Partida Rol por web

Otra salva de fuego derribó a algunos enemigos más, pero lo cierto es que la cosa no pintaba especialmente bien. Demasiados enemigos demasiado cerca de ellos, demasiados disparos fallados...

En ese momento la estática de las radios que llevan Agripa y Lucius chasquea, aunque en esta ocasión no se trata del Lord General, si no que es una voz de mujer.

-Aquí la capitana Sylvia Coteaz, a todos los oficiales y suboficiales en el frente. Les comunico que tenemos a punto la artillería, lista para disparar a los objetivos cuyas coordenadas nos indiquen. Sin embargo, dado que debemos cubrir mucho terreno y no tenemos tantas armas ni artilleros, y que nuestra munición es muy limitada en estos momentos, les ruego que se lo piensen dos veces antes de solicitar un ataque, y que escojan bien sus objetivos. 

Somos los Enviudadores, los hijos selectos de la Schola, no necesitamos apoyo artillero. Afinad la puntería u os tendré una semana entera en el campo de practicas de tiro sin salir de él.

Fijad los objetivos en los enemigos mas cercanos y preparad las granadas para los grupos mayores.

Por Terra, por el emperador, a mi orden: ¡FUEGO!

No podemos fallar, no podemos pedir ayuda, debemos hacerlo nosotros por el honor de nuestro regimiento.
 

En el caso de Nicodemus y de su compañero, se habían mantenido pegados a la barricada justo a tiempo para agachar la cabeza cuando las cosas se pusieran feas, que a estas alturas no era el primer tour del med por estos lares... estaba bastante menos familiarizado con la guerra de trincheras, pero sí con encontrar una cobertura y maximizar el punto de impaco, debido a detalles como que eran el 13 de Asedio.

"Somos los Enviudadores, los hijos selectos de la Schola, no necesitamos apoyo artillero"

Siendo honestos, la razón más certera por la que no pedir un ataque de artillería era porque ya los tenían encima, y no es que pudieran tener un repuesto constante de gente como si fueran un quinto curso. Aun así, agradeció que su sargento fuera valiente y mesurado, porque... bueno... ¿alguien se acuerda de Cornelius y su brillante idea de pedir una salva de artillería a 60 metros? Por lo más sagrado lo juraba, lo que se cagó ese día cuando la metralla empezó a levantar trozos de adobloques grandes como su cabeza hacia ellos y se estamparon contra las armaduras mientras estaban tumbados y rezaban porque no les reventasen vivos, bueno. No estaba escrito.

-¡Titus, cúbreme, fuego contra la una!

CLAC!

OH POR LA PIEDAD DE-

Agachó la cabeza por debajo de la trinchera para tomar cobertura y empezó a manipular la carga de la escopeta, que había decidido que sus últimos rezos no habían sido todo lo eficientes que podían ser, o que estaba disgustada por el cambio de óleos. ¡Maldita fuese! ¡Sabía que esa mierda que les habían asignado olía diferente! Maldito planeta y maldit trinchera y maldita mierda y malditos inútiles y maldita...

swhoof

...la sonrisa en el rostro de Nicodemus se extendió rápidamente. Depositó un sonoro "mwaah!" en el cañón de la escopeta y volvió a levantarse, casi tan rápido como se había bajado unos segundos. ¡Bendita seas, escopeta mía!, se dijo mientras apuntaba y disparaba, conllevando un grito del miliciano de los traidores más cercano a la posición cuando el cartucho hizo mella en él y mordió la carne.
 

Cada vez estaban más cerca de la trinchera y el 13º regimiento no era capaz de frenar su avance. Cuando Cneo escuchó la voz de la capitana Sylvia Coteaz anunciando la disponibilidad del apoyo de artillería, pensó que los sargentos la solicitarían para acabar con los herejes gigantes. Sin embargo, el sargento Aurelius Naevatis la rechazó. «La fama del regimiento solo sirve si sigues vivo para contarlo», pensó el soldado sin atreverse a replicar las órdenes de su superior.

Estos pensamientos no perturbaron el desempeño del soldado, pero si su precisión, que pese a apuntar a un blanco a escasos metros de él, no fue capaz de acertar.

Se ponía complicada la cosa. Como de costumbre. Escuchó las órdenes del otro sargento, negándose a llamar a la artillería, y no dijo al respecto una sola palabra.

- Apoya mi disparo contra el más cercano a nuestra posición Agripa- dijo mientras apuntaba con cuidado al que corría hacia ellos, y disparaba con su escopeta.

No estaba seguro por el polvo pero por un instante, le pareció haber acertado a su objetivo en la pierna derecha de refilón.

Los herejes cargaban contra una muralla de fuego graneado que los iba haciendo caer demasiado poco a poco, y aquello no gustaba a Vespillo. La transmisión de la Capitana Coteaz fue un acicate para él, porque no creía que de momento, necesitaran apoyo. Su ayudante agachaba la cabeza por momentos, buscando refugiarse de la cercanía del enemigo, mientras Vespillo le dirigía una mirada censuradora..."Celonius, pertenecemos al 13º de Asedio, somos la tropa de élite. Nosotros somos los que damos miedo a nuestros enemigos. Esta mugre de soldados no va a pasar de nuestra línea, no señor. ¡¡Coje bien el cargador, y no dejes que el arma tiemble, por el Emperador!! Si ellos no te matan, te mataré yo."*

El Sargento Aurelius había dado unas órdenes claras y concisas, así que varió su ángulo de tiro y apuntó a los más cercanos."Espera...apunta un segundo, ahora....¡FUEGO!". 

La ráfaga anterior había masacrado a un grupo grande que se acercaba, pero al haber cambiado de objetivo a uno mucho más cercano, unido a la velocidad en carrera que llevaba el soldado enemigo, le hicieron fallar todos los disparos. 

"¡Maldita sea! ¡Estamos apuntando alto!¡¡Más abajo!!¡Te he dicho más abajo!" le gritaba a su ayudante, mientras intentaban subir la parte trasera del arma para poder tener un ángulo de tiro más adecuado. 

La mala puntería y la mala fortuna estaban haciendo mella en el desempeño del 13º de Asedio. ¿Quizás su largo viaje por la Disformidad les había afectado, haciéndoles poco dignos a ojos del Emperador? No había forma de saberlo, pero lo cierto es que los disparos fallaban una y otra vez, lo que, sumado a la cercanía de los enemigos, les complicaba mucho la batalla a los vástagos progena. 

Barredlos, que no quede ni uno solo de esos impuros bajo la luz de Terra, fuego a discreción. Grito con todo el odio y desprecio que puedo poner en mi voz.

Apresto la espada sierra y me preparo para recibir a los asaltantes.

Con el arma ya ajustada en su lugar, sólo tuvo que apuntar en su dirección, con la ayuda de su pardillo* y apretar el gatillo. "¡Aguanta ahí, Celonius!".  El grupo de herejes que venía directo hacia su posición se encontró con una lluvia de fuego cayendo sobre ellos. "¡Esta es la justa ira del Emperador sobre vosotros!¡Morid como los perros herejes que sois!" gritó mientras sentía el tableteo del arma en sus manos, brazos y hombros.

También se sentía henchido por las palabras de su Sargento, Aurelius, y así se lo hizo saber, compartiendo el odio que sentía su superior por aquellos herejes..."¡Sargento!¡Por aquí no pasarán!"

También Marcus iba a decir algo pero... No, había que actuar y no ordenar. Estaban casi encima. El sargento cogió una granada.

- ¡Usad granadas contra los grupos!- ordenó a sus hombres comprobando la cercanía del enemigo. Y luego lanzó su granada mientras su fiel camarada usaba una salva contra los enemigos, dándole tiempo para poder apuntar mejor. La granada salió desviada... pero habiendo disparado al centro del grupo el desvío era mínimo, y afectó igualmente a todos los enemigos.

-¡A sus órdenes, señor! - grito imitando a su sargento. Agarró una granada de fragmentación y la utilizó contra el grupo de enemigos que estaba más cerca de él. Había estado tentado de seguir disparando con su carabina, pero gracias a la orden de su superior, recordó de que disponía de estas armas. Tampoco le convenía desobedecer a su superior. En la guardia, las represalias por desobediencia son más temidas que los demonios de caos.

Era el momento de la verdad. Ya los tenían encima, y no había ya mucho más que hacer, aparte de combatir duramente para acabar con ellos cuerpo a cuerpo. Por suerte, ellos se encontraban por encima de la mayoría, y sus armaduras de caparazón serían un valioso activo en aquel combate, uno con el que muchos otros probablemente no contaban. 

Lucius conmigo limpiemos de herejes esta tierra, ¡ POR TERRA !

Los dientes de mi arma buscan la yugular del hereje intentado decapitarlo de un solo golpe para poder así acojonar al enemegio e inspirar a mis hombres.

- Los tenemos encima. ¡Por el emperador, acabar con la escoria rebelde!- las palabras de Marcus se expandieron por toda la zona de batalla mientras el sargento sufre el embate de sus enemigos, para luego atacar con su espada sierra al enemigo que tiene más encima (y si alguno está intentando superar su posición para llegar a su retaguardia, o superar la trinchera, preferiblemente a ese).

El sargento se defiende hábilmente, y luego golpea a uno de los traidores con un golpe elegante, dirigido al brazo de su arma.

La última ráfaga había mermado mucho el pelotón de herejes que se dirigía a los soldados de asalto, compañeros de Vespillo, con lo que apenas dos de ellos permanecían en pie. Un poco más allá, un pelotón, practicamente completo, de herejes se dirigía hacia el centro de la línea que parecía sólida y capaz de aguantar el empellón. Unos metros más allá diversas explosiones recibieron al tercer grupo compacto de herejes, lanzando a varios por los aires, también parecía que se defendían bien.

Albius fijó su atención en el grupo más lejano, que avanzaba casi sin oposición. Se fijó que sólo un compañero les hacía directamente frente, así que trató de ayudarlo dirigiendo el fuego de su terrible arma contra aquellos traidores. "¡Sujeta bien el arma Celonius, por el Emperador, como fallemos ahora, nos abrirán en canal el flanco derecho!"

Cogió el comunicador y le transmitió directamente al Sargento de su unidad "¡Sargento, señor!¡El flanco derecho** está a punto de caer, deberían contenerlos*** para que yo los pueda masacrar, señor!".

Acto seguido, apuntó con su arma y apretó fuerte el gatillo, enviando una descarga de muerte y destrucción hacia el enemigo. Los herejes caían al suelo como trigo segado con una hoz a dos manos, mientras sus cuerpos y miembros reventaban al penetrar y explotar las balas del Bolter Pesado en su interior.

La cosecha sangrienta estaba siendo abundante.

Pese a que la granada había desmembrado a unos cuantos herejes, algunos todavía habían llegado a la trinchera esquivando las balas y proyectiles.

—¡Cayo, no pueden pasar! — dijo Cneo a su compañero. Al mismo tiempo soltó la carabina, desenfundó su pistola láser, apuntó al miliciano que tenía enfrente y disparó.

Los traidores habían llegado a sus líneas... Pero, aunque la cosa se complicaba, los leales en aquel sector seguían contando con una gran ventaja de la que los atacantes no disfrutaban: un centímetro de plastiacero cubriendo todo su cuerpo. Era casi la mejor armadura que cualquiera que no fuera un astartes podía llevar, y desde luego se notó cuando buena parte de los impactos que recibieron no llegaron a hacer más que arañazos, y eso cuando traspasaban el blindaje. En cambio los traidores, sin blindaje de ningún tipo, eran un blanco más fácil. 

Nicodemus trató de parar el ataque, pero fue demasiado lento y el arma le impactó de lleno. Pero si el Emperador Protege, su tres veces sagrada armadura de caparazón modelo 74-47AB no te digo ya, y lo que en cualquier otra situación le hubiera arrancado el alma de los pechos acabó con un sucio traidor con un ex-implemento de granja reciclado y modificado para horrible arma de matanza en nombre de los blasfemos dioses que adorara aquella peste.

-¡TRAIDORES DENTRO! -gritó, mientras forcejeaba para apartarse al tipo- ¡DENTRO!

Soltó la escopeta mientras sacaba el cuchillo, apartando al tipo con el hombro y hundiéndoselo hasta las cachas, rematando con un tajo vertical que le quitó las ganas de fumar para los restos, o al menos eso le parecía. Cuchillo en la mano, se giró para encarar a los restos. ¿Cómo había llegado la cosa tan mal? ¿Por qué no habían recibido órdenes de fuego de supresión y disgregue como solían? ¿Acaso por mucho que no fuera su entorno tan mal sabían combatir en una remaldita trinchera?

Aferró el cuchillo y se lanzó a por el siguiente que trataba de entrar por allí. No en mi vigilia, jueputa.
 

Marcus escuchó el grito de Nicodemus y asintió, casi para sí. Del amplio grupo que atacaba su posición, tras las dos granadas y su certero espadazo, que había eliminado a uno de los enemigos, ya solo quedaban dos. Su voz sonó clara.

- Rendíos escoria traidora, y quizás vuestra alma pueda ser perdonada por nuestro Sagrado Emperador. No os ejecutaré de inmediato.

No estaba claro si era una orden para rendirse o para todo lo contrario, pero los términos del sargento y su carácter imperativo no dejaban lugar a dudas sobre lo que esos desalmados debían hacer: tirar las armas y arrojarse al suelo, pidiendo clemencia.

De todos modos, y previendo que no lo hicieran, Marcus siguió a lo suyo, atacando a cualquiera de los dos que no se hubiera rendido (en el improbable caso que se rindieran ambos, aprovecharía el asalto tanto él como su camarada Agripa para quitarles armas y armadura, y dejar a Agripa guardando a ambos cautivos)

Pero si no, y no nos engañemos, "si no" era lo más probable, ambos, sargento y su camarada, siguieron a lo suyo. Y lo suyo supuso un tajo brutal contra la pierna de uno de los enemigos que, de no esquivarlo o pararlo, probablemente supusiera el final del mismo, y un hábil movimiento con la espada para detener cualquier ataque que esos malnacidos pudieran dirigirle.

- Aguanta Nicodemus. Llega ayuda en breve.- como casi siempre su tono era sereno y desapasionado. Hielo en medio de la tempestad.