Partida Rol por web

Últimamente no hay más que septas y septones en mi vida, tanta devoción merece una recompensa. Un trago allí será un acto más de fe.

Así que fueron al Descanso del septón, el tipo de descanso quedó claro cuando vieron el cartel del lugar que mostraba un septón (o parte de él pues la pintura de su brazo izquierda se había desprendido) durmiendo la mona con una jarra en su mano derecha. Era un lugar modesto, cálido y de buen respirar, sin el habitual olor a humanidad. El ambiente en el lugar no era muy animada, y es que la jornada de trabajo en el campo no había concluido y tan sólo había un par de montaraces, tramperos o cazadores, en el lugar. Tenían un par de ardillas muertas sobre la mesa, sin ningún pudor a que se mancharan con el hidromiel.

Con guisantes y judías verdes, mucha cebolla. Así es como las como yo. Hay una muchacha en Piedragruta que hace maravillas con las cazuelas. Vale más como esposa que como puta.

-Estofadas con patatas y cebolla es como mejor están. -Replicó Ser Armen al comentario de su compañero. Mostró una cordial sonrisa a los cazadores de ardillas y se dirigió hacía el tabernero del lugar. -Aquí mi amigo y yo buscamos algo que nos quite el polvo del camino que ha tenido la indecencia de alojarse en nuestras gargantas.

En aquel momento Ser Armen se dio cuenta de que apenas conocía nada de su compañero de viaje. Habían salido tan apresuradamente y el viaje hasta el momento había resultado tan abrupto que no le había preguntado nada acerca de él.

-Decidme ser.- Dijo una vez les hubieron servido sendas jarras de cerveza. - ¿De dónde sois? ¿Qué os trajo a esta zona?

No les debió sentar bien la confianza que se tomó Ser Armen, pues miraron con suspicacia a los dos hombres y volvieron a sus asuntos, hablando cada vez en voz más baja,

Soy de Poza de la doncella, libre de servir a la Casa Mooton, los Siete me libren. Nadie querría servirles: ni paga ni honor. ¿Mi vida?

Estuvieron hablando durante algo más de una hora. La Guerra del Usurpador, la Rebelión Greyjoy y poco más. No había sido una vida tranquila la de Ser Adam. Siempre con trabajo, pero siempre pobre.

Mi pelo tornándose blanco y mi espada como sustento. Nada más.

Poco a poco, conforme los campesinos abandonaban el campo el lugar se iba llenando.

-Entiendo lo que decís, Ser Addam. No hay honor en servir a un señor que no lo merece. Mejor esta vida errante. - Contestó. -Puede que si lo de la septa sale bien ganemos un buen pellizco. Por cierto, hablando de la septa, - realmente era de lo que Armen quería hablar pero había hecho como si fuera casual, -¿qué pensáis de ella? ¿Creéis que es quien dice ser?.

Aprovechando que se habían quedado solos y sin las mujeres ni el crio, Ser Armen quería hablar con Ser Addam de todo aquel asunto. Puede que el veterano caballero tuviera una visión más amplia del asunto que la que tenía Ser Armen, quien no sabía muy bien si debía confiar en la septa después del incidente ocurrido en las ruinas del molino.

No es septa. -contestó Ser Adam mirando la taberna acada vez más llena. Sin duda podría haber más oídos escuchando pero el ruido de toda aquella gente ocultaba las palabras- Fijaros en su pelo, es largo. No conozco ninguna septa con el pelo largo.

El caballero apuró su cerveza.

Creo que es Lady Grafton, o sino es ella es una de sus damas.

-Yo también lo creo. - Llevó a su boca la cerveza y la terminó de un trago.

Palmeó con fuerza la mesa para llamar la atención de tabernero entre toda la gente que llegaba. - Otra ronda. - Le dijo enseñando una de las monedas que habían obtenido como botín en el molino.

-Ser Addam... no dejéis que beba demasiado, tengo tendencia a excederme demasiado con el alcohol. -Miró al caballero a los ojos con gesto serio para que viera que hablaba en serio. -Y no querréis verme borracho.

Bajó el tono de la voz hasta convertirla en un susurro. -En cuanto a nuestra amiga me gustaría hacer algo para desenmascararla, pero se tan poco de septones como un novicio sordo... Y seguramente ella mantendrá su farsa hasta el final, si tan solo pudieramos pillarla en un renuncio...

En ese caso, Ser. Esta ronda y nos volvemos al septo. -Dijo el caballero errante.

El lugar estaba cargándose, olor a comida y humanidad, risas de campesino y opiniones sobre la cosecha. Este o aquel cotilleo local y alguna noticia fantasiosa de lugares lejanos.

No veo por qué razón no íbamos a seguirle el juego. Estamos protegiéndola, a ella y a su bebé; ha dicho que Lord Grafton nos recompensará, y si es la esposa la recompensa está asegurada. Si alguna vez lo revela, fingir sorpresa o no es cosa de cada uno.

-Sí, Ser, quizá tengáis razón. Pero en todo este asunto hay algo que me huele mal. Normalmente los señores nos hacen ver que son buenos o malos, y si reciben un ataque como el que los Grafton han recibido por parte de los Tollett, nos dicen que son buenos. Pero la experiencia me ha demostrado que no hay buenos ni malos. Sino que muchas veces se juntan ambas cualidades en la misma persona. Todos esconden algo, sus intereses, y hacen lo que sea por conseguirlos. No hay lord honrado... - Miró al caballero errante y torció el gesto. -Pero no me hagáis caso, ser. Creo que esto se me ha subido demasiado rápido.

Creo que no os sigo, Ser. ¿Estáis diciendo que este crimen es una venganza por algo que los Grafton hicieron? ¿O que los Grafton quien ocultar el asunto para hacer algo...espantoso?

El caballero apuró su cerveza y miro a su alrededor.

No olvidemos que todo esto acaba de pasar, quizá Lord Grafton no sepa nada del asunto.

Ser Armen se encogió de hombros. -No lo sé. No digo que tenga por qué ser así. -Explicó el caballero dando un trago largo a su cerveza, aunque esta vez no la apuró hasta el final. -Solo digo que, como en todas las historias, no hay buenos y malos, cada cual tendrá sus motivos para hacer lo que hace y las rencillas antiguas entre señores vienen de problemas así. Igual ella solo mantiene su farsa para que no la violemos... - Soltó una risilla amarga. -Je, como si un hábito fuera a detenernos si quisiéramos metérsela... Además para eso ya está la puta.. -Parecía que el alcohol comenzaba a soltar al lengua del caballero y las palabras, aunque salían algo trabadas por la pastosa lengua y el calor que le recorría el cuello, empezaban a perder el sentido y la cabeza que hasta aquel momento Armen había tratado de ponerles.

Terminó su cerveza de un segundo trago y llamó de nuevo al tabernero. -Otra ronda para mi amigo y para mí, tenéis buen genero amigo tabernero.

Ser Adam se escandalizó ante la simple sugerencia de violar a una septa, por muy en broma que fuese. LA cerveza se le atragantó en cuanto lo oyó.

Un caballero jamás haría esas cosas...Ser -recalcó la última palabra con mucha fuerza, tanta que incluso los más cercanos pudieron oirla. Se limpió la boca con la manga- Espero que no volváis a decirlo. No me tomaré otra cerveza, ya he calmado mi sed.

Y el caballero errante se levantó, no sin atraer las miradas de algunos parroquianos.

-¡Qué sensible sois, mi buen amado caballero!. - Hizo un gesto de desdén con la mano y dejó que se fuera.

El tabernero dudó en si debía o no escanciar las dos cervezas que Ser Armen había pedido ahora que Ser Addam dejaba la taberna. -¿A que esperáis?, he dicho otra ronda. - Le aclaró el caballero. Ahora que había empezado a beber ya no podía detenerlo, el monstruo se había liberado. Todos los horrores acudieron de nuevo a su mente, la chica rubia, su padre, Lord Hunterville... Además todo aquello que estaba sucediendo le exasperaba. Ser Addam le sacaba de quicio, todavía creía la versión de la septa, incluso le había delatado delante de ella cuando optó por liberar al mercenario que les había atacado y no asesinarlo como si fuera un vil perro, que era lo que aquella bendita servidora de los Siete quería. Y ella... ella sí que le daba ganas de vaciar todos los barriles de aquel maldito tugurio.

La primera de las dos nuevas jarras se vació de trago, el sonido del metal al golpear contra la madera de la mesa fue lo último que Ser Armen recordó de aquella noche. Después todo se volvió borroso...

Despertó en la hierba de una pequeña loma, la cabeza le daba vueltas, la cara le quemaba por el sol y la luz le cegaba. Había un árbol junto a él, pero la sombra estaba en el lado opuesto y en nada le protegía.

Se había orinado encima, lo olió antes de notar la humedad. También vio una mancha de sangre en su rodilla, una herida leve. Parecía el resultado de haber tropezado y caído al suelo, las raspaduras de la mano eran prueba de que había intentado frenar la caída.

También había perdido casi un dragón de oro, sólo le quedaban tres monedas de oro y cuatro venados. ¿Cuánto había gastado aquella noche? ¿Y dónde?

Abrió los ojos lentamente y maldijo a los siete infiernos. Trató de girarse para colocarse boca abajo y entonces notó el dolor de la rodilla. -¡Diablos!- Maldijo nuevamente.

La cabeza le daba vueltas, la luz le incordiaba como si hubiese pasado cien años de oscuridad, tenía la boca pastosas y el estomago revuelto. Se levantó a duras penas. Cargado de arrepentimientos trató de recordar donde había estado pero le fue inútil. Se sentía algo avergonzado y arrepentido.

Se levantó como pudo y tras dar unos traspiés y casi acabar de nuevo en el suelo logró mantener el equilibrio. Todavía estaba algo mareado, era como si la borrachera aún no se le hubiera pasado. Emprendió la marcha ladera abajo hacía el pueblo. Necesitaba que le cayera un barreño de agua por encima y cambiarse de ropa, aquella apestaba a vómitos y orín.

-No puedo dejar que esto me pase de nuevo... -Para Armen aquella situación no era nada nuevo desde luego, sabía cuanto tardaría la resaca en desaparecer, y que no podría retener nada en el estomago durante mucho tiempo, y todo eso, aquellos síntomas casi ni los notaba. Lo que le dolía era el aspecto mental de todo aquello. No debería haber bebido, pero le era imposible controlarse una vez empezaba. -Debo cortarlo antes de que empiece.

Siempre se decía lo mismo...

No le costó encontrar el camino hasta el septo; aunque lo que sí le costo fue llegar hasta él. Tenía una ligera cojera, estaba algo desorientado. Aquel día de verano no empezaba demasiado bien. Por suerte no había nubes en el cielo, y ningún diluvio les impediría proseguir su marcha.

Ya veía el septo al final de la esquina, por su puerta entraban aldeanos que acudían a la oración matutina antes de acudir al campo.

Armen fue cojeando colina abajo hasta llegar al sendero principal del pueblo. Notó como al cambiar el nivel su estomago se revolvía y una pequeña arcada le acudió a la boca. Afortunadamente, logró controlarlo pero le quedó el sabor amargo de la bilis durante un buen rato.

No se sentía nada orgulloso de lo que había ocurrido, y seguramente le preguntarían, y tampoco tenía humor para responder. Continuó en silencio y con cara de pocos amigos hasta llegar al septo, una vez allí busco a sus compañeros de viaje.

Les encontró en el interior, la mirada de reproche de Ser Adam fue lo primero que encontró sus ojos se clvaron en los suyos, y luego le recorrieron todo el cuerpo, localizando las manchas de lo que fue la noche anterior. No dijo nada, pero pensó mucho. Alice también estaba allí, junto al niño; gracias a los dioses no lloraba. La septa estaba en un rincón, hablando con un hombre de mediana edad y pelo largo. El arco en la espalda, el cuchillo corto y las botas de piel eran prueba de que su oficio eran los bosques.

Ser Armen no necesitaba miradas de reproche en aquellos momentos, bastante tenía con su propia vergüenza y con su arrepentimiento. ¿Cómo podía haber dejado que se le fuera de las manos otra vez?. Tendría que controlar aquel maldito vicio. 

Fue hasta dónde ellos estaban sin mencionar palabra y se dejó caer al suelo con la espalda apoyada en la pared y algo apartado de sus compañeros. Con las rodillas flexionadas, se llevó las manos a la cabeza como si intentara sujetarla y apoyó los codos sobre las rodillas, clavó la mirada en el suelo y se quedó pensativo durante un rato. Ni siquiera se fijo en el hombre con quien hablaba la septa.

¡Nos vamos! -ordenó la septa a los presentes- este hombre nos hará de guía a través del valle. Su nombre es Derk y Lord Grafton le recompensará.

Montaraz, sin duda concería caminos y senderos y sabría evitar a las tribus de las colinas, o eso esperaban todos. el hombre ya había dejado atrás su juventud y lleva el peno canoso largo y descuidado. Quizá ese pelo blanco fuese todo experiencia.

Ser Armen miró al extraño con cierta desconfianza pero no dijo nada. La verdad era que no estaba en muy buenas condiciones para discutir las decisiones de la septa.

Si era cierto que aquel montaraz sería capaz de llevarles por entre las montañas y el valle sin que las tribus los asaltaran sería todo un privilegio contar con él, ahora también podría haber descubierto la identidad de la septa y querer llevarlos directos a la boca del lobo. Para ser una septa tan desconfiada había confiado muy rápido en aquel hombre.

Pero la cabeza de Ser Armen daba vueltas y tan solo pudo articular un breve gemido y con una mueca de resignación pasó del tema y trató de ponerse en pie.