Partida Rol por web

Unnysia se unió con un torpe movimiento para tapar su rostro con el sucio atuendo que se había agenciado. Las tres entraron en una estrecha calle lateral, donde a lo lejos se veían bifurcaciones y espacios inciertos entre las casuchas.

La chica se atrevió a hablar.

- ¡Aún podemos alcanzarlos! Han debido detenerse, ¡qué suerte hemos tenido! No podemos dejarlos irse ahora. ¡Vamos!

Hizo ademán de moverse, con gestos intencionados, pero no dio un paso por sí misma.

Casi a punto de agarrar de la mano inapropiadamente a Jayrah para hacer que la joven avance con ellas, Iluubra se encaminó por una calleja paralela que llevase cerca de la misma puerta de la muralla por la que avanzaban los jinetes...

Recuperado el sentido por lo menos por el momento, Jayrah sigue a Iluubra de cerca. Comprende por fin que aquellos hombres a caballo deben ser aquellos a los que buscan. Y que no deben perder de vista. Así que acelera.

Iluubra tomó un camino que no conocía demasiado, pero que resultó mejor de lo que esperaba. Con un sentido de la orientación propio de quienes tienen que tomar decisiones rápidas en aquellos entornos, la muchacha avanzó animando a sus compañeras hasta llegar a una sección de muralla que anunciaba el fin de la ciudad baja. Había pasado bastante tiempo, pero habían logrado perder a los soldados que las seguían (o eso parecía a todas luces) y si los caballos mantenían el mismo ritmo, también habrían podido alcanzar a los caballeros que buscaban.

Iluubra siguió la sección de la muralla hasta llegar a la puerta. Tenía razón, los caballeros aún estaban por llegar, sus figuras se recortaban a unas decenas de metros por el camino principal directos hacia ellas, montados al paso. El pendón del Donner se agitaba en lo alto del grupo. Unnysia sonrió de repente por encima del jadeo del esfuerzo. Hizo ademán de llamar su atención sin tapujos, repentinamente eufórica.

Iluubra se apoyó bruscamente sobre el hombro de la muchacha, deteniéndola. Cuando esta se volvió a mirarla, la sirvienta empezó a expirar con cansancio y retiró la mano como dándose cuenta de su error. -Perdonad, la carrera ha sido dura, no he podido evitarlo. ¡Qué cansancio! Mirad, allí están. Me pregunto si no deberíamos acercarnos a ellos justo cuando hayan salido de las murallas, en un lugar más tranquilo para los caballos y donde unos guardias inconscientes de lo que nos jugamos nos reconozcan de repente.-

Mientras hablaba, la joven se quitaba el trozo de ropa sucia y barro que había usado para camuflarse. Lo hacía despacio, dejando que las otras dos mujeres le vieran hacerlo.

-Sí, no me parece buena idea llamar la atención ahora, de ningún modo. Esperemos, observemos. Si es preciso, sigámosles. Ya nos mostraremos cuando estemos seguras de que no nos siguen... ni les observan a ellos tampoco.

Miró hacia el grupo de jinetes.

-Tampoco estaría de más asegurarnos de que, aún llevando la enseña del Donner, sean quienes aparentan ser.

Unnysia asintió, aunque insegura sobre si revelarse o no.

- Entonces vayamos hacia la puerta y salgamos. No nos dirán nada si no me reconocen... lo fácil siempre es salir. Venga, no perdamos tiempo.

La chica se dirigió hacia la puerta donde, como para demostrar lo que decía, los vigilantes apenas le prestaron atención, más pendientes como estaban de la inminente llegada del grupo de jinetes.

Jayrah, a medida que se acercaban, se convencía cada vez más de que realmente eran quienes parecían. En ese momento vieron que Unnysia ya había desaparecido al otro lado de las puertas abiertas.

Los jinetes estaban a apenas un centenar de metros. Tardarían poco en llegar.

-De acuerdo, vamos.

Y salió también hacia las puertas, detrás de Unnysia. La sugerencia de Iluubra era cauta, y mejor que desvelar identidades e intenciones allí mismo.

Siguió a las otras dos tras de las puertas de salida de la ciudad con decisión, separada un par de pasos de Jayrah y poniéndose la mano sobre los ojos simulando mirar a lo lejos buscando a alguien.

En un principio, no ocurrió nada. Las chicas salieron y apenas se llevaron una mirada distraídas de los guardias. Ellos también habían reparado en la comitiva que se acercaba y sin duda llamaba mucho más su interés, hasta el punto de que, momentos después, todos los guardias menos dos de ellos miraban hacia el interior, no hacia el exterior.

El camino seguía hacia los consabidos campos de cultivos, una vez se bajaba un larguisimo camino por la ladera, que ocupaba más puertas, con más guardia en ella. Fue un paseo el que se dieron, pero por fortuna, por la misma razón que al principio, ningún soldado prestó atención a las mujeres, sino al cada vez más cercano grupo de caballeros.

Quizá fue la casualidad o la suerte... o voluntades más altas, lo que hizo que justo al llegar a los primeros sembrados, libres de la zona más vigilada, la comitiva de caballerosos se pusiera a pocos metros de las muchachas.

Unnysia, nerviosa, se dirigió a Iluubra:

- Ahora, ¿verdad? Puedo llamar su atención ahora...

-Una excelente idea, señora.- asintió Iluubra respetuosa, situándose junto a la joven noble con las manos sobre el regazo, pero muy atenta y hasta ansiosa por la aparición, por fin después de tanta penuria, de su señor.

Jadeando, y aún llena de suciedad, Jayrah se detuvo, inquieta.

Allí cerca la joven noble preguntaba a la sirvienta, y ambas asentían. Había llegado el momento de dejarse ver. Bien, esperaba que por fin encontraran respuestas, que toda la carrera y el riesgo hubiera servido para dar con algo sólido de una vez, y no con más problemas.

Se acercó a las dos mujeres, esperando la reacción de aquellos caballeros cuando los abordaran.

La muchacha se liberó del disfraz como si se liberase de una oscura celda. Sin embargo, sus finos ropajes estaban arrasados con suciedad y rotos, haciendo que pareciera una prófuga o una loca. Más aún daría esa impresión al agitar los brazos con energía para llamar la atención de los caballeros que se acercaron al grupo de mujeres tras un alto momentáneo. De la delantera del grupo surgió una voz enfurecida:

- ¡Unnysia! ¿Qué mierda haces aquí? ¿Cómo has llegado? ¿Es que no tienes cabeza?

Dirigió una mirada de fuego a las demás, con los ojos muy abiertos por la sorpresa cuando los posó en Jayrah.

- ¡Jorgall! - el principal se adelantó -. Haz que bajen unos hombres y las escolten hacia el palacio. Que las dejen en una habitación y no salgan.

Mientras el Principal asentía, con rostro serio, Unnysia protestó:

- ¡Tío, es importante! Tenemos cosas que contarte. Hemos seguido a un hombre que no parecía real, uno de tus vasallos, llamado Lohnnegahr. Lo he...

- ¿¡Cómo!? - bramó el donner - ¿Cuándo ha ocurrido tal cosa?

- Tras lo ocurrido durante la reu...

Unnysia se detuvo de repente, y miró a Iluubra. La muchacha sintió entonces cómo la atención de todos se posaba en ella un momento. Unnysia se esforzó por recobrarse.

- Cuando se produjo el alboroto en palacio, no sabíamos hacia dónde íbamos y lo vimos de repente. Lo seguimos, pero... pasó algo...

El donner desmontó y otros hombres lo imitaron. Entre ellos, Iluubra vio a su señor Mydoyrn, quien también la había distinguido, aunque no se movió del lugar. El señor de la tierra llegó hasta su sobrina y puso una mano metálica en su hombro. Ella amagó el llanto.

- ¿Dónde has estado? ¿Cómo puedes tener la ropa tan destrozada? Ahora no puedo encargarme de vosotras, pero lo haré más tarde. ¡Jorgall!

El principal se acercó. Parecía que un nudo en la garganta impedía a Unnysia continuar.

Iluubra dio dos pasos corto hacia delante y miró a su señor. Un rápido cambio de expresión en los ojos de ella pareció querer mandar un mensaje a los de Mydoyrn, paro el gesto pasó muy fugaz. De nuevo servil, dijo

-Señor con vuestro permiso.- pero se dirigía no al tío de Unnysia sino a Mydoyrn. En el poco tiempo en palacio había observado algunos detalles curiosos como el que una sirvienta antes de ayudar a una noble que no fuera de su casa pedía permiso a su verdadero señor antes de actuar. Dando por afirmativa la respuesta antes de que esta sucediera, Iluubra se volvió a la chica y le ofreció del cinto un paño, para sonarse y con poca destreza pero presteza le quitó alguno restos sucios del pelo como quien adecenta un repollo*.

-Perdonad señora- hablaba esta vez a la sobrina, con torpeza, como si hablase educadamente por primera vez en su vida -que no os haya dado más ayuda que seguirte en vos... vuestra importante preocupación.- Y, de nuevo vuelta hacia su señor Mydoyrn -Me encontré a la señora Unnysia de camino a vuestro recado, sin servicio a mano y.. envuelta en.. ..la preocupación... muy preocupada. Perdonadme, creí que en agradecimiento a vuestro anfitrón era lo bueno ofrecerme a atenderla.-

Jayrah miraba a unos y otras sin acabar de entender qué papel jugaban en el entramado. Finalmente se giró hacia el Donner, y habló muy seria, sin tampoco saber si aquello tenía ningún sentido.

-Ése hombre, Lohnnegahr, es un brujo, o algo peor. Le seguí después de ver como se transmutaba en otra persona, como cambiaba sus rasgos, su voz. Se internó en un extraño pasadizo de sombras, y creí que me llevaba al mismo infierno. Pero no pude seguirle más, me aterroricé. Y al salir ellas estaban ahí, también le habían seguido, y quisimos buscaros para contaros todo esto...

Mientras el rostro de Mydoyrn de Nyrr apenas permitía la expresión de un alzamiento de cejas de reconocimiento y, seguramente, de comprensión, las facciones del donner de Los Prados, el señor de la tierra, se contraían indefiniblemente, como si la ira, la frustración, el desánimo y el empeño se aunaran sin saber qué posición ocupar. Finalmente, el donner, a punto de lanzar una risotada, la contuvo, y eligió algo que sorprendió a las mujeres por su facilidad para cambiar de decisión. Quedó callado, sumamente condescendiente.

- Esta situación es delicada para muchos intereses, querida sobrina. Precisamente partimos para terminar con el origen de un mal que nos ha golpeado con fuerza. Han sido días difíciles, pero por nuestro valor hemos soportado los peores vaticinios de estos fryllë agoreros, y ahora vamos a librar mi tierra de lo que queda de ese mal, en el Norte, enterrado en lo más oculto de un bosque que nunca me gustó.

Jorgall, lleva a estas mujeres de vuelta a la ciudad, cada una a donde le corresponde. Tenemos que seguir con lo nuestro. Alcánzanos después.

El Principal se movió rápido, casi como si estuviera esperando la orden.

De pronto Jayrah palideció. Tanta incomprensión, tanta confusión... acababa de enfrentarse a una posibilidad terrible, y de la que no sabía ni cómo expresarla, y, mucho menos, cómo solventarla si resultaba ser acertada. Cosa que rogaba con toda su alma que no sucediera. Prefería miles de veces quedar en una evidencia ridícula a tener razón en su intuición descabellada.

Pero no podía desatender su instinto, porque aún siendo una posibilidad entre miles, ahí estaba.

Así que miró intensamente al único hombre de entre los que allí estaban que la conocía, Jorgall. No confiaba ya en nadie, pero, ¿a quién dirigirse, a quién hablarle de su preocupación? Debía hablarle sin decir, transmitirle sin descubrir. Harto difícil. Y todo eso sin obviar la presencia del... donner?

-Mi Señor Jorgall, desde luego os seguiremos, de regreso, tal como se nos ordena. Pero no sin antes recalcar, insistir si me lo permitís, en el hecho de que lo que hemos presenciado tiene un gran peligro, y un gran significado. Ese hombre, ese demonio, puede tomar otras formas, aparentar ser otras personas. Las que él quiere, las que desea. Y obligar a terceros, si éstos le deben obediencia al usurpado, a cualquier cosa. Puede pasar desapercibido ante cualquiera, aparecer con cualquier apariencia. La mía, por ejemplo... O la de cualquiera... entre nosotros...