Partida Rol por web

—Así es, mi señor druida. Aquellas personas con afinidad con los espíritus parecen ser más susceptibles al cambio. No enfermamos, pero está claro que algo nos pasa. Mi hija se ve afectada también, pero no de igual forma, pues ella se crió casi toda su vida en la ciudad. A la pobre no le falta razón, pero la presencia de un único druida aquí no es más que un rayo de sol en una tarde tormentosa. Para terminar con esto hay que atacar el problema de raíz. Si tan siquiera supiésemos qué hacen ahí abajo… Espero que las ratas regresen con información.

- Comprendo- asintió- la información que traigan las ratas es crucial. En función de eso, hablaré con mis compañeros y trataremos de trazar un plan de acción que extirpe la enfermedad de la ciudad de raíz. Tengo claro que debemos llegar al origen del problema. Si nos desgastamos luchando con las extremidades del monstruo nunca alcanzaremos su corazón. Además, todavía espero que contemos con el factor sorpresa. Debemos jugar con él para llegar a su mismo centro y acabar con el responsable. Si descabezamos a quien dirige este infierno, sus secuaces escaparán sin duda pero no debemos darles tiempo a prepararse.

-¿De verás? - Arnault enarcó una ceja con incredulidad, no parecía reconocer al hombre que había descrito Magdala en su compañero. Se sentía incómodo, y cuando eso ocurría solía tender a bromear con gracias que apenas nadie más entendía o que no les resultaban nada graciosas. -¿Estás segura que no es por la hierba de Kajtan? - Una sustancia que solían usar los druidas y que olía realmente fuerte. Aunque los druidas la utilizaban en sus remedios naturales, mucha gente la utilizaba con una finalidad más recreativa, pues al parecer embriagaba con mayor fuerza que la cerveza si era consumida en dosis mayores.

Ciertamente Arnault no había prestado mucha atención a la conversación entre el padre de Magdala y su compañero la noche anterior, y la cabeza todavía le dolía de sobre manera como para ponerse a intentar recordar algo de la cháchara que habían mantenido. Aunque sí que recordaba que ambos habían congeniado bastante bien.

-¿Y ahora qué? - Preguntó tratando de no sentirse demasiado orgulloso por las palabras esperanzadoras que Magdala le dedicaba, no se sentía demasiado orgulloso de cómo la había convencido para que no le clavase un puñal en la garganta. A fin de cuentas no había sido del todo sincero con ella.

Edouard gimió inquieto. Sus ojos verdes parecían cansados bajo sus párpados de lobo. 

—Aconsejo prudencia. La media noche caerá y los espíritus serán más volubles. Quizá usted puedas resistirlo mejor que yo… pero no me perdonaría dejaros a vuestra suerte, a merced de la guardia y los inquisidores.

El lobo más deteriorado y escuálido gimió. Parecía inquieto. Magdala se inclinó sobre él y trató de calmarlo, susurrándole al oído y acariciándole entre las orejas.

—Mi padre os aconseja prudencia, Arnault. Los espíritus se alteran más en cuanto llega la medianoche. Quizá tu compañero pueda resistirlo, pero es más sensible a su influencia. Pero no es el único peligro que encontraréis ahí fuera. Hay otros señores de las alimañas, y también guardias e inquisidores por doquier. Podéis esperar a que regresen las ratas o quedaros aquí y rezar para que no hagan una inspección sorpresa.

Arnault miró hacía lo alto de las escaleras, temiendo que por aquella gruesa puerta de madera que daba acceso al sotano apareciera alguna de las alimañas que Magdala acababa de nombrar. No se atrevía a imaginar cómo podía ser su aspecto y su imaginación temía lo peor. Después miró a los lobos. Instintivamente sentía que debía alejarse de criaturas tan feroces y peligrosas, pero su razocinio le quería hacer ver que no había peligro alguno con ellas. Miró dubitativo a Babbacar, o al lobo que ahora era, y supuso que lo mejor sería esperar junto con ellos al menos hasta que recuperara su forma habitual.

-Me quedaré aquí, pues. -Sostuvo la empuñadura de su espada y añadió: -Y si hacen una inspección sorpresa, les daremos algo que inspeccionar. -Sus dedos tamborilearon sobre la empuñadura y su sonrisa se mostró afilada en su rostro.

El lobo se acomodó en el suelo, esperando. Las ratas tardarían en regresar y no parecía que allí se pudiera hacer mucha más cosa que descansar y, tal vez, contar alguna historia.

- Decidme, Eduard- pidió- ¿Cómo empezó todo esto? ¿Recordáis algo señalado que ocurriera más o menos cuando empezaron los sucesos extraños y las transformaciones? Tal vez nos de pistas relevantes. Tenemos una noche entera para tratar de unir piezas.

Ambos lobos se recostaron, como si estuviesen de acuerdo con las palabras de Arnault. La calma comenzó a hacerse insoportable. Sin el murmullo de las ratas, en aquel almacén solo se escuchaban los gemidos de los lobos, el ulular del viento y el crujir de la madera. 

Por alguna razón, el gran lobo le transmitía calma y un cierto aura de curiosidad.

Fue Magdala la que rompió el silencio (al menos, para Arnault), suspirando y estirándose.

—¿Piensas hacer algo para defenderte? Lo digo porque los guardias están bien entrenados, y no digamos los inquisidores. No creo que tarden en aparecer en cuanto sigan la pista de las ratas. 

Hizo una pausa, mirando nerviosa hacia la entrada del almacén y luego hacia el lobo escuálido.

—Aunque espero equivocarme.

—Primero comenzó la incomodidad —dijo mirando hacia la brecha de luz de luna que se filtraba por la puerta —. No solo la sentí yo, también los animales y las plantas. Los más débiles se marchitaron o se asilvestraron, fue una locura. La gente comenzó a echarle la culpa a algún experimento fallido de la Universidad o a los propios rhusiyanos. Los refugiados nunca había causado más problemas que la mendicidad o el robo, aunque la mayoría eran ciudadanos respetables.

Eduard se mordisqueó el pellejo de una de las patas traseras y olisqueó el aire. Parecía bastante acostumbrado a aquel cuerpo, aunque al druida ya lo había intuido debido al tiempo que debía permanecer con él.

—No, la gente siempre alberga sospechas sobre sus vecinos, aunque se las callen. Es en las crisis cuando todas las máscaras se caen. Como puedes imaginar, se armó un revuelo. Un revuelo que la Inquisición no tardó en disipar. El propio patricio decidió tomar también cartas en el asunto, reforzando las guardias de noche. Luego llegaron los primeros en desaparecer.
»Uno a uno, como moscas. Primero pordioseros y luego trotamundos o aventureros, o simplemente parroquianos que querían gastar su sueldo en alcohol hasta altas horas de la noche. Luego llegaron los enfermos.
»Los enfermos tardaron un poco más en aparecer, pero fue lo que realmente hizo cundir el pánico. Lord Laforet no tuvo más remedio que instaurar un toque de queda. ¡Ay, mi señor! Si viese usted la Gran Catedral de Lineras, llena hasta arriba de convalecientes. Y luego, los animales comenzaron a desaparecer o a ocultarse. Pero eso ya no le importó demasiado a nadie. En la ciudad solo quedaron las ratas y las palomas, alimañas enfermizas pero resistentes a la corrupción. Orgullosas de servirnos. Nos ven como portavoces de los espíritus, avatares o heraldos. Yo creía que era una necedad… hasta ahora, claro.
»Ahora hay un druida en Montnoir.

- Entiendo- asintió- y, ¿recordáis algún evento que pudiera coincidir con las primeras molestias? Tal vez la visita de alguien que os llamara la atención, algún evento especial en la ciudad y alguna situación cósmica relevante. Algo, cualquier cosa podría ser una pista.

—Ahora que lo decís, creo recordar que en la Universidad hubo algo de revuelo —respondió alzando las orejas un instante —. La Inquisición irrumpió en una de las aulas del Campus eclesiástico para hablar con unos alumnos. Por supuesto, a los muchachos no les sucedió nada, pero fue algo bastante insólito. Yo solo conozco los trinos y los cacareos al respecto, pero se dice que tal vez estaban metidos en algún lío. Pertenecía a una fraternidad. "Veritas lux mea", creo que se llamaba. 

Eduard entornó sus enormes ojos verdes. Había algo entre cómico e infinitamente tierno en ver a un lobo arrugando el rostro en una expresión pensativa.

—Eso es todo cuanto recuerdo. Lamento no ser de más ayuda, mi señor druida.

- Bastante estáis haciendo ya, mi buen amigo- agradeció el druida- bastante estáis haciendo ya.

El tiempo parecía pasar extraordinariamente lento en aquella habitación. No había más que hacer salvo esperar y la falta de acción se notaba en cada uno de ellos. Estaban incómodos, sin saber muy bien qué más hacer o decirse. Apenas acababan de conocerse y ahí estaban, encerrados durante horas en el almacén de una posada esperando el regreso de una ratas que harían las veces de informantes. Desde luego, no era lo que Babaccar hubiera imaginado al atravesar las puertas de la ciudad.

Si eran descubiertos de la manera en la que Magdala temía, poco podrían hacer. Él tenía su espada, podía defenderse con ella y llevarse a unos cuantos al infierno si ese iba a ser su sino. Pero ella estaba allí, indefensa y tan tranquila. Su mirada hacía ella antes de contestar no pudo evitar reflejar aquellos pensamientos. 

-Podemos preparar alguna trampa, como aflojar los escalones. Pero no creéis que si vienen, ¿lo mejor será huir? - A veces una retirada a tiempo era la mejor opción para colocar un buen golpe.

Magdala sopesó las ideas de Arnault. Por su lenguaje corporal, parecía estar completamente tranquila. Era muy posible que se hubiese enfrentado antes a una situación similar, sobre todo teniendo en cuenta que su padre perdería el control a media noche.

—La guardia podría rodear el edificio si la Inquisición sospecha algo de este local. Como dices, una trampa resultaría inútil si creen que somos culpables. Las únicas salidas de la posada son la puerta principal, las ventanas de la fachada y la entrada de este almacén. También existe un antiguo conducto que lleva a las catacumbas, pero fue sellado hacía décadas para evitar que lo usasen ladrones.
»¡Silencio! ¿Oís eso?

Antes de ver cómo tanto Magdala como Eduard comienzan a retroceder nerviosos, Babaccar también lo escuchó. Un murmullo que cada vez se hace más intenso. No parecen ratas, sino que recordaba más a la algarabía propia de un gentío. Puede que los inquisidores tratasen de ser sigilosos, pero la guardia era poco discreta con sus corazas y sus pesadas botas.

Arnault estaba tratando de imaginar como poder forzar ese conducto del que hablaba Magdala, cuando la muchacha ordenó guardar silencio y el joven se temió lo peor. Instintivamente, y sobre todo después de lo que habían estado dialogando, se llevó la mano a la empuñadura de su espada y se colocó mirando en la misma dirección hacía la que la hija del posadero apuntaba. Después se quedó completamente inmóvil y aguzó el oído para tratar de escuchar lo que ella había oído.

Babaccar se incorporó, gruñendo en la dirección en la que venían los ruidos.

- Parece que no va a ser tan sencillo como esperar tranquilamente- dijo a Eduard- vamos a tener que movernos y rápido. ¿Cómo podemos llegar al pasadizo sellado? ¿Creéis que sería posible abrirnos camino a tiempo?

—Fue tapiado[1] mucho antes de que llegase mi padre, pero es posible que pueda quebrarse con fuerza y las herramientas adecuadas —dijo mirando al gran lobo.

Después, se giró hacia Arnault. El joven se cuadró de inmediato al ver la seriedad en su rostro.

—Arnault, ve a buscar algo a la cocina que pueda ayudaros. Yo me encargaré de distraerles en la entrada. Está en el primer piso, no debería resultarte difícil encontrarla. ¡Pero procura no ser demasiado escandaloso!

-¿Algo en la cocina? - Preguntó extrañado el joven. -¿Qué quieres, que les haga la cena?

Lo único que se le ocurría era coger unas cacerolas ya hacer algo de ruido para distraer a los intrusos llamando su atención y alejándoles del lugar donde escondían a los lobos, pero Magdala acaba de recomendarle no ser demasiado escandaloso. Finalmente, Arnault aceptó lo que le encomendaban con un largo cabeceo de cabeza y se dirigió escaleras arriba en busca de la cocina, cogería cuchillos, sartenes o lo que pudiera encontrar. Aunque a su modo de ver, hubiera sido más lógico que fuese la propia Magdala, que conocía mejor el lugar, y que él se quedase espada en mano a defender la zona como bien pudiera.

—En la cocina hay herramientas y martillos. 

Antes de que Arnaut y ella subían por las escaleras, se giró hacia el lobo más escuálido. Aunque al joven le parecía una locura, habría jurado que el animal la miraba con lástima.

—Lo siento, padre, pero debo hacerlo yo. Los guardias me conocen y sería sospechoso que otro abriese la puerta. Debo ser yo quien responda ante la Inquisición.