Partida Rol por web

El Buitre empieza a quitarse las vendas de su brazo con la otra mano, ayudándose con los dientes. Asustado y furioso, parece que hasta ahora no había sido consciente de que le faltaba una mano.

Miro al buitre et a los mios compañeros. Esta batalla no es mía et non hay mucho que pueda decir. Aún así me mantengo firme et espero ser de ayuda. La mano en el pomo de la espada por lo que pudiera ocurrir

—Se ha escondido. El hombre que había en la muralla se ha escondido al vernos avanzar hacia el castillo.

La tranquilidad del castillo, sin apenas guardias, es sospechosa. Junto a mis compañeros, me dirijo a los establos en busca de las voces para intentar esclarecer dónde se halla toda la gente y ver si encontramos de nuevo a nuestros compañeros.

He sido criado para defender la justicia con la fuerza de mi brazo, pero entiendo que en ocasiones hay que recurrir a la palabra, por lo que cojo aire y trato de convencer al conde Gregorio de la necesidad de hacer justicia en este asunto.

—Nuño, ¿por qué no miramos en las cuadras antes de entrar al castillo? Quizás el resto esté allí aun. Aunque no me gustan esas voces, vayamos con cuidado.

- Si, vayamos Zacarias - digo mientras aferro con fuerza mi baston, deseando que no encontraramos problemas pero preparado por si acaso - Amelia, non vayas sola, que te acompañe Tiago o Pablo, no sabemos que ocurre en el castillo et el buitre esta aquí - 

Luego me encamino lo mas sigilosamente posible a las cuadras.

-¡Apartad!- Se oye gritar en la estancia de abajo, y de seguido, unos pasos en la escalera. El guarda de la entrada asoma la testa y anuncia: -¡Mi señor, la doncella del pueblo es a las puertas!-

-¿Qué oyen mis oídos? ¿Amelia?¿ E non la traes contigo? ¡Inútil!
 

Subes los escalones hasta la puerta de la Torre del Homenaje, que está abierta. Dentro, las cocinas se iluminan por la lumbre. En una esquina se arremolinan las criadas, tapando la escalera, y en la otra, sobre un jergón de paja, ronca Godesteo, el salutador. Te diriges a la escalera, las criadas se apartan, y tras subirla casi de un salto, te encuentras cara a cara con el Conde de Ucero, don Gregorio.  Entre los dos, el guarda de la entrada, que se aparta al verte. A un lado de la estancia Orosia, don Tancredo y don Arturo están de pie, al otro, El Buitre incorporándose sobre una cama.