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Relato: Ank

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27/11/2014, 20:59

Hacía una noche de perros y Ank caminaba bajo la lluvia con un destino incierto. En aquella noche sin estrellas era casi imposible intuir la dirección que debía tomar para regresar a Herbar. Los blancos dientes de Ank castañeaban debido a la hipotermia que sufría tras horas a la intemperie. Había pensado en buscar un refugio, encender una buena hoguera y quitarse la ropa mojada, pero no podía permitirse tal lujo. Su estómago rugía ya que estaba vacío hacía muchas horas. El joven Ank se sentó sobre un tronco caído. Le dolían sus pies descalzos, ensangrentados por la dureza del camino. Por un momento pensó que más habría valido la pena seguir cautivo ya que si no le mataba el hambre, el frío, lo más probable es que sus perseguidores acabasen dando con él y si no le ejecutaban allí mismo las represalias serían mucho peores una vez hubieran regresado.

 

Ank se apartó su oscura cabellera de delante de sus ojos azules y miró hacia atrás. La espesura del bosque del Troll y la oscuridad no permitieron a su vista alcanzar ni una decena de metros. Sabía que no podía permanecer sentado mucho tiempo o le darían caza. Lo único que tenía a favor es que aquella intensa lluvia borraría sus pasos e impediría en cierta manera que los perros detectaran su olor. Se apoyó en un roble de ramas retorcidas para tratar de levantarse pero segundos después se rindió. Necesitaba descansar. Junto al roble permaneció unos minutos en total silencio, escuchando el sonido de la lluvia y le extrañó no escuchar a ni un solo animal de aquel extraño y antiguo bosque. En la lejanía se escuchaban los truenos de la tormenta que le perseguía y Ank, frunciendo el ceño y apretando el puño maldijo su suerte en voz baja.

 

Ank comenzó a pensar en el tiempo que había permanecido cautivo en las minas de la Cordillera del Viejomonte. Fue capturado un año atrás por piratas trasgos en la costa de Tenklor mientras faenaba en la orilla de la bahía del Tuerto. El capitán Sangaku y su tripulación le trataron a él y al resto de prisioneros como a ratas durante todo el trayecto hasta Keatar, la llamada ciudad libre. Allí fue vendido como esclavo y trasladado a las minas propiedad de un tal Ishur Ananen, a quien nunca tuvo el placer de ver la cara. Una vez en las minas, Ank, comenzó a añorar el trato recibido por el capitán Sangaku en su maloliente embarcación. Durante el trayecto le alimentaron con sobras de pescado y tuvo que limpiar la cubierta y servir como divertimento de la tripulación, y sin embargo aquello no fue tan traumático como el trato recibido en lo más profundo de aquellas infestas montañas, donde hasta el más cuerdo pierde la cordura al cabo de pocas semanas.

 

Ank sintió un cosquilleo en el cuello e instintivamente se llevó la mano a ese punto notando en la yema de sus dedos un pequeño ser viscoso. Se trataba de una babosa que trepaba por su cuerpo. Ank la cogió con dos dedos y la colocó sobre la misma rama en la que estaba sentado y comenzó a mirar como aquel ser de frágil aspecto avanzaba poco a poco alejándose de él. No parecía importarle la lluvia, incluso parecía gustarle ya que era el único animal al que había visto desde que empezó la tormenta. El silencio de aquel ser era similar al de aquel bosque. El silencio del bosque solo se rompía por truenos lejanos y el agua de lluvia golpeando al caer. Los ojos de Ank se cerraban, el cansancio le vencía y la babosa le transmitía mucha paz.

 

Un terrible estruendo sobresaltó a Ank cuando prácticamente se había quedado dormido. Un rayo acababa de caer a escasos cien metros de donde el joven se encontraba. Aquel rayo había impactado directamente sobre un roble similar al que estaba sirviendo de apoyo a la cabeza de Ank, y había empezado a arder. Gorant, el dios oso, había sido benevolente con él, pensó Ank, no había hecho que aquel rayo cayera sobre él sino a escasos metros. Eso le había despertado y era una clara señal para que reemprendería la marcha. Por un instante Ank deseó que aquel rayo hubiera impactado justo encima suyo, así, de una vez por todas, su sufrimiento habría cesado por fin.

27/11/2014, 22:28

Muy bonito, me gusta :)

27/11/2014, 23:09

Me alegro que te haya gustado. A ver si sigo con la historia!

28/11/2014, 11:37

Ank tomó fuerzas y se levantó ayudándose con el roble que la había hecho compañía. Caminó torpemente unos pasos, sus piernas estaban agarrotadas por el frío y la larga caminata que llevaba a sus espaldas. El joven examinó el suelo en busca de alguna rama que le pudiera servir de bastón, pero ni en aquello los astros se conjuraron a su favor. Ank continuó su camino de forma muy lenta tratando de sacar ventaja a sus perseguidores. Con un poco de suerte ellos habrían sido más prudentes y se habrían refugiado de la tormenta a la espera de que ésta cesara.

 

Tras varios pasos un relámpago iluminó el horizonte y Ank se dio cuenta de que la espesura del bosque de cada vez era menor y el bosque estaba dando paso a una llanura. Sin duda eso eran buenas noticias. Una vez dejado atrás el bosque del Troll tan solo tendría que cruzar el afluente del río Tragues y ya estaría muy cerca de la capital del Imperio Umnio. Por el contrario, le quedaban varios días de caminata a través de la llanura donde esconderse de sus perseguidores sería mucho más difícil que hacerlo en el interior del bosque. Sin embargo, pensó Ank, que era posible que una vez entrado en territorio umnio sus perseguidores cesaran en su empeño de capturarle por miedo a toparse con alguna patrulla imperial.

 

Esa idea se le fue muy pronto de la cabeza. Hacía un año que no tenía noticias de los sucesos que acontecían en el Imperio. Lo último que sabía era que Ternut y Herbar habían sido liberadas gracias a la entrada en la guerra de Ultar a favor del Imperio y que las tropas shaltan habían sido expulsadas. No se había topado con un solo soldado del reino de Shalt cuando cruzó el valle de Tragues ni tampoco vio a nadie en el bosque, por lo que había deducido que la guerra había acabado y los invasores habían regresado a su territorio. También le extrañó no encontrar a ni un solo soldado Imperial custodiando las fronteras, pero la guerra había sido muy sangrienta y las principales ciudades habían quedado devastadas. Era posible que los soldados se encontraran realizando labores de reconstrucción del país. Lo que no quería pensar era que finalmente la guerra se hubiera decantado del lado del invasor. De ser así poco le duraría la libertad. Otra opción era que Ultar hubiera tomado el control del Imperio y que éste, ya no existiera. La deuda que había contraído el Imperio por solicitar la ayuda de Ultar, sin duda, debía ser muy cuantiosa y Ank estaba convencido de que de ninguna forma la habrían podido asumir. En ese caso Ank no estaba preocupado. Pese a ser ciudadano umnio de pleno derecho, su origen era ultariano puesto que había nacido en Karkaba, conocía a la perfección el dialecto ultariano y pensaba que no tendría muchos problemas para ser aceptado en ese hipotético nuevo estado.

 

Ank volvió en si mismo, de nuevo estaba divagando. Pero pensar en todo aquello le había hecho avanzar más rápido de lo que él mismo podía esperar. Un nuevo relámpago le reveló que había dejado atrás el bosque y que ya caminaba por la llanura en busca del cauce del río. La lluvia había dejado de caer con tanta fuerza. Era de agradecer después de tres días ininterrumpidos. Ank se detuvo con la mirada puesta en el horizonte a la espera de un nuevo relámpago. Quería vislumbrar el horizonte y saber si ya podía localizar con la vista el río. Espero unos minutos sin suerte, los relámpagos cesaron. Sin embargo empezaba a amanecer y los primeros rayos de sol aclaraban su visión.

Reanudó la marcha, no podía perder más tiempo, el río tenía que estar allí aunque no lo viera de momento. A medida que amanecía la lluvia cesaba y los rayos de sol calentaban el cuerpo de Ank. El joven sonrío cuando esos primeros rayos rozaron su helada piel. Ank miró como aquella luz reparadora iluminaba las palmas de sus manos y sus brazos de piel pálida. Cerró los ojos y alzó la cabeza hacia el sol. Sobrevivir toda aquella noche había sido un gran desafío pero lo había conseguido. Al abrir los ojos vio como el sol ya asomaba en el horizonte e iba iluminando progresivamente la llanura que tenía por delante. No se equivocaba, el río estaba a pocos kilómetros de su posición, si se daba prisa antes del medio día estaría a su altura.

 

Ank siempre había sido un joven de piel bronceada. El trabajo en el mar castiga la piel por la continuada exposición al sol. Pero tras un año de cautiverio bajo tierra en aquellas oscuras minas de diamantes su piel se había vuelto tan blanca como la de un niño recién nacido. Esa cálida sensación le traía buenos recuerdos. Pero esos recuerdos se tornaban amargos al recordar que toda esa buena gente de su pasado había muerto a manos de Sangaku o bien había sido esclavizada y vendida en cualquier puerto del continente de Harvaka o quizás aún más lejos, al otro lado del océano. No sabía si los volvería a ver. Una lágrima resbaló por la mejilla derecha de Ank, y de inmediato se la apartó de un manotazo. El mundo en el que vivía no estaba hecho para débiles, si quería sobrevivir debía ser fuerte.

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