Partida Rol por web

Puñales
El diluvio
 

Tras abandonar al seguridad del molino cabalgaron toda la tarde, aun ritmo más que aceptable, ahora que contaban con una nueva montura con la que compartir la carga. Habían hecho noche en las ruinas de una posada en el camino, abandonada mucho tiempo atrás, quizá en tiempos del rey Maekar Targaryen. Hicieron un pequeño fuego en su interior, protegido de miradas curiosas por las paredes del lugar, y cenaron lo que tenían a mano, los caballos tuvieron que conformarse con hierba del valle. El lugar carecía de medio techo, y al atardecer habían visto nubes negras sobre ellos, que amenazaban lluvia. Se acomodaron como pudieron entre los restos de la posada, y descansaron. Ser Adam hizo la primera guardia, Ser Armen la segunda y Alice se ofreció a hacer una guardia, muy considerado por su parte. El bebé tuvo la decencia de no llorar, proporcionando descanso.

Sí que lloró, a Ser Armen le despertó antes el llanto del bebé que los truenos y el sonido de la lluvia al caer. El suelo se humedecía por momentos y el agua se estancaba junto a sus cosas.

Ser Armen había tenido que hacer la peor guardia según su parecer, aquella que te despertaba a mitad de noche y no te dejaba dormir cuando tu turno había acabado, pero alguien tenía que estar en el medio y a Ser Addam le vendría bien el descanso continuado por su herida, aunque parecía que no le había servido de mucho.

Hawker había dejado su armadura apoyada en la esquina donde se habían resguardado de la lluvia, que tal como sospechaban terminó cayendo, y se acomodó a su lado para dormir arrebujado en su capa. Había poco techo que les cubriese, de modo que a la mañana siguiente todo estaba mojado o humedecido y los charcos que se habían formado en el suelo reptaban hacía donde ellos se encontraban.

La silla de montar y su petate hacían la función de almohada, sabía que controlar a los caballos durante la noche para evitar que se mojaran sería difícil y prefirió tener una silla seca en la que sentarse a la mañana, además de que así también le proporcionaba un descanso al animal.

El bebé lloraba y berreaba y el cielo parecía imitarle. Lluvia y truenos. Iban a tener un buen camino por delante.

Ser Armen sacó una de las tiras de jamón que habían tomado como botín de las pertenencias de los dos soldados del día anterior y la masticó con indiferencia mientras contemplaba como la lluvia caía y los demás se desperezaban.

-Septa Gala, -dijo cuando vio que la septa ya se encontraba despierta, -he estado pensando que tal vez prefiráis ir hasta Aguasfrías. -Señaló con la tira de jamón hacía el noreste. -Con el dinero que hemos recogido sería factible.

Mientras los truenos, las centellas y la lluvia reinaban en el cielo el pequeño grupo tomaba un desayuno y se aprestaba para el viaje, aunque Ser Adam no veía claro salir hasta que escampara. La septa Gala se sorprendió ante la propuesta de Ser Armen.

¿Por qué Aguasfrías? El castillo está casi en los Dedos. ¿Para qué ir tan lejos?

-He pensado que mientras dure el conflicto entre los Tollett y los Grafton tal vez el bebé estaría más seguro en la casa de los Coldwater. -Respondió el caballero mientras clavaba sus ojos en la septa.

Lady Grafton es una Coldwater, sí...sin duda es un lugar seguro para el bebé; sin embargo, sigue estando muy lejos. La Puerta de la Sangre está más cerca, la Casa Arryn garantizará la protección del pequeño, y de todos nosotros. Mientras ese hombre que escapó -mirada fulminante- no nos delate y encuentre.

-Como gustéis. Aunque no sabemos de que lado se posicionarán los Arryn.- Explicó Ser Armen. -No dudo de su buena intención para con el bebé. Pero puede que Lady Grafton haya ofendido a alguien. Y uno siempre está más seguro cerca de su familia, con los de su sangre.

Puede que los Arryn puedan decantarse por un bando u otro, pero su deber es mantener la paz del rey en el Valle; y jamás osarían hacerle daño a un bebé; ni su mayordomo atreverse siquiera a que sufra daño alguno, podrían ejecutarle por ello. Ignoro su Lady Grafton ofendió a alguien...No, con los Arryn estaremos seguros. Los Siete nos protegerán.

La lluvia seguía cayendo, haciendo imposible salir de aquel lugar.

Armen miró hacía el cielo, la lluvia continuaba cayendo sin descanso.

-Puede que nos protejan los Siete, -dijo con cierto desdén,- mas aquí solo veo dos.

Caminar bajo la lluvia no era muy recomendable, sobretodo si se viajaba con un bebé que podría enfermar y cuya muerte podría significar que su pellejo corriera la misma suerte.

-¿De dónde sois vos?- Preguntó para tener algo de conversación dado que todavía iban a estar allí un buen rato.

Tal vez con dos caballeros y la fe en los Siete nos baste para seguir adelante. Si deja de llover algún día.

La mujer comió algo y procuró alejar sus cosas de los charcos que se estaban formando en el suelo de aquella derruida posada. Asunto difícil.

Soy de Camposanto, un pueblo cercano a Puerto Gaviota, cultivamos el mejor trigo del Valle.

Ser Armen se levantó y asomó la cabeza al exterior tratando de vislumbrar un atisbo de claridad en el cielo, mas solo parecía haber nubes negras y el agua que caía torrencialmente le empapó la cabeza en seguida. Se sacudió el pelo con una mano y se fue a colocar la armadura no estaba de más ir precavido y tener un par de moretones de la armadura en el cuello y los hombros a que te pillaran sin la armadura y gozar de una brecha atravesándote un pulmón.

-¿Qué fue lo que os llevo a tomar la doctrina de la Fe? Si no os molesta la pregunta. - La lluvia no tenía intención de detenerse y Ser Armen necesitaba un trago de licor como aquel bebé la teta de la puta cuando berreaba. Se sentó de nuevo junto a la esquina y contempló el rostro de la septa.

Los horrores que la guerra del rey Robert Baratheon causaron en los Siete Reinos. Supongo que vos, como caballero sabéis a lo que em refiero, lo que queda después de una batalla.

Armen sabía demasiado bien a que se refería la septa al decir "lo que queda después de una batalla". Asintió con la cabeza.

-Es de admirar lo que algunas personas como el septón Meribald son capaces de hacer. ¿Sabíais que recorre el mismo camino desde hace varios años y da todo lo que encuentra a los más necesitados?. Para él su carga es lo más preciado, es su vida. Y seguramente estará recorriendo todas esas millas sin desfallecer aunque sus pies y su corazón dejen de responderle, solo por llevar una fresa a un niño. Es digno de admiración.

Guardó silencio unos instantes, la lluvia goteaba incansable sobre los charcos que se habían formado y un murmullo les rodeaba por doquier. Armen miró a la septa.

-Sin embargo, estar en un castillo con todo el lujo y la comodidad de un gran señor solo por expiar las culpas y lavar la conciencia de un par de señores que apenas se preocupan por lo que les ocurre a esas victimas de la guerra de las que habláis, francamente, me parece innecesario.- No dejó opción a que la septa respondiera.- No me malinterpretéis, seguro que vuestra fe es fuerte y vuestra intención es honrada, pero ¿qué saben los señores de las guerras?. Sí, saben por que lado mata una espada, y saben que sus hombres mataran a los del otro señor si se lo piden, pero ¿qué saben realmente?. Los señores y las damas son unos incultos de la guerra. Si le preguntarais a esos "que quedan después de la batalla" os dirían que no es necesaria bajo ningún concepto. Habría que poner a un campesino de esos en todo consejo de guerra de los siete reinos para recordarles a los señores cuan innecesaria es. 

-Vuestro señor mismamente. Vos misma hablastéis ayer de venganza para los Tollett y sus vasallos. Cuando Lord Grafton se entere de la suerte de su señora esposa y de que casi pierde también a su hijo se enfadará terriblemente y no dudara en haceros caso... Y entonces otros serán los que sufran. Otros niños quedaran sin padres en esa batalla, otros soldados morirán en el fango y perderán allí un brazo o una pierna. Y tal vez el septón Meribald deba ampliar su ruta para llegar a tierras de los Tollett, y mientras el Supremo Septón Gordo seguirá viviendo tranquilamente en Desembarco del Rey sin que nada más le importe que llenar su buche.

Se produjo un largo silencio, sólo interrumpido por el caer de la lluvia. Tanto Alice como Ser Addam sabían de qué hablaba. El bebé, extrañamente tranquilo, carecía de opinión propia. La Septa Gala sí que tenía una propia.

Habéis hablado con sabiduría Ser -empezó- una septa no sólo ofrece consuelo espiritual a sus señores, también les ofrece consejo, cuando son escuchados. Soy consciente de los desastres que una guerra implica, y os juro que ahré cuanto esté en mi mano para que no se pierdan vivas inocentes.

Pero debéis saber, y estaréis de acuerdo, que este asunto perpetrado por los Tollet es un acto infame y una canallada. Estoy segura de que Lord Grafton querrá justicia por este crimen. Presentará su petición al Nido de Águilas; si Lord Nestor Royce rechaza su petición, diplomática, coincidiréis de nuevo conmigo, el señor de Puerto Gaviota no tendrá más remedio que llamar a sus banderizos, e imponer la justicia del Rey él mismo en esta justa causa.

-Pues aconsejad con sabiduría a vuestro señor.- Respondió el caballero mientras desenvainaba la espada. - La justicia es como un arma de doble filo. Si la cogéis por el lado equivocado podéis acabar herido vos también. -Comenzó a afilar la espada con un movimiento lento y rítmico del brazo.

-Desconozco los motivos que los Tollett tendrían para actuar así, y os doy la razón en que es un gesto carente de nobleza. ¿Justicia?. Sí, tal vez ajusticiar a Lord Tollett sea lo adecuado. La pregunta es: ¿qué tipo de justicia espera Lord Grafton que se haga?. ¿No pretenderá que le corten la cabeza a un lord?, o tal vez lo que quiera sea ver muertos a sus hijos. ¿Satisfará el Nido de Águilas la justicia que esperan los Grafton?. Puede que se imponga la decisión más justa y que aún así una batalla se inicie de todos modos porque a ellos no les parezca justo.

Guardo silencio y el sonido de la piedra contra el acero una y otra vez se sumó al de la lluvia. Ser Armen dibujó una sonrisa torcida.

-La justicia del Rey... - Su cara mostraba un semblante amargo, una sombra cruzó su rostro brevemente. -Os contaré una historia de como se aplica la justicia del Rey en estos lares. -El sonido de la piedra de afilar paró de súbito. - Había una aldea en este Valle. No recuerdo su nombre, pero era una aldea pequeña. Estaba en el dominio de los Hunterville, seguramente conozcáis a su señor o halláis oído hablar de él. Como bien sabréis al finalizar el año los señores piden una parte de las cosechas para almacenarlas en el castillo, pues como dicen los Stark en el norte, se acerca el invierno. Ocurrió que aquella aldea sufrió una plaga de saltamontes del sur que arrasó con casi toda la cosecha y no pudieron dar la parte que le correspondía a su señor. Lejos de parecer comprensivo, a Lord Hunterville le pareció un agravio contra su autoridad y tomo una drástica decisión que sirviera como ejemplo para el resto de sus súbditos y convocó a sus caballeros para arrasar la aldea. De entre todos los caballeros había uno, muy joven, un niño sin casi barba que había recibido las espuelas poco tiempo antes y que aún creía que los caballeros debían proteger a los inocentes y cumplir su juramento. Aquel día aprendió que no es así, pues lo que vio le horrorizó tanto que se negó a utilizar su espada para matar inocentes. Lord Hunterville se percató de que el joven caballero no estaba arrasando la aldea al igual que sus otros hombres y exigió saber porqué. El muchacho osó contestarle con la verdad, y Lord Hunterville bajó de su caballo y cogió a un chica de la aldea. Se suponía que a las mujeres y los niños iban a dejarles con vida y por eso las habían apartado en primer lugar. Lord Hunterville la sujetó por el pelo y la colocó de rodillas frente al muchacho y le dijo que la matara. La chica era rubia y su pelo era rizado y muy bonito, aún enmarañado como estaba, aquella chica tenía el pelo más bonito que jamás se ha visto en el Valle, parecía una Lannister. El muchacho no podía matar a una chica inocente tan bella y con aquella cara de suplica que le pedía que no lo hiciera. No sirvió de nada. Fue el propio padre del joven caballero quien la mató en su nombre para evitar que su hijo corriera la misma suerte. Ella, que había leído en los ojos del muchacho la pena que sentía comenzó a suplicarle que le salvara. Pero fue inútil. El joven muchacho no pudo hacer nada. Después de que su padre la degollara los otros perros de Lord Hunterville se encargaron de violarla y lo mismo hicieron con el resto de niñas y mujeres de la aldea. Los mataron a todos, violaron a sus mujeres y los dejaron quemarse con el fuego que arrasaba sus casas. Esa es la justicia del Rey que entienden los señores en el Valle de los Arryn.

Y de pronto el sonido de la piedra contra el acero volvió a sonar rítmicamente una y otra vez acompañando a la lluvia.

Todos escucharon aquella historia, incluso el bebé. Cuando hubo terminado, había cesado de llover.

Una aldea de los Hunterville...Recuerdo algo parecido -dijo la septa- Pero se dijo que habían sido las tribus de las colinas...¿no fue así? -inquirió la mujer, aunque por su mirada no esperaba una respuesta. Había comprendido- Haré cuanto esté en mi mano para que Lord Grafton no provoque un conflicto que haga de las mujeres viudas y de los hijos huérfanos.

Debemos irnos -dijo Ser Adam- las septas muertas no pueden cumplir promesas -una afirmación muy dura, aunque cierta.

Armen tan solo negó con la cabeza cuando la septa preguntó por los salvajes. Su gesto de desolación no dejaba lugar a dudas, él había estado allí, había visto a los auténticos responsables de la quema y muerte de toda esa gente. No podía quitarse a la chica de pelo rubio de la cabeza. Nunca lo lograría.

Recordar aquello siempre le daba sed. Una sed terrible. Sentía la boca pastosa y la garganta le ardía como si el infierno le estuviera saliendo por el pecho hacía arriba. -Así se sentirían los dragones. - Llegó a pensar creyendo que sería incluso capaz de escupir llamas. Cogió la cantimplora y le dio un largo trago, pero el agua no era lo que calmaba su sed. No aquel tipo de sed...

Las palabras de Ser Addam hicieron que reaccionara. Tenía razón, los salvajes podrían caer sobre ellos en cualquier momento. Recogió sus cosas, se acomodó la armadura y la ajusto para que le quedara bien sujeta. Cargó todo en su caballo y lo enfiló hacía el camino. No podían perder ni un segundo más. Tenían que aprovechar la tregua que les daba la lluvia.

Puñales
Lodo en el camino

Los hombres intentan purificarse manchándose de sangre. Es como si, después de haberse mojado, quisieran limpiarse con barro.

Con esta sorprendente cita de Alice, más propia de algún libro de algún maestre hacía mucho tiempo muerto, que de una simple prostituta de posada, reanudaron el camino. Pertrechados y con los tres caballos el grupo reanudó la marcha. Como pudo. A duras penas avanzaban por el barrizal en el que se había convertido el camino, los caballos hundían sus patas y les costaba avanzar cada paso. Ir a pie no era mejor, pues el lodo llegaba hasta los tobillos, y corrían el riesgo de perder el calzado.

Ya era difícil distinguir qué era camino y qué sendero o campo, no había ni un alma en aquella zona, ni ninguna estructura o aldea en la que poder orientarse, buscar refugio o pedir orientación. Es como si el Valle careciera de habitantes. Aunque lo cierto es que la mayor parte de la población vivía en la costa, instalados en pueblos pesqueros y algunas ciudades menores viviendo del mar y comerciando con las Ciudades Libres o los puertos del este.

La frase de Alice fue sorprendente por lo cierta que era y la parte filosófica que entrañaba. Armen la miró sorprendido y asintió con la cabeza. No esperaba que de la boca de una puta salieran tales frases. Quien sabía, igual si hubiera tenido oportunidad de ingresar en un septo, y sin duda mucho menos libido, tal vez hubiera sido una septa valiosa para la religión de los Siete. O tal vez esa frase se la escuchara a algún maestre que reclamara sus servicios y encontró apropiado repetirla en ese momento. De todos modos, sea como fuere, Armen asintió hacía ella y le regaló una sonrisa. Sus palabras tenían toda la razón.

La lluvia había movido la tierra y el barro y los charcos cubrían los caminos y los difuminaban entre el resto de tierras baldías de aquella zona. No le extrañaba que hubiese habido algún desprendimiento que les provocara problemas, y tampoco descartaba que lo fuera a haber. Armen trataba de vislumbrar el camino a seguir y no salirse de él, si se concentraba podía distinguirlo, pero había partes en las que era una tarea costosa por lo revuelto de las tierras.

La puta le devolvió la sonrisa. Apenas avanzaron una legua en cuatro horas. El barro del camino les impedía avanzar más. De vez encuando se encontraban pequeños torrentes de agua que descendían de las montañas, y volvía a llover. Una lluvia fina, pero que humedecía los cuerpos, al septa abrigaba al niño todo lo posible. Su frágil cuerpo no agunataría una enfermedad. Era raro que no hubieran encontrado ninguna aldea en el camino. Es posible que con tanto barrizal se hubieran perdido, y hubieran dejado atrás el camino.

El barrizal y la vegetación de las colinas se despejaba, para dar lugar a un riachuelo. Ahora ligeramente crecido por las lluvias.

-Tened cuidado.- Dijo Armen que temía que la pata de algún caballo pudiera resbalar y crearles una complicación nueva. Aquella zona no estaba muy transitable y el caballero estaba deseando con todas sus fuerzas llegar a una parte del camino mejor. El mero hecho de llevar caminando tanto rato sin haber visto una sola aldea le preocupaba. Comenzaba a preguntarse si no se habría equivocado de camino, hacía tantos años que no transitaba por aquellos lugares...

Un riachuelo se cruzó ante ellos. Si las aguas bajaban frescas y limpias gracias a lo movido que parecía tal vez pudieran aprovecharlo para recargar las cantimploras y que los caballos aliviaran su sed.