Partida Rol por web

Camino no parecía muy motivada ni resultaba compañía demasiado amigable. Claro que Darío apenas abrió la boca en todo el trayecto, salvo para alguna cortante indicación respecto a la ruta y al final para mostrar su hastío porque el viaje se alargaba más de lo que esperaba.

- Prepárate, y estáte atenta, Es aquí - le indicó cuando recorrieron las primeras casas del pueblo y aparecieron los restos evidentes del incendio. Le indicó que maniobrara y buscara un lugar en el que girar la furgoneta y aparcarlo y descendió caminando lentamente. Se sentía concentrado, atento a todos los detalles a su alrededor, a los sonidos, al olor a humo todavía latente.

Volvió a recordar su refugio en Barcelona: la furia oscilante de las llamas aterrándole y sin embargo purificadoras. En aquel pueblo remoto, en aquella casa destrozada también se respiraba cierta paz atroz que satisfizo al malkavian.

- Ves algo? Tendremos que entrar - rodea la casa a grandes zancadas hasta llegar a la fachada principal. En tonces se gira y observa las ventanas cercanas, en busca de luces y sombras tras las cortinas.

En los exteriores de la casa no se veía nada, solo restos de ceniza y fuego. Hubo que entrar y marcharse un poco con las cecinas del edificio para encontrar algo. Mientras registraba entre los restos de la casa Camino seguía de guardia. Tras veinte minutos de búsqueda apareció algo, una pequeña chapa de metal. La chapa estaba algo ennegrecida pero en ella aún se podía leer el mensaje. “Salvemos la mina de Fabero”. La chapa no tendría nada de particular si no fuera porque el municipio de Fabero quedaba muy dejos de este pueblo y el clip de la chapa parecía doblado, como si alguien la hubiera arrancado.

Al salir de la casa Camino seguía apoyada en la furgoneta mirando la calle, con un gesto disimulado de la mano te indico que te detuvieras y que miraras al final de la calle. Al fondo de la calle en una esquina mal iluminada se veía el inconfundible punto rojo de un cigarrillo encendido. Alguien os estaba vigilando.

Empezar desde abajo hasta alcanzar el lugar que le correspondía. Esa era la única motivación de Darío en aquel lugar cochambroso y olvidado del mundo. Pese a todo, se mostró concentrado y concienzudo, metódico, y al fin dio con algo que le llamó la atención. No tenía ni idea de lo que significaba, pero era lo único que parecía fuera de lugar.

Se metió la chapa en el bolsillo y salió. En ese momento la apática Camino demostró un mínimo interés y señaló la presencia de al menos un alma que los observaba. Bien podía tratarse de un lugareño receloso o de alguien alertado por su interés en tan recóndito suceso.

- Vamos, ya nos ha visto - llevaban allí demasiado rato para pretender ocultarse ahora. Se ajustó la corbata y se dirigió hacia la luz, con su mejor sonrisa de vendedor de aspiradoras. Cuando se hallaba a unos cinco metros comprobó que Camino lo seguía de cerca y amplió su sonrisa. - Está buena la noche para pasear, eh!

El hombre al ver que te acercas tira el cigarro y lo apaga con la bota. Es un hombre joven de mediana edad que viste de manera informal, pantalones marrones y cazadora desgastada. Buenas noches tenga el señorito. Contesta con desagrado. ¿Qué trae a un señorito bien vestido a este pueblo de la montaña? No tiene pinta de poli. ¿Es del seguro de la casa? ¡Esa familia ha sufrido mucho! Deberían de darles el dinero y dejarse de gilipolleces. El hombre parecía un habitante del pueblo curioso, que al ver las luces de la furgoneta y oír ruido se había acercado a ver qué pasaba.

Camino se había situado detrás de ti, en un segundo plano, pero alerta.

El tono de aquel paleto no le gustaba nada. Y sin embargo Mendoza mantuvo su sonrisa chispeante y se acercó hasta colocarse frente al hombre.

- Para eso nos envía la compañía, buen hombre - repuso, asintiendo. - Estamos aquí para las últimas valoraciones y será mi informe el que determine la compensación que reciban los afectados. No pensamos dejarles en la estacada, somos una compañía seria, desde luego.

La parte que más le había gustado de su propio discurso fue la que dejaba entrever que el informe y por añadidura la decisión de la retribución de los damnificados dependía únicamente de su dictamen. Desde luego no de Camino, a la que ninguneó absolutamente ni tampoco de ninguno de los mandamases de la compañía que se dedicaban a poner trabas a quien realmente luchaba por la empresa...

La ira que creó en él la injusta situación fue la que le ayudó a volver a centrar sus ideas en el tema del incendio. Sacudió suavemente la cabeza recordándose a sí mismo que no había ninguna compañía de seguros, ni pólizas ni comisiones...

- ¿Sabe? Siempre me gusta recabar opiniones y testimonios de los vecinos. Ayudan a perfilar una imagen global de lo sucedido que resultan muy reveladoras, ¿no es así? - por primera vez se dignó a volver su atención hacia Camino, buscando un asentimiento, pero no tardó en girarse hacia el paisano mirándolo fijamente.

- Es tarde ya, pero aquí está usted, disfrutando de la noche. Estoy seguro de que el día del incendio no se perdió detalle de lo que sucedió, ¿me equivoco? - apenas hace una pausa para respirar - Sería de gran ayuda para nosotros que nos contara lo que sepa. Para nosotros y para los afectados, claro. ¿Cómo se llaman...? Los... - chasqueó los dedos intentando recordar el nombre que no conocía.

Pues mire usted… El hombre empezó hablar pero toda la información ya la conocías, la habías leído en el periódico. Era una familia ejemplar con dos hijas, el padre era ganadero, la madre ayudaba al padre, una de las hijas iba al instituto, etc. Nada interesante, y para colmo, el día del fuego estaba en el campo atendiendo el parto de una vaca.

Todo era creíble pero había algo que no cuadraba en el pueblerino, la información era exactamente igual que la del periódico. ¿Sería que el palurdo no sabía nada mas o estaba ocultando algo?

Un montón de información que él ya sabía y que empezaba a ponerle nervioso fue todo lo que el paisano explicó, de una manera trastabillada y dispersa. Darío levantó la mano para cortar su discurso.

- Vale, está bien. Veo que ha leído los periódicos, pero nosotros ya conocemos todo eso - miró por encima del hombro a Camino para comprobar que seguía despierta, le hizo un pequeño gesto de alerta y centró su mirada en el aldeano, a quien clavó una mirada fría y dura.

- Como ya sabe estamos hablando de un asunto muy serio - juntó los dedos con calma y siguió hablando, muy despacio. - Imagínese: esa familia feliz, con todas sus esperanzas e ilusiones, de pronto se encuentran rodeados de llamas, no pueden escapar, corren aterrados pero no hay salida. Solo fuego por todas partes. Luchan por sus vidas pero pierden la batalla y las llamas los consumen.

Su propio relato le exalta de una manera inesperada y Darío hace un esfuerzo por contenerse y seguir hablando con la misma calma.

- Y todo porqué? Tal vez un descuido, pero hay datos extraños en toda esta historia. Y usted solo quiere contarnos lo que ya sabemos. ¿Quiere que ayudemos a esa familia? Entonces conteste a mis preguntas: quién pudo entrar en la casa forzando la puerta esa noche? No vieron a nadie extraño aquel día? Aquí los forasteros no pasan desapercibidos... - alzó las cejas. - Y por cierto...se me ocurre otra pregunta: si toda la familia murió, quién recibiría la compensación por nuestro seguro? Lo sabe usted? Parientes en el pueblo quizá?

EL hombre abre los ojos como platos y da un paso adelante, mientras que con el dedo te golpea el pecho. Sabe, usted no me cae nada bien. Sé que trama algo, por algo me pidieron que vigilara la casa. Me dijeron que vendría gente como ustedes a buscar, que vendrían de noche. ¡Sabe, ya estáis aquí! Una llamada y listo, otros 500 € en el bolsillo solo por haber fumado en esta esquina. Pero ese dinero no cubre los dolores de cabeza de aguantar su charla. El hombre se giró irritado y comenzó a bajar por la calle mientras sacaba un móvil del bolsillo. 

Y justo en ese momento el paleto se buscó un problema. En ese instante en que apoyó su dedo grasiento en la chaqueta impecable del vástago, una cólera fría se fue extendiendo por el cuerpo inerte del malkavian. Las palabras despectivas lo hirieron más de lo que deseaba y se prometió que aunque tuviera que dar fuego a todo aquel pueblo de mierda, aquel malnacido se las iba a pagar.

- Vale...como quieras - susurró, mirando su chaqueta en el punto donde le había apuntado con su dedo. Luego su voz sonó mucho más poderosa. - No des ni un paso más. Date la vuelta ahora mismo y contéstame, palurdo de mierda - en la tranquilidad de la noche, el sonido de su pistola al amartillarse añadió la urgencia a la severidad de su voz - O te vuelo la cabeza. - Apuntó a la nuca del hombre e hizo un gesto a Camino. A por él.

El palurdo se detuvo en seco y se giró. ¿Qué quiere pijo de ciudad? yo no tengo dinero, ni nada que darle. ¡Se ha confundido de persona!

Camino, que había permanecido inmóvil hasta ese momento, se puso tensa y empezó a mirar frenéticamente hacia los lados. Interroga a ese imbécil, yo vigilo.

¿Interrogarme? !Qué me va interrogar este panoli! Seguía contestando con tono desafiante. ¿Qué? ¿Qué le voy a decir? ¿Qué la otra pareja era más amenazante? Al menos tenían estilo y no como vosotros, tenían motos harley y no una furgoneta roñosa. El palurdo estaba empezando a gritar demasiado y estabais en el cerca del centro del pueblo, no sería extraño que alguien se despertara con la jarana que estaba armando el hombre.

Se agotaba el tiempo y aquel hijo de perra gritaba demasiado. Tenía que tomar una determinación, ya.

- Vete a por la furgoneta y tráela aquí, rápido - ordena a Camino. Le gustaría saltar sobre aquel desgraciado y ver cómo grita de verdad, revolviéndose por el dolor, con sus colmillos clavados en su garganta. La imagen cruzó su mente, vivida y radiante. No necesitó más para decidirse.

Con un giro de su brazo, intentó golpear la boca del hombre esgrimiendo la culata de su arma.

El golpe pillo al pueblerino con la guardia baja y la culata del arma impacto contra su mandíbula, el hombre cayó como un saco de patatas al suelo. Camino corrió hacia la furgoneta y arranco el motor, en menos de un minuto estaba con la furgoneta al lado del cuerpo inconsciente del pueblerino.

Con señas indicó a Camino que se acercara y le ayudara a subir al hombre a la parte trasera de la furgoneta. Buscaron algo para inmovilizarlo, atando manos y pies y se montó junto a él en el compartimento trasero.

- Arranca, tenemos que salir del pueblo, ya - apremió a la joven, que bajo sus órdenes empezaba a dar muestras de mayor atención e interés, comprobó satisfecho...de sí mismo. - Busca un rincón apartado en la carretera y pararemos allí, seguro que al despertar es más razonable. - Sentado junto al paleto, jugueteó con su pistola, mirando la culata detenidamente, y sujetándose para no caer cuando el vehículo se puso en marcha.

Camino acelera la furgoneta haciendo que las revoluciones suban el motor ruga con fuerza, la chica estaba visiblemente nerviosa y no fue capaza de cambiar de marcha hasta pasados unos 500 metros. A pesar del nerviosismo, salisteis del pueblo sin dificultades y pasados un par de kilómetros Camino detuvo la furgoneta en la entrada de un camino de tierra. El pueblerino siguió inconsciente por el golpe y en la parte inferior de la mandíbula, donde le había golpeado la culata de la pistola, estaba empezando a ponerse morado.

¿Qué? ¿Qué pasa? Pregunto atontando, aun afectado por la conmoción. 

Estaba a punto de estallar contra Camino cuando esta al fin decidió dejar de torturar el motor de la furgoneta y ponerse en marcha. Los chirridos bien podrían haber despertado a toda la aldea, pero recorrieron un trecho y pareció que nadie les seguía.

- Manténte alerta - le espetó a la joven, justo cuando el paleto volvía en sí. Parecía mucho más intimidado ahora y Darío sonrió. Jugueteando con la pistola golpeó con suavidad la mejilla del tipo con el cañon.

- No pasa nada, solo vas a contarme qué pasó aquella noche y quienes son esos amigos tuyos, los de las motos. Si te portas bien te haré un regalito que te encantará, y te dejaré volver a tu pueblo de mierda a seguir follando cabras, como si nada hubiera pasado. ¿Te parece bien? - se lamió un dedo y limpió una marca imaginaria en la culata del arma. O también podían ser restos de sangre de aquel palurdo.

¡Te he contado toda la verdad! Grito irritado, parecía que el golpe había aumentado su mal humor. El día después del incendio vinieron dos motoristas, un chico y una chica, el chico llevaba una cazadora de cuero con muchos parches y pegatinas, uno de ellos era una bandera francesa. Me preguntaron si había visto algo del incendio, y yo les conteste que no, que no había estado ese día en el pueblo. Luego me dijeron si quería ganarme un dinero, les conteste que sí, me pidieron que vigilara las ruinas de la casa y les llamara al teléfono si veía algo. Cuando vi el numero me pareció raro, el numero de teléfono correspondía a la vieja mina de Fabero. ¡Esa mina fue abandonada hace cinco años! Supongo que son ocupas que se han metido en el almacén de mina.

- Y te gustan las motos, paleto? - le agarró del pecho y lo zarandeó, aprovechando que estaba indefenso. Sus modales lo estaban enfureciendo, pero guardó en su mente la información: eran datos interesantes y por fin estaban avanzando.

- Así que deberías correr a llamarles y contarles que hemos estado aquí. Es lo que estás deseando ¿eh? - levantó el arma y le apuntó directamente a la cara, cerró un ojo haciendo puntería, con los brazos extendidos y en posición de disparo. Amartilló el arma y susurró "pum". Bajó el arma, sonrió con malicia y se llevo la muñeca a la boca.

- Y ahora, vamos a ver quienes son los tipos más locos aquí. Así podrás decidir qué te conviene más - dijo, y en un instante estaba clavando sus dientes en la muñeca, haciendo que brotara un intenso reguero de sangre. Con los labios manchados, volvió a sonreír al aldeano y sujetándole la cabeza, le acercó la herida abierta a la boca, haciendo que su vitae se derramara sobre ella.

Camino, tiene que aguantar un grito de sorpresa ante el “pum” ficticio. Claramente no le está gustando el tono que está tomando la conversación, parece que la vampiresa no está acostumbrada a interrogatorios tan bruscos. ¿Pero… pero que… haces? solo llega a tartamudear al ver cómo le das la sangre al pueblerino.

El hombre trata de escupir la sangre pero no es capaz, la cantidad de sangre es demasiada y además esta aprisionado. No tiene escapatoria, es beber la sangre o morir ahogado.  

La radio de la furgoneta había permanecido todo el rato encendida escupiendo canciones y anuncios de la zona, pero entonces empezó el informativo y se escucho algo interesante:

…. Los disturbios en la cuenca minera leonesa van en aumento, varios piquetes han cortado la carretera de Fabero y las vías del tren. La policía y la guardia civil se han movilizado para impedir que los altercados aumenten. Los mineros revindican indemnizaciones y el mantenimiento de la cuota….