Partida Rol por web

Cumplo la ley del mar. Nado. Y mientras nado, decido mi destino. Podría disfrutar las corrientes de las islas apartadas, esas cuyos habitantes del no-mar apenas son tribus dispersas. Algunas de ellas son respetuosas, conservan antiguas culturas donde el tiburón aún representa la ley del mar que juzga a los aptos y devora a los débiles.

Pero en este momento no tengo ganas de soledad.

También podría acudir al puerto. No hago más que pensar en los envíos de esos tres. En el hijo de hombre. Si un Rokea con sangre humana se esconde entre ellos, sentirá la llamada del mar. El puerto en plena noche es una oportunidad para él, cuando los ojos humanos son más débiles.

Pero no me apetece buscarle. ¿Qué le puedo decir? Siento un fuerte deseo de responder al desafío que suponen las órdenes de esos Aguas Turbias, pero no siento la necesidad de hacerlo inmediata ni premeditadamente.

Si surge la ocasión, haré lo que tenga que hacer.

Y ahora, acudiré a la gruta. Es un lugar de paz, si la marea está alta. Y de lo contrario, de aprendizaje. Aún tengo mucho que aprender de las bestias de pelo.

Viras. Prácticamente tienes que volver a nadar todo el camino que has hecho para encontrarte con el banco más un añadido considerable para llegar a la Gruta. La marea estará alta, no en su punto álgido, quizá, pero sí lo bastante como para que puedas llegar nadando hasta el lugar en el que las bestias de pelo celebran sus consejos y asambleas. Quizá te encuentres con ése espíritu tortuga tan sabio. ¿Quién sabe? No deja de ser curioso que no se sospeche de tu lealtad al tener relación con los Garou y con espíritus de tierra y que otro Rokea sólo por nacer humano sea perseguido. Es casi...religioso, aunque haya un motivo de peso tras ello.

Mientras nadas, te alcanza un envío. No sabes si será tal o será la comunión que compartes con Sigue-la-estela y que os permite comunicaros a grandes distancias. A veces no distingues unos envíos de otros.

- Me he informado - anuncia, parece orgulloso -. Las rémoras que acompañaban al banco me han contado cosas. El Spynha es de tu Rango, pero sólo por su edad, ha Sobrevivido, sencillamente, pero aparte de eso no ha hecho nada de valor. El Aguas Oscuras superaba tu Rango, y según sus rémoras acompaña al banco desde hace poco tiempo por motivos desconocidos - ¿Quizá ayudar al Homínido, como te ha pedido a tí que hagas? ¿Serán capaces los Rokea de traicionar a otros Rokea? -. El Karkha joven es un recién cambiado, aún no ha terminado su Travesía y al Spynha le ha parecido una buena prueba matar a un Homínido, si es que existe

Analizo la información superficialmente, como acostumbramos a hacer los escualos. Nada es tan complicado que no pueda reducirse a dos o tres conceptos sencillos. Incluso una vida Rokea se resume en tres palabras. Nadar, cazar, sobrevivir.

El Spinha es tan importante o tan poco importante como yo, pero sus méritos son distintos. Ambos nadamos, pero yo cazo más, y él sobrevive más. Yo me he ganado mi puesto en el mar cazando, como depredador y guerrero, acechando y mordiendo. Yo muestro valor y ferocidad, esas son mis señas de identidad. Él ha sobrevivido más. No le resto mérito a esa facultad, forma parte de nuestra naturaleza y nuestros deberes, alguien que sobrevive largo tiempo merece su reconocimiento. No ha mostrado ferocidad, no se ha presentado ante el mar como cazador supremo, pero ha seguido vivo. Puede que eso signifique que es inteligente, cauto astuto.

Conclusión, si tengo problemas con él no debo dejarme engañar ni distraer, sencillamente solucionarlo a dentelladas rápidas y directas.

El recién cambiado me preocupa menos. Aún no es uno de nosotros, no ha perdido aún sus primeros dientes. Yo he perdido muchos, y cada uno nuevo que ha salido estaba más afilado que el anterior.

Conclusión, solo me preocuparé por él si es como ayuda del Spinha en un combate.

El Aguas Oscuras... Maldición, esos tiburones de las profundidades están todos locos. Pero también son inteligentes, ven más que los demás, y se relacionan mucho más con los espíritus y con Kun. Suele haber sabiduría en ellos, a pesar de su locura. Y tiene más rango que yo. ¿Debería hacerle caso? El Spinha, como todos los Aguas Turbias, se cree en disposición de decidir lo que se puede o no se puede hacer. Él ya ha decidido la muerte de un Rokea, por cuestión de nacimiento. Yo no se si merece la muerte o no, pero no me gusta que me digan lo que no puedo hacer. ¿Qué pasa si quiero ayudarle? ¿Qué pasa si no estuviera de acuerdo con que lo maten?

Joder ¿se atreve a desafiarme?

Doy un potente giro de cola, impulsándome con furia. En dirección al puerto.

Pasas bajo las quillas de algunos barcos colosales. Ésas construcciones de madera son bellas, hasta cierto punto, aunque gracias a ellas los humanos cazan rorcuales y llevas corrupción también a las aguas. Pero claro, el Mar es mucho más puro que el No-Mar. Los Rokea lo habéis hecho mucho mejor que los otros Cambiantes, o eso es lo que dicen todos los Rokea de mayor Rango que tú. 

Durante la noche, cuando la Herida se ha cubierto de medicinas y está siendo curada por el Bálsamo, el puerto es un lugar de diversión, y no de trabajo. Los humanos de Tortuga son resistentes a ciertas emanaciones de Qyrl, como ése vacío que hace a algunos monos trabajar hasta matarse o su devoción a estúpidas sofisterías. Pero también es cierto que los tentáculos que los aferran son otros; codicia, lujuria, crueldad...Una vez un Rokea de las Profundiades te dijo que era imposible que los humanos se libraran de Qyrl porque incluso para desafiarla la necesitaban.

Observas la playa desde el agua. Sabes que quien vea tu aleta se asustará. No es que no haya más tiburones en el puerto, sólo esta noche percibes a varios a poca distancia carroñando y buscando peces dormidos, pero eres más impresionante que la media, o eso dicen. Hay algunos humanos en hogueras, cuyos rostros no alcanzas a distinguir. En general no parece haber mucho revuelto. Hay peleas, pero siempre las hay. No parece que esta noche haya nada diferente en el aire.

La tranquilidad de las aguas me molesta. No por la calma en sí, no soy una bestia tan sedienta de sangre que no sea capaz de disfrutar de la calma de las aguas. Pero en esta ocasión, me molesta lo que representa esa calma. Todo aquí sigue igual, sin cambios respecto a cualquier otra noche. Era de lógica, de sentido común. Si un tiburón con sangre humana sigue vivo, es porque evita el mar en la medida de lo posible. Y eso reduce al mínimo mis posibilidades de encontrarlo simplemente nadando en estas aguas.

Debo nadar en otras aguas, las aguas del no-mar, prescindir de mi cola y mis aletas y salir del agua pisando el fondo de arena con mis pies. No me gusta, no me es agradable, pero tengo algo de experiencia por el tiempo que he pasado con las bestias de pelo en los últimos tiempos. No puedo hablar con ellos, no se expresar ideas en esa lengua suya, pero eso no es un problema. Hay cosas que comprenden sin que sean dichas. Una mirada, un gesto, y los humanos me dejarán en paz. Aquel a quien quiero encontrar puede escuchar mi llamada si estoy lo bastante cerca, lanzando un envío cada poco tiempo mientras me desplazo cerca de los bancos de humanos.

Te busco, Juega-con-las-olas, tengo que hablar contigo.

Es todo lo que necesito decir, es todo lo que necesita saber.

Te busco, Juega-con-las-olas, tengo que hablar contigo.

Emerges de la orilla mientras tus aletas dan paso a fuertes brazos de piel afilada y poderosas piernas palmeadas. Te sientes pesado, ciertamente incómodo. Sabes que nunca podrías vencer en agilidad a cualquier Cambiante de tierra con esta piel, pero no lo necesitas. Tú no luchas en tierra. Kun no te hizo para eso. Tu guerra está en el agua, y allí es donde eres imbatible. En cierto modo, tus formas de batalla son más cercanas a la perfección, puesto que tú puedes adoptar formas para combatir en tierra, aunque sea con torpeza, pero ellos son incapaces de manejarse en el agua. Salvo, claro, algunos de los viejos Reyes.

Lanzas los envíos mientras empiezas a caminar por la arena. Los marineros borrachos que te vean pensarán que están alucinando. Y los sobrios también, probablemente, aunque podrían hacer algunas preguntas que tendrán a las bestias de pelo preocupadas unos días. Sabes lo que eres: un enorme tiburón con brazos y piernas. Y sabes que a los humanos no se les permite ver a los Cambiantes, aunque tienen menos que temer de los Rokea y por ello algunos son capaces de asimilar lo que contemplan.

Sigues caminando mientras lanzas tu llamada. Algunas conversaciones de interrumpen cuando se vislumbra tu silueta en las sombras de las hogueras. Algunos están demasiado cerca y parecen sentir escalofríos. Te cruzas de golpe con un hombre que deja caer una botella y se te queda mirando presa del terror. Terror primario. Te teme sin saber por qué. Te teme por lo que eres. No se aparta. Y tú mientras sigues enviando llamadas sin resultado...

Y suena un disparo.

La gente alrededor, la que no está encogida bajo tu sombra o mirándote como si fueras un pedazo de Pesadilla hecho carne, se gira. No parece algo habitual. Tú sabes que los humanos suelen disparar sus ruidosas armas, pero en el puerto no es muy común.

El ruido me molesta. Las cosas suenan diferente aquí que en el mar. No son sonidos suaves y armoniosos, todo parece brusco. Y el sonido de uno de esos palos de fuego que emplean los humanos es lo peor.

Pero también pone de manifiesto que estoy fuera de mi habitat. He sido temerario, saliendo así, dejándome ver. Los humanos, incluso afectados por esos brebajes mancillados que toman, no deben saber del pueblo del mar.

De modo que, cuando todos se giran a ver qué sucede con ese disparo, cambio de forma, adoptando forma de humano. Un enorme hombre negro lleno de cicatrices llama menos la atención. Aún tengo la esperanza de que ese Rokea conozca el lenguaje de los hombres de piel desnuda, los indígenas que pueblan las islas. Pero antes de empezar a llamarle usando esa lengua, me acercaré a ver lo que representa ese disparo. No es habitual que empleen esas armas en el puerto.

Caminas, fundiéndote con las sombras. La gente que te miraba parece salir de un encantamiento. Sin duda pensarán que han imaginado haber visto una enorme criatura con escamas, producto del juego de luces de la hoguera o, más probablemente, del opio o el alcohol. Todos siguen tu dirección, ya se escurriéndose o arrastrando los pies, en dirección al disparo.

El humo blanco de la pólvora viene de una hoguera en la que se distingue una figura en pie cargando una pistola. No una pistola de duelo. Una pistola de abordaje. De las que hacen buenos agujeros. Te sorprende que sepas distinguir las armas que Qyrl regaló a la humanidad con la Perla Perdida de C´et. ¿No te estarás volviendo un anfibio?

Alrededor del hombre que está de pie hay dos cuerpos tendidos. Podrían parecer dormidos, pero los charcos de sangre que manan de algunos agujeros de sus cuerpos llevan un olor inconfundible a tu mente. Sangre. Muerte. También hueles el miedo y la rabia. Y también algo que no esperabas encontrar: a Qyrl. Qyrl está aquí. Detrás de estos disparos, ¿Cómo?

Antes de que llegues a una conclusión, el tipo del arma termina de cargar. Apunta. Dispara. Y otra figura de las que se acercaban a curiosear cae como un trapo al suelo.

Entonces empieza el pánico. Todos echan a correr por las sombras y el tipo del arma se mueve en su persecución. A la luz de la hoguera ves su rostro desencajado. La locura brilla en sus ojos y una sonrisa maníaca ilumina sus facciones toscas. Sonríe mientras mata.

Qyrl...

Observo el rostro del cazador de hombres, su mirada perdida, su mandíbula desencajada, su sonrisa... ¿Que clase de ser disfruta con la muerte? Yo soy un cazador, un depredador, matar está en mi naturaleza. Mas no fisfruto con ello. Simplemente es algo natural.

Cazo, nado, sobrevivo.

Ahora, ante esta evidente muestra de la presencia de Qyrl, no tengo mucho tiempo para plantearme si la presencia de Qyrl en el no-mar es mi problema, o si sobrevivir y no arriesgar es más importante que cazar en esta situación.

Soy un Aguas Claras, la caza me llama...

Sales de la penumbra en silencio, pero con el golpe perfectamente proyectado en tu mente. Al fin y al cabo, eres un Rokea, experto en lanzar raudos ataques sorpresa en la inmensidad del mar, de caer desde arriba, de triturar a tu enemigo desde abajo, de desgarrarle desde los flancos. Todos los Rokea, y todos los escualos, a decir verdad, tenéis el instinto de calcular la emboscada perfecta.

Por ello, tu ataque resulta espectacular. No sólo por lo imponente de tu figura desnuda, que arranca exclamaciones de gente que no sabía que estabas ahí, y que sale como un retazo de noche de las tinieblas alrededor del fuego en una sublime cadena de movimientos que, aún en forma humana, hablan de la gracilidad del tiburón, sino porque tu golpe es exacto, perfecto. Lanzas tu gran brazo humano a su traquea, a incapacitarle.

Por ello, casi puedes escuchar suspiros decepcionados cuando los reflejos del hombre de la pistola le hacen bajar la barbilla. Sin duda sufrirá dolor, pero no le suficiente para quedar fuera de combate. Trastabilla unos pasos, impulsado por tu fuerza, hasta los límites de la luz, donde se incorpora antes de que nadie pueda quitarle el arma. Entonces, te apunta con la pistola. Tu silueta recortada contra la hoguera y las sombras de la misma no presenta precisamente un blanco fácil. Y más para alguien que acaba de llevarse un golpe, pero parece que se hace una idea de donde estás, porque sientes el impacto en tu costado izquierdo. No es una herida demasiado importante para un hijo de Kun, pero sí lo es para el hombre que se supone que eres.

Mi impulso se parece a la caza submarina. El lanzamiento, la velocidad, el camino directo a mi presa. Sin embargo, no es lo mismo. El combate fuera del agua no es igual al combate en el agua. Luchar como un pescador no es igual que luchar como un tiburón. Estas aletas que llaman puños no hacen igual que unas buenas mandíbulas.

Siento el mordisco de su arma en mi carne, pero más como una molestia que como un aviso de dolor que indique la necesidad de obedecer la letanía de sobrevivir. En lugar de ello, me enfurezco, y salto hacia delante dispuesto en esta ocasión a morderle. Pero no con las pobres mandíbulas que poseo en esta débil forma, sino con los brazos. Apresarle con ellos, aún sin colmillos, y apretar hasta destrozar todo a mi paso.

El tipo hace un torpe intento de zafarse de tu agarre. Parece ser tan luchador como otros de ésos humanos a los que llaman piratas y que al parecer se caracterizan por combatir mejor que otros. Pero no es lo bastante fuerte para plantar cara frente a tus gruesos brazos Homínidos. Además, sus ojos desencajados y su farfulleo te indican que no se encuentra precisamente en sus mejores condiciones mentales. Es sorprendente. Se ha defendido pobremente, pero no ha fallado al atacar, te preguntas si tendrá que ver con el mal que le aqueja la cabeza.

Algunas de las personas que contemplan admiradas el desarrollo de los acontecimientos ríen y hasta aplauden estúpidamente al ver a un hombre desnudo arremeter contra otro y lograr aferrarle, a pesar de tener una bala alojada en el cuerpo. Pero en seguida vuelven a asustarse, pues se escuchan más disparos y la música de las espadas se añade al tumulto, ¿Qué demonios ocurre? ¿Acaso Qyrl en persona ha arribado a esta isla?

Aprieto con fuerza, sintiendo la sequedad de su piel y sus falsas escamas en mi piel también seca. Es incómodo, es... desagradable. Pero soy un cazador, y tengo a mi presa sujeta. No se va a escapar.

Oigo ruidos acercándose. Más truenos de esas armas humanas, sonidos de metal contra metal. Vienen más. ¿Amigos o enemigos, más cazadores o presas directas a las fauces del depredador? No lo se, no me importa. Un hijo de Qyrl está entre mis fauces humanas, los brazos que le aprisionan, y lo demás puede esperar. Al menos hasta que descubra exactamente de qué se trata.