El secreto del marqués

¿Cuál será, pues, el secreto del marqués?

Cuál será,

Cuál será,

Cuál será

...

Aquella cancioncilla infantil se había colado de forma indeseada en la mente de Rosalin temprano por la mañana y no podía evitar rememorarla, incluso en ese momento en el que se hallaba en su carruaje viendo pasar las calles de Londres a su alrededor, canturreando para sí de forma constante, intentando recordar algo más que el repetitivo estribillo. Aunque bien mirado posiblemente aquel sería un mayor entretenimiento que la presuntamente aburrida reunión que Margarette había organizado con sus amigas y a la cual había tenido a bien de invitarla con una breve misiva en la que le insistía que su ausencia disgustaría mucho a sus queridas amigas.

Tal vez si su madre no hubiera interceptado la nota, Rosalin estaría en esos momentos en el tranquilo salón de su casa , prudentemente a salvo de la cháchara sin sentido y de las risas más carentes de inteligencia de la ciudad, pero para su desgracia Charles, el mayordomo, se la había entregado mientras ella desayunaba e ingenuamente había accedido a que su madre la leyera para ella en voz alta.

Lo peor era que aunque su hermana alegaba que aquella era una simple charla para verse las caras y tomar el té, Rosalin estaba convencida de que era en verdad una estratagema para alimentar los cotilleos de la alta sociedad y que, en cuanto la vieran, las coquetas damas se lanzarían como arpías sobre la muchacha a fin de obtener información fresca y de buena mano sobre su posible compromiso y el hombre al cual le habían echado el ojo sus padres.

Rosalin miraba, desde la ventana del carruaje y con gesto aburrido, el nublado paisaje que se presentaba ante sus ojos. ¿Por qué había sido tan ingénua? Normalmente esas cosas eran propias de Noah y Margarette...

A buenas horas dejé que madre leyese la carta. No volveré a hacerlo.

Suspiró, preguntánose también porque el paisaje de Londres siempre se presentaba nublado y lloviendo, mientras la pegadiza cancioncita no paraba de repetirse y repetirse en su cabeza. No entendía por qué a sus amigas les iba a importar tanto su ausencia o su presencia.

Supongo que estar a punto de encontrar marido las emociona, sea de quien sea...

Ello le llevó a pensar en el famoso pretendiente. ¿Qué tal sería? Solo esperaba que fuera mejor que el resto de hombres a los que tuvo la desgracia de conocer. Por suerte sus padres eran, dentro de lo que cabía, bastante flexibles y pacientes con ella. Si bien algo le decía que con este último futuro esposo, no tendría la misma libertad de elección.

Volvió a suspirar mientras veía a la gente pasar.

El carruaje traqueteó sobre el empedrado de las calles de Londres durante unos veinte minutos más antes de llegar a las puertas del elegante adosado en el que se había instalado su hermana al cambiar el apellido de Mirror por Edge. Allí un mayordomo estirado se deshizo en reverencias al verla y le indicó la presencia de Margarette y las amigas de esta en el salón del té.

Las damas, al verla entrar, la saludaron con aspavientos y gestos más cariñosos de los acostumbrados mientras la invitaban a tomar asiento en una discreta lucha de a ver quién tenía el placer de sentarse a su lado. Ganó su hermana y la señorita Linch, ávida cotilla y desgraciada solterona, que estuvo la siguiente media hora buscando la forma de desviar el tema de conversación del clima y la familia a compromiso.

- Y dígame, señorita Mirror, ¿cómo se encuentra su padre? Mi hermano Charles me contó que el otro día estaba muy contento cuando se encontraron, algo sobre usted me dijo, no me haga mucho caso - la muchacha, disimulando pésimamente, la miró ávida de información mientras disimulaba dando un sorbo a su té.

Ahí estaba, la pobre cotilla yendo al grano. Casi ni habían dado tiempo a que Rosalin pudiera tomar un sorbo de té cuando ya le preguntaban sobre aquel acontecimiento que al afectaba directamente.

- Padre se encuentra muy bien. Su buena salud se mantiene y su humor parece que incluso mejora, tal y como vos sabéis.- contestó cortésmente. Tomó un sorbo de té, a sabiendas de que todas esperaban que continuara.- Al parecer padre me ha encontrado el pretendiente perfecto.- lo dijo mirando a su hermana, si bien su tono llegaba a todas las presentes.- Aunque he de decir que no le conozco, me han hablado muy bien de él. Le conoceré dentro de poco.

Esta vez fue Ana Stevens la que se adelantó a Evelyn Linch, que aún luchaba en su interior por encontrar la forma correcta de plantear la siguiente pregunta.

- ¿Cuál es su nombre? ¿Y cuantas libras gana al año? ¿Y su edad? Contadnos cosas de él, querida señorita Mirror, seguro que aunque no le conozcáis algo habréis oído, aunque sea su apellido. Vendrá de buena familia, por supuesto.

Stevens no se caracterizaba por su recato y aunque todas las presentes la miraron sorprendidas por su descaro y con falso escándalo, en seguida cambiaron su objetivo por el de Rosalin, llenas de ávido interés.

Rosalin tomó un sorbo más de té haciendo gala de una elegancia que realmente no creía tener pero sí sabía mostrar. De ese modo mantuvo en tensión a las impacientes compañeras de sala.

No le gustaba alardear mucho de aquel tema, pero era de mala educación negarse a ofrecer una información que tenía en su poder. Si bien solo contaba con escasos conocimientos acerca de aquel misterioso joven, por lo que probablemente las ladies quedarían decepcionadas.

- Su nombre es Albert William Grunner y por lo visto gana tal cantidad de libras al año que es imposible decirlas con exactitud. No obstante, me apena no poder daros más información puesto que ni yo misma la sé. Espero que sepáis disculpar mi falta de conocimiento acerca de este tema...  

- ¿Albert, decís? Estoy segura de que le conozco, sí - una risita nerviosa surgió del interior de la menuda y poco agraciada Evelyn, que se puso a picotear una de las pastas que acompañaban su té mientras esquivaba la mirada de Rosalin para dirigirla hacia su hermana Margarette, que era sin duda la cabecilla de aquel grupo de marujas.

- He oído que da una fiesta esta noche en su casa, a las afueras de Londres. Tengo entendido que es un precioso palacete que mandó a construir su padre hará diez años; las piedras de la fachada fueron traídas expresamente desde China - confirmó Margarette, tomando el control de la conversación -. Supongo que nuestros padres te han conseguido una invitación, ¿verdad? Es el mejor momento para conocerle.

Rosalin escuchó el resto de la conversación y terminó por asentir ante la pregunta sobre la invitación. Así era, y ciertamente no le apetecía mucho socializarse. Visto lo visto con los anteriores pretendientes, sabía que terminaría decepcionada. Si bien, lo cierto era que una pequeña parte de ella quería saber qué le depararía el futuro al conocer a Albert.

- Lo veremos esta noche.- sentenció con voz dulce y una sonrisa. - Al menos, por lo que decís, debo presuponer que el palacete será digno de ver.

Era una de las cosas que más le gustaban a Rosalin. Como cuando era más joven no pintaba mucho en las fiestas y llamaba poco la atención, se centrada en fijarse en la estructura y el interior de los hoteles, palacetes o mansiones en las que se daban. De momento la que más le gustaba era la de lady Welldone, con aquellos suelos de mármol blanco tan relucientes y el piano negro de cola.

- Llevad un poco de escote querida, con ese vestido no animaríais ni a un muerto y estoy segura de que el señor Grunner va a necesitar un aliciente - Ana Stevens había esperado su oportunidad para volver a la carga y había sido con una nueva demostración de que a lengua viperina nadie la ganaba.

A pesar de que nuevamente las miradas escandalizadas de las señoras se posaron en ella sólo fue durante el escaso segundo que tardaron en echarse a reír con una risa cloqueante que hacía pensar en una panda de gallinas de corral poniendo sus huevos. Mientras la risa se prolongaba, Rosalin observó la mirada desafiante y satisfecha de Stevens, con la que siempre se había llevado todo lo mal que los modales le habían permitido, algo que para ella parecía no suponer una barrera para mostrar su antipatía por Rosalin.

Rosalin se obligó a mantener la compostura ante el inorportuno comentario de lady Stevens, a quien, a ciencia cierta no soportaba; sin embargo, no se sintió ofendida en esta ocasión porque notaba cierta envidia y celos en su mirada y en su expresión:

- Agradezco vuestro consejo y no dudéis de que llevaré un vestido acorde con la situación. Si bien soy de las que piensa que una mirada limpia y una actitud elegante valen más que un simple escote.

Cosa que vos no tenéis.

- No digas bobadas Rosalin, lleva la mirada limpia y elegante que más prefieras pero luce un poco o te vas a quedar sin galán en una noche. Los hombres son muy básicos y la primera impresión es lo que cuenta. No todos quieren muchachas limpias, elegantes o inteligentes pero sin duda no he conocido a ningún hombre que no se interese irremediablemente por una bonita muchacha, aun si ésta es una campesina - la aleccionó su hermana con tono de quien ha vivido mucho, a pesar de que hacía apenas dos años que estaba casada. Las demás mujeres, más serenas después de su ataque de risa, asintieron con conformidad aunque se quedaron prudentemente al margen de la conversación entre hermanas.

Si un hombre solo se fija en un escote entonces no merece ser considerado caballero y no merecerá la pena como esposo.

Obviamente esa sería una opinión que no diría en alto delante de todas aquellas señoritas. Rosalin se limitó a mirar a su hermana y asentir haciendo esfuerzo por no poner los ojos en blanco.

- No te preocupes, Margarette. Sabes que termino cediendo a tus consejos. Llevaré un bonito vestido, un llamativo collar y un adecuado escote para satisfacer el gusto de Albert. Madre se encargará de ello- cansada de que el tema fuera a partir de su inocencia con respectos a los hombres, decidió devolver a Stevens un comentario que sin duda le molestaría.- ¿Aún sigues soltera y sin pretendiente, Ana?

Su comentario logró que una expresión enfurecida afeara las, pro lo demás perfectas, facciones de Stevens pero lo que no esperaba era la sonrisa de suficiencia que suplantó esa expresión.

- Soltera sí, aunque tengo la esperanza de que no por mucho tiempo, querida, quién sabe, tal vez podamos casarnos juntas en una doble boda, ¿no te parece? - soltó una risita misteriosa y, a pesar de la insistencia de sus compañeras, nadie logró sonsacarle el significado de sus palabras.

Alzó una ceja, creyendo comprender a qué se refería.

- Al parecer no soy la única que tiene novedades con los caballeros. ¿No es así? ¿No me digas, Ana, que estás ocultando a algún hombre bajo vuestro escote?- y sonrió. Una medio sonrisa que expresaba tanto astucia como burla.

- Desde luego el escote ayudó - reconoció con petulancia y cierto regocijo en la mirada, recogiendo la burla de Rosalin con más indiferencia de la usual -. No os preocupéis, pronto le conoceréis, estoy convencida de que si no una boda doble una cita doble sí podremos tener. Aguardaré impaciente el momento querida Rosalin, aunque ten por seguro que llegará antes de lo que esperas. Tal vez incluso esta noche.

- Estoy deseando conocer al afortunado.- se limitó a decir, terminando la tacita de té pero sin apartar la mirada de Ana Stevens. En medio de su eterna competición, ahora Rosalin necesitaba saber que su prometido era mucho mejor que el de supuesto de Ana. No podría soportar el hecho de que la apariencia y el estatus de Albert fueran menores.- Y me encantaría esa cita doble.

Demasiado arriesgado sin saber aún qué tal son los dos caballeros...

Las señoras apenas prestaron interés en el intercambio de sutilezas que se daba entre las dos jóvenes, acostumbrada como estaban a sus pequeñas puyas. Sin embargo, la suave tos de Ana volvió a atraer las miradas de sus compañeras.

- Y ahora si me disculpáis, tengo que ir a prepararme, tengo que estar preciosa para esta noche - dijo con gazmoñería -. Me ha llegado ya el vestido que encargué en París y si no es suficiente como para que esta noche sea la reina de la fiesta no habrá nada que hacer - la muchacha se levantó con gracia de su asiento y dedicó una ligera reverencia a sus compañeras -. Señoras... señoritas - dijo clavando una mirada de regocijo en Rosalin -. Hasta la próxima. Gracias por la invitación, Margarette.

Y sin más se marchó de la sala con sus andares elegantes.

Aunque no esperaba caer en la trampa, lo cierto es que Rosalin se había picado y mucho con aquella despedida. Entrecerró los ojos y comprendió entonces lo que era la competitividad.

No pienso perder a eso.

Dejó la taza elegantemente en la mesa y se levantó con sutileza.

- Yo también debería irme. Aunque necesite menos tiempo para arreglarme para estar perfecta... lo suyo es ir con tiempo.

Y se unió al paso de Stevens para salir de allí evitando su mirada.

Más vale que el vestido sea escotado y perfecto. Ahora tengo que ganar en esta fiesta.

Las dos mujeres se fueron, la una al lado de la otra, sin decirse ni una palabra más, puesto que no eran muchas las cosas agradables que tenían que decirse la una a la otra. Poco después Rosalin se encontraba en su carruaje traqueteando de nuevo en dirección a su casa con la determinación de arrasar aquella noche en la fiesta.

Iba pensando en qué se pondría así que cuando llegó a su casa ni siquiera se detuvo, subió las escaleras a toda prisa e irrumpió en su habitación buscando un vestido.

- Por fin has llegado - era Noah, que estaba sentada en una butaca con una novela en la mano -. Mamá me ha pedido que te acompañe a la fiesta aprovechando que Charles está de viaje puesto que dice que a ella le levanta dolor de cabeza - su hermana esbozó una pequeña mueca de disculpa -. ¿Ya sabes qué te vas a poner?

Mientras su hermana le hablaba, Rosalin no perdía el tiempo, recorriendo la habitación de un lado para otro. Primero el armario de los vestidos, luego a los cajones de la ropa interior, collares llamativos donde elegir y finalmente yendo a buscar los zapatos. Todo esto como si tuviera muchísima prisa por encontrar lo más idóneo para aquella noche.

- Me parece bien. Al menos no estarás todo el rato llamándome como hace madre. En cuanto al vestido... sin duda este.- cogió por los extremos el vestido y se lo mostró a su hermana. Nunca lo había estrenado por el simple hecho de que le parecía demasiado escotado y no le merecía la pena llamar tanto la atención. Resultaba elegante, de seda verde de buena calidad con un estrecho y bien apretado corpiño que sin duda haría más llamativos sus pechos. Sin duda una elección sorprendente para que se tratase de Rosalin.- ¿Qué te parece?