Partida Rol por web

Aquellas dos monturas os vinieron bastante bien, pues os turnábais para montar sobre ella, e incluso una la dejábais como bestia de carga de todos vuestros zurrones y armas. Claro que, durante el viaje hacia el sur donde recorríais muchas leguas no vísteis posada, venta o taberna de ninguna índole, y de nuevo el alimento escaseaba (ni tan siquiera las viandas de los alguaciles tomadas por Roger días atrás duraron apenas el siguiente día). Aleixo y don Tiago, que caminaban siempre juntos (el primero un paso detrás del segundo) parecían estar muy unidos. El supuesto noble no recordaba aún absolutamente nada...

Marchábais todos por la sierra de Miravete, en la zona central de las tierras de Cáceres.

Nuevamente iba perdida por el monte sin conocer las hierbas que allí había, por suerte el cuervo si las conocía y me orientó sobre lo que podía coger o no.

Durante el viaje fuí cerca de Don Tiago, mostrándome cariñosa con él pero sin que pudiera malinterpretarme. Quería que se recuperase y darle cariño me parecía una de las cosas esenciales. Al otro le preguntaba aparte, cuando no estába con don Tiago sobre este y su familia. Si le quedaban familiares vivos y que relacción tenía con ellos. Si aparte del obispo tenía alguien que le pudiera ayudar.

De nuevo acucia la fame et que non tenemos nada más que comer. Escruto los lados de los caminos en búsqueda del inicio de algún rastro que nos dé que comer.

En aqueste caso si que logro hallar la pista de lo que acaba siendo un conejo al que, afortunadamente, encuentro husmeando por las cercanías et que lo abato de un certero saetazo en el suyo cuello:

Al fin! - exclamo victorioso -. Carne fresca que cenar!!! - agarro al conejo por las orejas, la flecha aún clavada en el cuello y el animal todavía pateando en sus estertores finales - Una pizca de romero o alguna otra hierba y en tendremos un magnífico guiso que el mío pare n'estaría orgulloso de mi pardiez!!!

Gil pasó todo el camino cerca de Aleixo. Charlando de todo y nada mientras buscaba frutos que poder llevarse a la boca y de vez en cuando intentando meter alguna pregunta que le diese algo más de información sobre la pareja. 

- Y bien, ¿cómo empezaste a servir a Don Tiago? Una lástima lo de su memoria, espero la recupere pronto. Katixa, ¿viste rastro del golpe en la cabeza del señor? Esos golpes a veces son traicioneros y afectan más de lo que aparentan a simple vista por las vísceras del coco. 

Aun me duele la herida del brazo. Gracias a que Katixa consiguió enmendalla con su buen facer el dolor va remitiendo y parece que cada día que pasa me va molestando un poco menos. Es estar en camino y no tranquilo reposando no face que mejore mas rápidamente, mas así he estado toda mi vida y no conozco otra realidad que non sea esta.

Cuando la fame apremia veo como todos mis compañeros de viaje se afanan en encontrar algo que llevarse a la boca y yo no seré menos, pardiez!!

Mirando entre las lindes de los caminos veo las cagarrutas de algún animal. Si caga, seguro que se puede comer. Rebusco por la zona pero no doy con el, quizá hace días que pasó por aquí. 

Se lo comento a Roger, que parece buen cazador como muestra el conejo que trae atado al cinto

-Roger, mirad lo que he encontrado. Parece la madriguera de algún conejo o liebre, non creedes vos? Andará por aquí cerca?

- Sin duda que debe de andar por aquí... - sigo el rastro hasta dar, como creíamos, con el responsable de las cagarrutas avistadas por Fuco.
Le señalo la presa dándole ocasión a que saque alguna arma con la que apresarla; acto seguido disparo una flecha que desafortunadamente pasa cerca de la presa clavándose en un tronco cercano.
- Dita sea! Hideputa!!!!

El cuervo de Katixa revoloteaba por encima de ellos, e iba y venía por doquier, pero jamás huía. Ésto sorprendió sobremanera a Tiago de Águila y a Aleixo, que acabaron por confirmar que aquella joven había domesticado al animal (y que, sorprendentemente, hablaba como con él o algo parecido). El ave logró indicar por su vuelo (o sólo Dios sabe cómo) unos frutos silvestres que crecían no muy lejos del camino: perales florecientes (y comestibles, según confirmó Katixa) sirvieron para recolectar y guardar, y el viaje se hizo más ameno y menos engorroso para el estómago. Por su parte Gil se mantuvo ante el descubrimiento de Katixa bastante agradecido, pues también pudo notar la fragancia de aquellas frutas comestibles.

Por otro lado, el joven de Rocaflorensa logró vislumbrar un conejo en plena carrera, y que pese a andar en zona montañosa, que siguió el rastro de sus huellas y saltos, y logró vislumbrar su madriguera. Apostados todos (incluidos vuestros dos nuevos amigos) en torno a ésta, Roger logró abatir a una de las madres en con un certero disparo de arco. Sospechando aquesto, que veíase Fuco que algo no era del todo correcto. Pues demasiadas conejas para un sólo agujero: que luego vislumbró no muy lejos otra madriguera en un recoveco de la tierra. Y Roger, que valíase para pastor y cazador y también para guerrero, volvió a ensartar pieza, esta vez dos, y que así lográsteis pasar una jornada divertida, pero cansada, y su vez tremendamente productiva.

Con el ánimo renovado y los odres llenos (pues las fuentes en aquella parte del terreno de los Llanos de la meseta no eran sino tremendamente abundantes), seguísteis el viaje. E incluso Aleixo tuvo a bien contestar a las preguntas de Katixa y sobre todo de Gil.

Pues nací en la villa de Almeida, en Portugal -contaba el siervo con su peculiar acento portugués-, y mis padres eran siervos de la corte del señor Padre de don Tiago, llamado Lourenço. Mi infancia estuvo atada a los muros de su gran castillo, y desde niño me crié entre ellos. A la edad de nueve el destino giró demasiado para mí, pero con los años, por resumir, marché a Guarda, villa otorgada también a don Lourenço. Oficié sus documentos como escribano, y tras su muerte siervo a su hijo, don Tiago aquí presente, en Ciudad Rodrigo.

Quizá no tenías esa sensación para tus compañeros, pero contigo sí que parecía ocurrir: el joven Aleixo te miraba en cuantiosas ocasiones. Le descubrías mirándote y cuando llegaba ese momento tornaba la vista; o bien cuando caminábais por los senderos a veces daba un paso tras de tí para observarte bien. Quizá fuera tu imaginación o tal vez tuviera un especial interés en tí.

Tiago de Águila miraba fijamente al muchacho, como sorprendido e intentando recordar cosas de aquellos nombres y pasajes. Había perdido totalmente la memoria, y aquello os parecía increíble.

Gracias de nuevo, os he de daros -decía el noble-. Si lo que dice Aleixo es cierto -tenía asumido el rol del joven para con él-, el Obispo de Plasencia nos ayudará a recordar... -en verdad, Aleixo quería encontrar a su Ilustrísima para desenmarañar todo el asunto de la muerte de la esposa de don Tiago (Doña Ana), para poder así limpiar su nombre y poder ambos volver a casa-. ¡Mirad, el terreno desciende! -decía ahora don Tiago señalando hacia delante, mientras descendíais del puerto de Miravete.

Tras seis días de marcha donde el comer y el beber no os faltaron (tan sólo lo más incómodo fue acampar), divisásteis en lo alto de una gran loma un recinto amurallado con tres torres, un castillo en su interior y casas a intra y extramuros: era la villa de Jaraicejo. Aleixo fue el primero en otearla y reconocerla.

Y dejando atrás el puerto, tras el descenso y el nuevo ascenso por la colina donde se ubicaba la tal villa, que caminábais ahora por una vereda polvorienta hacia el lugar. Poco a poco, delante y detrás de vosotros os acompañaban viajeros, labradores que volvían del trabajo y algunos mendigos: aquella villa era lugar de cierta importancia, al parecer. En esos momentos escuchásteis un ruidoso traqueteo: detrás de vosotros se aproxima por la vereda una lujosa y labrada carreta tirada por dos caballos negros, junto a un cochero. Parece dirigirse también a la villa.

Hágome a un lado para dejar pasar el carruaje e, si puedo facerlo, llegar a ver a quien carga en su interior...

Estos días en compañía habían sido agradables. Por el monte, sin que nos faltase ni comida ni agua. Lo cierto es que me sentía como si perteneciese a una familia. Había ido la mayor parte del camino al lado de Don Tiago, intentaba que se sintiese cómodo y atenderle en seguida, pero no descuidé el brazo de Fuco que de vez en cuando le echaba un vistazo. Le pedí permiso para probar unas hierbas en él.

Cuando nos metimos en la carretera me sentí confundida, demasiada gente. Pero era gente humilde y me sentía a gusto. Cuando pasó el carruaje me eché a un lado y pregunté al muchacho-¿Lo conocéis?

Quizá fuera tu imaginación o tal vez tuviera un especial interés en tí.

Durante el camino y viendo el comportamiento peculiar de Aleixo para con mi persona intento, si es posible, acercarme a él en alguno de esos momentos en los que se retrasa para mejor observarme.

De forma educada y sin que paresca agresivo le digo -¿Como es vueso señor Don Tiago? Veo que ahora no está en su mejor momento pero, ¿es señor amable para con los suyos vasallos?. Es dificil encontrar a un señor magnanimo y que no abuse de su poder, como es su derecho.- Le comento por iniciar alguna coinversacion y darle a pie a si quisiera decirme algo en privado  

Durante el camino mejora notablemente la herida de mi brazo. No en vano las diestras manos de Katixa junto con su conocimiento de la naturaleza han hecho milagros en él. 

Así como los otros, me aparto para dar paso a la carreta que viene traqueteando con fuerza por el camino. No todos los días se ve un carruaje de importancia como es este y de seguro que será alguien importante. Como los labriegos y campesino quedome mirando con curiosidad para ver si por el ventanuco asomo a ver algun rostro, o alguna mano, o algo que me indique quien puede ser. No por nada en especial, mas por ver quien puede ser las ricas gentes que pasan por este lugar

Gil no sacó nada que le sirviese de mucho de la charla con Aleixo pero al menos hizo migas con el chico y el viaje se le hizo bastante ameno con el portugués. 

Ya cerca de Jaraicejo el paisaje comenzó a cambiar y con él la vida que lo rodeaba. Tras días en los que lo más que vieron fue cuatro conejos y trescientas moscas, en estos caminos los campesinos empezaban a abundar.

Cuando pasó el carruaje la primera reacción de Gil fue ocultar su rostro pues tales lujos no sería raro que viniesen acompañados de algún guardia. Pero esos mismos lujos fueron los que le calentaron el hocico y no pudo evitar acercarse de un modo que él creía sigiloso a echar un vistazo para ver si algo interesante podía ir sobre esas ruedas. 

Lo es, y muy amable. Es un hombre atento, con los suyos siervos y también lo era con la suya esposa, que en paz descanse -decía apenado Fuco, pues debía ser también una buena dama-. Hombre valiente y de honor, como su padre. Es una injusticia que su memoria se vea truncada en estos momentos... cuando somos perseguidos... Oíd, joven... no hace falta que me respondáis, y espero no importunaros, pues demasiado bien nos hacéis acompañándonos, pero... He visto ese colgante que a veces sacáis del zurrón y frotáis con los dedos.

El tipo tragó saliva.

Es viejo y no vale nada, pero es mío -te espetó, secamente-. Una joya del pasado, una reliquia familiar... -el tipo agachó la mirada, no queriendo pedirte directamente que se lo devolvieses-. Y antes de que pudieras responderle, apretó el paso, yendo junto a su amo, dándote tiempo para que pensaras en aquella petición.

Katixa y Roger se echaron a un lado. El cuervo de la joven revoloteba en las alturas, vislumbrando todo el espectáculo. Fuco apretó los ojos y echó una ojeada larga desde que viera llegar el carro desde el camino, lo mismo que Gil. Algunos de los caminantes y aldeanos que se dirigían hacia Jaraicejo comenzaron a jalear ante la exuberante carreta, mendigando unas monedas a quien fuera en su interior. Fue entonces cuando el cochero aminoró la marcha, sin pararse, haciendo relinchar un poco a las dos bestias negras. Tras correrse una cortinilla de una ventana enrrejada lateral del vehículo, una mano lanzó afuera un puñado de maravedíes. Aquellos que iban en pos de vosotros se lanzaron a por las monedas mientras la carreta ya se alejaba, y lo cierto es que no dejaron ni una de ellas.

Gil no se dió cuenta, pero tú sí: aquella mano que lanzó las monedas llevaba un gran anillo en uno de sus dedos; un gran anillo brillante con una cruz. Era sin duda como un anillo eclesiástico.

Cuando íbais a atravesar la muralla de la villa ya se había hecho de noche. Agrupados con los otros viajeros y naturales que llegaban también al lugar, pudísteis cruzar por una de las entradas en el lienzo de piedra, por la cual discurría el Camino Real, pero hubísteis de pagar derecho de portazgo en una pequeña caseta junto al arco. Allí se encontraba un almotacén y varios hombres de la milicia local bien armados, los cuáles vigilaban el paso. El precio fue de un maravedí por cabeza, más cinco dineros si llevan bestia o gran equipaje, como era vuestro caso*. Una vez cruzásteis el recinto, vísteis un puñado de casas arremolinadas en la colina central, donde se alzaba una pequeña iglesia. En la parte sur de la loma se encontraba el castillo de tres plantas (que se veía a lo lejos, nada más llegar a la villa), pequeño pero bien construido, con una entrada en rampa.

Insantes después no tardásteis en encontrar una taberna-posada sin nombre anexa a la muralla a intramuros. Allí, tal vez, podríais descansar y cenar, y tal vez alquilar una de las habitaciones del piso superior (que se vislumbraba desde fuera) para pasar la noche.