Partida Rol por web

Mientras paseas por el bosque, que ahora adoras, tus pasos te llevan a la casa de tu padre. Desde el borde de los árboles escuchas como unos hombres, guardias del conde al parecer, gritan y lo sacan a rastras.

Han descubierto varias trampas. De echo la hija del conde cayó en una de ellas mientras paseaba, quedando levemente herida.

Mi padre...se lo llevan...

Nunca tuve gran amor por mi padre, y menos ahora que comprendo quién soy. Es duro ver cómo lo llevan, quizás a la muerte, quizás al cadalso. No pocos son los sentimientos que pasan por mi pecho, luchando entree sí como guerreros protegiendo su hogar, cada uno intentando llevar mi corazón hacia su propia sima. El deber como hijo y el deber como guerrero de Gaia se interponían mutuamente, y entre sí luchaban mi ira contra mi padre y la que me enviaba a proteger el bosque. Estos soldados ingresaban al mismo creyendo que era de ellos.

Al mismo tiempo, la comprensión de su situación me llevaba a perdonarlos, a intentar convencerlos de que no llevaran a un pobre viejo al cadalso. Mis dudas me atenazaban el pecho, pero finalmente ganó mi mejor parte, o quizás la más débil.

Salí de la espesura, con las manos en alto. El arco lo tenía a buen recaudo en el túmulo. Ni un arma colgaba de mi costado, auqneu yo sabía que tenía peores armas al alcance de mi mano.

-Buenos soldados, ¿puedo preguntar que sucede? Si os lleváis a este hombre, pensad si es merecedor del cadalso o de la horca, antes de realizar un paso fatal para él. -les digo a los soldados en voz alta y clara, para que vean que no soy un enemigo.

-¡Aparta campesino! Son órdenes del conde LeMarc. No tenemos nada que pensar. Si tienes algo que apelar sobre el, id a ver al conde, de momento no hay orden de ejecución. Suele conceder audiencia a todo el mundo, es benevolente y justo. No habrá un segundo aviso ¡Apartate!- se apresuran a aprestar sus armas y escudos.

Solo son tres, y uno de ellos sujeta al pobre diablo de tu padre.

Si me hubieran golpeado, o se hubieran reído, las cosas podrían haber sido diferentes. Pero tal como actuaron, no podía atacarlos sin mas.

-Sois muy amables, soldados. Solicitaré entonces una audiencia con su Excelencia el Conde, y pediré por su clemencia.-las palabras difíciles que me había enseñado Joseph venían a mis labios de forma entrecortada. No estaba acostumbrado a utilizarlas, y a algunas, sinceramente, no las comprendía del todo.

-¿Cómo puedo solicitar una audiencia, entonces?-pregunto a los soldados, una vez que me doy cuenta que nunca he heho algo parecido. El castillo del Conde fue siempre un lugar lejano e inaccesible para mi.

-Todos los miércoles a media mañana celebra audiencia pública y..-

Tu padre te ve en ese momento y grita:

-¡Hijo! ¡Hijo mio ayuda a tu padre!-

El soldado algo sorprendido te vuelve a mirar:

-¿Eres su hijo? Quizá sería mejor que vinieras ahora entonces.- no parece una petición.

Sonrío de forma nerviosa ante la presunción de los soldados. Nervios por lo que pueden llegar a liberar.

-No queréis hacer eso. No me llevo bien con mi padre, y sólo quiero hacer lo correcto, es decir, señalaros que es un hombre viejo y deshauciado. Ahora, hacer lo correcto no significa ir con vosotros. No tengo ese deseo, y ciertamente no voy a acompañaros por la fuerza de las armas. Haced lo que os han ordenado, e iros en paz. Nos veremos el miércoles en el castillo del Conde, si os parece bien.-digo, relajado.

No pueden contra mi...mejor que ni lo intenten.

-Joven, no hay sentencia contra este hombre. Aún. Pero quedan cuatro días para el miércoles, pueden pasar muchas cosas. No te vamos a obligar a venir, pero puede que no tengas otra oportunidad de hacerlo.-

Girándose a sus compañeros les dice:

-¡En marcha!-

Tiran de tu atado padre que te mira con súplica.

Con un movimiento de cabeza, asiento a las afirmaciones del soldado. Es cierto que quizás no vea mas a mi padre, pero eso no me preocupa. La sangre en común no puede borrar tantos años de maltratos y golpizas, ni siquiera con la amenaza de la muerte.

Hablaré por el si puedo, en la corte del Conde, pero sólo por mis propios sentimientos de lo que es correcto y lo que no lo es.

Quizás son esos mismos sentimientos los que me impelen a cambiar de opinión.

-Iré con vosotros, si me lo permitís, entonces, buen hombre. Os agradezco la oportunidad de cambiar mi opinión.

No puedo dejar que se lo lleven sin al menos hablar a su favor.

No es un aprecio hacia mi padre lo que me impulsa, sólo lo que yo entiendo que está bien.

Al llegar al castillo os abren las puertas y el conde aparece en el patio. Lo primero que hace es abofetear a tu padre.

-Primero actúo como padre y tus trampas dañaron a mi hija. Ahora actuaré como juez. ¿Tienes algo que alegar ante tus faltas?-

La ira en la mirada del conde es fría y ardiente a un tiempo. Su autoridad es tremenda.

Observo al conde, augusto en su presencia, y veo a un hombre agobiado por la preocupación por su hija.

Me arrodillo ante él respetuosamente, y le pido permiso para hablar.

-Mi Señor, permítame hablar por mi padre, que es un hombre que no conoce demasiadas palabras. Si la justicia se verá servida con la muerte de mi padre, que así sea, pero le suplico tenga en cuenta que es un hombre viejo y que no conoce nada mejor. Sus crímenes quizás sea mejor expiados a través de otra pena: hágalo trabajar para usted, que expíe su culpa de otra manera. No lo envía a la muerte prematura, se lo suplico. le suplico clemencia para un pobre hombre viejo.-le digo al Conde, esperando su clemencia.

Si no resulta esto, mi padre morirá, pero al menos no le deberé nada al viejo bastardo.

El conde te mira largamente. Tras ello se gira hacia uno de los guardias y le dice:

-Encerrad a este hombre.- señalando a tu padre.

Vuelve a mirarte y te indica que te levantes y le sigas.

-Voy a enseñarte algo, joven.-

Cuando llegáis allí veis una muchacha de espaldas a vosotros, sentada y con una pierna vendada y en alto.

Cuando llegáis junto a ella el conde habla de nuevo.

-Marie, este muchacho pide clemencia para el trampero que puso la trampa en la que caíste. ¿Tu qué opinas?- antes de que responda se vuelve hacia ti - La ley es explicita, el ofendido puede pedir la pena que desee para el ofensor, si este no se pronuncia será ejecutado.-

Cuando Marie se gira al escuchar la pregunta de su padre, quedas anonadado. Es la mujer más hermosa que has visto jamás. Sus ojos son profundos y cristalinos a un tiempo, de un precioso verde brillante. Su pelo es rojo oscuro, y su cara en forma de corazón solo es comparable a la de un ángel. Sus labios carnosos destilan una sensualidad que nunca antes habías conocido. Cuando habla descubres que su voz aterciopelada hace que toda tu piel se te ponga de gallina, embelesado.
Se convierte en el centro de todo lo que ves, no te importa nada más.

-Padre, ya te dije que fue culpa mía, soy muy torpe. Si de verdad debes castigarle mándale limpiar las letrinas, pero no te ensucies las manos matándole.-

Mi corazón, apenas vislumbré a la beldad que era la hija del Conde, comenzó a galopar fuera de control. Algo dentro mío empezó a despertarse, un gigante dormido que se desperezaba, una Bestia que no tendría control. Respiré hondo para mantenerla bajo control, no era el momento de dejarla salir, tal como nos habían enseñado en el túmulo.

No pude evitar caer de rodillas ante la mujer, tan bella que anonadaba mis sentidos. Su aroma llegaba hasta mis sensibles narices, y me embelesaba.

Las palabras que tronaban en mi pecho, pidiendo salir, por suerte no cruzaron mis labios. En su lugar, logré balbucear otras, mas tranquilas.

-Mi Señora, os agradezco por intercedr por mi padre. Ahora que entiendo el crimen que ha cometido, comprendo que sólo un ángel podría perdonarlo. Simplemente me alegro que uno haya bajado desde el cielo.-dije, y me quedé mirando al ángel, sin poder evitarlo, pese a saber que era inalcanzable. Aunque, dentro mío, el lobo me decía lo contrario.

Te mira entre extrañada y complacida por tus palabras. Tiende una de sus manos hacia ti para que la beses. Su sonrisa y su voz son pura magia para tus sentidos

-¿Cuál es tu nombre campesino?-

Una ráfaga de viento mueve sus cabellos, abriéndolos en abanico conformando una visión espléndida. Su fragancia sublime inunda tus fosas nasales.

¿Me atreveré a besar su mano? ¿Me atreveré a no hacerlo? ¿Puedo acaso negar lo que mi corazón siente? ¿Y puedo acaso, evitar besarla? No, es tan imperioso para mi como la llamada de Selene en las noches que completa, se halla en el firmamento.

Luego de una ligera vacilación, reverentemente tomo la mano de la joven y, como en un descuido, apenas atreviendome, rozo su mano con mis labios. De repente me siento bajo, sucio, indigno. Nadie es digno de besar esa mano.

-Thaddeus, mi Señora. Thaddeus es mi nombre.-le digo, volviendo mis ojos a la luz de los suyos.

No deben comprender cómo es posible que un campesino como yo hable así...si no  fuera por Joseph, y por Jacques, ciertamente no podría manejar tantas palabras. Es a la vez, una bendición y una maldición, el poder pensar tan claramente las palabras, que queman tanto dentro mío.

-¿Estás de acuerdo con el castigo a tu padre? ¿O será necesario un juicio en toda regla? Normalmente no me tomaría tantas molestias, pero no quiero que se me acuse de favoritismos, ni aún con mi única hija.-

El conde echa a andar mientras habla, esperando lógicamente que le sigas.

Marie te mira con una sonrisa divertida y un gesto de su mano.

Vuelvo al mundo en donde se encuentra el conde y mi padre. Por unos momentos, no recuerdo bien qué estoy haciendo aqui.

Mi padre, claro.

-Mi Señor, creo que la Justicia debe ser servida. La misericordia que mostráis con mi padre es mas que suficiente. Que pague sus culpas en prisión, si así os parece, basta para mi.-ya he hecho demasiado por él. Que cumpla su pena.

Me quedo callado, mirando de a la hija del conde alejarse, recordando de repente  que aún estaba de rodillas, mas que por lo que marcaban las diferencias entre nosotros, por la belleza de la joven.

Marie. Que bello nombre. Preguntó por el mío, se interesó...nadie antes lo había hecho.

El conde ordena y firma la pena de tu padre. Limpiará las letrinas del castillo lo que le quede de vida. Te permite marcharte agradeciéndote tu presencia de forma educada. Antes de que termines de reaccionar, las puertas del castillo se han cerrado a tu espalda.

Me encamino hacia el bosque luego de que el castillo cerrare sus puertas tras de mi. No habría mas misericordia este día, seguramente. La ira del Conde hacia mi padre...ahroa la entendía con mucha razón. Yo hubiera hecho lo mismo, de estar en su lugar.

Marie...Marie...el nombre quemaba en mi pecho como ascuas ardientes, y yo no podía hacer nada por juntarme con la joven. Necesitaba de alguna manera quemar la rabia ardiente que comenzaba a calentarse y a bullir en mis pulmones, en mi respiración. Comencé a correr hacia el bosque, esperando que el ejercicio físico me calmara. Corrí y corrí hasta sentir que mi corazóin latía tan fuertemente como cuando la vi a esa joven tan hermosa.

Al ingresar al bosque, recordé las trampas de mi padre. Ya hacía un tiempo que no vivía con él, pero aún sabía aproximadamente dónde se hallaban, ya que vigilaba el bosque cada tanto. Furioso con mi padre por haberse puesto en esa situación, y haber herido a Marie, comencé a recorrer al ancho bosque buscando sus trampas y destruyéndolas, una a una.

Mi furia aún no se calmaba: mi piel comenzó a crecer, mis manos a transformarse en garras, mis piernas en patas. El lbo dentro mío irrumpió, saliendo a la superficie y conviertiéndose en mi nueva piel.

Con mi forma de lobo, corrí jadeando a través del bosque, buscando una presa con la cual saciar mi apetito, ya que el de mi corazón no sería saciado. Marie había despertado en mi algo que no sabía que existiera, e intenté calmar esa ansia con la sangre de una presa entre mis fauces.

Pasan lo meses y tu ansia no se aplaca, pero consigues dominarla. Poco a poco adquieres la costumbre de, en lo momentos en que el clan no te mantenía ocupado con alguna tarea, rondar por los lugares donde tu padre acostumbraba a poner trampas, casi inconscientemente.

Una noche, de preciosa luna llena, mientras llegas a uno de esos lugares, lo hueles. Es la misma fragancia. Es Marie. Pasea, sola, por el claro cercano. Sus cabellos son mecidos por el suave viento y su bella voz canta una tonada que hace temblar tu corazón de puro gozo y asomar lágrimas a tus ojos por la belleza de la canción, así como de la voz de la joven.

Embelesado como estabas en contemplarla, no notas que no estáis solos. Una figura acechante se acerca a ella. Tiene forma humana, pero su olor lo delata. Es un danzante.