Partida Rol por web

Kando emitió un ofendido gañido ante el comentario de las garrapatas y se aplanó del todo contra el suelo emitiendo un resoplido por la nariz como muda protesta a lo que parecía ser una afrenta contra su honor perruno. No obstante, cuando Sion fue a agarrarlo, se dejó coger la cabeza y se limitó a mover la cola mientras el pícaro hablaba.

No solo eso, casi parecía que además lo estuviese escuchando. Una vez hecha la oferta, miró el pueblo con tristeza y emitió un lloriqueo, luego empezó a mirar a los integrantes del grupo con ojos aguanosos.

Gabrielle y Lynn volvían en ese momento del pueblo, no parecían haber adquirido ningún objeto concreto puesto que no llevaban nada nuevo en las manos así que el recado seguramente no tendría que ver con comprar nada.

Cuando Dreren se dirigió a Lynn, esta cortó rápidamente el hilo de lo que fuera que estuviese pensando y lo miró a él.

—¿Yo?—parpadeó como si le sorprendiera que le preguntasen a ella. Dos segundos después pareció darse cuenta de que esa respuesta concreta no tenía mucho sentido y sonrió con gesto de circunstancia—. ¡Ah! Eh... sí. Me siento mejor que ayer, gracias por preguntar.

- Es tu decisión amiguito, sea cual sea la que tomes estaré de acuerdo con ella. De momento vamos al norte, yo voy a la capital, ignoro que motivos tienen el resto de mis compañeros o cuales son sus destinos, pero estoy convencido de que a ninguno le molestaría que nos acompañases, todo lo contrario.

Si vienes para mi serás un compañero y un camarada. Ya hemos luchado juntos, no necesito más para estar a gusto. Puedes coger mi comida y dormir en el saco.

Piénsalo. Y no se por qué tengo la sospecha de que estás entendiendo todo y algún tipo de pensamiento a largo plazo perruno te pasa por la cabeza. Ahora tengo que ver si consigo unos suministros de última hora, luego ya me dirás que has pensado, aunque no entiendo muy bien tu lenguaje. -

Si, había estado hablando tan campante con un perro, cuyos ojos parecían más inteligentes que los de muchas personas. No podía evitar sentir lástima por el animal, había perdido a su familia. Tal vez con el tiempo encontrase otra o finalmente aceptase a alguna persona como su "dueño". Aunque la idea de propiedad se le tornaba rara, había escuchado maravillas de la relación del mabari con la persona que decidía seguir.

De todas formas no era su decisión, Sion jamás imponía su criterio sobre otros. Cada uno es libre de elegir, y cargar con las consecuencias de sus actos.

Fue hacia Balaena, no pensó absolutamente una manera esquiva o suave de abordar el tema. Simplemente no sabía y no tenía ganas. No le gustaba y la entendía perfectamente, el tampoco se gustaba a si mismo, pero había decidido su camino, hombres como él existían para que otros hombres buenos no se manchasen las manos.

- Respecto a lo del otro día, ¿tendrás las armas que te pedí? Me quedan asuntos pendientes y sin ellas no creo que sobreviva para saldarlos y morirme con una mínima parte de la conciencia tranquila. -

Era así de sencillo, tenía que vivir para cumplir. Sin armas en mitad de una postruina dudaba mucho que lo consiguiera.

Sion le dijo algunas cosas a Kando en cuanto este se puso a gañir observando el pueblo. Luego se dirigió al río, a llenar su odre o quizá a buscar a Balaena que había ido a hacer lo propio con las reservas de agua de la caravana hace unos minutos.

Gabby frunció los labios con reprobación cuando vio cómo hablaba Sion al mabari. No es que le pareciera mal que mimara a tan noble bestia, pero si hubiera tenido la mismas consideraciones con los humanos, otro gallo hubiera cantado.

Ella apenas había podido dormir, acosada por los imágenes de lo que había sucedido en la granja. En cambio, Sion parecía fresco como una rosa y de muy buen humor. O ella era idiota, o Sion carecía del más mínimo ápice de empatía, remordimientos o sentido común.

Kando no tenía la culpa de la rematada idiocia de Sion así que Gabrielle se aproximó a él cuando el pícaro se hubo marchado.

—Está libre de garrapatas, ya lo examiné yo ayer —le acarició el lomo—. No tiene nada que no se cure con un buen chuletón, ¿verdad chico?

La respuesta terminó con la cara de Gabrielle llena de babas de perro en un solo lametazo.

No obstante, Kando enseguida enderezó las orejas y correteó hasta los alrededores del campamento, mirando de nuevo hacia la entrada del pueblo y se puso a ladrar dando algún que otro brinco de derecha a izquierda.

Balaena estaba levantando en ese momento el cubo de agua del río y soltó un jadeo de sorpresa haciéndolo bailotear entre las manos. Quedó algo cómico pero fue un milagro que no se le cayese toda el agua.

—¡Hacedor, qué susto!

Soltó un suspiro al ver que eras tú, al parecer no te había oído llegar. Aunque al instante cambió el peso del cuerpo de pierna.

—No he hecho nada... aún. Te dije que necesitaba una respuesta—contestó. Luego se te quedó mirando unos instantes con expresión indescifrable aunque al final terminó preguntando con una intención que parecía carecer de dobles sentidos o similares:—. ¿Es ese el motivo entonces? ¿"Para enmendar mis errores"?

El único error que estaba cometiendo era darle explicaciones a una herrera de para que quería armas. Si realmente necesitaba una justificación para después de una Ruina, con engendros aun escondidos y bandidos infectando los caminos es que tenía una visión del mundo totalmente diferente a la de Sion, o tal vez no había perdido por completo la fe en la humanidad como le había pasado al pícaro.

- No, todos cometemos errores, eso nos hace humanos. Enmendarlos es un camino que algunos siguen, otros no. Uso las armas porque aun me quedan asuntos pendientes y no conoceré el descanso sino los resuelvo. -

Balaena te observó fijamente durante unos instantes, como si estuviese analizando la respuesta o como si directamente estuviera asegurándose de que no le mentías. Al final suspiró, como si hubiese sacado alguna conclusión. Cargó mejor el cubo que se le escurría y echó a andar despacio hacia el campamento.

—Vamos. Pero vas a tener que esperar a la noche a que acampemos...

Balaena: Balaena recordará eso.

El motivo del aviso perruno llegaba andando en ese momento por el camino. Os sonaba la cara de aquel... personaje por así llamarlo. Era el enano que habíais visto en la posada solo que ahora no iba ataviado con el delantal sino con una cota metálica. De su espalda sobresalía el mango de un hacha de batalla enorme.

Al escuchar ladrar al perro, miró en vuestra dirección y levantó una mano.

—¡Eh! Mira quienes están aquí—dijo—. No os preocupéis, lo bueno se hace esperar.

—¿"Lo bueno se hace esperar"?—Lynn miró de reojo a derecha e izquierda como si sospechase de que alguna desgracia invisible le fuera a saltar encima—. Creo que me da miedo cómo ha sonado eso...

—¿Belgar? ¿El tabernero? —preguntó Gabby, aunque con la que guisa que traía "guerrero" le venía mejor—. ¿Qué ocurre? ¿Nos buscabas?

Volviste al campamento con Balaena y de camino os pareció escuchar voces, concretamente una que os sonaba pero no os cuadraba allí. Pronto la incógnita se vió resuelta en cuanto visteis a alguien que parecía haber llegado desde la entrada del pueblo.

Era el posadero enano que habíais visto en la posada solo que ahora no iba ataviado con el delantal sino con una cota metálica. De su espalda sobresalía el mango de un hacha de batalla enorme.

—¿Ese no es el tabernero de... ?—la herrera sacudió la cabeza rehusando a terminar la pregunta obvia y arqueó una ceja—. ¿Qué hace aquí?

- Después de la pelea en el bar es probable que haya perdido el empleo. El dueño no parecía precisamente complacido, además hizo un comentario sobre la porquería de bebida y comida que servían. No creo que ayudase a conservar el trabajo con el patrón furibundo.

Imagino que querrá viajar o ganarse la vida de otro modo, en cualquier caso somos la única caravana que va partir pronto, tiene sentido que quiera viajar con nosotros.

Es la única explicación que se me ocurre. -

A decir verdad no le importaba los motivos. Había peleado del lado correcto y con valor. Esas virtudes eran suficientes, aunque la última palabra la tendrían otros. Sion era consciente de que sobraba alguien allí y tenía todas las bazas para ser apartado.

Cada uno carga con las consecuencias de sus actos.

Se alejó de la herrera hacia donde estaba el perro. Sentía cierta pena por el animal, había perdido a sus dueños, tenía que ser muy duro, la lealtad de un mabari era un vínculo muy fuerte, cierto refrán afirmaba que los animales eran mejores que las personas y Sion coincidía con ello.

Hincó una rodilla al lado del animal mientras le acariciaba la cabeza y la papada.

- Se que tienes dudas amiguito, yo también las tengo. ¿Has logrado poner tu mente perruna en orden?. -

-  Has venido.

 Obvio en voz alta Dreren como si desconfiase de que el enano estuviese motivado a seguirles en aquel camino. Era un ayuda interesante, aunque tenían que cuidarse del ánimo de lucro del enano, estaba claro que eran criaturas que tenían muy claras sus metas.

 - Me alegra verte.

 Estamos listos para irnos. - Le expuso con cierta sequedad. - ¿Has tenido un día provechoso?

 Pregunto esta vez con interés y amabilidad, después de todo había generado bastante revuelo. Le eschañó al mago no ver que llevase una gran pata de cordero o alguna clase de arma casera nunca prevista. Aquel hacha era peligrosa en su mera presencia, era demasiado exagerada para un ser de esa embergadura.

 Supongo que es cuestión de satisfacer ciertas carencias.

 reflexionó Dreren sin poder impedir que su rostro se encontrase con las cejas ligeramente arqueadas.

 Las manos llegaron hasta la capucha y cubrió su cabeza.

 - Espero que tengas razón, si es así, puede que haya algo realmente bueno más allá de nuestro camino.

—¿Cómo que si os buscaba? ¡Si sois vosotros los que me rogásteis que fuera con vosotros a la salida de la taberna! La juventud de hoy en día qué memoria tiene... —el enano negó con la cabeza en gesto comprensivo. Luego se cruzó de brazos y miró a Dreren—. Pues hombre, para serte sincero, no: Sólo se puede tomar un trago en la posada y allí ya no me dejan entrar. Aunque a decir verdad, lo de allí más que cerveza parecía meado de burro. Casi que prefiero lamer un caballo sudado a que me inviten a una jarra en ese local.

—¿Era necesario emplear una analogía tan asquerosa?

—Eh, que sólo soy realista—el enano se encogió de hombros—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta la cerveza, ojitos malvas?

—Me llamo Lynn—la clériga se cruzó de brazos formando una linea recta con las cejas—. Y has hablado de todo menos de cerveza...