Partida Rol por web

La mujer se sentó en la cama y miró a Jayrah.

- No necesito nada, con verte me basta - aseguró con una sonrisa -. Pero estoy preocupada. No me gusta el giro que han tomado los acontecimientos. Ese Lonnegahr no es buena gente, estoy bien segura de eso. Viene y va continuamente. Aparece sin más por el palacio y siempre parece tener un motivo que todos toleran pero que ninguno recuerda. No quiero estar cerca de él más de lo necesario y aún menos quiero que lo estés tú.

Al menos el donner sí ha hecho valer nuestros derechos. No creo que tengamos problemas con eso.

Pero ahora háblame de ti, de todos tus años en esta ciudad. He sabido mucho de ti, pero nunca por tu boca, mi niña querida, mi vida. No sabes cuánto te he echado de menos, cuánto he pensado en ti...y cuanto más lo hacía más cuenta me daba de que debía permanecer siempre oculta.

Jayrah sonrió, se sentó en el borde de la cama, junto a su madre, y asintió.

Y empezó a hablar. Con la voz calma, suave, tintada de recuerdos y de sentimientos, perlada de emociones, arropada en la nueva realidad.

Habló de momentos infantiles felices y tristes, de lágrimas en soledad y de contención en público. Vertió su madurez en su encierro juvenil, dejó entrever a la mujer que nacía de la niña. Habló de deseos y de frustraciones, de paisajes, de personas. Habló de olores grabados en su mente, de cielos azules y de tormentas.

Hablo... y habló.

Y habló...hasta que un crujido espantoso llenó el aire de la habitación. Había entrado por la ventana, pero ya lo habían sentido en la piedra de la pared que les separaba del dormitorio que habían cedido a Lonnegahr. La misma cama retumbó y todo el mobiliario se removió como si quisiera sacudirse un miedo mal escondido.

Detrás de la puerta se escucharon pasos my apresurados, finalmente, en carrera. Alguien abrió la puerta de la habitación de Lonnegahr y dijo algo que no pudo entenderse, como una exclamación de sorpresa. También a través de la ventana les llegó un olor rancio, agrio, que les irritó la nariz y un poco los ojos.

Wella miró a un lado y a otro y agarró a su hija con fuerza sin decir nada, como si creyera que moviéndose podría hacer que cualquier cosa maligna saltara sobre ellos.

-¡¿Qué ha sido eso?!

La sensación era ominosa, y eso que ya a Jayrah le costaba mostrarse sorprendida por nada de lo que sucedía. Aunque no le costaba sentirse asustada, y así se sentía. Porque ese hedor que entraba por la ventana, tras el estallido, o temblor, o lo que fuera que hubiera sido... sumado al pánico que, evidentemente, embargaba a su madre, sumados a su vez a lo poco que podía escucharse de la habitación vecina y los pasillos... todo eso era como para sentirse asustado.

Agarrada con fuerza por Wella la muchacha no se desasió, pero sí que se levantó de un salto del borde de la cama, arrastrando a su madre con ella. Ambas en pie, ambas desconcertadas, asustadas, miraban a un lado y a otro, indecisas.

Pero fue Jayrah quien reaccionó antes, harta de algún modo de quedarse al margen, a un lado, del torbellino de hechos que se iban sucediendo a su alrededor, envolviéndola y, sin embargo, no dándole capacidad de acción.

-¡Voy a ver!

Soltándose, ahora sí, suavemente del abrazo materno, se dirigió a la puerta, decidida. Y la abrió, sacando la cabeza con cuidado, dispuesta a parapetarse de nuevo tras ella si lo que veía resultaba peligroso...

El pasillo estaba desierto. Nadie ni a un lado ni al otro. Sin embargo, la puerta que había al lado no estaba cerrada, casi, pero había un hilo de claridad a través por la luz que entraba del otro lado. Desde allí se escuchaban mejor las voces, aunque aún no lo que decían. Quien hablaba con Lonnegahr parecía una mujer, una mujer joven, incluso la voz le resultaba levemente conocida. Estaba ¿asustada? Quizá tanto como molesta. Una cosa sí era cierta, se atropellaba al hablar.

La puerta estaba a unos cuatro metros. Cualquiera que pasara al lado podría escucharlo todo. La mujer no parecía tener miedo de ser descubierta, o en su apremio, ni había reparado en la posibilidad... de nuevo, si de verdad era una mujer. ¿Quizá un joven muchacho? No, más bien una mujer...

Se giró hacia su propia habitación apenas un segundo y, sin hablar, le hizo un gesto a Wella para indicarle que seguiría adelante en silencio.

Y así lo hizo, volvió a encaminarse al pasillo, y anduvo queda hasta la estrecha rendija. Empujó la hoja de la puerta, separándola del marco apenas lo justo para poder mirar a través del espacio, y aún no ser vista. La voz femenina le sonaba, pero seguía sin localizarla, y tampoco entendía qué había sido lo que había escuchado a través de la ventana, y del muro.

Había sido extraño... casi como sobrenatural. Y eso la ponía nerviosa. Pero la voz, las voces, eran muy naturales. había una discusión allí dentro, y se esforzó por entender de qué iba.

La voz femenina era de una chica morena, no muy alta, con los faldones del vestido arrugados por una carrera apresurada, el rostro desencajado y el peinado de su cabellera negra arruinado. A su lado, Lonnegahr escuchaba sin prestar atención, con el rostro pétreo e inmóvil. Estaba vestido con una capa y botas de montar.

- ¿Y qué va a ser de mí, de quienes dejas? - rugió furibunda -. ¿Así, sin más? El valiente caballero errante vuelve a buscar fortuna dejando a una torpe e inútil esposa siendo el hazmerreír de todos. ¿A qué viene esto?

El otro la miró y esbozó una sonrisa burlona.

- Nadie se reiría de ti si no hubieras proclamado que habías conseguido hacerme desistir de mis ausencias. Nunca fue así, y debías haberte mordido la lengua.

Ella se acercó y le dio un bofetón débil, casi acobardado. Él mantuvo aún más amplia la sonrisa. Luego, sin aviso, lanzó el puño y le alcanzó en el estómago. Ella cayó con un grito de sorpresa y dolor insoportable. Empezó a llorar e hizo por agarrarse a sus botas. Él sacudió el pie y se apartó de ella, camino de la puerta.

Los ojos de Jayrah se abren de repente. La expresión de Kattya, cuando la ilumina la luz que atraviesa la ventana, es diferente a cuantas ella ha visto a ninguna persona, incluso animal. La mirada es atenta, muy abierta, pero sólo interesada en el hombre que tiene delante, de una forma casi obsesiva, necesitada, sin embargo, el resto de su cuerpo parece absolutamente tranquilo, relajado. Ha hablado con un tono alto, pero falto de pasión, vacío de dinamismo.

Lonnegarh parece estar a otra cosa mientras habla con ella. Juega con un extraño anillo en la mano, difícil de distinguir, pero brillante, como de cobre, amagando con quitárselo, sin hacerlo. Luego se aleja de la visión de Jayrah, pero no de Kattya. De repente, los ojos de la mujer pasan por la puerta detrás de la que ella vigila, y luego por el hueco y sus miradas se cruzan, un instante, sin duda. Ella continúa como si no se hubiera percatado de nada.

¡Qué extraña sensación!

La tendría que haber visto, habían cruzado las líneas de visión, sus ojos habían tropezado con los suyos, estaba segura. Pero habían seguido imperturbables, ciegos a a su encuentro. Como si no hubiera estado allí...

Un estremecimiento la recorrió. El que produce lo inexplicable, lo que no es natural. Había algo siniestro en aquella escena, incluso siendo tan anodina en apariencia, si no fuera por el golpe que le había propinado el joven de ojos verdes a la que debía ser ya su esposa. Pero no era eso lo siniestro, sino esa extraña apariencia de irrealidad, de... magia.

El hedor agrio seguía presente, y no había respuesta para el sonido escuchado, a menos que un extraño suceso hubiese abierto una especie de... ¿espejo...? ¿portal...?

Jayrah sacudió la cabeza, angustiada. Fijó su atención en el anillo del hombre, que revolvía con insistencia. Tampoco el anillo le pareció normal, estaba empezando a estar asustada, muy asustada...

Pero no lo suficiente como para retirarse sin saber qué estaba ocurriendo. Aunque tampoco entró, ni interrumpió la escena. Simplemente siguió allí, mirando, escuchando...

- Bien, querida - Lonnegahr volvió a acercarse a ella, manipuló el anillo, retiró un poco la manga y lo apretó contra la piel -, volverás a tus aposentos. Todo lo que ha ocurrido lo mantienes en tus recuerdos, menos el momento en que decidiste venir a verme. ¿Quién te dijo que me había visto subir aquí?

- Tryyta - respondió ella como en un bostezo perezoso.

- Tryyta, siempre Tryyta. Tendré que visitarla antes de irme. O quizá no, quizá es mi parte más salvaje, la que no siempre controlo. Hablo solo, ¿verdad, querida? Costumbre de viejo, quizá... y de solitario. Ahora baja.

La mujer se acercó a él para recibir un beso suave en los labios. Sonrió y se dirigió hacia la puerta cadenciosamente, mientras él le dedicaba una sonrisa feroz y volvía a ocultarse en la parte de la habitación que Jayrah no podía ver.

Nada era lógico, ni comprensible. Sólo las realidades de los nombres que correspondían a personas, pero éstas aparecían como verdades retorcidas ante Jayrah. Tryyta, sí, la conocía. Y también a la pobre mujer que estaba siendo tratada como un muñeco de cuerda por parte del... ¿joven...? él mismo había dicho... "viejo".

Parecía que el encuentro había terminado, Lonnegarh se retiró a las sombras, y Kattya, que había sido despedida, deshechada como uno tira una cáscara de naranja cuando ya se la ha comido, iba a salir, sin duda. Jayrah reaccionó rápido, y se sumió en la oscuridad de la columna próxima, en el pasillo, para ver marcharse a la mujer, sin ser vista ella misma...

Reaccionando con agilidad, Jayrah se volvió a meter en su habitación, a tiempo para ver salir a la muchacha. Su rostro no mostraba emoción alguna hasta que se alejó, quizá una cierta melancolía. Mientras, Wella atendió a la petición de su hija y se mantuvo en silencio, aunque se acercó para compartir la visión de ella.

Hubo unos ruidos no muy fuertes en la habitación contigua y luego un sonido hecho por un hombre, como un canto corto y sin significado. Luego, alguien más salió por la puerta...

quien salió de la misma habitación donde había visto hablar a Lonnegahr y a su mujer era otra persona, un soldado, vestido con la librea del donner. El hombre, de mediana edad y con una fea cicatriz que le producía una expresión torva, miró con desconfianza de un lado a otro. Sus ojos verdes, sin embargo, miraban con mucha intensidad, casi con vehemencia, con avidez. Luego tomó un camino que le llevaba hacia el otro lado del edificio, donde una escalera descendía.

Jayrah dudó por unos instantes. Una mirada verde, intensa, en el hombre desconocido que, sin embargo... una sospecha nació en su interior, una sospecha labrada por la situación, por los sonidos, el cántico. La magia. Porque ahora ya, de algún modo, la muchacha estaba convencida, aunque fuera de un modo irracional, de que allí había magia maligna, algún poder oscuro que obraba cambios misteriosos.

Aún haciendo señal de silencio, se acercó a su madre, y le cuchicheó al oído, de modo casi inaudible excepto para ella:

-Ese hombre no estaba en la habitación, o, por lo menos, no con esa apariencia, aunque sí con los mismos ojos, ¿no os parecen los del extraño Lonnegarhr...?

Volvió a mirar afuera, a tiempo de ver como el hombre de la cicatriz se dirigía a una escaleras que descendían.

-Voy a seguirle. No, no me digáis lo contrario, y sí, tendré cuidado. Mi señora, ¿Y si buscáis al Donner mientras, y le decís que ese hombre practica magia oscura...? ¿Os creería a Vos...?

No esperó respuesta. No quería perder de vista al individuo. Palpó su cinto, allí estaba su daga. Un pincho ridículo ante un poder como el que acababa de ver, pero, se sintió mejor. Y salió tras el hombre, después de dejar el tiempo suficiente como para no ser vista ni escuchada, pero no lo bastante como para que se alejara tanto que ya no le pudiera encontrar...

- ¡Hija! - dijo ella, como una protesta, pero al encontrarse los ojos pareció perder la fuerza -. Ten mucho cuidado. Prométemelo.

El guardián tuvo cuidado al principio. Se detenía y miraba alrededor, por donde había pasado y por donde iba a pasar, enfrente, detrás. Jayrah tuvo que ceder mucha distancia.

Luego, como si al fin considerase que había pasado lo peor, aceleró el paso y torció por un pasillo por el que ya pasaban otros con su misma indumentaria, en grupos de dos, tres o más. El cambio de ritmo obligaría a Jayrah a darse prisa para no perderle de vista entre otros como él. Si no fuera por los ojos, el hombre podía confundirse fácilmente con cualquiera.