Partida Rol por web

Marcel refunfuñó. ¿Cómo se atrevían a desafiarle? Si tan solo supieran los secretos que ocultaban aquellas Catacumbas…

Antes de que pudiese replicarle, otra de las dagas le acertó en el estómago. 

—¡Cabronazo!

Arnault se revolvió, logrando desenvainar su daga en mitad del aire. Con una cuchillada certera, cercenó el zarcillo que lo tenía sujeto por el talón. Hizo una cabriola y aterrizó dando una voltereta para frenar el impacto de la caída. Resopló.

Kaleb, por su parte, también logró desembarazarse del zarcillo usando uñas y dientes. Por desgracia, aunque consiguió aflojar la presa y soltarse, el zarcillo le reventó en la boca. Un torrente de baba ácida y negrezca le salpicó en toda la cara. Las quemaduras le hicieron hervir parte del rostro, el paladar, el cuello y el pecho. ¡Menuda suerte que no tenía los ojos abiertos![1]

Los zarcillos se revolvieron, gimieron y, tras un último chasquido, se pudrieron. Un racimo de carne marchita e inerte yacía ahora sobre el altar.

Marcel retrocedió. Las heridas de la daga empezaban a pasarle factura y, por si fuese poco, la ínfima parte que había logrado invocar de Rimbrodogg había sido despojada de su fuente de poder. La brecha que había logrado abrir se estaba cerrando. Todo el ritual al garete, dejándole tiempo para extraer solo una pequeña porción de la energía del caos. ¡Tenía que pasar a la acción!

El bastardo de la espada que había resistido los envites de sus secuaces con valor y tenacidad, el caballero del Santo Pendiente y aquel Señor de las Alimañas… Sí, ellos servirían.

Con otro gesto teatral, hizo acopio del escape de energía caótica que todavía se filtraba a través del portal para lograr nuevos aliados. Solo un poco más…[2]

Los ojos de Babaccar y Le Maison se pusieron en blanco.

El Caballero del Santo Pendiente se giró, con la espada desenvainada, y se interpuso entre Tancredo y Marcel[1]. Con el ceño fruncido y la mirada perdida, Le Maison avanzó hacia el brujo y el exorcista como la pesada hacha de un verdugo.

Kaleb, mientras trataba de escupir los restos de cieno corrosivo, observó cómo Babaccar —en su forma de gran lobo negro— se le aproximaba gruñendo y mostrando los dientes; estaba apunto de saltarle a la yugular.

—¡Apartate del medio, fanático chalado! ¡No has hecho más que ser un lastre desde el principio!

El conjuro que hacía que Tancredo replicase el físico de Arnault se disipó en una explosión azulada que evitó que sufriese daño por culpa de la niebla mágica, y ahora gritaba con su propia voz al paladín.

La suerte había sonreído por fin a Arnault, que había logrado liberarse e incluso caer de pie. Corrió a recuperar su espada y al ver que Kaleb también se liberaba pero quedaba ciego temporalmente por una explosión de corrosivo cieno, corrió a su lado para ayudarle. Y lo hizo justo a tiempo, pues Babaccar, en su forma de lobo, parecía acercarse hasta él con los dientes blancos al aire y gestos de querer darse un pequeño festín con el gnomo.

-¡Babaccar, reacciona! ¡Es Kaleb! - Le gritó al lobo intentando que recuperara la cordura.

Kaleb chilló por el ácido que le hacía arder los ojos y la boca. No volvería a morder unos zarcillos espectrales de nuevo. Ante la duda, rasguños.

Y de pronto vio al lobo negro yendo hacia sí, pero no podía verlo con claridad, por lo que continuó con aquella danza extraña en la que intentaba escupir y sacarse el cieno de los ojos. El lobo pasó junto a él, sintiendo las fauces cerrándose justo en el lugar a donde había estado apenas un momento antes, justo antes de hacer un requiebro de cadera digno de un boxeador élfico.

-Perrito, perrito, ¡cuidado!- dijo el gnomo una vez se logró sacar de encima eso que ardía, para luego mirar a Marcel -¡Tú fuiste!-

Y se lanzó contra Marcel con uñas y dientes, dando un salto en el aire...

Tancredo esquivó por los pelos al caballero del Santo Pendiente. Cayó a un lado, rodando por el suelo de forma poco digna, y cuando logró ponerse en pie entendió el error que acababa de cometer.

Hugo estaba absorto, recitando salmos de sus filacterias como en un trance. Algo vibraba en el aire a su alrededor. Cualquier adepto podría reconocer la calidez de Lineras haciéndose presente a través de las palabras del exorcista. La luz de la Diosa estaba remendando la herida en el Velo con gran maestría. Hasta que un enajenado Le Maison descargó su acero contra el muchacho al que había jurado proteger.

Hay situaciones en las que todo el mundo parece contener el aliento. Tancredo apenas oía cómo le latía desbocado el corazón, su propio grito ahogado o el bastón al precipitarse contra el suelo. Todo lo que escuchó fue el acero hundiéndose en la carne.

El exorcista aulló de dolor, llevándose la mano al brazo y Lineras volvió a desaparecer del mausoleo. El tajo sangraba profusamente mientras Hugo miraba desconcertado y confuso al caballero.

Arnault no se lo pensó dos veces y saltó a ayudar al extraño duende en el que se había convertido Kaleb. Apenas prestó atención al agudo zumbido que sintió en la cabeza, y del que se deshizo tras sacudirla un poco. ¿De verdad pretendían volver a controlarle mentalmente? ¡Ja!

Ya era la segunda vez que se veía obligado a hacer frente a Babaccar mientras tomaba aquella forma. Recordó cómo le había sorprendido la primera vez, pero también que no le había costado demasiado mantenerle a raya. Ahora, no obstante, se sentía mucho más cansado y en un estado lamentable: repleto de arañazos, sin escudo y con gran parte de su armadura y ropajes hechos jirones.

El zumbido regresó, esta vez con mayor insistencia. Arnault volvió a sacudir la cabeza. "¡Basta!", pensó, "¡Esta vez no!". Pese a que el asalto psíquico no fue lo suficiente para doblegarle, lo distrajo lo suficiente para que Babaccar se le echase encima, todo zarpas y dientes.

Kaleb, por su parte, aprovechó la osadía de uno y la distracción de otro para cargar contra Marcel. Logró zafarse sin problemas del lobo. La fluctuación de la fractura, de la que el universitario extraía su poder, hizo que algunas estalagmitas comenzasen a oxidarse a una velocidad imposible. Muchas de ellas se derrumbaron sin más. El camino hasta el responsable de todo aquel caos había quedado despejado.

Marcel se volvió. Las yemas de sus dedos emitían un brillo apagado, de un tono enfermizo y vibrante. Una mezcla de odio y sorpresa se dibujó en su rostro al ver cómo la criatura feérica corría hacía él.

—¿De verdad crees que puedes detenerme? ¿Tú? ¡Inundaré el suelo con tu sangre!

—¡Estúpido caballero! ¡Creí que vuestro lavado de cerebro os hacía inmunes a la dominación mental, pero ya veo que no!
Tal vez ahora mismo era más importante acabar con Marcel que ayudar a Hugo, y de todos modos poco podría hacer él contra un caballero sin seso acorazado y armado. Buscó otro cuchillo entre los cultistas que yacían muertos a los pies de Arnault y lo lanzó, esta vez sin tanta puntería. Parece que el primer cuchillo siempre era de prueba, y el segundo acertaba.

Algo quería penetrar en su mente y el joven resistió estoicamente al zumbido que crecía en su cabeza mientras pestañeaba y sacudía la cabeza. Lamentablemente aquello le hizo perder de vista a Babaccar y lo pagó caro cuando la criatura se abalanzó sobre él. Arnault se liberó de las fauces del lobo negro en que se había convertido Babaccar tremendamente dolorido.

-¡Babaccar! ¡A nosotros no! - el joven no sabía muy bien como podría reaccionar con un lobo, y no estaba muy seguro de que su compañero estuviese siendo consciente de lo que ocurría.

Tomando algo de distancia se decidió a golpearle con su espada, utilizando la parte plana para no causarle un daño grave. Parecía una repetición de la pelea que ya habían tenido cuando Arnault vio por vez primera la transformación de su compañero. Solo que en esta ocasión estaba demasiado agotado como para conectar un buen movimiento.

El gnomo vio cómo su objetivo ahora estaba al alcance... pero algo le decía que era una forma extraña de enfrentarse a la inminente muerte a manos de garras y dientes. Tenía un as bajo la manga, e intentaría sorprender al mago.

Continuó corriendo...

-Te haré doler, muchacho- le dijo el otrora bardo de la corte.

Y a último momento hizo un cambio de dirección en donde saltó de un lado a otro para despistar al mago y que éste, si estaba por lanzar algo, no pudiera acertarle al pequeño pero destructivo gnomo, acabando el movimiento justo a su espalda.

-Te lo dije...- susurró cuando estuvo a la altura de su cabeza al saltar sobre su espalda.

Lo mordió buscando el cuello, pero el mago se movía demasiado y no podía hacerle todo el daño que se había imaginado en un principio.

A pesar de la transformación, Kaleb seguía siendo del tamaño de un gnomo estándar. Su salto había sido espectacular. Sin embargo, Marcel se revolvió y falló ligeramente su objetivo. Así pues, entre su altura y el error de cálculo al planificar la trayectoria del salto, el cronista se enzarzó en una batalla campal con una de las piernas del lider de la Hermandad.

Ambos cayeron con estrépito, entre quejidos, aullidos y berreos. A pesar de los esfuerzos de Marcel, no lograba deshacerse de aquella pesadilla que la había tomado con una de sus extremidades. ¡La sangre salpicaba por todas partes! Así pues, tras un tirón seco, un dolor indescriptible, y varios jirones de tela y carne por el suelo; el mercenario consiguió desembarazarse finalmente del cronista.

No obstante, cuando alzó la vista, se encontró con una imagen que lo perseguiría para siempre: Kaleb de cuclillas, triunfante y con una pierna humana —con botín y todo— entre los colmillos. Su pierna.

—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGHHHHHhhhhh!

Le Maison paró en seco, con su espada en lo alto y los ojos en blanco. Al bajar la cabeza vio la sangre manando de su pecho. Una de las dagas rituales se había peligrosamente cerca de uno de sus pulmones. Su mirada se desvió hacia el causante, atravesándole con ella como si pudiese ver a través de su endeble cuerpo.

El caballero avanzó arrastrando la espada. El acero chirrió contra el mosaico del suelo mientras su portador se tambaleaba, debilitado por sus múltiples heridas. 

Tancredo tanteo el suelo para protegerse pero se había quedado sin dagas a mano. Para cuando alzó la vista ya era tarde. El acero descendió, atravesándole un costado limpiamente. Por primera vez en aquella larga noche, la túnica del peregrino se manchó con su propia sangre.

Arnault seguía luchando por contener a Babaccar. No obstante, cuando intentó quitárselo de encima de un tajo, el lobo cerró sus mandíbulas en torno al brazo del guerrero. El joven ahogó un grito y trató de resistirse, pero era inútil. Estaba demasiado cansado y aquella forma animal era poderosa e insistente.

Se revolvió, el lobo cerró todavía más sus fauces y una oleada de dolor sacudió a Arnault. El joven luchó por no desmallarse. Empezaba a perder el sentido. La realidad a su alrededor se volvía cada vez más borrosa, hasta el propio dolor de su cuerpo empezaba a desvanecerse. Todo quedaba demasiado lejos para él.

Si no lograba despertar, una vieja amiga acudiría para hacerle una visita.

El aullido de Marcel —seguido de un lloriqueo infantil— inundó la sala de invocación. Como si algún titán violeta y perturbado hubiese chasqueado los dedos, la realidad pareció detenerse y la presión psíquica que sufrían Le Maison y Babaccar cesó.

El druida sentía un intenso sabor a sangre en sus fauces cuando descubrió, horrorizado, que le había arrancado el brazo a Arnault. El pobre joven yacía inconsciente bajo sus patas.

Le Maison, por su parte, despertó debilitado y exhausto. La luz de Lineras ya no parecía iluminarle. Pero lo que más le dolió es ver dónde había clavado su espada.

Arnault sintió una terrible punzada de dolor en el brazo. No solo había fallado su ataque, sino que además había dejado el brazo a una altura perfecta para que el gran lobo negro le mordiera con ahínco. El lobo lo mordió y Arnault descubrió cuan poderosas eran sus fauces. 

El dolor fue tan intenso que el joven cayó al suelo gimoteando dolorido. 

—¿OTRO AVENTURERO? CUANDO EMPEZÓ ESTA MODA, PENSÉ QUE IBA A HACER EL AGOSTO, ¡PERO ES QUE NO DEJÁIS DE CAER COMO MOSCAS! ESTA TARDE YA ME LLEVÉ A DOS. Y POR CÓMO MIRA EL ENANO AL ELFO… ¡POR NO HABLAR DE TODOS ESTOS UNIVERSITARIOS! EN FIN, BUENAS TARDES.

Una figura alta y encapuchada encapuchada apareció junto a Arnault, mirando la escena con desaprobación*.

—PARECE QUE HAS LUCHADO BIEN Y TODAVÍA HAY PARTES QUE PUEDEN SALVARSE. MIRA, HAS TENIDO SUERTE. TANTOS VIAJES DE IDA Y VUELTA DESDE MI REINO HASTA EL VUESTRO EMPIEZAN A SER ALGO CARGANTES. POR SUPUESTO, NO PUEDES IRTE DE ROSITAS TAN FACILMENTE.

Algunos la reconocieron. Quizá fuese por la macabra calavera que tenía por rostro, por su voz ominosa o por su tétrica guadaña. Otros la reconocieron por la cantidad de adjetivos que tuvo que utilizar el narrador para describirla. Sea como fuere, la Parca extrajo un pergamino y una pluma de su túnica y las extendió hasta que quedaron flotando.

Babaccar, Tancredo y Kaleb, así como cualquiera que pudiese reconocer la leve silueta de un espectro, vieron que el que había tomado el pergamino era un versión difuminada y traslúcida de su compañero Arnault.

—SI FIRMAS AQUÍ, ACCEDERÁS A CONVERTIRTE EN MI CABALLERO**. POR SUPUESTO, TU CUERPO RECIBIRÁ ALGUNOS CAMBIOS, EMPEZANDO POR ESE BRAZO. ¡NO PUEDO PERMITIR QUE MI HERALDO VAYA DESMEMBRADO POR AHÍ! A PARTIR DE AHORA NO PODRÁS ENTRAR EN TEMPLO ALGUNO, NI RECIBIR LA CURACIÓN DE OTRO DIOS. TU LEALTAD, FÍSICA Y ESPIRITUAL, PERTENECE AHORA Y POR SIEMPRE A LOS REINOS DE LA MUERTE. ¿ACEPTAS EL TRATO?

Mientras esperaba a que Arnault se decidiese, volvió a echar un vistazo al mausoleo. 

—SERÁ MEJOR QUE NO ME ALEJE MUCHO, POR SI ACASO. MENOS MAL QUE ESTE SITIO ES ACOGEDOR.