Partida Rol por web

El trayecto duró varias horas hasta que los camiones, saliendo de la carretera principal, se adentraron por una senda apenas utilizada. El hombre miraba de vez en cuando a la prisionera, pero el engaño funcionó a la perfección.

Al cabo de un rato, se detuvieron. El hombre de la espada saltó a la parte de atrás del camión y, sin mucha ceremonia, ayudó a bajar del mismo a Louise.

El sol cegador empezaba a descender sobre la llanura desértica. Junto al camión, un toldo militar de lona protegía varios equipos eléctricos: Una radio, un generador, y un extraño aparato que emitía un continuo zumbido. Junto al toldo, dos camiones-depósito, uno de agua y otro de gasolina, y más allá, justo al inicio de una zona claramente allanada y despejada de arbustos y piedras, un pequeño avión plateado.

Tres hombres se afanaban en las mesas bajo el toldo, las camisas cercadas de sudor. Tenían pinta de profesores, pequeñas gafitas doradas cabalgando sobre las narices, haciendo apuntes y escribiendo sobre grandes hojas de papel amarillento.

El hombre de la espada alejó a Louise de los camiones y la hizo sentarse a la sombra del depósito de agua.

Sacó una pistola y señaló alrededor, a la vasta llanura sin árboles, sin sombra, sin refugio. Luego, señaló de nuevo la pistola y asintió. Se alejó de nuevo, hacia la mujer que bajaba del camión. Los conductores comenzaban a bajar y sacar las pesadas cajas.

Me aferré a las ataduras como si eso significara la diferencia entre la vida y la muerte. Con mi mejor cara de jovencita asustada, seguí los pasos que me indicaba el tipo de la espada. Me senté y le miré fijamente.

-Oh, qué bajeza, mira que pasarte ahora a la pistola... Con lo impresionante que era lo de la espada.

Con la mayor discrección con la que se puede hacer algo así, intento arrastrarme, con el culo en el suelo, hacia la pared del depósito de agua. Mientras, observo lo que hacen, busco armas y sonrío a quien me mire.

Los japoneses se movían como hormigas atareadas. Descargaron las cajas del camión, comenzaron a montar grandes estructuras de hierro, armazones, sobre la que fueron colocando el contenido de las cajas: Grandes planchas de piedra cubiertas de dibujos aborígenes. Los científicos parecían extasiados, mientras iban de las mesas al mural de roca que comenzaba a tomar forma.

Las únicas armas que Louise podía elegir eran piedra, lagarto y trozo de tubo de cobre.

Supongo que este es el momento en el que me entero de qué va esto... Con un breve golpe de esfuerzo, me pongo en pie, sin dejar de mostrar mis manos como atadas. Me acerco con una sonrisa a los científicos.

Bueeeno, y... esto parece aborigen, ¿eh? ¿Qué tenéis planeado para esta noche?

Los científicos se sorprendieron por la repentina intruisión de la muchacha. Se miraron entre ellos, en silencio. Sobre la mesa, un enorme mapa de la llanura de Nullarbor, donde comenzaban a trazar líneas y marcas que parecían coincidir con los dibujos hechos en la roca que habían traído en los camiones.

Uno de los soldados japoneses pareció inquietarse por el repentino silencio, acercándose con paso firme, su ametralladora colgando del hombro. Uno de los científicos, un joven de gafas pequeñas y rasgos redondos se acercó a Louise, agarrándola del brazo y llevándola de nuevo a su lugar junto al depósito de agua.

- ¡No hablar! - susurro con fuerte acento chino - ¡No hablar! ¡Japoneses matar si tu hablar con nosotros! ¡Mucho cuidado ahora! ¡No hablar!

Mientras el soldados se acercaba, el joven científico introdujo algo en el bolsillo del pantalón de la joven. cuando se giró, el soldado le golpeó en el estómago con el cañón de su arma, le gritó algo en japonés y lanzó una mirada furiosa a Louise. El científico se inclinó sumisamente, sujetándose el vientre, y volvió a la mesa con los demás, que habían contemplado la escena en silencio.

Me retorcí un poco mientras el científico me llevaba de nuevo a mi cárcel particular al aire libre, -¡Eh, que sólo pensaba daros un poco de conversación!, replico.

Me quedo mirando fijamente al científico al ver que, más o menos, habla mi idioma, y luego al soldado. -¡Pero no le pegues, hombre, que está trabajando!, exclamo mientras, sumisamente, me vuelvo a sentar junto al depósito de agua. Acto seguido, sonrío al soldado, y espero a que se vaya para, con un movimiento rápido de un solo brazo, colocar el papelito en el suelo frente a mí, abierto y oculto entre mis piernas, para poder leerlo y fingir que estoy atada a la vez.

El trozo de papel tenía garabateados líneas y signos, palabras en Chino y flechas. Sin embargo, para Louise quedó claro lo que era: Planes de vuelo para un bombardeo. Jack siempre estaba contando batallitas y explicándole las muchas aventuras que había corrido en la Guerra, su despacho siempre cubierto de mapas, planos y cosas como aquella. Y si Louise lo estaba interpretando bien, la bomba se lanzaría sobre un asentamiento aborigen en Wallalumburra, y afectaría al pequeño pueblo de Wattalaroo.

Situado a 15 km de Wallalumburra.

Hubo un revuelo en el campamento: Otro camión llegaba por la carretera. El vehículo se detuvo junto a los demás, y los soldados comenzaron a arremolinarse alrededor, montando una pequeña grúa con la que descargaban piezas de metal. Los científicos fueron llamados, y comenzaron a montar una estructura parecida a un andamio redondo.

Je. Esto sí que es divertido.

Con un golpe de vista, volví a reconocer el terreno. Necesitaba llegar al avión de la forma más discreta posible... O montar el mayor escándalo posible.

Observé el depósito de agua, buscando una tapa, o algún punto de apertura y, con la mayor discrección posible, lo abrí.

El agua comenzó a salir a borbotones del depósito, embarrando el suelo de polvo rojo.