Partida Rol por web

Mientras los lobos parecían olfatear el ambiente en busca del mejor camino a seguir, algo en lo que Arnault no dudaría en hacerles caso pues sabía del gran instinto de los animales, él se dirigió hacía lo alto de la escalera por la que habían bajado y se quedó tratando de escuchar lo que ocurría arriba. Quería estar seguro de que lograran despistarles, pero por otro lado, quería saber qué tal le iría a Magdala. No quería dejarla allí sola.

Los aromas acuden a ti como un escuadrón de caballería. Inundan tu mente, confundiéndola entre cientos de imágenes y sensaciones. Tu cuerpo todavía no está preparado al poderoso cuerpo del Señor de las alimañas. Después, la cabeza se te embota, como una bruma que agarrota tus capacidades mentales.

Tras un tiempo en blanco, notas una cosa: ya no eres el que mantiene el control de tu cuerpo. Algo dentro de ti comienza a tomar las riendas. Tu lado más animal y salvaje, más primitivo. Ahora percibes el mundo a través de puro instinto y estás hambriento. Quizá ese hombrecillo ridículo a tu espalda pueda servirte.

Babaccar a dejado de olisquear la sala y simplemente se detiene, tenso, frente a uno de los pasillos. Eduard, el lobo más escuálido, gime y retrocede asustado. El joven guerrero se pregunta si hay enemigos cerca, pero no es capaz de escuchar u oír nada. ¿Acaso es por ser simplemente un humano?

Sin embargo, no tarda en percatarse de que Eduard le está transmitiendo su miedo. El lobo le dirige rápidas miradas y señala a Babaccar. 

El druida gruñe y comienza a darse la vuelta despacio. Toda humanidad parece hacerse esfumado de sus penetrantes ojos de lobo, ansiosos e incisivos. Lentamente, se aproxima hacia él mostrando los colmillos. Colmillos como puñales, blancos y afilados.

Arnault estaba tratando de escuchar lo que ocurría con los inquisidores y Magdala en la bodega que acababan de dejar atrás tras aquella pesada losa. No se percató de que Babbaccar erizaba su lomo y se crispaba mostrando los dientes en un primer momento, y su primera reacción al darse cuenta fue mirar hacía los pasillos en busca de algún enemigo que hubiese adivinado de sus intenciones.

Arnault quedó algo desconcertado cuando el lobo que ahora era Eduard retrocedió asustado, y comenzó a turnar la mirada entre él y Babbaccar, transmitiéndole una seria advertencia sobre su compañero lobuno. Arnault se temió lo peor y maldijo su suerte por el momento en que sucedía aquello, y por la situación en la que le colocaba.

-¿Qué pasa Babbaccar, amigo mío? -Dijo llamándolo por su nombre para ver si así volvía a humanizarse, no obstante retrocedió un paso y llevó su mano al pomo de la espada por si necesitaba hacer uso de ella contra su compañero.

Arnault buscó los ojos de su amigo en los de aquella bestia rugiente. Las pupilas del lobo se dilataban todavía más, engullendo su reflejo en un abismo primigenio y furioso.

Los músculos del animal se tensaron y, sin esperar a que el joven pudiese pronunciar una sola palabra más, se abalanzó sobre él.

Arnault vio como las fauces llenas de dientes afilados del lobo se abalanzaban sobre él, apenas tenía tiempo para estudiar la situación adecuadamente, uno de sus compañeros se acababa de volver en su contra repentinamente. Todavía no sabía si estaba bajo el influjo de algún hechizo o si sus instintos le habían jugado una mala pasada. El joven guerrero estudió la posibilidad de lanzarse a un lado y esquivar el golpe, pero la desechó inmediatamente debido a que el otro lobo se encontraba cerca y se podría originar una pelea todavía más peligrosa. Así que decidió plantar firmemente los pies en el suelo, flexionar las rodillas y aguantar el aire para resistir el envite y confiar en que su armadura hiciera el resto.

Después, tendría al lobo a la distancia perfecta para golpearle con su espada en la cabeza. Su intención, obviamente, no era matar a su compañero, por eso no quería golpearle con el filo de la hoja si no la parte ancha de la misma. Confiaba en que si le daba un golpe lo suficiente contundente, podría dejarlo sin sentido o cuanto menos aturdirlo para ganar algo de tiempo y poder saber que había originado aquella reacción tan violenta.

Arnault resistió como pudo la embestida del gran lobo. Cualquiera le habría tachado de insensato, pero él estaba seguro de sus capacidades y había sido muy bien entrenado en combate. La acometida le hizo retroceder unos cuantos pasos, pero logró quedarse en pie y mantener a raya las fauces de la criatura con el escudo.

A diferencia del joven, el lobo solo actuaba por puro instinto y seguía obcecado en alcanzarle con sus fauces. Sin desperdiciar un solo instante, Arnault aprovechó su distracción para asestarle un duro golpe en la testa. 

La bestia gimió de dolor y retrocedió unos pasos, aturdida, para volver a lanzarse contra su presa.

Arnault no quiso perder ni un instante, tras golpear con el canto de la hoja al lobo para no herirle gravemente consiguió que éste, por fortuna, retrocediera un par de pasos. Arnault se lanzó de inmediato a una segunda acometida en la que golpear al lobo de la misma forma, para evitar herirle.

-¡Babbaccar, vuelve! - Gritó con cierta desesperación, aunque sabía que sería inútil. Golpeándole solo conseguía cabrearle más, y eso dificultaría que su compañero volviera en sí. Dejarlo inconsciente era la única alternativa que podía funcionar. Por ello, nuevamente, afianzó la empuñadura de la espada entre sus manos y se lanzó a la carga, antes de que las fauces del lobo se cerrasen contra él, y, consciente de la dureza de la piel de la criatura, acometió con todas su fuerzas.

Babaccar observaba la escena desde algún punto en la consciencia del animal y en su cabeza parecían fundirse dos mentes distintas, dos pensamientos distintos. El druida observaba la escena con horror, tratando de encontrar una lógica a todo lo que estaba ocurriendo, buscando la manera de ponerle freno. El lobo atacaba presa de un instinto primario, sin distinguir amigos de enemigos. Ante sus penetrantes ojos solo distinguía leves formas oscurecidas por la rabia que debían ser destrozadas, desgarradas e incluso engullidas.

Ambas mentes eran Babaccar, ambos instintos eran Babaccar, ambos pensamientos eran Babaccar y, sin embargo, de algún modo, parecía no estar completamente solo.

El lobo se revolvió para tratar de evitar el siguiente ataque de su presa. En consecuencia, la espada impactó contra uno de los costados del animal, sin hacerle el más mínimo rasguño.

A pesar de seguir atacando y dejando poca tregua a Arnault, algo en su comportamiento había cambiado. Ya no era un torrente de mordiscos y zarpazos, sino que estudiaba a su adversario y buscaba huecos entre su escudo. Incluso sus pupilas parecían menos dilatadas. ¿Estaba volviendo a la normalidad o simplemente estaba cansado?

El lobo más escuálido se acercó con cautela, gimiendo. Sabía que era inútil tratar de detener al druida, pero tenía que hacer algo. Aún sin la misma presencia que su compañero, los ladridos de Eduard resonaron como truenos que chocaban contra las paredes de la sala. Babaccar se giró para gruñirle, ignorando por un instante a su presa. Había funcionado.

Arnault había realizado un buen ataque, con una depurada técnica que habría dejado henchido de orgullo a su maestro de armas. Sin embargo, el lobo se retorció en el último segundo y el golpe impactó de manera oblicua en su lomo sin causar mayores consecuencias. Arnault lamentó su suerte, pero creía haberse posicionado bien para asestar un tercer golpe con la parte ancha de la hoja de su espada.

El lobo ya no atacaba con el mismo ímpetu y fuerza que al principio, parecía tomarse un descanso en búsqueda de los puntos más débiles de la defensa de Arnault. El joven presentía que debía ser más contundente si quería tener alguna opción de controlar la situación. Entonces Eduard logró distraer al lobo que se giró para gruñirle y Arnault supo que no podía desaprovechar ese momento. Con un amplio paso lateral se colocó en la distancia adecuada, afianzó el pomo de la espada, aseguró los pies en el suelo y giró la cadera describiendo un amplio círculo ascendente. Apuntando directamente a la cabezota del lobo.

Esta vez el golpe le dio de lleno en la cabeza. El gran lobo retrocedió, dejando escapar un gemido. Parecía cada vez más desorientado y confuso, sus pupilas seguían contrayéndose hasta volver a su tamaño original. 

Eduard se acercó con cuidado. Parecía comprender mejor la situación que Arnault o el propio Babaccar. El nuevo cuerpo del druida casi había llegado a su límite, para bien o para mal. Sin embargo, ni se desplomó ni huyó. Simplemente se mantuvo firme, respirando pesadamente y sosteniéndole la mirada al joven guerrero.

Con tanto ajetreo, apenas escucharon lo que había sucedido arriba, pero en aquel momento de quietud un ladrido atronador les heló la sangre. 

De algún modo, Babaccar sintió como aquel golpe volvió a incrustar su consciencia en el cuerpo del lupino. Se sentía confuso, dolorido e inseguro. Hizo un par de pruebas, moviendo las patas, para asegurarse de que, efectivamente, volvía a tener el control de sí mismo o de lo que fuera en lo que se había convertido.

Dio un par de pasos hacia Eduard que todavía lo miraba entre inseguro y preocupado.

- Tranquilo- le dijo- creo que vuelvo a tenerlo bajo control. ¿Qué ha ocurrido?

Un ladrido rompió la quietud del subsuelo, pero no era un ladrido cualquiero, era poderoso, atronador y parecía cargado de intenciones. Babaccar se giró hacia el origen gruñendo.

Agitando las orejas, el druida trató de utilizar sus sentidos potenciados para averiguar un poco más a qué se enfrentaban y de dónde procedía^[1].

Ya has oído este ladrido antes. Normalmente eres capaz de interpretar los gritos de un animal de los páramos, pero esta bestia parece provenir de una región lejana. Solo eres capaz de percibir una advertencia o una amenaza. Los gritos de un hombre por encima de la algarabía aclaran tus dudas de una vez por todas: se trata de Tarannis, el mastín de tundra, y de Alek[1].

Sin embargo, no es momento de celebraciones. Un preocupante olor a humo se filtra a través de la tapia. ¿Acaso la posada está en llamas? Ahora sabes que los mastines de tundra acuden al rescate de personas en peligro, pero no es algo que te tranquilice. Espero que Magdala se encuentre bien, piensas. Edouard también parece haber percibido el desastre [2].

Por suerte, ahora que te has recuperado, eres capaz de percibir mejor los sonidos y aromas a tu alrededor. Puedes diferenciar incluso ciertos rastros por encima del omnipresente hedor a humedad que reina en las catacumbas [3]. ¿Pero qué deberías hacer ahora? ¿Quién sabe cuándo volverás a transformarte y a ser un peligro para todos?

El gran lobo comenzaba a calmarse, tal vez más por culpa del cansancio que por los golpes que Arnault le estaba infringiendo. Arnault también sentía como su respiración se mantenía agitada y el corazón golpeaba frenéticamente contra su pecho. El joven guerrero estudió la mirada del lobo, esperaba que estuviera lo suficientemente aturdido y cansando como para no querer luchar más y ser capaz de razonar algo. Arnault relajó los brazos y dejó que la espada cayera ligeramente, sin dejar de mantenerse alerta por si su estrategia no funcionaba. Quería intentar razonar con Babbaccar antes de que resultase herido irremediablemente, tanto él como el propio Arnault. Abrió la boca para hablar, pero apenas llegó a emitir sonido alguno cuando se escuchó un desgarrador ladrido.

Con todo el ajetreo se habían olvidado de lo que sucedía en el otro lado, con los inquisidores ocupando la posada. Los ojos de Arnault se abrieron como platos y lamentó varias veces que nada hubiera salido bien. Su primer pensamiento fue para Magdala, le preocupaba que pudiera haberle pasado algo, o que... hubiese terminado como su padre y Babbaccar. El joven miró con desesperación a Eduard y a Babbaccar.

-¡Tenemos que ayudarla!

Babaccar levantó la cabeza en cuanto Arnault nombró a la mujer. En su cabeza lupina se mezclaban pensamientos. Su instinto de supervivencia y su pensamiento de manada le decían que no valía la pena arriesgar al grupo por un único miembro. No obstante, su lado humano le pedía ayudar a la hija del posadero, una de las únicas almas puras que había encontrado en la ciudad y que, de algún modo, estaba tratando de ayudarle.

La mirada del lobo cambió de Arnault a Edouard y, finalmente, de nuevo a la abertura que permanecía sellada sobre sus cabezas. Era imposible conseguir moverla desde su posición. Habían cometido un error estúpido al no esperar a Magdala y ahora la muchacha podía pagarlo caro. No obstante, igual todavía era posible. Si existía esa entrada, tal vez existieran otras.

- Edouard- pidió- ¿Es posible que exista alguna otra entrada a los pisos superiores? Debemos tratar de encontrarla. ¿Recordáis haber visto ratas en alguna otra estancia que no fuera esta bodega? Las ratas siempre encuentran la forma de llegar a cada recoveco.

Babaccar y Eduard parecen absortos en la losa por la que accedisteis a las catacumbas. ¿Acaso son capaces de percibir algo que tú no? Hay algo extraño en su ensimismamiento, eso seguro. ¿Pavor? ¿Preocupación?

Ojalá pudiesen comunicarse contigo de una forma más clara.

A Babaccar le costó un par de intentos llamar la atención del absorto lobo negro. La preocupación por su hija era palpable, ¿qué padre no lo estaría en una situación como aquella?

—Eh… ¡Sí! Creo recordar que había una entrada que da a una capilla no demasiado lejos de la posada. Está abandonada, pero habrá que tener cuidado con la posible vigilancia —contestó bastante agitado—. ¡Vamos! ¡Es por aquí!