Partida Rol por web

Iván fue el único que no echó a correr si no que prefirió esconderse entre la maleza del mundo digital. El resto huyeron del lugar lo más rápido que pudieron hasta lograr dar esquinazo a esa avispa gigantesca que alguno había denominado Breedrill. Estaban fatigados pero por un momento habían conseguido escapar, y cuando no pudieron más tuvieron que parar para recuperar el aliento.

A lo lejos, nueve figurillas redondeadas y saltarina llevaban unos dispositivos que brillaban con intensidad. Parecían de la misma naturaleza que la avispa, una variedad de animal muy distinto a cualquiera conocido hasta ahora, pero parecían mucho menos peligrosos que el primero.

Las bolitas iban corriendo en dirección a ellos, dando saltitos pequeños y gritando de alegría. Parecían estar contentos, pero ligeramente preocupados. Estaban buscando a alguien, o quizá algo. Fuera lo que fuera tampoco debían permanecer allí durante más tiempo porque el Beedrill podría alcanzarles en cualquier momento.

¡JODER!

Es lo primero que exclamó tras tomarse un respiro después de la carrera por salvar la vida. Lamentó no tener cerca ningún arma ni a su viejo amigo Johnny. Se detuvo un momento y miró a sus compañeros, pensando que probablemente no sería el único en ver algo así.

¿Quizás una alucinación colectiva?

Se preguntó mascullando entre dientes por un momento. Pero rápidamente negó y clavó su mirada en aquellas bolas saltarinas. Ni el mejor de los licores podría conseguir algo así.

Primero abejas gigantes, ahora bolas saltarinas... ¿Qué mierda será lo próximo?

Aunque su pensamiento práctico trató de imponerse, al menos aquellas bolas no parecían ser hostiles, así que tal vez tuviesen algún tipo de refugio cerca, por lo que se concentra en buscar con la mirada algún sitio en el que poder refugiarse todos, tal vez una cueva o un cubil.

Dirigió la mirada de su único ojo directamente a Klaus y no pudo evitar preocuparse por su aspecto, parecían preocupados y asustados por algo y ellos estaban allí para ayudarles. Después de tanto tiempo al fin estaban juntos, así que pegó un par de saltitos hacia él, sin mostrar la preocupación que en verdad le invadía.

¿Qué pasa? Soy Magnemon y estoy aquí para ayudarte.

Y mientras esperaba su respuesta, le acercó un poco con un suave empujón con la cabeza el dispositivo que brillaba.

¡Cógelo! Y podré ayudarte mejor.

Elhena, tras dar esquinazo al bicharraco, o al menos en apariencia, dejó que las energías se fueran de ella y cayó de rodillas. Respirando con dificultad, cerró los ojos, intentando recuperar la calma

Estoy soñando, esto no puede ser verdad. Una avispa nos ha querido comer, o darnos a sus crías... ¡Oh, Dios mío! ¿Puede haber más de esas cosas? ¿Dónde está un insecticida cuando se necesita?

Con estos pensamientos y varios similares, se fue tranquilizando, aunque no era sencillo. Así que se decidió hacer lo que mejor se le daba: Hurgar en la tierra. Se puso un montoncito en la mano y empezó a separarlas y a hacer dibujitos, intentando recordar las propiedades de ese tipo de terreno, aunque era incapaz de recordar nada.

Unos ruidos extraños hizo que el cuerpo de Elh volviera a temblar. Con miedo, levantó la mirada y vio cómo se acercaban unas bolas saltarinas, con ojos y boca (y, por tanto, seguro que dientes), hasta ellos.

¡Aaaaaaaah! volvió a gritar, pero esta vez no le respondían lo suficiente como para ponerse en pie y salir corriendo. Así que sólo pudo arrastrarse hasta apoyar su espalda contra un árbol.

Totomon saltaba apurado, pues sabía que su niña elegida estaba en apuros. Así que saltó con alegría cuando vio que estaban allí, aunque estuvieran recuperando el aliento.

¡Están bien, están bien! gritaba, mientras se acercaba todo lo rápido que podía.

Aunque no estaba seguro de quién era exactamente, miró a todos los allí presentes. ¿Cómo podría saber cual de todos era su niña elegida? Bueno, estaba claro que los hombres no eran... ¿Pero no tenían que ser niños? Si hubiese tenido hombros, los hubiese encogido. ¡Daba igual! ¡Ya estaban allí! Miró a las mujeres... Y vio a Nagisa. Su corazón dio un vuelco. Era ella, ¡ELLA!

Botó y botó hasta llegar junto a ella ¡Qué bien que ya estás aquí, qué bien que has llegado! Totomon saltaba dando vueltas alrededor de Nagisa. ¡Soy Totomón, y soy tu compañero!

Escuchó el grito que le dio aquel hombre, pero frunció el ceño. Aun estando en peligro, sin saber muy bien lo que iba a pasar después, y de lo que estaban huyendo, no le pareció lo más sensato dividirse. Siempre, siempre, siempre que un grupo se dividía, pasaba algo malo. Y necesitaban ser el mayor número posible para enfrentarse a aquella cosa si, finalmente, se terciaba.

Sin dejar de correr, y con los pulmones ardiéndole, miraba por encima de su hombro, totalmente preocupada por lo que estaba pasando. La idea de que era un sueño suyo cobraba cada vez menos fuerza. No, aquello era real. De una manera u otra, era algo que estaba pasando. Y que, si aquella cosa que volaba los atacaba, podía hacerles mucho daño. Y llevarles al nivel siguiente. Un nivel del que no se podía volver.

Cuando quiso darse cuenta, vio que aquella avispa había quedado rezagada. Sin saber muy bien cómo, lo consideró un gran triunfo, y alzó los brazos, mientras su pecho bajaba y subía del esfuerzo.

Trató de recobrar el aliento, y tragó saliva con dificultad, deseando, en ese momento, tener algo de agua que poder llevarse a la boca.

Se llevó las manos a la frente, y miró a sus compañeros, tan desconcertados como ella. Terminó sonriendo, pensando en que, al menos, seguían vivos, aún respiraban, y podían replegarse para seguir huyendo, y encontrar un lugar seguro.

Fue entonces, cuando las vio. Pestañeó varias veces, y notó cómo un escalofrío le recorría entera. Bolitas danzantes, dando pequeños saltos, avanzando hacia ellos.

—Oh…— musitó, mirando a los que más cerca tenía—. Salimos de la sartén para caer en las brasas.

Quería avanzar mucho más deprisa, dar saltos más largos, avanzar más rápido. Quería llegar cuanto antes con su humana, con su compañera. Podía sentir que estaba allí, cerca, a nada.

—¡Hola, hola!— decía, totalmente exultante, maravillado. Estaba ahí, la estaba mirando con sus ojos pequeños. Era ella.

Dio un gran salto hacia ella. Con todas sus fuerzas. No recordaba haber dado un salto tan grande en su vida.

—Soy Flabmon, tu compañero— dijo, con ojos brillantes, sin poder creerse que estuviera en los brazos de su compañera—. Eres tú, por fin. Estás aquí. Eres la mejor— añadió, mirándola con adoración—. Cuánto tiempo he esperado. 

Elen se encontraba sin respiración, inclinada e intentando recuperar la respiración. Con los ojos entrecerrados se desilusiono por que su principe no apareció en caballo blanco. Bueno, mas que el suyo el de alguna de las chicas del grupo. Ella ya estaba pasada para ser una dulce princesa. Tal vez la chica de pelo azul, una chica extraña, sería perfecta para esa historia. O tal vez Fenix, una chica con aspecto fuerte sería una buena protagonista.

De golpe el grito de Elhena la hizo la hizo levantarse y mirar a su alrededor. Entonces lo vio ante ella. Una pequeña bola dando saltitos. Y ademas tenía dos ojitas sobre la cabeza. ¡Y hablaba! La cogió con las dos manos con mucho cuidado y la puso a la altura de sus ojos. En aquella situación su cabeza solo podía pensar una cosa.

-¡Pero que cosa mas mona!-cogió a aquella bola con hojitas y la abrazó un rato hasta que la separó de ella para volver a ponerla a la altura de su cara-Pero, ¿tu que tipo de ser eres?

-Esperadme!-dijo aquella bola de pelos mientras iba dando saltitos y intentaba masticar un par de ramas que había cogido por el camino.

Entonces los vio. A lo lejos varias formas de dos patas estaban allí, corriendo. Era la hora de encontrarse con quien sería su compañera. Ahora lo sabía. Era ella. Pero, ¿por que había metido ese grito? Si nosotros somos amigos. Ni que fuéramos una estampida de bestias.

Se acercó a ella mientras terminaba de comerse lo que tenía en la boca, dando saltos cada vez mas largos, siempre con cuidado de que el dispositivo no se fuera al suelo. Cuando llego a donde ella se quedo mirandola, a los ojos. No sabía que decir.

-Hola. Yo soy Trapmon, encantado. Toma-le dijo mientras le daba el dispositivo-. Y tu ¿como te llamas?

Enterró su pequeña cara en su regazo, totalmente entusiasmado, sabiendo que estaba en los brazos protectores de su compañera, quien había tenido tanto en su mente, a la que había imaginado de mil maneras en su imaginación. Y allí estaba, mejor que en sus pensamientos, una humana perfecta para él. No lo había pensado nunca. Jamás hubiera imaginado un final mejor.

—Oh, por fin, por fin— decía, al pecho de su humana—. Ha pasado tanto tiempo desde que empezamos a esperar— la miró a los ojos, como si estuviera mirando a su particular diosa—. Somos pokemon— sonrió, entusiasmado, dando un pequeño bote en las suaves manos de su humana compañera—. Somos vuestros amigos, y compañeros.

Siguió mirando a Elen con ojos brillantes, de la misma manera que un perro mira a su amo. Esa mirada que usaría si contemplara a Dios. Una mirada llena de ternura, adoración, fidelidad y lealtad.

—Ten— murmuró, entusiasta—. Es tu dispositivo— dijo, mostrándole el aparato electrónico—. Es importante. No sé cómo, pero sé que lo es. 

Elhena no se creía lo que estaba viendo ni oyendo. ¡Hablaban! Con los ojos desorbitados y en una posición ridícula con sus piernas, se puso a mirar a la criatura que estaba frente a ella.

Mientras recogía el aparato que le daba el bichito, su rostro fue tranquilizándose. ¡Si era una pequeña bola de pelo! Era como uno de esos gatos peludos cuando se enroscaban. ¡Pero este no tenía ni patitas! Como mucho lo único que podría hacerla sería llenar su ropa de pelos, y ahora mismo seguro que ya estaba cubierta de tierra...

Oh... ¡Oh! dijo, cuando entendió que se refería a ella, y la pobre criatura ya llevaba un rato mirándola. Yo... yo soy Elhena, sí, eso... No pudo evitarlo. Si había algo nuevo, tenía que tocarlo. Así que, sin pedir permiso a la criatura, le cogió con ambas manos y lo levantó en el aire, acercándoselo a la cara.

¡Uy, pero que mono! dijo, sin poder evitarlo. No lo iba a abrazar como había hecho la mujer rubia, pero tenía muchas ganas de acariciarlo. ¿Trapmon, has dicho? Qué nombre tan curioso. ¿Y qué tipo de animal eres? Porque no me suenas nada...

El joven con el portátil bajo en el brazo, se puso a correr como si su vida dependiera de ello, imaginándose que si una picadura de avispa era dolorosa, una de semejante tamaño podría ser incluso mortal, incluso venenosa. No sabía nada de ese bicho, solamente su nombre, Beedrill, fue lo único en que se fijó antes de salir huyendo junto al resto.

No se enteró cuando el ruso le mencionó, cuando quiso darse cuenta estaba intentando recuperarse junto a la mayoría, tardó bastante en poder reaccionar ya que no era ningún atleta. Su respiración agitada, le impidió hablar durante mucho rato, y de su boca solamente se le escapaban jadeo tras jadeo debido al esfuerzo. Eso sin contar el susto inicial al ver semejante criatura en un lugar totalmente desconocido.

Levantó la mirada y vio para su asombro, varias criaturas de pequeño tamaño dirigiéndose hacia ellos, él, retrocedió un paso por el recelo. No parecían hostiles, incluso se atrevía a pensar que estaban ¿contentos?, ¿contentos de qué? Sin embargo, se dejó llevar por la desconfianza y la preocupación. En un mundo que no conocían, todo era factible, no podía permitirse bajar la guardia bajo ninguna razón, le costaría muy caro.

Uno de esos seres, acortó distancia entre Klaus y él, mirándolo con su ojo ámbar de forma enigmática. Aparentemente aquella extraña criatura parecía estar hecha de ¿metal? ¿Es que acaso era eso posible? El joven se quedó sin habla, sin saber muy bien qué decir o qué hacer. Solamente lo miraba de forma analítica durante unos segundos.

A su alrededor, otros de esos pequeños bichos, o entes, se acercaba a cada uno con un pequeño artefacto haciendo la escena más surrealista, si es que eso era posible. - ¿Magnemon? – Preguntó el joven bastante descolocado, y recibió un artefacto.

Pero antes de cogerlo, acercó una de sus manos a aquel pequeño trozo de metal que se movía, incluso hasta hablaba. – Esto es de locos, no puede ser.  Debo estar soñando o algo, tal vez hasta me drogaron. – Comentó en voz baja, casi un susurro. El chico, se negaba a creerlo, era demasiado absurdo como para tragárselo así de primeras.

Y entonces, pese a sus dudas, tocó con dos dedos el pequeño cuerpo que tenía delante, comprobando si era real o no, su mano casi temblaba debido al miedo, pero cuanto más lo rozaba, el chico parecía serenarse, no mucho, y entonces en lugar de solamente dos dedos, llevó fue su mano completo la que tocaba comprobando el material de qué estaba hecho.

Se concentró tanto en su tarea que se olvidó de los demás, y de donde estaba, solamente quería saber más de ese tal Magnemon. Su escepticismo se lo imploraba.

La pequeña criatura de color azul claro, seguía al resto de sus compañeros sin importar que sus diminutas patitas fuesen un impedimento, si podía saltar, lo hacía, y si no, correría todo lo posible. Y cuando finalmente llegó a su destino, se dispersaron, él hizo lo mismo, dirigiéndose hasta uno de los chicos, en concreto uno del pelo revuelto, bastante delgado.

Fue verlo y lo supo, era él, era quién había esperado durante tanto tiempo, que perdió la noción, su paciencia fue recompensada, y sin durarlo se acercó hasta Brandon todo lo raudamente que le era posible. Se le veía agotado, y asustado, con total seguridad el joven se habría metido en un lío.

Sin embargo, eso ya no importaba, el pequeño Sphemon estaría allí para protegerle de lo que fuera. Y pese al emotivo al igual de anhelado encuentro por parte de aquella criatura no disponían de mucho tiempo, la sensación de peligro todavía estaba en el aire.

- Por fin, por fin te encuentro. Sphemon, así es como me llamo, toma, esto es para ti. – Se presentó con afectuosidad y alegría, y le pasó al chico una especie de aparato que no cesaba de brillar. – Lo vas a necesitar. Cógelo. – Rogó la bola de masa de color azul con tintes blancos. ¿O era al revés? Poco importaba aquel detalle, solamente que por fin, ya estaban juntos. Tanta espera, había merecido la pena.

Era complicado discenir sentimientos en aquella criatura que se había presentado Sphemon, pero por su voz, ¿estaba contento? Sí, daba esa sensación, transmitía esa emoción.

Cuando Miguel pudo comprobar que aquella abeja gigante había dejado de seguirles, comenzó a mirar a sus compañeros, él seguía intentando acordarse de alguien pero le era imposible, así que de nuevo sacó su bloc de notas y su bolígrafo intentando hacer un pequeño dibujo de aquella abeja gigante y describirla con todo el lujo de detalles que pudiera.

Pero un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando el silencio se hizo entre aquellas personas y el único ruido era el de unas pelotas saltarinas con ojos que se acercaban a ellos.

¿Qué son estas cosas?

Miguel sabía que debía estar preparado para correr pero sus piernas no le respondían y ninguno de sus compañeros tampoco lo intentaba pero parecía que al contrario que la abeja, estos animales se alegraban de verles.

Jajaja ¡me haces cosquillas!

Replicó cuando su compañero comenzó a tocarlo. Su ojo se dirigió hacia el dispositivo.

Esto no es un sueño, al fin os hemos encontrado. Es importante que lo cojas cuanto antes.

Dijo, tratando de devolver su compañero directamente al mundo real que tan lejos había dejado, aunque claro, lo que para unos y otros era el mundo era era algo completamente distinto.

El tacto le dejó aún más confuso, si es que eso era posible, no consiguió averiguar qué era, una extraña sensación corrió por el cuerpo del joven, y entonces la pequeña criatura de un solo ojo se empezó a reír provocando que Klaus volviese a la realidad.

 Retiró la mano y alejó su cuerpo sin llegar retroceder un paso de forma instintiva, un acto reflejo. Se quedó pensativo observándole sin perder detalle, abrió la boca un poco para decir algo, pero no sabía muy bien qué decir.

Después desvió sus analíticos ojos al aparato que no dejaba de brillar, dubitativo lo cogió, tomándose su tiempo en si decidirse o no hacer caso al tal Magnemon. Con la mano le empezó a dar vueltas buscando la manera que funcionase. Se quedó concentrado durante unos minutos buscando el mecanismo, o mejor dicho, intentando averiguar de qué manera funcionaba eso.

¿Qué es esto? ¿Cómo funciona? – Preguntó con curiosidad a ese pequeño ser que no dejaba de mirarle con su ojo ámbar mientras observaba con el ceño frunciño el peculiar dispositivo.

Lo poco que llegó entender es que al menos no revelaba hostilidad, lo cual era un alivio teniendo en cuenta el comité de bienvenida. Y allí estaba, sin saber dónde, con gente tan perdida como él, y con unas criaturitas que se alegraban de verles. Todo muy raro, demasiado para su gusto.

Miraba a Magnemon y al dispositivo, alternativamente, intentando en vano buscar una relación entre ambos, y de intentarlo a conseguirlo había un abismo imposible de superar. Le faltaba información. Por el momento, la situación le superaba, y desde luego no le gustaba en absoluto no comprender nada de lo que pasaba a su alredor. Cuanto más supiese, más posibilidades tendría de regresar a su casa, a su vida.

Larvimon saltó, saltó y saltó siguiendo a sus compañeros, sabía que estaban en peligro y no podía permitir que eso ocurriera, ya que él era su protector.

Al llegar hasta ellos, sus ojos se iluminaron, era verdad, allí estaban todos, comprobó como poco a poco cada uno de sus compañeros encontraba al niño elegido correspondiente, pero el suyo no estaba con ellos, por lo que la tristeza le invadió.

¿Por qué no está aquí? ¿Donde está?

Él sabía que tenía que estar por allí, lo presentía por lo que volviendo por donde habían llegado comenzó a buscar y a buscar por los matorrales, el dispositivo digital cada vez brillaba más hasta que consiguió ver al que estaba esperando, allí estaba y era real y sin saber bien que decir, se puso debajo y le dijo con una gran sonrisa:

Hola, soy Larvimon, soy tu compañero 

El gran insecto había desaparecido, al menos momentaneamente. Pero el susto de Ivan fue mayor cuando un bicho más pequeño, redondo, y a todas luces, inofensivo, le habló. Tardó unos segundos en recomponerse para entender lo que había dicho. Porque aquel bicho había hablado. Había articulado palabras en un idioma comprensible para el ruso. Y entonces entendió lo que quería decir.

- Yo... eh... ¿Qué eres tú? ¿Mi compañero? ¿De qué hablas?

Igual que los demás compañeros, llegó donde los niños. Y buscó a su compañera. El gozo lo llenó por completo, al verla, desorientada, quizá malherida, pero a todas luces sana y salva. Se acercó, casi gimiendo de alivio, y se puso a saltar a su alrededor.

- ¡Estás aquí! ¡Estás aquí! ¡Estás aquí!- Gritaba, sin parar de darle vueltas.

Al fin se tranquilizó, y de inmediato, siguió cosiendole a preguntas.

- ¿Estás bien? ¿Tuviste un buen viaje? Tienes aspecto de estar cansada, ¿algo malo te ha sucedido? Por favor, espero de veras que no...

Al cabo de un rato ocurrió lo que unos momentos antes le parecía imposible, consiguieron dar esquinazo a esa enorme avispa, "Beedrill" según su ordenador. Se tiró al suelo aliviado, jadeando y agradeciendo cada bocanada de aire que llegaba a sus pulmones. - Tengo que apuntarme al gimnasio.- Fue lo único que paso por su mente en ese momento, entonces escuchó unos ruidos que se acercaban y se incorporó un poco - No, otra vez no...- Dijo para sí. Pero para su sorpresa no fue otra avispa que quería comerles lo que vió, si no unas bolitas saltarinas con pinta inofensiva, se mostró claramente aliviado, miro de reojo su ordenador esperando que llegara otro mensaje con la información de esas criaturas como hizo con la avispa pero nada, suspiró y dejando de lado el posible peligro se volvió a tumbar mirando al cielo para descansar.

Entonces algó se le acercó y le empezó a hablar, era una masa gelatinosa azul, Sphemon había dicho que se llamaba, y Le tendió un extraño dispositivo. Se levantó asustado y se alejó un poco, al ver que Sphemon no parecía representar peligro se acercó lentamente a él y se agachó hasta quedar a su altura - Ho... Hola, ¿Que es todo esto? ¿Donde estamos?.- Al tener aquella criatura tan cerca y haberse recuperado de la carrera su hambre de saber apareció y cojió a Sphemon para examinarlo más de cerca