Partida Rol por web

- Pasaremos aquí la noche- pidió Babaccar al antiguo hombre de los bosques- si es que es posible, claro está. También nos gustaría comer algo, lo que sea que estéis preparando en la cocina tiene un aroma exquisito y a buen seguro tendréis una bebida adecuada con que regarlo.

El druida echó un vistazo alrededor, como buscando algo.

- Nos sentaremos allí- señaló- cerca de aquel viejo tronco de roble. Y...- hizo una pausa bajando la voz- me gustaría hablar con vos cuando traigais la comida. Siento algo oscuro en esta ciudad, una extraña sensación que a buen seguro vosotros también sentís y, siendo parroquiano del lugar, seguro tendréis más información que este humilde siervo del bosque.

Babaccar no esperó a que Eduard contestara. Con un par de risotadas, como si le acabara de contar un buen chiste picante, el druida despidió al hombre con un par de fuertes palmadas mientras invitaba a Arnault a acompañarle al lugar elegido.

La mesa indicada era recia y fuerte pero no era probablemente la más popular de la taberna. Estaba colocada en una esquina, cerca de la chimenea pero demasiado esquinada. Eso hacía que el juego de sombras de las llamas creara fuertes contrastes y que la mesa quedase en cierta penumbra además de ser quizá excesivamente calurosa en aquella época del año. Era un lugar incómodo, tanto por el calor como por la mala visibilidad pero eso era precisamente lo que buscaba el druida, que los ojos no se posasen demasiado sobre ellos y que la gente no tuviese muchas ganas de acercarse.

Eduard sonrió y asintió con camaradería a los comentarios del druida. Sin embargo, algo en su mirada le hizo entender a Babaccar que él también había notado algo extraño en la ciudad. 

—De acuerdo, mi señor Babaccar. Se os servirá a usted y a sus compañeros el mejor plato de la casa y tres jarras de nuestro famoso hidromiel¹. Imagino que también se quedarán a dormir, no quedan muchas horas para el toque de queda—le dio tiempo a contestar antes de que el druida se acomodase junto al fuego.

- Spasibo, Katerina, pero preferiría una taza de agua hirviendo para mi té; las viejas costumbres nuncan mueren, supongo - le respondió a la teniente del Maestro Corvo, el líder del gremio local -. Siempre es un placer verte, aunque sea en estas circunstancias.

Tomó asiento, cogió sus hierbas para infusionarlas, y encendió su pipa, manteniendo un semblante de tranquilidad.

- Tovarishch Wesley, ahora mismo yacería muerto en el Laberinto de los Mil Cortes, de no haber sido por mis habilidades, y no sin un golpe de suerte. Si mal no recuerdo, tus hombres deberían de haber asegurado el pasillo oeste; mis pulmones pudieron comprobar lo contrario. Así que, las verdaderas preguntas son qué deberían de haber hecho y si han sido correctamente disciplinados por ello - la mirada que le envió a Wesley estaba cargada de rabia, si bien en su fuero interno no le culpaba directamente, pero sí a sus hombres -.

Recordaba ese incidente como si hubiera sido ayer, al fin y al cabo solo habían transcurridos un par de años, y había estado cerca de perder la vida.

Tras haber llegado a Montnoir, se presentó en el gremio dispuesto a ganarse una reputación y amasar cuanta riqueza fuera posible. Años trabajando en la zona le permitieron conocer bien las actividades de los bajos fondos y a quienes las llevaban a cabo.

Recordaba a Corvo, aunque solo le había visto una vez, cuando ingresó en el gremio; era un hombre importante y ocupado. Humano, de mediana edad, con el pelo y la barba plagado de canas, lo que evidenciaba una gran experiencia y habilidad, al fin y al cabo uno no llega a viejo fácilmente, y menos en esos tipos de negocios. Mantenía al gremio unido gracias a una estructura jerárquica fuertemente meritocrática y controlada por él mismo. Tenía hombres y espías que, se rumoreaba, llegaban a las más altas esferas.

Años de duro trabajo probando su destreza, le permitieron que Katerina se fijase en él para una operación delicada. Ya conocía a la mujer, era la mano derecha de Corvo. Misteriosa, diplomática, y decidida, leal a Corvo hasta la muerte. Nadie sabía demasiado sobre ella, pero al parecer su origen esta envuelto en algún incidente con la nobleza, un escándalo relativo a algún escarceo amoroso, una mujer despechada, y el resto rumores.

Con ella estaba Wesley, un antiguo soldado. Era todo lo que Katerina no era: brutal y apabullante. Cuando actuaba era como ver a un toro desbocado, pero siempre demostró profesionalidad en sus ejecuciones.

Aquella noche, junto a ellos, estaba un cuarto golova, Stefano, un joven extranjero del sur, que escaló demasiado rápido en la pirámide del gremio. Parecía estar siempre en el momento oportuno en el lugar oportuno.

La operación no era fácil, si conseguía salir bien, le reportaría una jugosa cantidad de monedas, y tal vez que Corvo se fijase en él como teniente del gremio. Consistía en penetrar en las ruinas de Rigresh, donde en sus profundidades se escondía el Laberinto de los Mil Cortes; en lo más profundo de su interior, se decía, podrían encontrar tesoros y reliquias de tiempos pasados equivalentes al rescate de un rey. Tras años de planificación, haber desechado rumores, y contar con las manos adecuadas, Corvo envió a sus hombres a conseguir penetrar en las profundidades del Laberinto.

La misión de Volk era la de ser la punta de lanza: ir en vanguardia, y aprovechándose de su habilidad, encargarse de las puertas y alguna posible trampa. Lo complicado era abarcar todo el espacio; el Laberinto comprende varios kilómetros cuadrados, y cada centímetro podría resultar mortal. Wesleay tenía que asegurar el pasillo oeste, para que Volk se concentrase en la puerta que les llevaría a la sala del tesoro.

Fue donde todo se torció. Al llegar a la zona, Volk se adelantó, dejando atrás a sus compañeros. A escasos centímetros de alcanzarla, un gas nocivo comenzó a salir de los laterales del pasillo, provocándole espasmos tan fuertes que le tumbaron en el suelo. Presa del dolor, luchó por respirar mientras sus vías respiratorias se obstruían; lo único que recordaba era a sus compañeros escapando, y minutos más tarde, se presentaron soldados de Montnoir que le capturaron, indefenso, y le encarcelaron. Fue su último trabajo antes del que estaba realizando en este momento, y el motivo por el que fue capturado.

- Pero ahora no es momento para reproches. Lo pasado, pasado está. Ahora trabajo para otro patrón, pero me gustaría presentar mis respetos a Corvo, y asegurarme de que todo funciona como debe. No quiero ningún malentendido con el gremio, ni hacer nada que vaya en contra de mis compañeros actuales, o del Gremio y Corvo.

Wesley gruñó por lo bajo pero se contuvo cuando Katarina alzó una mano, pidiéndole que se tranquilizase.

—Así que ahora tienes nuevos amigos, ¿eh, Volk? —dijo la mujer dirigiendo su mirada hacia la mesa de Babaccar y Arnault —Y dime, ¿desde cuándo te juntas con druídas y bastardos? ¿O acaso te refieres a la marquesa?

Katarina observaba el rostro del ladrón como si estuviesen jugando una compleja partida de ajedrez, atenta al siguiente movimiento de su oponente. Algo en aquellos iris verdes y profundos le decían a Volk que cada una de sus palabras había sido calculada con precisión.

- En nuestra profesión, Katerina, uno debe de rodearse con quien le corresponde, no podemos tener el lujo de escoger a nuestros amigos. Si uno juzga a los demás por su procedencia o credo, corre el riesgo de creerse por encima de los demás; desconocía que el gremio ahora ponía pegas a tales cuestiones, por lo visto Corvo se eleva sobre una caterva de nobles y eruditos, y no sobre los descastados, vagabundos y criminales que en realidad somos.

Mantuvo la mirada a Katerina al tiempo que sorbía su té de hierbas, y continuó.

- Por otro lado, tengo que acordarme de felicitar a Corvo por su red de espionaje; no me sorprende que maneje esta información, pero ciertamente encuentro más interesante que hayas nombrado a la marquesa.

Con calma, siguió fumando su pipa durante la conversación que se estaba produciendo.

- Te diré lo siguiente, Katerina: no guardo ninguna lealtad para con la marquesa. Si el gremio tiene pensado algo al respecto, estaré más que encantado de colaborar; pero esto debo de comentarlo con Corvo, y, como decía, tras haberle presentado mis respetos. No me malinterpretéis, no tengo nada en vuestra contra, ya lo sabes, pero desconozco mi situación actual en el gremio tras mi estancia en prisión, y quiero aclararlo, así como presentar mis respetos a Corvo, y, tal vez, hablar de negocios.

Tras una breve pausa, y con aire distraido, añadió.

- Ah, tendría una petición. Agradecería que no interfirieseis con mis compañeros; como decía, no tienen que ver con el Gremio y no suponen ninguna amenaza. Todo esto se lo repetiré a Corvo, pero me gustaría que, al menos, pasasen una noche tranquila y que al amanecer no se econtrasen con los bolsillos vacíos, si entiendes lo que quiero decir.

Terminó su té, y concluyó.

- Por lo demás, me alegra veros, y estaría encantado de aclarar todo con Corvo, querida Katerina.

—Me complace que sepas dónde están tus amistades, Volk.

Katarina se llevó una avellana a la boca y se tomó su tiempo para masticarla, sin quitar sus ojos del rhusiyano. Su actitud era relajada, como si estuviese en una agradable reunión de amigos.

—Ya que no tienes ningún vínculo con doña Avellaneda, tal vez podrías hacernos un favor. Ya sabes, por los buenos tiempos. Nosotros necesitamos… algo de información. Y tú, que tus amigos sufran lo menos posible. ¿Me sigues, Volk?

El posadero llegó hasta Babaccar y Arnault con una bandeja de madera a rebosar. Con cierto estruendo, comenzó a colocar en su mesa tres jarras de hidromiel y una humeante plato de barro. El olor del asado era delicioso, junto a las zanahorias, las patatas doradas y en su punto, y porciones generosas de carne de conejo. A pesar de que ya había pasado algo de tiempo desde la hora de comer, y aún faltaba un tiempo para la hora de cenar, el aspecto de la comida les abrió inevitablemente el apetito.

—Sé que es un poco tarde, pero si entra alguien tan importante como vos —dijo, dirigiéndose a Babaccar —, sería una ofensa no agasajarle adecuadamente. Comed tanto cuanto gustéis. ¡Invita la casa!

Con una amplia sonrisa, se sentó junto a ellos, observándoles con sus enormes ojos castaños.

—Decidme, mi señor Babaccar. ¿Qué deseaban tratar conmigo?

- Da, Katarina; te sigo. Colaboraré encantado ¿qué es lo que tienes en mente?

Volk aceptó sin dudarlo. Era normal esperar este quid pro quo: nadie regala nada, y menos aún tratando con el gremio de ladrones.

El druida asintió complacido con una sonrisa aprobadora en los labios. La boca se le hacía agua ante los manjares que el posadero puso ante sus ojos pero lo primero era lo primero.

- Sois un buen hombre, Eduard- le agasajó- un hombre del bosque. Veréis, desde que hemos entrado en la ciudad he sentido algo oscuro que campa a sus anchas por cada rincón y cada piedra de esta urbe. Existe un silencio inhumano, los animales parecen huir de sus cercanías y solo los más valientes tratan de apurar los restos que puedan dejar los humanos. Algo corrupto está llenando de ponzoña este lugar y creo que no soy el único en percibirlo. Sin duda vos también lo habréis notado. Decid, buen amigo, un posadero como vos ve a mucha gente, escucha muchas historias y es consciente de los cambios en sus parroquianos con el paso de los días y los meses. ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Qué está ocurriendo en Montnoir?

El semblante del posadero se ensombreció:

—No, no sois el único que ha sentido una presencia maligna en la ciudad. Algo que corrompe hasta a los animales y las plantas. Ignoro lo que ha pasado, pero la Catedral está a rebosar de gente que ha contraído esa extraña enfermedad. He pensado en mudarme con mi hija, Magdala, pero sé que soy más útil en la ciudad, dando refugio a todo aquel que lo pide. Una vez que suena el toque de queda, solo los Azores pueden estar en las calles. Es demencial.

Por el rabillo del ojo, el druida pudo notar como alguien les clavaba la mirada. Una muchacha morena, con la tez salpicada de pecas, les observaba desde detrás de la barra. Debía tratarse de Magdala.

Eduard bebió apenas un sorbo de su propia jarra de hidromiel y miró seriamente a Babaccar antes de añadir:

—Esta es vuestra primera noche en Montnoir, ¿me equivoco?

Katarina miró de un lado a otro. Después de hacer un recorrido visual por toda la posada y asegurarse de que nadie intentaba pegar el oído, miró a Volk. Entonces, pasó a hablar en un perfecto rhusiyano*:

—No parece haber nadie de la Patria, por lo que esta conversación quedará entre tú y yo. Nunca sabes quién puede estar oyendo y es preferible ser precavidos. Un par de gorriones me han trinado que se ha visto a la Marquesa Avellaneda merodeando por las Catacumbas. Tú y yo sabemos que no es precisamente un sitio adecuado para la nobleza, ¿cierto? Todas esas ratas y pasadizos sin antorchas, los mensajes inscritos en las paredes hablando sobre la muerte, las trampas… en fin, ya me entiendes —le deslizó disimuladamente un pergamino enrollado —. Aquí encontrarás un mapa con algunos de los sectores y los puntos donde se le ha visto. Dicen que va escoltada, así que ten cuidado. Supongo que tampoco tengo que advertirte acerca del lugar en el que te vas a adentrar, ¿no?
»Bien, tu trabajo es sencillo. Haces gala de tu famoso sigilo y les sigues la pista. Queremos saber qué hace ahí abajo y qué trama. Imagino que ya sabes qué pasará si se te escapa algún trino acerca de esta conversación y lo que podría suceder si vuelves con las manos vacías, ¿no?

- Sí- asintió- es mi primera noche aquí aunque reconozco que desearía más estar ahí fuera en los bosques pero, contadme, soy nuevo por aquí e incluso pocos meses llevo en estas tierras, ¿qué enfermedad es esa de la que habláis? Tal vez en su origen pueda estar el mal que tantos problemas está causando. ¿Coincide el inicio de la enfermedad con la llegada de la oscuridad? ¿Qué síntomas tiene? ¿Es mortal?

Las preguntas se acumulaban en la mente del druida mientras el crepitar de la cercana hoguera acompañaba los silencios pensativos de Eduard. El ambiente era cálido y amable y, sin embargo, un profundo pesar parecía sentirse entre los parroquianos, como quien teme romper el silencio ante la certeza de que solo algo malo puede traer.

- [¡Ja! Casi había olvidado las amenazas veladas... deberías saber que conmigo están de más, querida. Lo que me pides es complicado, y creo que, además de la seguridad de mis amigos, me vendría bien un pago. Al fin y al cabo, acabo de salir de prisión, y he de decir que guardando la seguridad del Gremio; pero ya hablaremos de eso, sabed que mi lealtad para con Corvo es absoluta.]

Se guardó el pergamino, y continuó saboreando su té y disfrutando de su pipa.

- [He de actuar de inmediato, supongo. ¿La marquesa y sus hombres se encuentran allí? ¿Hay algo más que deba saber, o puedo comenzar con esto?]

Edouard asintió:

—Lo cierto es que solo he oído rumores. A todo el que pillan enfermo lo llevan a la Catedral, al menor síntoma. Pero pude ver a uno de los afectados, por suerte o por desgracia. Tenía manchas por todo el cuerpo y los brazos hinchados, y cuando hablaba no parecía decir nada coherente. Mucha gente afirma haber hablado con alguno antes de que empezase a empeorar, y todos coinciden en la aparición del perro negro.
»Respecto a qué vino primero… No lo sé, es muy difícil saber lo exactitud. Los rumores comenzaron poco después de que algunos comenzásemos a presentir que algo no andaba bien. Era una sensación extraña en el ambiente, ¿sabéis a lo que me refiero? Como murmullos entre la roca y una sensación de mareo.

—[Solo una cosa] —dijo, deslizándole una piedra que se había sacado del bolsillo —[. Llévala contigo cuando entres en las catacumbas o, de lo contrario, te perderás en la oscuridad. Tiene dos glifos grabados. Uno es para que puedas ver allí abajo, pues emitirá un leve brillo que solo tú podrás percibir; lo suficiente como para que sepas por donde caminar y puedas orientarte. El otro con tiene un sortilegio de aura compartida que liga la piedra con la que guardo en mi otro bolsillo. Mientras la lleves contigo, sabré donde estás en cada momento y podré encontrarte. Por supuesto, tú también podrás sentir mi presencia si te concentras].

Katarina le guiñó un ojo a Volk cuando este asintió, indicando que había comprendido.

—[Buena suerte. No le cuentes a nadie, ni siquiera a tus compañeros, detalle alguno sobre esta misión. Cuando termines, puedes quedarte la piedra].

- ¿El perro negro?- Babaccar se interesó nuevamente interesado- ¿Qué clase de animal es ese?

Asintiendo en silencio, se levantó, despidiéndose de su antigua compañera.

- Spasibo Katarina. Saldré de inmediato. Do svidaniya.

Volvió junto a Babaccar y Arnault. Apenas tomó asiento durante unos breves instantes para explicarles lo siguiente.

- Tovarishchi, me temo que debo dejaros momentáneamente. Hay asuntos que requieren de mi intervención. Permitidme un consejo mientras me ausento: no vaguéis por las calles al anochecer, cuidaros de cualquier extraño que se os acerque, y mantened vigilados vuestros bolsillos. No temáis, me reuniré con vosotros en cuanto me sea posible; mientras tanto, haced caso a mis consejos, pues existen criminales que podrían intentar asaltaros. Creedme si os digo que lo que hago es por el bien de todos. Bien, hasta pronto. Do svidaniya.

[De perros negros y criaturas que atacan al anochecer]

Conocimientos de Los Eriales Condenados… 
Las bastas y yermas tierras de los eriales ocultan todo tipo de fauna. Desde inquietas liebres hasta topos y perdices, todos ellos presas habituales de los escuálidos lobos que vagan cuando el sol comienza a ocultarse. 
Tanto Hugo como Eduard mencionan a una bestia enclenque y nocturna a los habitantes de Montnoir. Por supuesto, resulta improbable que los lobos esteparios del hogar de Babaccar llegasen tan lejos, y mucho menos que hayan podido ocultarse a pleno día sin que nadie se percatase de su presencia. Además, el tamaño no coincide exactamente con las descripciones. Los lobos y los coyotes pueden ser escuálidos, pero ni por asomo son tan grandes como las bestias de los graznidos*.

Saber del Círculo…
Hay extrañas circunstancias en los que los espíritus de la naturaleza se mezclarían en entornos urbanos. No era extraño ver a animales de compañía entre las casas o árboles en las plazas de una ciudad, pero los entes feéricos, por lo general, aborrecían lo doméstico.
No obstante, convenía tener en cuenta que estos pueden adoptar el aspecto de animales. Por si solos no tienen el poder de desatar una epidemia, ¿pero y si estaban involucrados de algún modo? El asunto del perro y las ratas encajaba demasiado bien como para no tenerlo en cuenta…