Partida Rol por web

Bueno, he aquí lo que olía tan mal, en sentido literal y metafórico: engendros no muertos aparecen como de la nada a la llamada del que parece que los dirige. El bárbaro toma la decisión de atajar el problema de raíz -supongo que en Tepest tendrán algo equivalente a "mira lo que te digo, muerto el perro, muerta la rabia"- mientras el gigante se lanza a por sus lacayos.

Miro a Elisabeth mientras valoro qué decisión tomar. Quizás encargarnos del brujo cuanto antes sea lo más acertado...

    El hedor le resultaba tan repugnante o más que a sus compañeros, pero su expresión era distinta a la de sus compañeros. Se mezclaban la curiosidad, la lástima e incluso cierta fascinación por ese "otro lado" de la existencia al cual se veía ligada de alguna misteriosa manera.

No quiero que me claves otra vez el cuchillo para tus brujerías.

-Te lo hiciste tu solo...Manoslargas- Se defendió, fingiéndose muy decente. Pero Walterly ya estaba corriendo hacia el brujo.

Al igual que Reluë, la joven se tomó un instante para valorar la acción adecuada. Miró a los ojos al mago y dijo: -Apoya el grandullón-

   Después, con un brillo insano se volvió hacia el pintado murmurando:-...Vas a aprender lo que es un ataque por la espalda-

La joven inició una carrera con un grácil salto, Las placas de metal que cubrían sus pies comenzaron a retumbar sobre el suelo como las herraduras de una yegua. Al entrar en el estrecho callejón el estruendo fue ensordecedor. Walt vio por el rabillo del ojo como "la loca" alzaba la enorme lanza sobre su cabeza enfilando directamente su espalda. El filo grabado con multitud de pentáculos, pasó de largo, destellando energía divina, peinando la melena del tepestaní e hincándose en el brujo que quedó envuelto en una bola de luz abrasadora.

 †Ego Ƚə abʂolⱴo in Bɵcco ŋɵminə† Rezó con el gesto contraído por la angustia.

- De acuerdo.-  contesto a Ely. Dejo en manos de la parejita que se encarguen del que parece que es el enemigo más peligroso y me dispongo a ponerle las cosas más fáciles al gigantón.

Valoro la distancia y avanzo apenas unos pasos, los suficientes para tenerlos a tiro. Saco de uno de los bolsillos del petate un pequeño trozo de corteza aceitosa y lo manoseo con mis dedos mientras me concentro en murmurar las palabras adecuadas, sin dejar de mirar a los zombis que se amparan tras la carretilla. En la brevedad en que se termina el conjuro, el suelo bajo sus pies se volverá, digamos, algo inestable, y pronto podremos asistir a un curioso bailoteo de no-muertos tratando de mantener el equilibrio.

Para cuando se recuperen, espero que Broc haya hecho ya migas a los ratones y pueda hacer lo propio con ellos.

Todos gritaban mucho, decidían cuáles serían sus presas y, en un descuido, hasta se peinaban. Pero no se habían dado cuenta de que esos no muertos también se habían empezado a mover.

En particular, el brujo no muerto había levantado tres dedos de su mano derecha, mientras los agarraba con su mano izquierda. Pronunció unas palabras extrañas para Walt, pero sintió como si unas cadenas invisibles quisieran atarle al suelo... Demasiado cabezón y monstrenco era el joven de Tepest para dejarse engañar por un conjuro de pacotilla.

Mientras que el gigante de piedra avanzaba pesadamente y balanceaba su arma, Relüe optó por lanzar un pequeño hechizo para desestabilizar a los zombies, que parece que sólo lo ven como una masa pegajosa... Bueno, si pensaran algo.

Pero los no muertos nunca vienen en grupos pequeños. Una puerta se abrió y la cara sucia de otro zombie se asomó. Con un gruñido, empezó a avanzar hacia Broc, ya que era la primera víctima, y se le veía muy grande.

La loca, por su parte, decidió avanzar a una gran velocidad, a pesar de la armadura que llevaba. Mientras que Walterly parecía una tortuga a su lado, la mujer saltaba feroz, con la lanza preparada para atravesar a cualquiera. Y, por poco, no lo hace con el de Tepest. La lanza pasó cerca de su cabeza, y el hombre ya tenía una segunda marca de la joven: Primero la cicatriz en la mano, ahora un trozo de pelo menos... Pero la lanza se clavó en el pecho, y prácticamente le clavó en la pared. Si de su cuerpo pudiera brotar sangre, ya hubiera dejado un buen charco. Por el contrario, sólo parte de sus intestinos asomaban la cabeza.

Otro de los zombies (estaba claro que les costaba mucho pensar y reaccionar) empezó a caminar hacia Broc. Su lentitud era deprimente, pero el gigante no parecía tener mucha prisa. De hecho, se pudo preparar con tiempo el golpe que iba a recibir. El zombie no cerró los ojos al recibir el golpe en la cabeza. Se quedó abollada, seguía en pie, pero sus intentos de arañar a Broc se quedaron en unas simples caricias.

También había tiempo para el humor. Cuando intentaron moverse los zombies engrasados, uno de ellos se cayó de bruces, y en el suelo se quedó. El otro pudo caminar, aunque lentamente debido a la grasa.

Y otra puerta se abre. Como si no hubiera suficientes zombies, otro aparece, saludando al público con un gruñido. Se apuntaba a la fiesta de la carne, que es en lo que se podía convertir eso si los héroes no lo impedían.

Las ratas se unían al combate. Igual de inteligentes que los zombies, se lanzaron a por Broc. Si su piel simulaba a la piedra, ¿tendría carne que poder devorar? Daba igual, respiraba y se movía, era suficiente. Pero sus colmillos pronto descubrieron que no sólo era apariencia, la piel de Broc era dura como... sí, como la piedra.

A todo esto, Walterly, con menos pelo, avanzaba peligrosamente hacia el brujo, que estaba clavado en la pared por la lanza de la loca. El hombre de Tepest no tuvo tiempo de demostrar sus habilidades, se lo habían dejado muy sencillo. Cargó contra él con toda la violencia que pudo, lo desmembró y lo destrozó. Cuando se separó de él, no quedaba más que las llamas inteligentes en sus ojos... que se apagaron cuando aplastó la cabeza de un pisotón.

La otra rata se animó y decidió seguir los pasos de su compañera. ¿Qué podía ser mejor que comer lo que su hermana no había podido? Pues romperse los dientes como ella. El cerebro de estos bichos tampoco estaba muy evolucionado.

Y, cerrando la fiesta, al menos de momento, otro zombie apareció por una de las puertas abiertas inicialmente. Tranquilamente, y sin rugir, cosa rara, decidió acercarse hasta Broc. Ya que estaban todos allí, habría que ver si podía hincar el diente podrido.

Broc comenzó a balancear su arma, pero los muertos comenzaba a rebasar su posición. Dio un paso atrás mientras trataba de contener al grupo. Alzando su maza la dejó caer sobre otro de los pútridos muertos que se les acercaban despacio pero sin detenerse.

Id retrocediendo poco a poco. Cuidado con los del callejón.

El gigante poseía una piel dura y difícil de atravesar y esperaba poder aguantar sin problemas los ataques de las criaturas.

¡Para ya! ¡Deja de moverte!

En el estrecho callejón, Walterly tenía problemas de espacio con Elyzabeth. Para rebasarla por primera vez, contó con la ayuda del impulso de la carrera inicial, pero "una vez muerto el derro se acabó la rabia", que dirían en Tepest. Codo con codo, atorados, ambos jóvenes ocupaban el ancho de la vía.

Mira lo que te digo, Elyzabeth... ¿Llevas una armadura dos tallas superior, o tus michelines la rellenan por dentro?

La maniobra de distracción no funcionó, y Elyzabeth se le volvió a adelantar. Era como si un cruel juego de azar decidiera que la loca del cuchillo (y, en menor medida, pirada de la lanza) fuese a ganarle en velocidad durante toda la escaramuza. Y eso, para un tepestaní, era frustrante. En su tierra son poco dados a hacer carreras... ellos son más de agarrar el camino y mover la tierra que tienen por delante bajo sus pies.

Con afán competitivo, salió en persecución de Elyzabeth y torció al salir de la callejuela. En cuanto vió a todos los muertos vivientes, se explicó cómo su nariz captaba un olor tan fuerte. Aquello le tenía más sentido que los dos zombis tras la carreta volcada y el tercero que había visto un poco más a la derecha. Ya había un número de zombis más cercano a los que detectaba su nariz. En una situación tan complicada, dió prioridad a proteger la puerta rota del edificio adyacente.

Carcamal...-le dijo al cada minuto más viejo y silencioso Ramhart-Métete dentro de la casa y ponte a salvo, trataré de mantenerlos a raya todo lo que pueda.

No era una mala opción: entrar en la casa y hacer que el marco de la puerta les hiciese atacar uno a uno. De todas formas, puede que no viviesen lo suficiente para llevar a cabo el plan de Walterly. A la desesperada, lanzó un tajo al frente tratando de golpear a alguno de sus enemigos, o por lo menos que sirviera para guardar la distancia.

Desde mi posición privilegiada he podido observar tanto lo ocurrido en las profundidades del callejón, como lo que ocurre aquí mismo, a campo más abierto. Respecto a lo primero, poca historia. La embestida de la morena de la lanza fue casi suficiente para hacer pedazos al brujo y casi para dejar sin cabeza a Walt.

Aquí las cosas están, sin embargo, un poco más entretenidas. El conjuro resbaladizo ha servido para poco más que provocar una sonrisa al ver cómo uno de los zombies se tambaleaba al intentar caminar, e iniciaba un baile macabro que casi da con él de bruces en el suelo. Mas allá de eso, el caso es que en un visto y no visto el gigante se encuentra rodeado de toda una horda de muertos vivientes que aparecen de todos los rincones.

- ¡Hey, vosotros, los del callejón!  -les aviso- Si habéis acabado con eso, aquí están llegando cada vez más invitados a la fiesta.

Doy un paso atrás para dejarles cortesmente el paso -y sentirme a salvo de otra posible carga de la lancera- y me concentro en un nuevo hechizo, esta vez algo más agresivo.

Genero un disco de fuego, lo impulso a cierta altura para que no queme a mis compañeros y lo hago descender sobre uno de los últimos zombies del montón que hostiga a Broc, mientras mantengo alta la concentración para que no se me descontrole.

Mira lo que te digo, Elyzabeth... ¿Llevas una armadura dos tallas superior, o tus michelines la rellenan por dentro?

     -Hahaha- La clériga no pudo sino reír. Apenas lograba tragar bocado las últimas semanas y su cuerpo se consumía poco a poco. -Ya sabes lo que hay bajo mi peto. Te faltó tiempo para meter tus manazas en cuanto pudiste.- Bufó para provocar a Walt. La joven se apartó para dejar pasar Wallace como si el tepestaní tuviese la lepra, pero los anchos hombros del bárbaro no dejaban espacio para ambos y lo despachó con un empellón. -Psst. Desfila...Que te tengo calado, bacalado- Le ordenó con una expresión que recordaba de su madre.

Al regresar a la calle vio los nuevos zombis. Walt y Broc los combatían con ferocidad, pero estaban ampliamente superados en número.

- ¡Hey, vosotros, los del callejón!. Si habéis acabado con eso, aquí están llegando cada vez más invitados a la fiesta.

El semielfo conjuró un disco de fuego, equilibrando el combate.

-Pues les estáis dando la bienvenida- Respondió Elyzabeth con sorna.

Pero cuando el fuego mágico de Reluë comenzó a consumir la carne de los muertos vivientes, su expresión se tornó en horror como si por un instante pudiera sufrir el dolor que los zombis eran incapaces de sentir.

-...Basta- Musitó. Su mano alzó el símbolo de Boccob canalizando el poder divino. Sus cabellos comenzaron a flamear, batidos por un viento invisible. La guía y el consuelo del archimago imbuyeron su cuerpo como un bálsamo, alejando todo mal dentro y fuera de su cuerpo. Cuando la sacudida alcanzó a los zombis, sus cuerpos se vieron envueltos por una luz que los consumió.

  Elizabeth abrió los ojos muy despacio, observó las cenizas allí donde antes estaban los zombis y susurró a sus compañeros con una voz que no parecía suya: -No volváis a llamarme loca-.

El gigante se veía acorralado, tanto que ni con su superior fuerza se vio capaz de enfrentarse a ellos solo. Así que, dando un paso hacia atrás y moviendo su maza de un lado a otro, estampó a una de las superratas contra la pared, dejándola con los pocos sesos que tenía fuera.

Reluë, que aunque no lo reconociera, se movía un poco con cobardía, avisó a todos sus nuevos compañeros mientras apuntaba con un dedo a lo alto. De lo que empezó con unas pequeñas chispas, se generó un disco de fuego del tamaño de su cabeza que se movió con agilidad para intentar estamparse contra uno de los zombies que acosaba a Broc. Ah, pero los zombies no sólo estaban muertos, si no que parecían espabilados. Y este zombie consiguió desplazarse para esquivar el disco lo suficiente para que sólo sintiera calor. Lo que no se sabe muy bien es lo que hizo el zombie a continuación. Parecía que quería golpear a Broc, pero los movimientos de sus manos eran tan delicados como los de una niña pequeña, así que a lo mejor pretendía apagar el fuego.

Ahora la loca hacía su aparición. Tras ver el gran número de muertos vivientes, el símbolo de Boccob empezó a brillar en su mano. Sus ojos cerrados y su melena al viento le daban un toque novelesco, desprendiendo gran poder sobre los muertos vivientes. La rata chilló y, sin más, estalló en mil pedazos. El zombie, acosado por el fuego, sintió el poder del dios de Elyzabeth y su cuerpo empezó a quemarse. Las ampollas en sus brazos le hicieron soltar un aullido aterrador y salió de allí con la velocidad que sus pesados miembros le permitían.

El poder de la loca no había afectado a tantos como ella esperaba. De hecho, el resto de zombies no lo habían ni sentido. Así que siguieron con su intención de comerse a Broc. Y la palabra "intento" era la correcta, pues la dura piel del gigante impedía que le hicieran el más mínimo arañazo. Pero no todos llegaban a alzar sus arpas contra él, pues no dejaban de ser torpes. Y uno de ellos demostró lo mejor de él, y girando para golpear a Broc, sus pies le traicionaron y el giro se le fue de las manos. Tanto giró que golpeó a uno de sus compañeros en la cabeza, y éste le devolvió el golpe. Dos menos de los que se había librado Broc.

Walterly decidió salir del oscuro callejón en el que el brujo ya había muerto para ver lo que ocurría en la calle. Con pasos rápidos y eficaces, se colocó en una buena posición para flanquear con Broc y golpeó con espada al zombie que tenía más a mano. El tajo que le dio en la espalda le provocó también pequeñas quemaduras.

Ya sólo quedaba un zombie que no había hecho nada. Se movió, acarició a Broc y gruñó. Para eso, se podía haber estado quietecito.

Zack sonrió al ver algo de acción en todo aquel viaje. Había permanecido muy callado pues nada de lo que hablaban le había interesado lo más mínimo. Había estado jugueteando, como era de costumbre en él, con la baraja de cartas que llevaba todo el rato consigo. 

Pero cuando llegaron al cruce pudo observar que por fin había llegado el comité de bienvenida. Al menos en aquel pueblo alguien estaba de fiesta y parecían estar dándose un gran homenaje y un buen festín gracias a un caballo tirado en el centro del lugar. Estaba emocionado por poder probar sus nuevos naipes así que, ahora que habían despejado el callejón, se caló el sombrero para ocultar sus ojos de los zombis y se colocó tras la esquina. No es que temiera que le descubriesen, ni tampoco temía que lo atacasen, simplemente se había dado cuenta que tal y como estaban situados tres de aquellos descerebrados sería la posición perfecta para lanzar la carta de Rayo. 

Barajó rápidamente las cartas y alzó una de ellas que representaba una nube con un enorme rayo brillante. Después apuntó con ella a tres de los zombis e inmediatamente la lanzó contra ellos. El naipe comenzó a desprender chispas que fueron dañando a cada uno de los zombis que se fue encontrando en la dirección lanzada.

Poco a poco aquellas criaturas le iban rodeando. Para Broc, duro como una piedra, su mayor peligro era el naudeabundo olor que comenzaba a rodearle. 

Al menos había conseguido entretenerlos lo suficiente para que el Pintado y la chica de la sangre pudieran ayudarle.

Con una tranquilidad pasmosa volvió a levantar su arma y la dejó caer sobre la cabeza de uno de aquellos zombis.

Concentrado como estoy, casi no me doy cuenta de que el asqueroso zombi ha conseguido eludir la primera embestida de mi disco de fuego. Pero lo ha hecho, y sólo me faltaba eso, que un desgraciado muerto viviente se ría en mi propia cara de mis hechizos.

Espero que los demás no se hayan percatado, envueltos como están en la tangana. Desde la prudencia que da mi posición algo alejada del meollo -que nadie debería confundir con cobardía- muevo el dedo levantado hacia adelante, haciendo que el disco ígneo avance al encuentro de carne pútrida que quemar.
 

Elizabeth fue la mas sorprendida de que las ratas se consumieran hasta los huesos. No le producía placer alguno destruir aquellas criaturas, pero Boccob sin lugar a dudas, bendecía su expulsión y ella se había comprometido a salvaguardar al grupo.

-Walt, ese viejo borracho no llegará hasta la puerta.- Se lamentó por la oportunidad perdida. -Reagruparos paso a paso. ¡No permitáis que os rodeen!- Alzó la voz mirando al gigante.

Como si la hubieran entendido, los zombis se lanzaron en tromba sobre sus compañeros. El primero se acercó al alcance de su gran lanza y la clériga sujetó el asta con fuerza dejando que el zombi se empalara el solo. El filo atravesó su hombro, arrancándole la clavícula y el omoplato, pero el ser continuó sin inmutarse. Elizabeth cedió un paso para mantener la ventaja que le daba su arma. Sus pies se toparon con el mago, que continuaba haciendo danzar el disco flamígero.

-Tú estás bien ahí- Aseguró a Reluë. Mientras con el brazo extendido le indicaba que no se acercase a los muertos vivientes. El mago, ensimismado, movió sus manos y el disco abrasó a otro monstruo.

Elízabeth apartó la mirada con el gesto contraído y alzó de nuevo su símbolo sagrado para conceder a aquellas criaturas la liberación de su desgraciada existencia.

La luz volvió a emanar de su mano, sacudiendo los zombis más cercanos.

†Reddaŋtur ət Ƿax† Susurró con voz entrecortada mientras la energía divina atravesaba  su cuerpo.

Walterly miró alternativamente a Elyzabeth y al zombi que se alejaba, sin poder hacer nada por evitarlo. Puede que la primera vez no se enterase de mucho, metido como estaba en el callejón, pero esta vez la joven utilizó su poder delante de las narices del tepestaní, y al ver a los zombis reaccionar empezó a atar cabos sueltos...

¡No! ¡NO! ¡BASTA, MALDITA LOCA! ¡¿QUÉ CREES QUE ESTÁS HACIENDO?!

Descargó un potente tajo, en golpe descendente contra el zombi que le dificultaba el paso, y la dureza de la carne y los huesos no le permitieron adivinar si su ataque había hecho mella o no: los muertos no muestran signos de dolor. Aún así, estaba en muy mala posición, con un espacio ínfimo para pasar entre la casa y su enemigo antropófago, de modo que no podía arriesgarse a salir a por el zombi huído, o los que emprendiesen la retirada a partir de ahora.

Mira lo que te digo, querida Elyzabeth... ¿Qué crees que pasará si los zombis que auyentes se cruzan con un niño...? ¡Maldita loca! ¡Intenta actuar con más responsabilidad! ¡Estamos en un pueblo! ¡Aquí vive gente!

En Tepest tenían un dicho: "a enemigo que huye, puente de plata, estaca de plata, bala de plata y todo de plata, sobretodo a vampiros y licántropos". No era un dicho demasiado corto, ni fácil de recordar y recitar, pero reflejaba a la perfección la mentalidad de los tepestaníes. Y es que si tienes oportunidad de acabar con una amenaza, empujálo desde un puente, clávalo al suelo o ábrele la cabeza de un disparo de honda, pero nunca, nunca, dejes que esa amenaza se vaya y tenga la posibilidad de hacer daño a otras personas. Quizás llevar ese dicho demasiado a rajatabla haya creado algunos problemas inquisitoriales en la vieja Tepest, con medidas desproporcionadas y víctimas inocentes, ¿pero y la de vidas que eso ha ayudado a salvar? ¿Las (otras) muertes que ha prevenido?

Ya tendría tiempo de preocuparse de todas esas rarezas... de los elfos guiando con la mente bolas de fuego a escala 1/20 y a los tahúres que invocan el poder del rayo. Porque el destino le había unido a unos compañeros extraños... poderosos... Y por mucho que eso le sorprendiera, o incluso le sobrecogiera, en especial con ese trueno pasándole peligrosamente cerca, Walterly agradecía la ayuda que le estaban prestando. Quizás aún estaban a tiempo de salir tras el zombi huído, darle alcance y una redundante muerte.

El zombie se había acercado amablemente a saludar a Elyzabeth, Broc y Walterly, no entendió muy bien por qué la loca de la sangre le decidía clavar su lanza en el estómago. No sentía, eso ya lo sabían todos, pero se oyó un crack en su corazón cuando entendió que no podrían ser amigos. Pues se los comería, no había problema.

Aprovechando la posición de Walterly en el combate, y pensando que la ventaja númerica de los muertos no era comparada con su gran musculatura, soltó un bonito mamporro al no muerto que se interponía entre el pintado y él. Poco más y no le da, pero la distracción de Walt fue suficiente para que le abollara otra vez la cabeza.

La bola de fuego del mago seguía su camino. El primer zombie al que había quemado había huído como un loco, así que buscó a otro. Pero los zombies, aunque no fueran listos, eran bastente espabilados, y se apartó lo justo para que el fuego no se lo comiera.

El zombie espantado por Elyzabeth decidió que ese no era un buen lugar para él. Tenía familia y un futuro, una carrera brillante en el mundo de comer carne a los vivos. Y la presencia de ese dios todavía en el ambiente no le resultaba muy agradable. Así que cogió sus pertenencias, gruñó a modo de despedida, y salió de allí a toda leche.

Zack "El Oscuro", aunque quizá se debería cambiar el apodo por "El Tardón", "El Vago", "El Flojo", decidió por fin acudir en ayuda de sus compañeros. Caminando como si tuviera todo el tiempo del mundo, se colocó en la entrada del callejón. Observó el cadaver del mago no muerto deshecho mientras barajeaba sus cartas. Escogió la que le pareció adecuada para la situación. Pero, en vez de hacer que alguien la adivinara (por los dioses de Elyzabeth, gracias), la lanzó. Ese movimiento estúpido, que parecía carecer de sentido alguno, fue bastante contundente. La carta, mientras giraba, empezó a emitir una poderosa descarga eléctrica contra los zombies. A todos los presentes que tenían pelo se le encrespó, como si la humedad y la niebla de la zona no hubieran ayudado lo suficiente. Pero lo más interesante es que calcinó al primer zombie que tocó, dejando para los otros dos unas interesantes quemaduras en su cuerpo.

Elyzabeth, cuando el zombie calcinado le devolvió la lanza, dio un paso hacia atrás y alzó de nuevo símbolo. Aclamó a su Dios su ayuda, y se la devolvió. Aunque algo más débil que antes, pues era bastante probable que entre tanta maldad le costara más llegar la conexión divina, la luz llenó el lugar, haciendo que dos de los zombies, los más cercanos a ella, emprendieran la huída. Seguirían los pasos de su otro compañero, pero ellos saltarían a la fama como chefs de carne humana. Pero antes, uno de ellos se llevó un recuerdo. Si en el fondo estos aventureros eran majos. Walterly, que consideraba que todo el mundo debía llevar tatuajes como él, le dejó uno muy bonito impreso en su no-muerta piel. Quizá apretó demasiado, por eso de que las tripas se le escapaban al zombie y tal, pero no se olvidaría de él nunca.

Pero el de Tepest no se había saciado del todo. Eso de que los muertos caminaran no le gustaba nada, así que decidió seguir al futuro chef y terminar con él sin ningún tipo de problema. Así libró al mundo de la cocina de otro cocinerillo de pacotilla que quería hacerse famoso.

Y, viendo que los otros le dejaban hueco, el zombie que aún no había podido tocar a nadie se lanzó a por el gigante. ¿Sorpresa? Ninguna. Se rompió un dedo cuando se estampó contra Broc

Walterly hundió el espadón en el zombi que huía de la loca de Elyzabeth, mostrando más sensatez que los vivos. La carne putrefacta se rasgó como una cortina, y del interior empezaron a brotar, al ritmo de los andares del no-muerto, las vísceras. Primero fue el riñón derecho, que durante unos instantes trató de hacer de tapón. En cuanto el riñón se dobló sobre sí mismo para escurrirse por la abertura, el intestino delgado le siguió, dejando un largo reguero fácil de seguir.

En Tepest tienen un dicho: "si no dejas la casquería a remojo, disimula el sabor con mojo". Hace referencia a que las carnes dejadas al aire fresco se ponen malas en pocas horas, pero que aún se deben aprovechar. Si no hubiera existido ese dicho en el refranero tepestaní, de verdad que Walterly habría ayudado al gigantón. No le guardaba rencor a Broc por haberle tirado un plato de sopa en la cabeza, eso era agua pasada. O por lo menos, era un rencor que había pasado a segundo plano con la llegada del frenesí de la batalla. Era cierto, y Walt sería el primero en reconocerlo, que el dicho no estaba pensado para aprovechar la herida de un zombi para rematarlo, que esa interpretación estaba descontextualizada. Pero los refranes del Tepest están para cumplirse.

Mira lo que te digo, Broc: vuelvo en un momentín. Es cosa de nada, un ir y venir, dos segundos. Además, aquí lo tienes todo controlado, pienso yo. ¿No? Ya solo el ancho de tus brazos hace que la boca de esos zombis no puedan abrirse para abarcarlo.

Espada en mano, Walterly caminó tras el zombi que huía, con cuidado de no pisar y resbalar con el suelo guarro de vísceras. Tan solo tenía que meter la punta por el lumbar abierto y empujar hacia arriba. El filo haría el resto del trabajo, abriéndose paso entre los pulmones y por la garganta hasta dañar al cerebro podrido.

Tratando de no perder la concentración para que el disco no se descontrole y ande quemando indiscriminadamente a diestro y siniestro, lo dirijo hacia uno de los zombis. El caos producido por la huida de algunos de ellos y la indecisión de otros me impiden saber si mi próximo objetivo es uno de los que ya han saboreado el calorcillo de mi hechizo de fuego.

Pero, al fin y al cabo, poco importa. El aroma a carne muerta chamuscada ya está comenzando a apestar el ambiente y resulta bastante indiferente cuál de ellos sea el que contribuya ahora aumentar la intensidad del olor.