de la naturaleza – no son una amenaza, al menos en un sentido de que nuestras vidas estén en peligro. No les ofendamos ni les alteremos – explicó el ladrón.

- No obstante, no confió en el fauno, ni en la situación, lo mejor será pasar de largo o bien sin darnos cuenta podríamos quedarnos aquí por horas o días, simplemente contemplando el espectáculo – eso realmente no lo sabía, pero bien había escuchado muchos rumores de hombres que se habían perdido durante días y que solo recordaban haber pasado un tiempo con aquellas criaturas.

— Si, suena razonable, pero... — por un momento el explorador se quedó callado, tratando de poner en orden sus propias ideas — pero que hacemos... acampar tan cerca es, creo, tan peligroso como acercarnos al claro. Y seguir... bueno, es una alternativa, pero llevamos muchas horas de viaje. Quizás no sea lo mejor para los animales — completó sin querer agregar que también sería cansador para el todos en la comitiva.

Estaban valorando que harían al respecto del fauno y la dríadas cuando escucharon los ruidos en la maleza.

Venían de todas las direcciones y parecían rodear al grupo. Era como si una horda de criaturas se estuviera acercando hacia ellos —y hacia el claro del fauno y las dríadas —a toda velocidad.

Fuera lo que fuese que hacía ese ruido el grupo completo parecía estar en medio de esa embestida.

— Supongo que esto decide la cuestión — comentó Aren al escuchar los sonidos que los rodeaban — Nos guste o no no guste debemos avanzar hacia allí — se explicó señalando la dirección del claro del fauno y antes de montar con un salto en Rakard y encabezar la marcha en esa dirección.

Apenas ingresó al mismo elevó la voz — Peligro! Estampida! — grito en dirección al flautista y sus oyentes — No sé de que se trata, pero son muchos. Y ruidosos — añadió antes de tratar de descubrir cual era la reacción de los presentes.

La cara de rabia y oscura de Morkai se suavizó al entrar en el bosque. Le traía una extraña paz que hacia surgir el rostro más infantil y bobalicón del semiogro. La música acentuó su situación y se quedó unos minutos tan absorto que ni se preocupó cuando Aren se alejó solo a averiguar la fuente de la melodía.

- Faunos. Driades. Criaturas del bosque tramposas.

Tampoco había conocido a ninguna de estas en su vida pero había oído decir a la Yaya estos nombres. Y no contaba cosas bonitas de ellos.

Mientras decidían qué hacer un torrente de sonidos se escucho en las cercanías. Por un momento pensó en subir a los árboles pero después se dio cuenta de que el oso no podría subir, así que sacó su espada, balanceó su peso entre las manos y se adelantó un par de pasos para proteger al grupo. La sonrisa bobalicona se había esfumado y pero las comisuras de los labios aún se elevaban en una mueca mucho más macabra

Y entonces el caos se desató en el bosque.

Aquellas cosas salieron de entre los matorrales, de todas las direcciones, aullando en una cacofonía terrible. Eran por lo menos una veintena y tenían el tamaño de pequeños perros, aunque podrían describirse como enormes bolas de pelo cuya extensión corporal parecía diseñada sólo para contener una boca de enorme tamaño y dientes afilados. Sus ojos rojos enloquecidos iban a juego con aquellas babeantes fauces y se proyectaban por los aires gracias a cuatro patas largas acabadas en afiladas garras. Era como si los Dioses de la Naturaleza hubieran decidido mezclar a unas hienas con insectos de aspecto desagradable.

Aquella horda parecía ir en dirección al claro pero cuando se encontró en su camino el aperitivo que formaba aquella expedición decidieron hacer una parada.

Morkai estaba preparado, se había adelantado un poco, pero aquellas cosas saltaban por todos lados y parecían dispuestas a ir a por las mulas de primero. Tempest y Ronald esgrimían un par de espadas cortas más por instinto de autoconservación que por valor. Stella, que se había situado al lado de Morkai, elevó su arma buscando un enemigo sobre el que clavarla.

Aren, por su parte, había alcanzado el claro donde el fauno, pese al barullo que venía de atrás, no parecía especialmente alarmado. De hecho estaba sonriente. No así las dos dríadas, que se habían levantado alarmadas tanto por el aullido de la horda de monstruos como por la aparición en el claro del enano montado en aquel oso.

Firfin actuó rápido, notando las acciones de las bestias, sin dar razón alguna, saltó con agilidad sobre el primer árbol cercano, buscando quedar cerca de las mulas. Sus acciones le permitían mantenerse escondido, y de momento con las bestias distraídas en su comida, le fue todo muy fácil. Su plan era sencillo, ya lo había ejecutado antes en otras ocasiones, primeramente se habría de posicionar para atacar con su honda a la distancia, y una vez que fuese necesario, saltaría lanzando sus dagas arrojadizas para abrirse paso sobre quienes le rodearan, y entonces usar su daga bañada con veneno para deshacerse del objetivo principal, el cual, lamentablemente, aún no identificaba, y bien podría no haberlo.

Morkai sonreía de placer ante la expectativa de combate. Notaba la adrenalina tensando los músculos y se sentía vivo. A pesar de eso no perdió la calma. Aveces no podía controlar su instinto asesino y cargaba sin medida hacia el peligro pero de momento su cabeza estaba lo bastante fría para tratar de no desbocarse.

- Uaaaaahhhhhhhhhhh. - gritó buscando la atención de la manada peluda.

Con su espada enorme espada comenzó a dibujar enormes arcos a un lado y a otro. Si pasaba alguna criatura por donde el filo hacía sisear el aire posíblemente muriera, pero su intención no era tanto esa si no evitar que las alimañas les rodeasen y alcanzasen las mulas.

Aren se dio cuenta de que lo que sucedía en aquel claro no era una fiesta campestre como podía pensar en un primer momento. La sorpresa —y miedo— que reflejaban las dríadas dejaba claro que ellas tampoco se esperaban aquello. Habían sido conducidas a una trampa de alguna manera¹. Pero ahora la sorpresa también se trasladaba al rostro del fauno cuando en el umbral de la maleza apareció el enano montado en el oso. Lo que más sorprendió al enano fue la rapidez con la que el medio-cabra escondía la flauta dulce que había usado para la tonadilla. Parecía importante para él². Estaba claro que si él había convocado a aquellas criaturas podría ser que pudiera anularlas igualmente³.

Estaba claro que la sorpresa de las driadas y del fauno estaban causadas por causas distintas, y Aren sospechó que no en todos los casos era por su presencia, ni la de Rakard.

— No me gusta demasiado la magia — atinó a decir antes de descolgarse el arco de la espalda — Y menos quienes intentan usarla contra mi — insistió mientras tomaba una flecha y se preparaba para disparar. Por un momento dudó si apuntar hacia el brazo en que sostenía la flauta, pero al ver la rapidez con que la escondía optó por apuntarle a la cabeza. 

La saeta salio perfectamente dirigida hacia su objetivo, clavándose en la mejilla del fauno y obligándolo a usar sus manos para desclavarla de ese lugar. Sin embargo, una rápida mirada del explorador tras el disparo le dejó bien en claro que, más allá de su aparatosidad, la herida no era seria. Quizás incomoda, quizá una distracción, pero lamentablemente poco profunda.