Partida Rol por web

Estación de tres de Atocha, Madrid

Son las 12 de la noche, el Talgo con destino Galicia está en el andén 3 esperando a que lo toméis. Su salida está programada a las 00:30 aunque es normal que se retrase en torno a los quince minutos.

Tenéis reservado un vagón-cama que se compone de cuatro habitaciones. No es que las camas sean muy cómodas pero no están mal. No tenéis una sala de reunión común a no ser que vayáis al vagón comedor que es uno de los primeros. Los dormitorios son muy sencillos: dos camas en litera, un asiento bastante cómodo y una tele pequeña en la que se ven un par de canales (ahora mismo La Primera y La Segunda).

Por megafonía dan el aviso de que el tren partirá en su hora prevista así que decidís subiros ya y ocupar vuestros cuartos a la espera de ver si decidís reuniros más tarde o usar algún método alternativo de viaje.

El Talgo es un tren en bastante buen estado, uno de las mejores creaciones españolas que hasta están pensando en construirlas en el extranjero algo de lo que se enorgullece el gobierno español. Es una máquina fiable pero realmente no tienen nada de especial para los que venís de fuera, en Inglaterra y Estados Unidos los trenes son de mejor calidad y este os parece más propio de un país subdesarrollado. España está creciendo pero aún está a años luz de los países más poderosos.

Con la cazadora cerrada hasta arriba y con una maleta un tanto particular asegurada a mi muñeca izquierda con una cadena, espero junto a mis compañeros la llegada del convoy que ha de llevarnos a destino. Finalmente, con un ruido traqueteante, hace su aparición y se detiene ante nosotros, el tren que ha de llevarnos.

Mientras abre sus puertas y se produce el típico ir y venir de pasajeros, yo echo un vistazo a mi billete y compruebo en que clase vamos a viajar.

Tras esperar unos instantes a que el flujo de gente se normalice, lo señalo a los compañeros presentes y sin mas preámbulos, me encamino hacia el vagón asignado. Al subir, muestro mi billete al revisor el cual asiente en silencio y me guia hasta mi compartimento. Una vez que lo abre, echo un vistazo y doy mi conformidad. Digamos que he servido en lugares menos cómodos.

Observo al lado de la litera, una taquilla con cierre de seguridad. Y tras quedar a solas pues el revisor marcha a seguir ocupándose de su trabajo, abro la taquilla y deposito en su interior, mi maleta.

Hecho esto, cierro con la llave que me ha dado el revisor la taquilla y, a continuación, la propia puerta del compartimento y me encamino, tras leer un cartel indicativo, hacia el vagón comedor. Es ya algo tarde pero espero llegar a tiempo antes de que cierren la cocina.

Parece ser que tengo suerte. Pues una vez ocupada una mesa junto a una ventanilla, un camarero se me aproxima y tras el pertinente saludo, me muestra una carta. Me limito a pedir a modo de cena un bistec poco hecho con agua embotellada a modo de acompañamiento y no tardo en ser servido. Mientras comienzo mi tardía cena, veo por la ventanilla como el flujo de gente disminuye por completo. Y tras el ultimo de los avisos, noto como el tren, comienza a ponerse en marcha. Mentalmente calculo el tiempo que tardare en llegar a mi destino y sonrío al compararlo con lo que me hubiera costado llegar utilizando otros métodos.

Pero como parece que el tiempo no es, de momento, un factor determinante en el cumplimiento de la misión, me limito a degustar mi cena, adecuadamente hecha por cierto, mientras el tren gana velocidad dejando atrás el anden de la estación conocida como Atocha.

El tren se encamina hacia Galicia con tranquilidad, la velocidad no es muy alta ya que en estas fechas del año a veces aparece hielo en las vías en algunas zonas más montañosas así que el Talgo se mueve con precaución, nadie quiere que se repitan los accidentes de hace algunos años.

El vagón comedor está prácticamente vacío, salvo cuatro o cinco personas que están tomando café tras una cena bastante buena. Hay las típicas especialidades españolas sobre todo madrileña, para algunos os resultarán auténticas delicias y para otros...mejor no valorarlo. La cocina madrileña es famosa por la casquería, los callos a la madrileña o las criadillas son codiciadas como tapa pero a los extranjeros no os parecen tan apetitosas como a los españoles. Turner pide algo sencillo, y no se aventura demasiado ya que sería fatal que un problema estomacal lo dejara fuera de combate. Tranquilamente espera a que el resto de sus compañeros se sumen a él en el vagón comedor. 

Juddith siempre había viajado en primera clase. Con su sueldo y su reputación podía permitirse esos detalles. No resultaban de vital importancia, pero tenían sus lujos y no había necesidad de mezclarse con gente que podría alterar su espacio vital. Sin embargo, este tren resultaba un tanto primitivo. Socialmente, el país se encontraba en mal estado, y eso se traducía en unas pobres infraestructuras y la falsa idea de que esto era lo mejor que podían hacer. Estaba claro que en este país hacían falta más científicos y mentes más brillantes.

Se reunió con los militares que habían sido contratados. La doctora Brennan seguía sin ver la relación entre ella y los demás miembros (más allá de insinuar que todos eran humanos evolucionados, cosa que aún se negaba a aceptar como científica), pero se cuidó de mencionarlo en voz alta, aquel grupo estaba formado por hombres y dudar de su capacidad en cualquier aspecto podía hacerles caer en esa fase en que solía caer su compañero Booth y provocar que quisieran demostrar su masculinidad ante ella. Si todos eran machos alfa en sus respectivos escuadrones eso podría causar conflictos, así que mejor no relacionarse con ninguno de ellos. Además, no entenderían nada de lo que ella les dijese. No eran mentes brillantes ni científicos.

Hizo un mohín al contemplar las literas, pero se acomodó lo mejor que pudo. Había estado en campamentos con menos recursos durante algunas de sus excavaciones arqueológicas, así que no importaba demasiado el lujo. Una vez instalada, sacó los documentos que Bennet les había proporcionado y se dirigió al vagón-comedor dónde allí empezó a leer.

Compruebo por enésima vez mi equipaje, bien parco: tres mudas de ropa interior, el walkman Sony, pilas y un puñado de cintas. Esto ya no me sirve para mantenerme ocupado. El nerviosismo me impulsa a moverme, a participar de alguna conversación. Mis tripas están revueltas, como siempre que emprendo un viaje. Si ceno algo, las sacaré fuera de mis mientes.

Salgo del compartimiento, aún impresionado con este despliegue español de tecnología, y avanzo hacia el vagón-restaurante. Un chico que mira la tele, vuelve la cabeza para seguirme. Le brillaban los ojos, parecía transpuesto. "Le habrá llamado la atención mi chaqueta de cuero con cuello de borreguito, como la de los pilotos, me digo. O estará cansada ya la criatura. El cansancio no casa bien con la excitación." De nuevo me siento como un personaje de Hitchcock.

Turner y Brennan me han cogido ventaja. Les saludo con la mano, parece que ella no me advierte, claro; está muy concentrada en sus papeles. Me dio alegría cuando decidió regresar, dos cabezas piensan más que una, como decía mi madre. Lástima que sea tan huraña.

Me cuesta un poco decidir qué cenar. Huele todo muy rico, exigente de digestiones severas. Me pido una tortilla y le pido permiso al inglés para acompañarle. "Confío en que no me saldrá la vena José Luís López Vázquez al tratar con estos extranjeros", sonrío para mis adentros.

Puesto que estoy acabando con mi bistec, alzo en ese momento la vista para descubrir a nuestro compañero español entrando en el vagón restaurante. Y conforme avanza, observo que me saluda, ya que parece que nuestra compañera se halla sumida en su nube particular, y se aproxima a mi mesa.

Naturalmente, hago una ademán con la diestra tras soltar el cuchillo para invitarle a sentarse y a continuación, reclamo la atención del camarero. Observo con curiosidad el plato que pide mi compañero. Es una tortilla de patatas, adecuadamente llamada a la española. No puedo negar, que despide un olor agradable sin duda.

Y puesto que yo ya he dado por terminada mi cena, agarro mi copa, y tras alzarla, aunque solo lleve agua, digo.

Encantado de formar equipo con usted, señor Tierno. Brindo por el éxito de nuestra empresa.

Y no puedo evitar que se me escape u suspiro tras beber. No me es desconocida la legendaria fama de los vinos españoles y, es para mi, una tristeza brindar únicamente con agua. Pero desde que acepte el trabajo, me considero en una misión. Y no tengo por costumbre, mezclar diversión con trabajo.

Lo acompaño en el  brindis, francamente agradecido. Lo mío es tónica.

-Ojalá que sí –respondo. -Nunca me he visto en otra más gorda. Usted sí que parece un hombre de mundo... Dígame, ¿por dónde cree que debamos empezar?

Notáis un pequeño temblor, al principio lo achacáis al traqueteo del tren pero luego veis que no es acompasado. Parece un andar errático, luego un golpe fuerte que se escucha bastante bien. En ese momento llegáis a la conclusión de que hay alguien caminando por el techo del tren. Se mueve hacia el último vagón, el que está ocupado por las mercancías. Puede que se trate de un polizón que no quiere pagar el billete o de algo muy diferente...

Alan se presentó en la estación de tren con todo el escasisimo equipaje que siempre llevaba, compactado en una deportiva mochila de escalador. A él, España no le había parecido un país subdesarrollado, estaba harto de jugarsela en sitios mucho peores, no era EEUU pero no estaba mal. Después de dejar el petate en su compartimento, se dirigió al vagón comedor del convoy, siempre muy atento a posibles perseguidores, con el tiempo había adquirido una habilidad casi inconsciente para ello. LLegó el último a la cita, quiza por todas las precauciones que había tenido que tomar por el camino, cuando lo hizo, fué directamente a la mesa donde se sentaban los dos hombres.

-Hola otra vez- el americano cogió una silla y se sentó sin esperar a que lo invitaran, no era hombre de protocolos. En particular, se preguntaba cuales serían las habilidades del Español. Sabía que el inglés era militar, probablemente especializado también en pequeños comandos, para tareas de incursión; que la forense era una tía lista; pero no tenía ni idea de como actuaría Rafael. Él mismo había dicho que era un experto en infiltración pero sus movimientos no eran los de un militar, parecía un hombre completamente normal ... -siento interrumpir, había un trafico espantoso-  dijo por decir para no interferir demasiado en la conversación que llevaban Turner y Tierno ...

Notas un pequeño temblor, al principio lo achacas al traqueteo del tren pero luego ves que no es acompasado. Parece un andar errático, luego un golpe fuerte que se escucha bastante bien. En ese momento llegas a la conclusión de que hay alguien caminando por el techo del tren. Se mueve hacia el último vagón, el que está ocupado por las mercancías. Puede que se trate de un polizón que no quiere pagar el billete o de algo muy diferente...

Los sentidos de Alarma de Alan volvieron a dispararse cuando escuchó esos sonidos. El militar sonrió e interrumpió la conversación, que estaba apunto de continuar por otros derroteros -No se si lo habeís oido, pero tenemos compañía en el techo del convoy ...-afirmó con el pulgar hacia arriba -no creo que sea una casualidad con nosotros aquí ...- El capitán no se movió, esperando la reacción de sus compañeros.

Antes de poder devolver el saludo, la advertencia del americano me hace cabecear de sorpresa. Me aquieto por si captase algo yo también. Pero no soy capaz de distinguir nada.

-¿Y no será la lluvia, o el viento? -cuchicheo, atreviéndome a contradecir.

Pensativo, el americano contestó al español -No, estoy precticamente seguro de que hay alguién ahí arriba ... y sus pasos se dirigen hacía el último vagón ...- Alan se levantó como si no pasara nada y comenzó a ir en la dirección de los pasos -voy a ver lo que ocurre, ¿alguién viene conmigo?- preguntó mirando a sus compañeros y después a la mujer, que ojeaba unos papeles a solo dos metros de allí. -Seguiremos sus pasos por aquí abajo y cuando se pare echamos un vistazo ...-

La forma de acceder al techo del tren son las siguientes:

• En vagón hay una trampilla en el techo que permite acceder al exterior, suele estar cerca de la pasarela que da acceso al vagón siguiente. 
• A través de las ventanas de cada vagón. Es más arriesgado pero posible físicamente.
• A través de la locomotora.
• A través del último vagón ya que tiene salida al exterior desde la que se puede subir al techo.

-¿Pero quién puede estar tan loco? –insisto en mi incredulidad. -Si iremos a una velocidad endiablada...

Sin embargo, comienzo a levantarme, conforme con la estrategia de Alan.

Antes de que pueda replicar a mi colega español, se presenta el norteamericano. Tras contestar a su saludo, por supuesto, le hacemos sitio en la mesa, pues yo ya había acabado mi cena. Pero antes de que podamos entablar una conversacion realmente seria, he aquí que todos podemos notar un sonido y finalmente una especie de golpe, que retumba en el techo del convoy.

Los tres nos miramos para, a continuación, mirar hacia el techo. Y parece que el artífice de tan curioso sonido, se dirige hacia la parte trasera del convoy. Hacia la zona de mercancias.

Escucho la propuesta de Foster y, con un gesto automatico, me bajo la cremallera de mi cazadora un palmo para facilitar, digamos, el rápido acceso hacia el interior. Gesto que, evidentemente, no pasa desapercibido a mis compañeros.

Somos conscientes de que aceptar un trabajo de esta índole, nos convietrte a su vez, en posibles objetivos de cierto grado de atención. Mas aun teniendo en cuenta, la clase de individuos que han sido objeto de los ataques descritos. Estoy de acuerdo en que aseguremos la zona. Ahora bien. Por mi parte, en el caso de que sea necesarias todas mis "capacidades" necesitare unos instantes de tiempo para prepararme.

Y también hemos de tener en cuenta que esto, bien podría ser una maniobra de distracción. Digamos que mi experiencia personal, me obliga a pensar en el máximo numero de variables posibles.

Mientras me levanto junto a mis compañeros, escucho a Tierno y asiento con la cabeza.

250 km por hora. No , no es un dato que indique que pueda ser algo normal lo que sea que se este paseando por ahí arriba.

Ahora que presta más atención y sabe que escuchar Rafael nota también esa vibración en el techo. Sin duda es una persona que está desplazándose hacia la parte posterior del tren.

Se mueve de manera lenta, seguramente porque las corrientes que se forman alrededor del tren en movimiento son muy fuertes. Seguramente capaces de tumbar a la mayoría de las personas. En cambio el polizón es capaz de moverse.

Poco a poco el ruido se aleja y se aproxima a los vagones dormitorio, donde tenéis vuestras habitaciones.

El inglés tenía razón, quién quiera que fuera tenía una preparación o unas habilidades fuera de lo común. -Bien Richard, si te parece bien, Rafael y yo nos adelantaremos e iremos hasta el ultimo vagón por dentro del tren, allí esperaremos a que acceda al interior y podremos pillarlo por sorpresa ... si no baja o las puertas están cerradas improvisaremos, puede que tú hayas llegado cuando empiece todo si tiene que empezar algo- dijo pensando en que era más sensato que subir al techo del convoy- después miró al Inglés - no se lo que tienes en ese compartimento pero si eres capaz de subir ahí arriba sin que te vean y cubrir la parte alta nos vendría muy bien ...- afirmó esperando la aprobación de los otros dos -Rafael, yo me muevo con dos como estas- el americano enseño la culata de una pistola automática que guardaba en la parte posterior del pantalón -¿Quieres una?- La chica no decía nada, Alan también esperaba que se postulara.