Partida Rol por web

El candor del fuego le reconfortaba, mientras observaba a la bella mujer que se ataviaba con ropas más cómodas a la vez que. ¿Como alguien había llegado hasta allí?, ¿Quién era ella y por qué quería instruirlo?. Tantas preguntas y dudas surgían en su mente que apenas podía aceptar que eso estaba sucediendo. En silencio disfrutó del chocolate caliente que la mujer le había dado, el cual duraría mucho, mucho tiempo.

Habían pasado semanas, casi tantas que ni el mismo recordaba cómo se sentía uno lejos del frio de esa montaña. La cumbre se nevaba en los mejores días y en los peores la tormenta era tan poderosa que le costaba caminar, al menos eso era al principio. Por fortuna Helga le enseño a controlar ese poder latente que todos poseemos y que solo algunos son capaces de despertar hasta niveles increíbles, ella lo llamaba cosmos. Cosmos como los millones de numerosos puntos celestes que hacían acto de presencia por la noche; cosmos como las estrellas fugaces que observaba en el solsticio con su familia; cosmos, como aquel lugar donde una vez su madre le dijo que descansaban sus abuelos. ¿Sería el cosmos una puerta?, ¿serían esos puntos lo que le habían enseñado que sería el paraíso?, ¿estaría allí su madre con sus abuelos?, en el fondo deseaba que estuviera para que así no se sintiese sola y cuando esto terminase pudiera encontrarla esperándolo al otro lado.

Tantas dudas le surgieron que le costó ahogar su corazón en ese lago que llamaba recuerdos.

-Helga- llamó a su maestra quién observaba como el chico descansaba - ¿cuál es su historia?. Me ha hablado del cosmos, de esa fuerza que semeja, ¿el qué?, ¿el alma?.

El joven avanzó hasta acercarse a su maestra y tomar un cuenco con agua para saciar su sed.

-Pero si es el alma, es por quien luchamos, por sus recuerdos, ¿no?. Entonces, ¿cómo sabes eso y por qué estás aquí?- torpemente el joven mira a otro lado como para ignorar sus propias preguntas - Si me tomaste como discípulo es que buscas algo, cambiar algo, que cambie algo. ¿Por qué no lo haces tu?

Helga sonríe al escuchar tus preguntas...

- Por que al igual que tu destino no fue morir al enfrentarte a aquel emisario, el mio tampoco es hacerles frente, mi misión es otra... - dice mientras se remanga ligeramente un brazo y muestra un rosario que tiene alrededor de su muñeca, del cual te llama la atención que aparte de la cruz habitual, lleva un pequeño adorno en forma de vidriera con el dibujo de un grial... - Esto Vreist... es una reliquia sagrada... similar a las armaduras que portan los emisarios y antiguos caballeros de la diosa Atenea... pero su origen es divino... y los Olímpicos temen estas reliquias y han estado buscándolas para destruirlas...

Helga vuelve a cubrir su brazo con sus ropajes ocultando así de nuevo el rosario... - De modo que mi misión es proteger la reliquia y encontrar a alguien apto y compatible para usarla... y ese, puede que seas tu Vreist... aunque todavía tendrás que pasar algo más de tiempo entrenando... - dice según se levanta y mira al cielo estrellado bajo el que os encontráis, buscando inspiración para responder a la pregunta que la hiciste sobre el cosmos...

- El cosmos... algunos lo definirían como poder... pero yo creo en realidad que es una forma de manifestar nuestra alma... todos poseen la capacidad... pero solo algunos son capaces de desarrollarlo... si el cosmos solo fuese puro poder no habría tantas diferencias entre las formas que tiene de manifestarse en cada persona... al igual que tus técnicas se manifiestan en forma de recuerdos de tu pasado... - trató de explicar de forma que pudieses entenderlo y no pareciese demasiado complejo.

Vreist observó fijamente el rosario de su maestra. ¿Cómo era posible que una pieza dan diminuta pudiese albergar un poder que hasta los olímpicos considerasen peligros?.

-No entiendo como un objeto tan fragil es tan temido, pero tampoco entiendo como podré llegar a ser el elegido de algo así- por un momento las dudas vagaron por su mente, ¿acaso el hijo de un herrero podría hacer algo asó? - cuando yo era pequeño castigaron a mi padre por forjar un filo, una espada, él pensaba que podría matar a un dios con ella.

El recuerdo de Kharl, su padre, llegando mutilado a casa le revolvió el estomago. Puede que hubiera caído en la depresión y en la locura, pero en otro tiempo había sido un padre amantisimo que cuidaba de sus hijos, en especial de su hija a la que después se dedicó a insultar y maltratar. Sin duda, la muerte de su madre lo había roto como si fuera un cascanueces sin bailarina.

-Después de lo que he visto, me parece absurdo que lo temieran, pero el señor de las tierras de Grisland no lo creía - le costó volver a esos recuerdos - destruyó las armas y le corto la mano, acusándolo de brujería oscura. Si llegase a ver lo que yo he visto, si pudiese ver tu poder o simplemente el mío, ese señor vería las espadas de mi padre juguetes. Yo vivía en el pueblo de Dusken, o al menos, lo que era un pueblo antes; ahora no es más que un montón de cascotes y familias destrozadas.

Señalo hacia el Noreste en dirección a donde sabía que estaba el que antaño llamó su hogar.

-Mi madre adoraba sus praderas y sus bosques. Sufriría en ver en que se ha convertido, pero el miedo y los recuerdos tristes han destrozado a su gente, aunque yo usaré mis recuerdos para que mi cosmos arda y ascienda a los cielos como el hombre del que me hablaste hace días... ¿Icarios?.

- ¿Icarios? ¿Es ese el nombre del emisario que te derrotó? - pregunta curiosa Helga, el nombre no la resultaba familiar, quizás habías confundido conversaciones y pensaste que ella lo había mencionado.

- Sobre lo que temen los Olímpicos... créeme que tienen razones para temer esta reliquia, como podrás comprobar más adelante... - El entrenamiento siguió adelante, y tras casi un año completo de entrenamiento, habías alcanzado ya unas cotas de poder que justo cuando llegaste al lado de Helga creerías inimaginables.

Helga entonces te hace entrega del rosario... - Ahora Vreist, debes de partir hacia Roma, aunque reo que para que tu entrenamiento esté completo del todo, deberías de volver a Dusken y enfrentarte a los fantasmas de tu pasado... quizás allí halles respuestas a preguntas que creías olvidadas... - dijo antes de dejarte partir.

-Icarios era la leyenda del joven que voló muy cerca del sol. Espero no caer del cielo, o de hacerlo, golpear a alguno de ellos para que sientan el peso de una vida destrozada por sus manos- pronunció sin apenas inmutarse, como si el frio de la montaña hubieran templado los cruentos recuerdos de su pasado. Resultaba increíble el bien que las enseñanzas de su maestra hizo por Vreist. Poco a poco, a la vez que entendía lo que era el cosmos y aprendía a manejar su poder, pudo empezar a recordar un poco lo que era el candor humano.

Pasado un año

-Casi no me creó todo lo que aprendido a tu lago, Helga- dice mientras nota el flujo de cosmos que recorre cada centímetro de su piel y que emerge desde el interior, como un latido que siempre estuvo ahí pero nunca había podido escuchar - toda ha sido gracias a tus enseñanzas Helga. Agradezco muchísimo tu ayuda y te juro que no desperdiciaré el tiempo que he pasado contigo.

Cuando Helga le entrega el rosario que ella siempre portaba en su muñeca, Feuer puede notar que con ese objeto también viajan las esperanzas de Helga, sus esperanzas en él y en un futuro mejor. Ese rosario era para protegerlos a todos, abrir las puertas a un futuro mejor, olvidar el pasado, y castigar a los injustos.

- Helga, defenderé este objeto sagrado con mi vida e intentaré ser digno de él y de la memoria de su antigua custodia, tu- dijo al fin de una solemne despedida. Una despedida sin abrazos, sin promesas, sin apenas palabras; Vreist había olvidado cómo reaccionar ante una cordialidad como la de Helga, puesto que ella había sido la persona con la que pasó más tiempo desde su hermana, su hermano y su padre.

-Gracias por todo, y tomaré su consejo y volveré a lo que era mi hogar- aceptar emprender ese camino le llenaba de dudas y amargor, de casi el dolor de un condenado que lucha por salir de su celda, el dolor de su pasado- Volveré a Dusken.

Y diciendo eso emprendió camino hacia lo que fuera su hogar.

Vreist viajó al norte,  alejándose de la cumbre a la que había decidido no llamar hogar, pero que se había convertido en el lugar más cálido que había conocido en los últimos años. Atrás dejó el bosque espeso, el frio viento de la montaña, el piar de los pájaros al pasar. Sus pasos lo llevaron al pueblecito costero donde había iniciado su aventura para encontrar a Helga. Helga le había entregado un objeto de increíble poder, un pequeño relicario con forma de rosario que hasta el poderoso hombre que lo había derrotado sin tocarlo, temería.

Cuando descendió por una de las callejuelas se encontró con el hogar de la señora que dulcemente sanó sus heridas y le señaló el camino; estaba igual que aquél día, con las mismas vidrieras adornadas y los mismos goznes cerúleos.  Intentó encontrar a la señora, llamando a la puerta verdosa pero nadie le abrió. No quería quedarse mucho tiempo, porque sabía que indirectamente la pondría en peligro, así que sacó una que el mismo había tallado en sus ratos libres. La figura era un águila con una enorme base que había hecho con sus propias manos, afición que Helga le había instado a practicar con el fin de adquirir precisión y centrarse.

“Si solo piensas en entrenar y luchar solo te convertirás en un guerrero. Un defensor, un salvador, no es solo alguien que piensa en luchar.” Repetía como un salmo las palabras sabías de su maestra. El odio con el que llegó se había apagado, hasta convertirse en una rabia que reclama la justicia de los indefensos.

Grabó con un cuchillo y mucho tiempo una incriscipción:

Lo he logrado. Gracias a usted seré su esperanza y volaré.

Firmó con un leve símbolo similar al cáliz que se desdibujaba dentro de la cruz, y emprendió el viaje de vuelta a lo que él había llamado su hogar cuando aún era un infante.

Dusken era un pueblo que aun arrastraba los restos de aquel día. Grandes cascotes  incrustados en casas derruidas, un fragmento destrozado de una montaña y docenas de tumbas que marcaban la misma fecha como la del último día de sus huéspedes.  Las gentes que allí convivían habían rehecho sus vidas, seguían con la siega, la minería y otras labores. Sin embargo, la parte más afectada,  donde había estado su hogar, estaba abandonada, como recordatorio fúnebre de aquella tragedia.

Camino en silencio, recordando los buenos momentos de su infancia, las risas que habían vivido y las ilusiones que había tenido. Casi se congela su sangre al ver lo que otrora fuera su colegio, completamente abandonado y dejado en abandono y ruina. Ya no había risas, ya no había canciones, solo polvo, hierba, y la sensación de que el tiempo abandonó el lugar.

Sus pasos se hicieron más pesados a medida que se acercaba a los restos de lo que fuera su  hogar. La chimenea de casa aun permanecía intacta, el fogón y la chimenea del gran horno de la forja seguían allí, destrozados. El escudo de armas de su familia estaba abollado y comido por el óxido. La parte contigua, el salón, donde su madre y su pequeño hermanito habían perdido la vida seguía allí, como un resto inerte en su recuerdo, pero real. La gente había hurtado las ollas, tenedores, prácticamente todo lo aprovechable, pero eso era lo de menos. 

Se abrigo del frio nocturno tras los retos de una pared que aun se mantenían en pie, se sentó en el suelo de lo que había reconocido como  su antigua habitación, su mente lo transporto a pequeños y escuetos recuerdos de su infancia, y allí, con las lágrimas que no había llorado aun en su rostro, dijo:

-Mama, me he hecho fuerte. Mama te vengaré. Mama, ojala no hubiera pasado este  mal. Bienaventurados los desdichados y las buenas almas con trágicos finales, porque seréis vengados- dijo mientras mostraba al cielo el rosario.

Las ruinas de tu pueblo natal despertaban en ti recuerdos y sentimientos que abrían viejas heridas... una vez frente a tu casa alzaste una pequeña oración honrando a tu madre y hermanito... y entonces el rosario que habías sacado y llevabas en la mano empezó a agitarse... y del mismo empezó a surgir energía que tomó la forma de una pluma... dicha pluma empezó a flotar en el aire dirigiéndose hacia el centro del pueblo... como invitándote a seguirla...

Como si hipnotizado por ella... seguiste a la pluma... y se posó en el último lugar que hubieses deseado volver a ver... la antigua herrería de tu padre... el lugar donde llevaba a cabo sus delirantes planes para forjar un arma que pudiese destruir a los dioses... una vez la pluma empezó a desaparecer... pudiste fijarte en una pequeña caja que estaba enterrada en la nieve... parecía que algo de la forja de tu padre había sobrevivido al expolio del barón cuando mandó destruir todas las obras de tu padre...

Sin saber porqué, y con cierta sensación de rechazo... te ves empujado a ver el interior de la caja... y allí hallas lo que la pluma había venido a indicarte... una espada... negra como el ébano... que parece estarte llamando...

Asustado ante el recuerdo de esos crueles filos que evocados a la locura de su padre, él forjó durante día y noche.

La espada emitía una fuerza  y un poder difícilmente perceptible. Era como si a cada martillazo del yunque su dolor se hubiera materializado y abierto una puerta a las profundidades del abismo.

La hoja negra relucía en los bordes, como si en la noche se observase alguna estrella en ese filo. Aquella pluma, que como mil cuervos en bandada, había llegado a la forja, le había dejado un extraño regalo, un último presente en nombre de la justicia y la venganza. Su padre había perdido una mano por forjar ese arma y ahora, ante él, el fruto de ese esfuerzo.

Puede que ese arcón se había salvado del espolio debido a los cascotes que tuvo que levantar para encontrarla, o simplemente la fortuna esperaba que fuera él quien encontrase la espada. Sin embargo, son las sensaciones que ese  filo transmite lo que incomodaba a Vreist. Era como recordar el pasado y hundirse en la memoria, en sus peores recuerdos, en los momentos donde rememoraba a su padre día y noche forjando el arma.

Malditas- dice en voz baja para su propia alma- estas armas están malditas.

La duda inunda la mente de Feuer, “¿de verdad estaban malditas?, ¿de verdad eran tan poderosas?, ¿de verdad podría herir a un dios?”. Observó cuidadosamente el rosario que portaba, acercándolo a la espada, a la espera de que alguna reacción indicase la verdadera naturaleza de aquello forjado por su padre.

Acercas el rosario y empieza a brillar levemente y escuchas una gentil voz masculina en tu cabeza...

- La espada es un heraldo de mala fortuna... pero la pregunta que debes hacerte Vreist es si debes abandonar esta espada a su suerte y que alguien se vea corrompida por ella, o ser tú quien cargue el peso del pecado de tu padre y controlar ese poder... la decisión es solo tuya... - dice la voz antes de apagarse a la vez que el rosario deja de brillar.

Lo que tienes claro es que la espada te llama... te invita a cogerla y empuñarla... y te invita a usarla para consumar tu venganza... 

Esa voz inquieta a Vreist,alterándolo ante la idea de que una voz espectral recite insinuaciones a sus oídos, pero sabe que es verdad. En el fondo sabe que es cierto, que lo que esta ante él es el pecado de su padre, una maldición forjada por su familia, un demonio en un filo hecho por gente con su propia sangre.
Feuer no quiere, desea rechazar ese mal, desea marcharse, no volver, decirle a Helga que allí no hay nada para él, huir. Como un niño desea respuestas y solo Helga podría dárselas, ayudarlo o hacerle entender ello, pero ella ya estará lejos de la montaña.
Ese filo, negro como una noche sin luna, reclama una vida y exige un portador. Lo que sea que le susurra, buscará a otro, haciendo que sus esfuerzos sean ignorados.
“¿Acaso podría llamarme guerrero si dejo que este arma corrompa vidas inocentes?- duda el joven pro primera vez – Mi sangre es la responsable de que esta espada exista y de que esta maldad. Solo yo podre cargarla.
Sus manos agarran el filo y mientras masculla una plegaria toma el arma maldita - “Yo purificaré tu maldad, yo no sucumbiré, yo limpiaré mi familia, yo tomaré venganza contra los injustos pero no como tu deseas. Yo no sucumbirá a ti, no me doblegaré, no seré derrotado; tu y yo saldremos a la luz.”

Al coger la espada sientes como el peso de todos los infortunios sucedidos a tu casa cae sobre ti, pero tras el shock inicial, consigues recomponerte. La espada una vez bien mirada no parece tener nada más allá de lo normal, salvo su color negro, pero sin lugar a dudas emite un aura misteriosa que te inquieta. Entre los restos de la forja encuentras una vaina que más o menos se adapta a la espada y te la llevas.

Una vez abandonaste la forja de tu padre, por un instante te sentiste observado... empezaste a mirar ligeramente alterado a tu alrededor, sin encontrar nada... fuese lo que fuese que te había estado observando, se había ido...

El siguiente paso estaba claro ya... llegar a la ciudad de Roma para desde allí cumplir tu destino.