Partida Rol por web

El mundo sigue girando y la vida sigue. Aunque la dama Castellbó ha premiado los esfuerzos del trio con algo de oro los tres saben muy bien que no durará siempre. Viven un poco al día, actuando para los humildes, los cuales son de gustos sencillos y muy agradecidos. Muchas veces no ven una sola moneda, pero reciben panes, quesos, productos de la tierra en suma, por alegrarles la tarde.

Los tres siguen viviendo en la planta de arriba de la casucha del viejo Call. Un barrio aun poco habitado, como si la gente temiese que pro instalarse allí se les pegará algo de judaismo de sus antiguos propietarios. Viven algunos conversos y artesanos que no tienen suficiente dinero como para abrir su taller en otra parte. A pesar de todo es un lugar seguro y con poca delincuencia, los bribones saben que la gente de aquí no tienen cosas que valgan la pena.

Una fría y gris mañana, en la que el cielo encapotado parece removerse y chispean gotas de fina lluvia, unos ruidos atraen la atención del trio. Parecen ruidos de pasos precipitados, de nerviosismo que se palpa por el ambiente. Alguno de los tres abre la ventana esperando enterarse de algo y ve como por la habitualmente solitaria y estrecha calle parece ocupada por una fila de tipos con habitos negros y blancos, el reconocible uniforme de los frailes dominicos.

Y cuando ves a los dominicos ves a la Inquisición.

De repente entendéis el porqué del nerviosismo de la gente que habita a vuestro lado y debajo de vosotros, el porqué de los movimientos nerviosos y precipitados. Esta era la judería de Barcelona, y en donde aun habitan muchos conversos... y no conversos que no desean ser confundidos con lo primeros.

Los hábitos negros de la intolerancia y el asesinato encubierto como obra de Dios. Gente como ellos, ya fueran cristianos o seguidores de Alá, malinterpretando la Palabra Divina, me llevó a la guerra y a la tristeza que aún resuena en mi memoria cuando cayó Granada. Intentando no ponerme demasiado al descubierto de esos buscadores de brujos, que seguramente estarían contentos de quemarme vivo sólo por ser un sarraceno indeseado en sus tierras "limpias", me vuelvo al interior y miro a mis otros dos compañeros alternartivamente, sobre todo a la joven Patricia, a quien he jurado lealtad y protección por haberme salvado la vida y me he encargado de escoltar y de proteger cuando ha sido requerido. Tras unos segundos meditativo, suspiro y niego con la cabeza, sentándome en el suelo.

La Inquisición —pronuncio, con mi acento árabe—. Limpiando la aljama, supongo.

Continúo llorando y secándome los ojos de vez en cuando con las mangas del desgastado vestido de algodón, tan lejano a los finos ropajes hechos a medida de hace apenas unos meses... Aunque en realidad no los echo de menos.
Acabo de pelar la cebolla que tengo entre manos cuando el ruido de pasos hace que detenga el cuchillo y me gire con curiosidad, observando cómo Kamal abre la ventana y observa al grisáceo exterior.
Me recorre un escalofrío debido a la brisa que se cuela al interior de la pequeña casa, pero creo que no es sólo por eso y mi mirada se torna inevitablemente preocupada.

Asiento a las palabras de mi protector, sólo confirma lo que ya sospechaba.
-Debemos ser muy cuidadosos, somos un grupo variopinto, ya llamamos la atención más de lo que deberíamos...- digo con la confianza que me brinda la convivencia con ambos y me compensa las demás carencias.
Quizá algunas veces piensen que debiera callarme pero de todos modos no lo dicen y con eso me basta...

Salgo de mis propias cavilaciones y vierto las cebollas en la cazuela donde estoy preparando la sopa. Los ingredientes no son los más apetitosos pero tenemos algo caliente que llevarnos a la boca, debería ser suficiente.
-¿Has podido percatarte de dónde se detenían?- pregunto para intentar discernir quién o quiénes podrían ser los afectados, aunque prestar más atención de la debida al "arresto" puede ser peligroso.

Los frailes parecen pararse en cada puerta que ven y parecen hablar con la gente que mora en ellas, aunque no hacen nada para ocultar su presencia ni hablan bajo, no puedes escuchar exactamente lo que dicen a viva voz, porque la misma calle húmeda y sucia, además de los rumores de otras calles no muy alejadas que a estas horas ya están llenas de gente, distorsiona los sonidos antes de que lleguen a tu posición. No parecen tener prisa, peor actuan sin pausa.

Lo preocupante es cuando en la calle de enfrente un vecino a todas pintas aterrado abre la puerta, habla un momento con uno de los frailes y señala hacía el edificio donde moráis.

Es una tarde cualquiera en la taberna portuaria "Lo Sarraí". El ambiente está cargado y la sala llena con la flor y nata del puerto de la Ciudad Condal: marineros de toscas facciones y modales, mujeres de encantos negociables, engañosos tahures y vagos profesionales. El olor a alcohol y sudor humano es casi pegajoso y los oídos casi se ven agredidos por una alborotada cacofonía de conversaciones en decenas de idiomas: el catalán propio de estos lares, el castellano de más al sur, el sucio francés de Marsella... incluso el sonido de la lengua infiel de turcos y sarracenos, que por alguna dejadez de los mercaderes de Barcelona, se les permitía atracar en este puerto, aunque no acceder a la ciudad en si.

Estrépito de choque de jarras de madera, latón o cerámica, risas mezcladas con insultos. Esta era la sal de los puertos, que conocía bien Alonso.

Sus correrías le habían llevado a Barcelona, una ciudad que tuvo tiempos mejores, pero que aun seguía siendo un importante puerto. Para variar, tenía el dinero justo para poder alquilar una habitación que le permitiera soportar el dolor de cabeza que le produciría el vinacho aguado que servían en este antro. Las mujerzuelas ni se acercaban a Alonso, parecían oler su falta de efectivo, un sexto sentido que jamás se había explicado el espadachín.

La puerta se abre y los parroquianos más sensibles a la luz arrugan la frente y achican los ojos. Por la entrada aparecen dos tipos bien diferentes, uno es delgado, de unos treinta y muchos, con corta y cuidada barba y un vestir que si bien no puede ser descrito como lujoso si salta a la vista que es pulcro y limpio a pesar de su sencillez. El otro es un tipo enorme, de pelo corto y cuello de toro, con un mentón que podría partir nueces y un corpachón a juego con su feroz expresión.

El dúo se acerca sin mirar a la concurrencia, la cual parece muy interesada en sus propios asuntos como para decir nada. Se acercan a la barra como si fueran a pedir algo, una jarra de agua envinada o una ración de los sospechosos encurtidos que tienen colgados a la vista de todos. Pero en vez de ello se ponen a la altura de Alonso y, tras mirarlo de arriba a abajo, el tipo mudado le habla en un catalán con un cierto acento que parece del bajo Aragón:

-Saludos buen hombre. Veo que habéis pasado tiempos mejores me temo. En todo caso es posible que tenga un encargo que os interese. Mi nombre es Dario Alcantara y sirvo a uno de los señores mercaderes, un prohome de esta ciudad. Sería un encargo fácil.-

Alonso se sorprende, no sabía que tenía pinta de estar tan desesperado por un trabajo como para que un desconocido lo sepa con una simple mirada.

-Escuchad. Solo sería llevar un mensaje, un simple paquete, a unos hombres en una encrucijada. Le pagaremos para llevarlo y esos hombres les pagaran por entregarlo. Luego simplemente le rogaríamos que se olvidará del asunto...-

Tras mirar de nuevo por la ventana y percatarme de la escena que se aprecia desde ahí, me giro, alarmado, hacia Patricia.

Un vecino señala hacia aquí. Atenta, os protegeré si ocurre algo —digo, en busca de mi alfanje, por lo que pudiera ocurrir, acercándome a ella—. Tranquila, de momento, seguid haciendo la comida. Vos no tenéis nada que esconder.

 "Maldita mi suerte hoy. Ni una partida de dados todavía en un antro como este."

Alonso confiaba, tal vez demasiado, en su suerte para encontrar jugadores a los que desplumar con cierta precaución. Bien había aprendido a como ganar fácilmente una partida de dados, ya fuera influenciando la suerte de la manera munadana o con una buena plegaria a la Fortuna, esa ramera que tan a menudo le sonreía, salvo hoy.

En estas divagaciones, y en el saboreo lento y meditado de quien sabe que la próxima jarra podría ser la última en poder pagar, dejaba correr los minutos a la espera de sus presas. En esto que llegaron hasta él sendos hombres. No pudo evitar alzar ligeramente ambas cejas y asomar una media sonrisa esquiva a sus labios.

"Ciertamente no esperaba aparentar tanta necesidad. Debe hacer ya un mes que me lavé y necesito un nuevo jubón sin duda."

Cortesmente Alonso indica asientos a la mesa, libres para los nuevos "amigos".

- Buenos señores, tomen a bien sentarse conmigo para conversar acerca de su necesidad. Como buenos y generosos cristianos, estoy seguro que tendrán a bien invitarme a una jarra de vino y un trozo de carne. Me temo que el hambre afecta a mi oído y mi entendimiento, y por buena fortuna me disponía a encargar la cena cuando ustedes han llegado.

Lo primero era lo primero, y cualquier promesa de pago futuro debería esperar a saciar primero sus necesidades de ese día. ¿Había comido? No podía recordarlo. Probablemente no.

Alonso espera primero a la comida y el vino, antes de querer hablar de nada, lo cual no es a penas más que unos minutos.

- Cuentemen, amigos míos, acerca de esta niñería de transportar un paquete. De buen seguro que podré ayudarles. ¿Cómo de grande sería? ¿A dónde habría que llevarlo? ¿Esperan que surgiera algún tipo de imprevisto en el trayecto? Y, por supuesto, ¿Qué habría en ello para mi?

Por mi memoria no deben preocuparse. El vino ayuda bastante bien a esos menesteres, como bien sabrán. 

El hombre parece entenderlo y paga la ronda de Alonso. Eso si, no prueba ni gota de alcohol.

-Las condiciones son bien simples. Simplemente tendrá que ir está noche al punto acordado con un paquete, no es muy grande este, podría llevarlo perfectamente bajo el brazo, o en un zurrón. Tampoco está muy lejos el punto de entrega, menos de un día de camino desde aquí hacía el norte. Lo que se pide es que no se desempaquete por el camino. Si lo hace, lo sabrán las personas a las que le tiene que entregar el paquete y no se le pagará. Hablamos de 20 maravedies al salir y 20 al llegar.-

Hace un gesto, considerando de irse por donde ha venido. Parece no estar cómodo en el lugar.

-Si le interesa venga a la mansión Occand esta tarde para recibir el dinero y el paquete. No queda lejos, está en el barrio Honrat y su escudo es bien visible, una oca sobre fondo azul marino.-

Finalmente la comitiva se para delante del viejo edificio donde moráis vosotros y una humilde familia de origen campesino en la planta baja. Pican sonoramente y desde su posición puede ver que algunos frailes miran buscando en las ventanas algo que se asome. Van acompañados de algunos guardias de la ciudad que acuden con gesto aburrido, con sus picas y alabardas indisciplinadamente llevadas a cuesta y algunos sin siquiera el puntiagudo yelmo puesto.

Hasta ahora el que encabezaba la comitiva os resultaba vagamente familiar. Ahora caes en la cuenta de quien es, es el monje que sarcasticamente os reprendió en los muelles. Parece que vuestros destinos se vuelven a cruzar.

Una voz fuerte viene de abajo en la calle y es perfectamente audible con las ventanas abiertas.

-Con la autoridad que la Santa Madre Iglesia y los Reyes Ferran de Aragón y Isabel de Castilla nos han otorgado venimos a prender a un grupo de comediantes. Uno de ellos es un sarraceno infiel y hay otros dos sospechosos de judaísmo. Decidnos donde estan.-

Tan sólo la expresión con la que se gira Kamal ya propaga el miedo en mi cuerpo, tensándolo cómo las ramas de un árbol. Sé que no se pone a la defensiva si no es totalmente necesario y por tanto estamos en peligro inminente.
-Pe, pero...- musito torpemente, intentando seguir con la comida temblorosamente y dejando caer la cebolla de golpe cuando la puerta suena estrepitosamente.
Doy un respingo acompañado de fondo del chapoteo de la comida en la cazuela. Miro a mi protector, sin duda el que corre más peligro, después a Luis y finalmente la madera astillada de la puerta.

-Escóndete...- le musito por lo bajo a Kamal. Después de todo creo que Luis y yo podríamos intentar inventar algo y pasar desapercibidos...

 Alonso asiente con la cabeza, aún con la boca llena. Da un trago de vino para pasar mejor la carne por el gaznate.

- Entiendo a vuestra merced. Esta bien, iré donde las señas indicadas. Como veo que la discreción es de buen menester para ustedes y los nombres sobran entre buenos cristianos como nosotros, tan solo diga que irá a recogerlo el buen Don Luis Megía, y que usted el buen Señor de Ocaña le envía. No le robo más tiempo a su merced, pues se ve  a leguas que es hombre ocupado y ya ha tenido mucha amabilidad al expender este valioso tiempo con mi humilde persona. Tenga usted un buen día, Señor de Ocaña.

Alonso ve como se marchan los hombres, mientras él da buena cuenta de su comida. No prueba más vino ese día, pues quiere estar fresco para la encomienda de la tarde. Gasta el tiempo en afilar la espada y sacarle brillo, para estar seguro de que le será de buena utilidad en la encomienda. Por supuesto, si viera organizarse algún juego de dados, no duda en participar para ganarse algún maravedí extra.

Al mediodía pide una última jarra pequeña de vino, no para beber, si no para echarse un poco por las ropas, la cara y el cuello. No ir borracho no quiere decir que no tenga que oler como uno. Mejor dejar que los demás le tomen por payaso y borracho, a que piensen que puede darse cuenta de más cosas de las necesarias y quieran asegurarse su silencio perpetuo enviándolo bajo tierra.

Espera pacientemente, dando vueltas por el barrio que le indicaron, para localizar sin prisas y sin dudas la mansión Occand. Al principio de la tarde, llega hasta allí y golpea a la puerta, dando las señas indicadas a quien le abra, y simulando su voz de ligeramente borracho arrastrando un poco de más las eses.

- Buenass tardess tenga su buena merced. Ssoy el buen Don Luiss Megía, encomendado por el buen Sseñor de Ocaña para un favor que creo que necessita. 

Osorio recordaba perfectamente el modo de actuar del Santo Oficio. Y sabía perfectamente que los monjes no irían solos; pronto el brazo secular haría acto de presencia. La puerta sería derribada. Se actúa así, por presunción de culpabilidad. Kamal había visto como un vecino les señalaba: era más de lo que la Inquisición necesitaba para ahumar sus pellejos.

Lo importante era no ponerse nerviosos.

Piensa. Una mujer, una mujer joven. Una mujer joven viviendo con dos hombres, una mujer joven viviendo con un judío y un sarraceno. Piensa. Piensa.

-Bien. Kamal, escóndete. Patricia, ven aquí -dice el cómico, mientras busca una cuerda o algo semejante-. No os preocupéis: todo saldrá bien. Vamos a montar un pequeño entremés. Patricia, ataré tus muñecas juntas por delante. También sería conveniente que rasguemos un poco tu vestido y que enmarañemos tu cabello. La idea es la siguiente, sal ahora mismo, escaleras abajo y lanzate en brazos de los monjes, mientras gritas: ¡el judío, el judío quiere matarme! Yo saldré en tu persecución con mi puñal; esperemos crear una distracción tan fuerte como para que Kamal escape por los tejados. Tú denunciame en seguida: como judío, como brujo; di que te secuestramos, y que el otro individuo abandonó la casa momentos antes de que llegaran la inquisición. Sé que es una locura, pero si no lo hacemos así, nos prenderán a los tres y entonces estaremos perdidos. Cuento con vosotros para que me liberéis... ahora, ¡corre! ¡corre!

Su mirada busca entre los utensilios de cocina un cuchillo que blandir, y suspira tres veces antes de deformar su rostro en una mueca de odio y horror, la propia de un judío.

Me acerco a Luis no demasiado convencida, titubeante en realidad. Aún así junto mis muñecas delante de mío, haciendo caso a mi compañero sin rechistar demasiado hasta que empieza a atarme con una gruesa cuerda relatando su "plan".
Miro las ataduras algo ceñuda y molesta, recordando unos meses atrás aquella tensa situación, pero me la quito pronto de la cabeza dado que suficiente tenemos con la que nos toca ahora.

-Pero... no me agrada esta idea, ¿que pasará contigo?- observo a Luis con total preocupación.
Conozco parte de las habilidades de Kamal, quizá sería lo suficientemente rápido para escapar... Pero ese teatro provocaría la ejecución del judío de forma casi inmediata.
-Vayamos todos por el techo, podemos intentar huir ayudados por la gracia divina...- me dispongo a santiguarme pero ceso en el intento debido a las cuerdas.
Prefiero arriesgar mi vida con una leve probabilidad de que todos escapemos a salvarla condenando a otro por seguro.

Caminas zigzagueando por las estrechas y enmarañadas calles de Barcelona, cruzándote con diferentes gentes que a pesar de sus diferencias en géneros, clases y oficios te miran con algo de desprecio y de pena, hasta llegar al llamado Barri Honrat.

El barrio esta muchos menos concurrido. Aunque las calles siguen siendo estrechas permiten el paso de un carruaje, no como otras que parecen pensadas para un solo tipo a caballo. Las casas son de varios pisos y se alzan desafiantes ante ti. Muchas tienen gárgolas o héroes mitológicos talladas en sus canalones, mosaicos viejos y descascarillados de épocas imperiales y ventanas góticas que suelen estar enrejadas o cerradas a cal y canto con poderosos cierres de madera y metal. Vagabundeas por el sitio y te cruzas con algunos guardias, por un momento temes que te arresten antes de llegar a tu destino, pero llegas ante la mansión Occand.

Y picas en el portón de esta usando su pesado picaporte...

Te abre el hombretón que viste antes, solo que ahora parece ataviado con una cuidada coraza, dándole un aspecto aun más feroz si cabe. Cuando dices eso te mira desde las alturas y te deja pasar con un gruñido.

Poco después pasas al patio, y te encuentras con Dario delante tuyo...

-Bienvenido.- Dice con una leve reverencia. -Os esperaba... ¿Estáis en condiciones de hacer un viaje aunque sea corto?- Dice mirando ceñudo a Alonso que no parece en muy buen estado.

 Alonso lo mira, balanceándose levemente y los ojos ligeramente vidriosos… enfoca de nuevo su mirada, y sonríe de medio lado.

- Claro, Sseñor de Ocaña… ssi no esstuviera en condicioness no habría venido. Indíqueme el paquete y la dirección exsacta ssi ess tan amable, y partiré raudo.