Partida Rol por web

El cultista salió huyendo aun después de recibir un corte tan grave. Desapareció escaleras abajo.

-¡Mierda! -exclamó Liliana cuando su enemigo logró escapar a pesar de la herida. Furiosa, se volvió hacia el otro sectario, y lanzó un tajo con la espada. La rabia la cegó, sin embargo, y el enemigo logró apartarse del golpe sin tino de la novelista.

-¡Cuando ese Faxon oiga tus gritos se va a arrepentir de su vida de maldades, cerdo! ¡Cuando acabe contigo y baje a por él, lo encontraré de rodillas y suplicando misericordia!

Cuando entraron, Irabeth trató de mantener la cara mirando al suelo. No se le daba bien engañar a la gente. Y quizá podría ser reconocida. 

Pero por suerte Ioseph se encargó de hacer que todo fuera justo y honorable. ¡Hasta les había ofrecido rendirse! Ese chico prometía. 

Liliana se lanzó sobre el que se había quedado. Estos cultistas no actuaban como los que había encontrado con anterioridad, se cubrían unos a otros aceptando un riesgo mortal. Tenían disciplina, quizás por eso nos habían pillado por sorpresa así. A toda la ciudad

—Tuviste tu oportunidad— dijo Irabeth al miserable mientras sacaba su espada, daba un paso hasta él y la descargaba...

... consiguiendo que el maldito la esquivara por mucho. 

-En fin... Ahí va nuestro plan de infiltrarnos sigilosamente- Dijo mientras disparaba con su ballesta a uno de los cultistas.- Bueno, la verdad es que se merecen todo esto... y mas.

Ioseph hizo girar la guja sobre su cabeza y la hundió con fuerza en el cuello del cultista. Sintió algo dentro de su pecho, encogiéndose y anudándose, pero no era el momento de lamentarse. Eso vendría más tarde, en privado.

La cabeza del cultista estuvo a punto de separarse de los hombros cuando Ioseph extrajo la guja. Murió al instante, desangrado.

Al ver el cuerpo del sectario caer desplomado sin vida, Liliana soltó un suspiro. Aun así, bajó la cabeza.

-Perdonadme. Estaba en posición de detener al otro, pero he fallado a la hora de impedir que huyese... ahora estarán prevenidos de nuestro ataque -dijo, apesumbrada.

—Entonces no les permitamos que se organicen y conjuren sortilegios de apoyo... ¡Vamos!— dijo Irabeth encabezando la marcha. Si los cultistas habían pasado mucho tiempo sin ser detectados en el refugio, tendrían pociones y pergaminos para potenciarse. El tiempo era crucial si no querían enfrentarse a un montón de enemigos avisados y a la vez preparados mágicamente.

Irabeth tenía razón. No por nada era una paladina condecorada. Ioseph asintió y corrió hacia las escaleras, preparado para entrar de nuevo en acción.

Liliana asintió a las palabras de Irabeth. Sus enemigos no volverían a escaparse de ella.

-Por favor, poderosa Iomedae, protégeme de las malas artes de mis enemigos y dame fuerzas para derrotarlos -murmuró en voz baja mientras acariciaba el símbolo de la diosa de su coraza. Sólo con ese acto ya se sintió mejor y más capaz. Decidida, bajó las escaleras tras Ioseph.

Al bajar por las escaleras, demasiado angostas para prevenirse, el cultista que aguardaba escondido trató de clavarle la guja a Irabeth. La armadura de la paladina lo desvió. Detrás, un hombre vestido de cuero con evidentes símbolos demoníacos y rasgos de tiflin, pronunció unas palabras arcanas. El hechizo fue incapaz de doblegar a Irabeth, que continuó su avance.

-¡Kenabres no se ha doblegado! -gritó Ioseph mientras se lanzaba contra el tiflin, aun poniéndose en el camino del arma del enemigo. Resplandor brilló con una luz irisada mientras giraba en el aire, buscando el cuerpo del hombre vestido de cuero.

La guja de Ioseph perforó el vientre del tiflin, que gruñó sujetándose al asta del arma.

-¡Será pasto de las llamas!

-¡Pruébalas tu primero, demonio!

De los dedos del mago salió volando un torbellino de llamas directo al tiflin. En los ojos de Kevveon se podía notar un odio irracional contra el cultista.

Liliana vió a sus compañeros abalanzarse sobre el que parecía el cabecilla, así que ella prefirió concentrarse en eliminar primero al sectario rezagado.

-Me debes un baile, monada... -le dijo mientras alzaba la espada, con una sonrisa. Dio dos pasos laterales y lanzó un tajo diagonal hacia su torso, haciendo una herida no muy profunda.

Irabeth soportó el golpe del cultista emboscado con su armadura, agradeciendo la pesada capa de metal que llevaba a diario, y la mujer apretó los dientes para después sonreír cuando el conjuro que la habían lanzado se desvanecía contra su voluntad. Su diosa la protegía, Iomedae estaba ahí, en los cielos, ayudando a todos los hombres y mujeres de bien. 

Su entrada inicial permitió después de que Ioseph se lanzara con Resplandor contra el mago Tifling y que Kevveon diera unos pasos y lanzara su conjuro. Ella, después de asesorar la situación, decidió avanzar contra el cultista más cercano, herido por la escritora, y tratar de acabar con él. Protegiendo a la vez al mago. Aquella guja podría hacer un buen destrozo si tenían mala suerte. 

Así que se acercó y buscó golpear con todas sus fuerzas en la cabeza del hombre... pero el casco desvió el poderoso golpe. 

Mientras el cultista erraba su ataque, Faxon corrió para resguardarse tras él. La sangre chorreaba por sus piernas, pero aún le quedaban muchas energías. Acababa de esquivar la descarga de fuego del mago y podría hacerlo otra vez.

-Ya veo que te gustan los conjuros. ¡A ver si puedes lanzar más!

Faxon pronunció un conjuro que apenas logró afectar a Kevveon. El villano soltó un gruñido al ver que no había ningún cambio.

Ioseph giró sobre sí mismo tratando de alcanzar a ambos adversarios aprovechando una baja en la guardia del tiflin. El primer corte acabó con el tiflin, pero le desiquilibró y el segundo golpe pasó sobre la cabeza del cultista sin tocarlo.

Mientras el tiflin lanzaba su hechizo, Ioseph hundió la guja en su pecho y Faxon cayó sin vida. El cultista, al verlo, soltó un grito aterrado.

Irabeth dio un paso hasta pegarse al cultista que quedaba y, enganchando la empuñadura de su arma con la guja de su oponente, se la quitó de las manos de un fuerte tirón.

—Al suelo y ríndete— le ordenó. —Tenemos algunas preguntas para tí.