Partida Rol por web

Hilos invisibles

Capítulo 2: Tarde o temprano, todos tenemos que pagar (Milka)

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11/02/2017, 04:03
Narrador

Capítulo 2: Tarde o temprano, todos tenemos que pagar

Es cierto que crecimos en mundos separados, pero en el único donde quiero vivir... es en donde podamos estar juntos.

Hamburg, 1 de Julio de 2015.

 

Tu respiración aún está alterada. En tu mente continúan los últimos espasmos de ese orgasmo compartido y sientes tu sangre cálida corriendo por tus venas y la humedad en tu ropa interior. El olor de tus compañeros aún está en tus fosas nasales... Pero no es el único. Hay otro que se cuela con fuerza hasta tu cerebro, uno que apesta a antiséptico, a prisión y a problemas: estás de vuelta en el hospital.

Te encuentras en la cama que poco antes compartías con Aharon. Cerca de ti, en el suelo, se encuentra el portátil. Está de lado, con todo el aspecto de haberse caído. La pantalla está apagada y es imposible saber si ha sufrido algún tipo de daño. La butaca que Aharon ocupaba cuando despertaste también está descolocada, como si alguien la hubiera apartado con ímpetu. Aún te sientes liviana, pero aquella visión te va devolviendo poco a poco a la tierra.

Tu marido está en la puerta, aunque de él no ves más que la mano aún en el pomo. Identificas como tensión los tendones bien marcados y los dedos crispados, y pronto su voz se une para confirmar que a sus ojos algo no está bien.

 

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12/02/2017, 02:02
Aharon Cohen

—¡Ayuda! —le escuchas. Parece asustado, más de lo que ha puesto en voz alta mientras creía que escuchabas—. ¡Ayuda! —repite, como si así esta fuese a llegar antes—. ¡Le está pasando algo!

Aún así es imposible pensar que algo de lo que ha pasado esté mal. Con esos siete desconocidos es todo tan natural que nada parece malo, sólo hermoso y perfecto.

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12/02/2017, 10:29
Milka Bendij

Tengo un latido para cada uno de ellos, algunos calmados y otros más acelerados. Pero todos son una despedida y al mismo tiempo suponen un tatuaje para mi alma.

Les siento partir como Adam, y como él sé que siempre estarán conmigo, incluso sé que lo están, les siento en mí. Puede que todos nosotros seamos fragmentos de una misma alma ya perecida, como Ariel, Vivian y Dorian.

Me fijo poco a poco con el desorden de mi alrededor y aunque no tengo la imagen de esa habitación, mi cerebro me devuelve los escalofríos burbujeantes de la comunión que acabo de vivir, de una diminuta parte de ella.

No siento lo que he vivido pero sí lo que está viviendo Aharon, es imposible que pueda entenderlo, es imposible que pueda explicárselo.

Al ver su portátil recuerdo su teléfono y acepto de inmediato el futuro en el que me prohíba acercarme a sus cosas. Oigo sus gritos y ni ellos pueden acelerar mi cuerpo para evitar que siga llamando al diablo.

Mis piernas no van a responder si las necesito, no al menos hasta que haya terminado de respirar todo el calor de mi sangre.

Azucarillo —le llamo con la suavidad de una nube—, estoy bien —prometo—, realmente bien.

Siento mucho haberte asustado —le hago una señal con la mano para que se acerqué, para que se aleje de la puerta—, era un recuerdo —miento mi diestra sube hasta el final de mis cabellos para tomar un pequeño mechón que maltratar al tiempo que me disculpo con Dios por la mentira—.

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15/02/2017, 00:45
Aharon Cohen

Tu llamada tarda varios segundos en llevar los ojos de Aharon hacia ti. Mientras tanto la tensión y el miedo parecen dueños de sus pupilas, manteniéndolas al frente. Si te ha oído, no da muestras de ello, al menos no con la primera palabra.

Sin embargo las siguientes dos sí captan su atención. Quizá no haya sido su oído o, más bien, no tu voz, la que le haya llamado, sino algo más del interior. Porque en cuanto vuestras miradas se cruzan le ves tan asustado como un momento atrás, pero también confuso. Probablemente en medio del miedo se hubiera olvidado de que podía oírte, como si ya hubiera decidido que no hablarías hasta que ahora le demuestras lo contrario.

La expresión de tu marido se relaja poco a poco, pero el miedo no la abandona del todo. Está un poco más pálido cuando recibe tu disculpa, y su color no mejora cuando hace caso de tu mano y se acerca a ti. Tras él puedes oír una frase pronunciada desde la garganta de un hombre, pero no entenderla, y también puedes ver cómo una mano se extiende hasta el pomo de la puerta para cerrarla de nuevo.

No dirías que Aharon cree tu explicación, pero tampoco que deje de creerla. Ni siquiera parece que se lo plantee. No parece probable que Dios sea cómplice de tu mentira, pero tampoco que vaya a susurrarle lo que acabas de hacer. Tu marido se dirige a tu cama como si no hubiera en el mundo otro sitio al que ir, aunque se detiene lo suficiente como para recoger el ordenador del suelo y dejarlo en la butaca en lugar de pisarlo. Sus ojos te observan con intensidad y con el pavor aún latiendo en ellos. Parece que nunca, ni siquiera cuando despertaste tras haber sido ingresada o después de las palabras de la doctora, había tenido tanto miedo de perderte.

Una vez a tu lado toma tu mano sin llegar a decir nada, como si las palabras se le hubieran agotado al lanzarlas todas al otro lado de la puerta y aún tuviera que reponerlas.

—He... He tirado el ordenador —dice al fin, como si su cabeza hubiera decidido que empezar por ese lugar es lo más sencillo—. Pero no es tu culpa, me he asustado y he salido corriendo.

En ese momento guarda un instante de silencio. Cambia el peso de pierna, como si las palabras que anidan en su cabeza hubieran cambiado de lado también. Y cuando te vuelve a mirar ves en él no sólo la congoja, sino también el alivio de que de verdad estés ahí, consciente. Aparentemente sana de nuevo. Real.

Lo ves tomar aire una última vez. Sus ojos no buscan sus manos, aunque algo en tu interior —un recuerdo, uno de verdad y no como el que has usado de excusa— te dice que deberían estar haciéndolo. Y cuando ese mismo aire vuelve a abandonar sus pulmones lo hace acompañado de dos palabras que, cargadas de peso, parecen liberar en parte sus hombros.

—Te amo.

Su afirmación es más que un susurro, como si esta vez contase con la fuerza de la certeza y no la pesadez de la culpa. Parece poco probable que por sus palabras te dejen escapar, reunirte con Dallas y con las cartas, pero él no debe haber tenido eso en cuenta.

No tarda en volver a hablar, y parece hacerlo más por liberarte de aquel momento y de una supuesta incomodidad que otra cosa. Aparta sus ojos de ti, claramente contrito, y busca con ellos la ventana.

—Podríamos llamar a los niños —propone—. Estarán esperando saber de ti.

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17/02/2017, 13:25
Milka Bendij

Ver a Aharon tan asustado es doloroso, saber que soy la causa devastador y entender que detrás de ese miedo se esconde un refuerzo a mi encierro me asusta y me agota.

Si mi alma no guardara la vibración de mi comunión, no sería capaz ni siquiera de sonreírle, pero por Ellos o por lo que me han enseñado, ahora, solo en este preciso instante, él es tan víctima como yo de su propia necedad al confiar. Entiendo que teme mi marcha y sé que no le he ayudado a comprender que estará bien sin mí, y que con el tiempo me reduciré y solo me recordará cuando las estrellas soplen mi perfume. Sé que no entiende que mi duelo no es un vaticinio del suyo ni siquiera del de nuestros hijos. Pero es que no pienso irme a ninguna parte fuera de la tierra.

Tan pronto toma mi mano, la otra detiene la tortura de mi cabello sin llegar a soltarlo. Todo mi cuerpo está expectante, mi piel sigue esperando recuperar unas caricias que no son las suyas, pero que aun así no dejan de escucharlas.

Libero un suspiro realmente largo cuando me excusa del daño al portátil que mis párpados acompañan por el suelo hasta el punto donde lo recuerdo caído.

¿Qué he hecho? —pregunto en su silencio, necesito saberlo, todos querremos saberlo. Pero tal vez el silencio que he intentado vencer es demasiado pesado para un cuerpo de escalofríos pues tras el aire de Aharon otras palabras lo rompen con más fuerza.

No puedes —Siento la traición de hace seis años tomar forma de tentáculos de sombras y envolver mi corazón para estrangularlo con su negro humo al tiempo que la nueva clava le tres jeringuillas de hielo—.

De pronto el camisón me asfixia, siento la tela de papel demasiado cerca de la garganta, demasiado prieta a ella y la mano de mis cabellos intenta separarla sin que nada cambie.

La habitación se me antoja diminuta, y las paredes parecen caer sobre mi. Estoy encerrada, estoy más encerrada que nunca y necesito, necesito realmente, salir de aquí.

Boqueo pero es él quien habla fingiendo que soy un poco libre de ignorar mi dolor y el suyo, pero ahora tengo dos grilletes, la vía y su mano.

Sé lo que ha dicho, sé lo que ha querido decir y no puedo dejarle usar a mis hijos para suavizar el golpe, pero necesito tanto sus voces... Necesito tanto a Dallas...

Llámales y por favor, cuéntame que ha pasado —pido sin alzar la mirada y con voz insípida—.

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17/02/2017, 23:57
Aharon Cohen

Puedes ver los labios de tu marido contraerse levemente, como si él mismo intentase guardarse ese gesto, cuando preguntas qué has hecho. En las arrugas de su boca entiendes que su miedo pretende ser también mudo y en la palidez de sus labios que si por él fuera estos se convertirían para siempre en guardianes de sus palabras. Sabes que para los demás es diferente, que para ellos hablar de las cosas equivale a revivirlas, y es complicado saber si Aharon quiere callar para no ver ni retener lo que acaba de pasar o si es por no dar al asunto más consistencia, por no volverlo aún más real de lo que ya es.

Esa expresión continúa en su rostro aún después, cuando sus ojos se tiñen de arrepentimiento al entender que ha convertido el mundo en un lugar más pequeño y apretado para ti. Y para cuando tras su oferta de llamar a los tres milagros que nacieron de tu vientre vuelves a insistir en saber qué ha sucedido tu marido vacía sus pulmones y, quizá, una parte de su alma: la dedicada a la autocompasión.

—Has... Has cerrado los ojos y te ha dado una especie de ataque —asegura, aunque no parece saber muy bien cómo describirlo—. Te movías como si te pasase algo, jadeabas tanto que creía que te ahogabas, sudabas... —enumera sin ser capaz todavía de recuperar tu mirada, por no encontrarse que por su culpa hasta tus pupilas son demasiado grandes para caber en aquel cuarto.

Aún así hablando de eso no es capaz de liberar tu mano, como si no fuera consciente de lo que ahora supone. Y aún va más allá, apretándola con suavidad y dejando una caricia que roza no sólo tu piel, sino también la desesperación. En ese momento notas su respiración contenida y su mirada fija en las sábanas, como si algunas palabras se le hubieran atragantado. Él aprovecha el momento para buscar el teléfono con la mano libre y marcar el número de Dallas, tendiéndote acto seguido el terminal.

Por un momento la cosa parece quedarse ahí, pero al final él vuelve a hablar, ajeno a los tonos que suenan antes de que tu amiga descuelgue la llamada. Y todo parece bien diferente cuando vuelve a hablar. Sus ojos están más húmedos y su expresión deja ver la punta del iceberg de su debilidad. Incluso su voz suena rota por tantos sitios que más que llegar a ti parece que tengas que barrerla del suelo.

Creía que te marchabas.

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21/02/2017, 00:10
Milka Bendij

Me movía, jadeaba, sudaba... Mi cuerpo, mi voz y mis sentidos reaccionaban frente Aharon mientras mi alma volaba lejos y albergaba cerca a mis hermanos. No ha habido dos como yo, ha pasado en mí completa y ello solo puede haber sido obra de Dios aun así deberé tener más cabeza la próxima vez.

La caricia de Aharon me resulta áspera, tan amarga como las palabras que he tragado, y no puedo más que reaccionar a ella como todo mi cuerpo se electrifica por hacer: huyendo. Intento deshacerme de su mano sin violencia ni brusquedad pero sin caer en la compasión de la discreción y con esa misma tomo el teléfono que de repente me hace percatarme de la falta de fuerza o voluntad de mi brazo para subir hasta mi oído.

Ver a mi marido vulnerable, triste y débil no despierta ningún sentimiento nuevo en mí, ni ninguno que cupiera esperar en una buena esposa. Los judíos hemos nacido en el sufrimiento y lo llevamos implantado en nuestra sangre, es un estado oficial de nuestro ser con el que convivimos y no podemos arrancar.

No obstante, el motivo de su dolor si logra hacerme partícipe de la aflicción y mis párpados todavía caen más hasta llegar a cerrarse con el mismo dolor que sentí al escuchar a mi hijo echarme de menos.

Huelo a café tan pronto vuelvo a abrir los ojos y aunque mi cerebro espera una bombilla desnuda colgada del techo, mi corazón envía mis pupilas a Aharon y mis brazos deciden hacerle a él cautivo y rodearle el cuello para bajarlo a mí.

No, eso será a las siete —le explico a su cogote y prácticamente a mis muñecas—. Pero quiero que me escuches bien —empiezo con voz clara pero me detengo al sentir como empieza a formarse un nudo en mi garganta—. Aun si faltara nunca me marcharé, estaré contigo, Aharon, aun con todo estaré —siento mis ojos humedecerse y mis pensamientos se vuelven frenéticos destapando todo el dolor que la muerte me ha brindado así como recordando hasta el primer minuto de la existencia de mis hijos. No puedo dejarlos atrás.—. Eres un buen hombre y un buen padre. Qui-quiero que esto sea lo que recuerdes —cierro los ojos para deshacerme de las lágrimas que emborronan mi visión y giro la cabeza para respirar fuera de Aharon. Intento que mi cuerpo no tiemble como mi voz. No quiero asustarle de nuevo.—. No guardes culpa ni rencor, ama y enamorate de verdad porqué mereces ser amado de otro modo del que yo te habré dado.

Respiro torpemente y aflojo mis brazos para dejarle escapar ahora que la habitación es asfixiante para ambos.

Dallas me espera al final de la zurda y mi llanto acaba de decidir complicar nuestra comunicación, aunque, por otro lado, ella siempre descifra el idioma de la desolación. Así pues si Aharon huía de mí aunque fuera una milésima parte de la distancia que yo necesitaba huir de él, me refugiaría en los tonos del teléfono.

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22/02/2017, 02:45
Aharon Cohen

La mirada de Aharon cae hacia las sábanas en el mismo momento en que le das tu respuesta. Su expresión se riega con toques de tristeza y de frustración ante tus palabras y es evidente que, a pesar de cómo sigues, ese momento de confesión para él ha terminado. Se deja acercar a ti. Y te oye y te escucha, porque no sabría hacerlo de otra manera. Sin embargo cuando al fin le dejas escapar y te vuelve a mirar puedes ver su respuesta con claridad en su mirada. No cree que necesite enamorarse de verdad.

Parece a punto de hablar. Y sabes que de hacerlo usaría un tono más sombrío y neutro que en ese último rato, desde que el miedo imprimió a su cuerpo una valentía y una cobardía que normalmente no muestra. Sin embargo antes de que diga nada una voz familiar suena en tu oído y él exhala lentamente, para acabar dándose la vuelta y dirigiéndose a la ventana. Puedes ver cómo lleva su mano al mentón en un gesto que, aún de espaldas, reconoces como pensativo. También cómo lleva sus ojos hacia la puerta, como si valorase marcharse. Aún así finalmente se queda, como si el cristal de la ventana o lo que hay detrás de él fuesen fuentes de enorme interés.

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22/02/2017, 02:45
Teléfono

En tu oído los tonos se suceden y puedes contar alguno más de lo que es habitual. Incluso alguno más de los que normalmente alguien escucharía antes de colgar, dando por hecho que la llamada no será respondida. Sin embargo el intercambio de palabras con Aharon ha alargado el momento lo suficiente como para dar tiempo a quien sea a coger el teléfono, y no tardas en oír al otro lado la conocida voz de Dallas.

—Ey, ey —saluda con una voz que es casi cantarina, pero que deja traslucir algo de preocupación y de sueño—. Buenos días, pequeña Milkibar.

Es difícil decir si es totalmente sencillo para tu amiga ponerse en tu lugar o es algo más, como que ha oído tu respiración, pero de inmediato su voz gana un tono más serio.

—Nena, va a estar todo bien —afirma con total convencimiento y seguridad—.  Ya te dije que si hace falta prendo yo misma fuego al hospital —asegura antes de hacer una pausa en la que intuyes que estará bebiendo algo de agua—. Cuéntame qué ha pasado.

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22/02/2017, 17:56
Milka Bendij

Me resulta imposible entender a Aharon, sus dudas son tan claras como su cabezonería y el modo que tiene de debatirse entre ser él o ser yo no solo me recuerda a Morgan inquieta como un león enjaulado sino que me hacen desear que ella me ayude a comprender algo. Debería probar a correr.

No sé cómo mantener la espalda recta pero mi madre siempre decía que el mejor remedio para toda aflicción es ponerse en pie, levantar cabeza y recibir a Dios en el corazón. Y al menos hay dos de esas cosas que no sé si podré hacer.

Todavía me tiemblan las piernas, pero deslizo el culo hasta que la propia cama y la gravedad me ayudan a poner los pies en el suelo y me sujeto con la diestra en el propio colchón.

La energía de Dallas me ayuda a levantar la vista e intento secarme los ojos con el puño que sostiene el teléfono. Sonrío espontáneamente con sus buenos días aunque mi corazón protesta por ello y se encoje y pega pisotones como un niño enfurruñado que para recordarme que lo está.

La nueva mención al incendio me trae una confusión que no es actual, una gracia que tampoco debería sentir ya y unas dudas acerca del protocolo del hospital que son ajenas pero aun me pregunto y me respondo en silencio. Sigo en silencio cuando Dallas me ofrece su hombro y aunque intento hablar en vez de voz me salen sollozos que temen despegar mis labios y liberar la desesperación que empieza a ser difícil de moldear en esperanza y fe.

Trae a los niños —le pido y ensayo en mi cabeza—. Tengo mucho que contarte.

T-traete a los niños —le pido entre letras temblorosas, respiraciones aspiradas y voz nasal mientras empiezo a acercarme a Aharon sin poner un solo ojo en él. Necesito que hable por mí. Es lo mínimo que puede hacer—.

Notas de juego

He llegado a la conclusión de que si Milka fuese un plato chino sería pollo agridulce.

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25/02/2017, 01:56
Teléfono

Tus sollozos no son una señal que Aharon tome para darse la vuelta. Parece decidido a respetar tu espacio de la mejor manera que sabe: oteando a través de la ventana en lugar de girarse para imponerte su mirada.

Al otro lado de la línea, mientras tanto, tu amiga escucha cada una de tus inspiraciones. Sería genial que pudiera escucharte cuando hablas sólo con la mente, pero no responde hasta que lo haces también con la garganta.

—Pero, nena... —empieza a decir, aunque no tarda en cortarse a sí misma. Es evidente que no cree que estés para «peros»—. Está bien, tú tranquila —le da tiempo a decir antes de que le acerques el teléfono a Aharon. Dallas habla ahora en un tono menos reflexivo y más decidido—. Yo me encargo de todo.

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25/02/2017, 05:56
Aharon Cohen

No llegas a escuchar si tu amiga añade algo más. En lugar de eso, al sentirte tan cerca, tu marido sí se gira y entiende de tu gesto que debe tomar el teléfono. Lo coge y lo lleva a la oreja mientras vuestras miradas se cruzan. La suya parece haber dejado atrás ese momento de incontinencia sentimental y haber recuperado un poco de cordura.

—¿Dallas? —pregunta al aparato. Tarda un instante en reaccionar y al hacerlo parpadea confundido por un instante—. Es verdad, lo había olvidado. Disculpa —dice antes de dejar un instante de silencio—. Sí, claro. Te lo agradeceríamos mucho. Aquí las cosas, bueno...

Llegado a ese punto Aharon te mira de nuevo y hace un gesto, indicándote que va a salir. Por un lado parece dispuesto a dejarte espacio, un poco de intimidad con todo lo sucedido. Por otro, sin embargo, no se te escapa que él también parece necesitar esas mismas cosas.

Notas de juego

Si le "dejas" salir, puedes dar por hecho que lo hace y que permaneces unos minutos sola.

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28/02/2017, 17:26
Milka Bendij

Las últimas palabras de Dallas estiran mis pulmones ayudándoles a encontrar su espacio. Dallas es terapéutica, siempre lo ha sido, y saber que ella se encargará es como sentir la mano de Wamai, la caricia de Morgan, la respiración contenida del pianista, el abrazo de Rena, el abrigo de la mirada de Wes, y cada una de las almas de aquellos que también están conmigo.

Si Dallas se encarga, puede que no muera hoy.

Pero la sombra de tranquilidad de mi pecho no convence al resto de mi cuerpo, mucho menos al azul de mis ojos de que permita al verde volver a mostrarse. Y éstos huyen de Aharon cuando él toma el teléfono.

Recuerdo, por supuesto que recuerdo, a Morgan decirme que pida ropa a Dallas, pero mi voz no alcanza para ello y ella se encargará de todo. Así que asiento a mi recuerdo asegurando que aquello está hecho. No respondo al gesto de Aharon, y de mi omisión sé que extraerá la respuesta que quiera, ya no la que sabe que le daría, aunque sean la misma.

Deshago el camino hecho con una pequeña variación, pues mi destino no es la cama sino el sillón. Subo mis piernas al asiento, dejo caer mis brazos a su alrededor y apoyó mi mejilla en la rodilla derecha. Estoy segura que Dallas ha aprendido la lección pero me preocupa que Aharon nunca lo haga.

Se que ahora va presentarle a Dallas un informe muy negativo sobre la situación como si el fuera mi niñera y ella mi madre y todo lo que puedo sentir hacia ello es recuerdo.

Desearía que estuvieras aquí —le digo a mi madre tan pronto mi marido sale de la habitación y no me resulta difícil verla sentada a los pies de la cama, verme a mi descansando con mis tres pequeños en brazos y entender que mis lágrimas ya no son por mí—.

A veces Dios nos pone pruebas que nos arrastran a un desierto de confusión y duda. Las escrituras saben de ello, mi gente sabe de ello, mi madre sabía de ello y, supongo que me toca saber de ello.

Me extraña que mi padre no haya aparecido todavía a regodearse de mi enfermedad inexistente. También me extraña que me extrañe casi tanto como que me moleste su ausencia pero él me ayuda a acordarme del ordenador pirateado de mi suegro y lanzo mis ojos a por el de Aharon al que, puestos a desear, quería que se acercara solo hacia mí.

Bajo mis piernas al suelo, ya firmes, y atrapo un mechón de mi pelo que condeno a visitar mis dientes mientras me acerco al portátil y compruebo si todavía funciona.

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28/02/2017, 20:42
Narrador

Puedes escuchar el sonido de la voz de Aharon al otro lado de la puerta y, aunque no distingues sus palabras, sí que percibes su tono. Te llega así su frustración y su tristeza, así como cierta culpabilidad. Pero, por encima de todas las emociones que visitan su voz y que reconoces en tus recuerdos sólo con escucharle, está la determinación. Aharon parece haber decidido convertirse en una roca que ancle lo que él considera tu salud y tu cordura, atrapándote con excusas para sí mismo por el camino. 

Tus dedos y tus dientes torturan ese mechón de tus cabellos cuando recoges el portátil y lo examinas. A simple vista vislumbras una grieta en la esquina superior izquierda de la pantalla pero, a pesar de ella, el ordenador se enciende cuando pulsas un botón y salvo una zona muerta alrededor de la raja, el resto de la pantalla parece funcionar con normalidad. 

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28/02/2017, 22:46
Milka Bendij

Me alivia, supongo, alguna remota parte de mi interior saber que el ordenador de Aharon está bien, o al menos, que se enciende. Pero en este momento no me paro a sentir verdaderamente alegría por ello, ni siquiera teniendo en cuenta que lo necesito.

Dejo el oído puesto en la puerta y de vez en cuando dedico una mirada a ella, y aquella actitud que acompaña el creer hacer algo que no debería ahora, acelera mi pulso de un modo muy distinto al de hace unos minutos, o al bombeo de las cartas, o al nervio de cuando Dallas toma mi brazo y declara que nos vamos en mitad de una partida. Incluso es distinto al latir de mi garganta en la celda de Budi, aunque la grima y el pavor que me ha causado el albino me repiten como si lo hubiera tragado con ajo.

Navego de vuelta al correo y busco el borrador que había empezado mi marido deseando estar a tiempo de comunicarme con Blumer directamente.

Mis dedos tiemblan y son algo torpes pero las lágrimas se han hecho a un lado para facilitarme, al menos, escribir.

De no haber correo guardado empezaría uno.

Apreciado señor Blumer,

Soy Milka Bendij, la esposa de Cohen. Le escribo como amiga para agradecerle su tiempo, su estudio y su informe pero también le escribo como paciente al tomar sus palabras y solicitarle que, por favor, supervise la técnica de mi operación. Tengo recelos respecto a mi médico y su reputación no hace mella en mi confianza. Siendo tan delicado el tema creo, aunque desconozco si estoy en lo cierto, que debería poder elegir a mi médico.

Por favor, atiéndame usted.

Saludos,

M.Bendij.

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01/03/2017, 00:20
Narrador

El borrador que Aharon había guardado sigue disponible en la bandeja y no te cuesta acceder a su contenido:

Estimado señor Blumer:

Le agradezco mucho todo el interés y el tiempo que ha dedicado a nuestro caso, en mi nombre y también en el de mi esposa. La verdad es que yo no entiendo de estos asuntos y Milka parece tan segura que me hace dudar a mí también. Pero ahora est

Tus dedos se mueven por el teclado, cambiando ese mensaje por tus propias palabras y demostrando que tal vez pueden mantenerte encerrada en una habitación, pero no te han quitado la voz. 

Es cuando pulsas el botón de «Enviar» cuando notas algo fuera. El tono de Aharon suena a despedida apresurada y si mirases hacia la puerta verías cómo el picaporte se mueve un poco. Pero antes de que llegue a girar del todo se detiene recuperando su posición de reposo. 

El murmullo de otra voz se une a la de tu marido, pero la otra habla demasiado bajo como para que llegues a distinguirla por su timbre. Sin embargo, Aharon suena aliviado cuando le responde. La sensación de que falta poco para que regrese a tu lado se extiende desde tu estómago y te convences de que apenas te deben quedar algunos segundos de soledad. 

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03/03/2017, 16:18
Milka Bendij

Me siento extrañamente culpable cuando termino de enviar el correo, culpable como cuando mi madre me trajo tarta de queso a la habitación en la que mi padre me había mandado recapacitar por no ser amable con esa señora del sombrero raro, culpable como cuando entregué un mal examen a sabiendas de que iba a herir mi expediente, culpable como la primera noche que hice de mi ventana una puerta para Adam.

Pero ninguno de esos sentimientos me detuvo de hacer caso al dictado de mi propia alma, y no me detienen tampoco ahora.

Dejo el ordenador tal como estaba, con el correo cerrado, lo estuviera o no. Y me acerco a la ventana a fingir inocencia y manos limpias.

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04/03/2017, 00:29
Aharon Cohen

Apenas llevas unos segundos en la ventana cuando la puerta vuelve a abrirse. Por ella entra tu marido, que parece más tranquilo. La imagen de Aharon que acostumbra a llenar tus recuerdos se superpone a la suya con más facilidad que unos instantes atrás, cuando hasta la habitación parecía ser más pequeña.

Al entrar Aharon no lo hace solo. Tras él pasa también la doctora Geller. Tu marido camina hasta colocarse a tu lado y no llega a tocarte, pero sí te mira directamente a los ojos.

—Milka —enuncia entonces, como si tuviera que captar tu atención de quién sabe dónde—. La doctora dice que lo que ha pasado es normal —asegura, haciendo un gesto que acaba por arrastrar sus ojos hacia donde ella se encuentra—. Bueno, normal en esta situación.

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04/03/2017, 00:40
Dra. Geller

La mujer va vestida con un uniforme médico similar al de la última vez que os visteis. Cuando entra en la habitación no llega a cerrar la puerta, pero sí la entorna un poco. Esta vez no llega a tenderte la mano, como si aquella formalidad no fuera ya necesaria. Se queda sólo a un par de pasos de la salida, y parece a punto de hablar cuando Aharon se dirige a ti. Entonces aguarda, pero es fácil distinguir en ella cierta prisa.

—Así es —asegura cuando Aharon termina de hablar. Te mira entonces a los ojos y puedes sentir sus pupilas mirándote fijamente —. En este tipo de dolencias es habitual ese tipo de episodio. Lo único que significa es que, nos guste o no, está empeorando.

En ese momento sus ojos viajan hacia Aharon, como si por primera vez lo considerase alguien a tener en cuenta. El ápice de una sonrisa que denota cierta suficiencia aparece en su rostro, pero no excede el rango de la profesionalidad.

—Como sea, no tienen que preocuparse. Lo importante es que lo hemos encontrado a tiempo y que esta tarde lo detendremos. —Una inflexión en su voz parece volverla un poco más empática, peor es como si no acabase de encajar en su tono—. Es una suerte que hayan venido rápidamente al hospital, de otro modo su mujer estaría verdaderamente en peligro.

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07/03/2017, 16:57
Milka Bendij

Todavía late en mi la culpa cuando la puerta se abre y, a pesar de ser Aharon quien entra, mi cerebro no deja de recordarme las veces que he sido yo quien ha abierto la puerta a un espacio que alberga un alma dañada.

Me alejo un paso más de la puerta y vuelvo a perder la mirada en las copas de los árboles que quedan bajo mis pies en cuanto los primeros milímetros de la figura de Geller ofenden mi sensibilidad.

Me molesta que Aharon se acerque, pero ahora mismo me molesta todo lo que está en esta celda del diablo, con la única salvedad de las fotos de mis hijos. Me desagrada mi nombre en su voz, y recuerdo que por cada vez que me ha hecho feliz oírle llamarme, tres veces me ha escocido. Él habla de la doctora pero yo solo escucho los porcentajes de mi odio, miedo, desprecio y tozudez. Ni siquiera aprecio el hecho de que no me toque, como tampoco reconozco una leve tregua al desescuchar a Budi con él y dejarle mentirme a los ojos. Espero que rece esta noche y que Dios le traiga perdón.

Aparto mis ojos y giro la cabeza hacia el exterior tan pronto Geller interrumpe. Intento ignorarla, no solo físicamente, sino arrancarla de mis oídos y de mis memorias. No quiero escuchar sus mentiras, no quiero ser su mentira, estoy harta de ser mi versión niña, estoy harta de llorar y estoy llena de impotencia. He hecho un mal trato, he ganado la apuesta y Aharon ni siquiera lo ve.

Estoy rodeada de embusteros. De ojos peligrosos, y si de verdad ayer Aharon dejó que el cansancio le cruzara por la cabeza su ausencia de paternidad con los trillizos, tal vez debería cruzarle de nuevo la farsa de nuestro matrimonio y romper esos papeles junto con los que le autorizan a decidir por mí.

Inspiro profundamente antes de la última joya de Geller, buscando recibir el manto de Dios y que su mano se lleve toda la mala sangre que no debería poseer un cuerpo judío. Pero al escuchar a Geller hablar de verdadero peligro, una parte de mi no puede evitar culpar a Dallas y volver a enfadarse con ella, y aquello repercute en un aumento de mi odio hacia la doctora así que guardo un poco de mi frustración fermentada en ira y se la sirvo sin ni siquiera dignarme a encararla.

No va a conseguir lo que se propone. Ni usted, ni sus colegas de la BPO —recojo las puntas de mis cabellos entre dos dedos sin descruzarme de brazos—. Vayase. Es más, vete.