Partida Rol por web

La voz que sonaba en su cabeza era la suya... Pero no era él. Cuando quiso reincorporarse al servicio, le obligaron a hablar con una psicóloga del cuerpo; aquella mujer parecía tener especial interés en si Kutner había escuchado voces dentro de su cabeza. “Es como si fuera su propia voz, Sargento, pero hablándole a usted. ¿De verdad que no le ha pasado?”

Bien: ahora ya podía decir que sabía lo que era. Seguro que se había vuelto loco al morirse.

El caso es que su voz había tenido una idea, y una idea que no dejaba de ser buena: si daba la alarma, impediría que la chica hiciese una tontería. Para Kutner estaba claro que Frank había elegido al prisionero más vulnerable para gastar una broma cruel. Si todos cumplían órdenes, ¿qué ganaba ese gilipollas dejándola escapar?

Decidido: iba a delatar a alguien. Pero no a la cría: iba a delatar a Frank.

—¡Capi!

Gritó lo bastante fuerte como para que toda la procesión de muertos pudiera escuchar lo que tenía que decir.

—¡Capi! — gritó de nuevo — Escucha, me jode ser un chivato... Pero es que aquí Frank nos está incitando a fugarnos. Y me preocupa que alguien le haga caso y se meta en un lío.

Cuando miró a Frank, sonrió, y sus ojos parecían decir: "jódete".

Doug se sacó los dedos de la herida, que aparecieron manchados de un líquido transparente y viscoso que nada tenía que ver con la sangre y que desapareció al cabo de unos segundos. Sus labios pareció que decían “¿qué cojones”, aunque por ellos no salió el más mínimo sonido. Y para hacerlo todo más difícil, su cabeza iba a toda leche, como una metralleta. En vida había oído voces, pero desaparecieron cuando dejó de tomar sus pastillas, y de eso hacía ya décadas. Parecía que la muerte les había reunido otra vez, aunque esta sonaba distinta... convincente. No podía decir que se alegrara. 

—Además de poli, soplón —espetó, cuando Eric se chivó—. Eres el paquete completo, ¿verdad? 

No se fiaba de Frank, pero lo cierto era que confiaba aún menos en Eric. Gajes de tu oficio, capullo, pensó, como si de algún modo el difunto picoleto pudiera oír sus pensamientos. Si la drogata intentaba escapar y los otros la cazaban, todos habrían tenido la oportunidad de ver qué pasaba cuando abrían fuego contra uno de ellos, quizás aprender algo por el camino. Pero el muy idiota había echado a perder esa oportunidad. 

Mi vista se detiene en aquel vagabundo, hasta su vida parece envidiable una vez se ha despertado aquí, en un lugar tan lúgubre como decadente. Nunca había pensado en la vida de los más desfavorecidos, no me había planteado demasiado nada relativo a la sociedad que me rodeaba, y ahora, por un rato, lo hago. Al lado de la vida de ese hombre mi vida no había estado tan mal, quizás me habían faltado muchas cosas que él ni siquiera se plantearía como necesarias, con tener una cama y comida todos los días, habría mejorado notablemente su existencia. Una sensación extraña. Solo puedo suponer que aquellos pensamientos serán más frecuentes una vez muerta, pues el lugar en el que he acabado, invita a añorar la vida que una vez tuve e incluso lo que él tiene. Y no es nada, pero es mejor.

Enseguida mi atención vuelve a centrarse en mi nueva realidad y en Frank. Parece amable, pero es difícil entender todo lo que dice cuando no se tiene ni idea de lo que habla. Asiento, por no volver a preguntar lo mismo, pues por supuesto que no lo sabía, y ahora solo puedo imaginarme algo que no sé si corresponde con la realidad.

«Estigia», ese es el nombre que recibe este lugar. Todo lo que dice suena tan humano: un registro, aportar más, logros, habilidades especiales. Es casi como un currículum de nuestra pasada vida, eso me lleva a preguntarme qué les pasa a la gente que es aun más joven que yo. No hemos tenido demasiado tiempo para lograr nada. Él no tarda en hacérmelo saber; nada agradable, es mejor intentar huir que enfrentarse a ello. Supongo. O quizás no. 

Entonces todo me pilla de repente, la conversación que transcurre a mi lado con la que no puedo evitar sentirme identificada de cierta manera y no solo eso, sino una voz familiar me acompaña, una que despierta unos sentimientos tan extraños que no soy capaz de gestionarlos. Entre lo que veo y lo que oigo, ahí está mi mente. Es evidente que esta gente está preparada, no es tan fácil escapar por mucho que lo diga el tío majo, pero lo que realmente me jode es que el que parecía más de fiar resulta que ha decidido chivarse del único que nos daba información sobre este lugar. Da igual. Ahora mismo no logro concentrarme y todo transcurre en un segundo plano para mí, me doy cuenta de ello, pero mi atención está en otro lado. En mí. 

«¿Cómo?», pregunto o me pregunto, no estoy segura. «¿Puedes leerme la mente?»

Ahí me quedo, con la duda en el aire mientras intento gestionar también mi alrededor. Me deslizó, alejándome del problema para colocarme cerca de Peter.

―Disculpe. Quería preguntarle algo ―le digo, dubitativa―. ¿Qué hacía antes? Porque esos ya lo dejan claro, pero usted parece… No sé ―murmuro―. ¿Normal?

Tras mis palabras, la curiosidad que me causa esa voz tan parecida a la de mi hermana sigue ahí, muy presente. Me trae recuerdos que no se bien como clasificar, lo lógico sería decir que unos son agradables y otros desagradables, pero no es así, todos me causan una añoranza, y es que hasta en los momentos más tristes de mi vida he sentido que estaba mejor que ahora. Me siento totalmente sola en este lugar desconocido a pesar de que ya puedo nombrarlo: Estigia.

«Así me considero», respondo un poco más tarde mientras sigo mirando a Peter a la espera de su respuesta, pero realmente creo que estoy a la espera de volver a escuchar la voz de Dalila. Estoy impaciente y eso que solo han sido escasos segundos, pero deseo volver ha oírla, pues entre toda esta gente desconocida, su calidez es como un halo de luz y esperanza. «Pero creo que buscan fuerza, como la del tío chungo ese o el poli», dejo caer, reconociendo esa verdad. Quizás no tengo valor alguno aquí, y eso, extrañamente, me hace sentirme como en casa.

«Oye, ¿quién eres? ¿O qué eres?», termino preguntándole.

Es difícil leer a Frank. Su sonrisa bobalicona, su amabilidad, incluso su risa falsa. No estabas seguro de si era así o en verdad se traía algo entre manos. En realidad, no se te da muy bien leer a la gente y en el caso de este tío, o era tan simple que estabas dándole vueltas, o era tan buen actor que igual y te estaba engañando.

Eric y Peter hablan casi que al tiempo, atropellándose entre sí y haciendo que Amelia se sobresalte, mordiéndose el labio de nervios con tanta fuerza que tenéis la impresión de que está a punto de sangrar. Por un momento, parece demasiado decidida como para cambiar de opinión y a punto de actuar impulsivamente en contra del sentido común. Pero, al final, se queda mirando a Peter y parece que sus palabras llenas de esperanza hacen más mella que las amenazas de Eric. Sus músculos se relajan, baja la cabeza, asiente y musita algo que sólo él puede escuchar.

En cuanto Eric toma la decisión de avisar de lo que sucede. Hay un instante de silencio, y el rostro de Frank rápidamente cambia transita entre la expectativa, la decepción, la sorpresa y luego cierto miedo que le hacen dar un paso hacia atrás. La líder, quien está a unos metros de la comitiva, voltea a mirar y lentamente parece evaluar lo que sucede. Pero quienes reaccionan primero son los demás mercenarios alrededor.

"¡Frank, eres una rata tramposa!" grita uno sin poder aguantarse. "¡Eh! ¡Que no se vale comerles el coco!" dice otro muy cerca, el calvo de voz rasposa. "¡Pedazo de cabrón, nos quieres timar, te voy a arrancar esos dientes!" vocifera una tercera, que debe ser sostenida por dos de sus compañeros. La procesión se detiene de repente, y los ánimos se caldean, los insultos vuelan, mientras el pobre de Frank mira hacia todos lados y balbucea un —No, yo n-no— varias veces. 

"Frank" dice apenas levantando la voz Capi a buena distancia, pero sus palabras llegan de manera clara y distinta. El mercenario toma rápidamente a Eric por el cuello. —Si me llegas a costar un sólo Óbolo, te juro que te los haré pagar con creces, chivato...— dice, pero las voces de protesta y amenaza se elevan, Frank mira alrededor nervioso, suelta a Eric con poca suavidad y camina hacia donde el líder y comienza a expresarse de airada y nerviosamente, moviendo las manos señalándoos, mientras Capi sólo observa y responde en frases cortas sin que podáis escuchar lo que dice.

—G-gracias...— alcanzas a escuchar que te dice Amelia, sólo para ti.

—Hacéis bien en no escuchar a ese tarado— dice Leto sin miraros directamente. —Manteneos en silencio y seguid las instrucciones que os demos y todo estará bien. Nadie sobrevive solo de este lado— dice, críptica y seria. Da la impresión de que no quiere hablar demás. Ella parece ser la única que no voltea a mirar la escena, mientras el resto de sus incluso algunos de los enmascarados y más fuertemente armados parecen atentos a lo que ocurre entre el Capi y Frank, algunos incluso parecen exigir un castigo o una multa, lo que sea que eso signifique de este lado.

La reacción de Frank, de miedo e ira, confirmó a Eric que no se equivocaba: el muy cabrón le había querido gastar una novatada a Amelia.

No se revolvió cuando el veterano le agarró del cuello, pero le miró de manera torva: de buen grado le hubiese dado un par de puñetazos; el hijo de puta se había dado cuenta de que la chica estaba sola y asustada, y la había elegido para joderla.

No sabía qué era un óbolo, pero suponía que eran las libras esterlinas de los muertos; y el hecho de que Frank se estuviera jugando dinero con ellos le puso los pelos de punta: les estaban tratando como a esclavos. Como los proxenetas trataban a las chicas...  Se acordó de Lucy, y se le revolvió el estómago.

Conocía a tipos como Frank; débiles con el fuerte, como él, balbuceando delante de Capi: y fuertes con el débil. Le daban asco.

—Corre a chupársela a tu colega Frank: si lo haces bien a lo mejor te da un paquete de tabaco — le espetó a Doug, haciendo una referencia nada sutil a las costumbres amatorias de la cárcel — No voy a dejar que abuse de la pobre cría: que venga luego a decirme lo que quiera si tiene cojones.

Miró a Amelia: creía que asustarla funcionaría para protegerla, pero estaba claro que no; y se alegró de que Peter hubiese intervenido.

—Gracias — le dijo, antes de volverse a Leto — Cuando terminemos el registro, ¿qué va a pasar con nosotros?

Su tono al dirigirse a Peter y a Leto era mucho más cordial que el que había empleado con Doug y Frank.

Podía pensar que había conseguido salvar a la chica de sí misma, pero lo cierto es que Eric se sintió culpable: la había intentado asustar para que no cometiera una insensatez, y parecía evidente que la táctica de Peter había sido más acertada.

—¿Es eso lo que te pasó con Lucy, Eric? — se dijo — ¿Por eso no lograste protegerla? ¿Le dabas miedo, pero no confiaba en ti?

De cualquier forma, la chica estaría a salvo... de momento.

—Bueno, luego podré preguntarle por Lucy. Espero que esté dispuesta a ayudarme; y, si no, a lo mejor Peter me ayuda a convencerla. Parece buen tío: intentaré llevarme bien con él.

«¿Qué puta mierda ha dicho el poli chivato?», el pensamiento surgió, espontáneo y cabreado, «Nos ha llamado maricón. El puto poli soplón de los cojones. No podemos permitirlo, ni de puta coña. Vamos a por él, joder. Que se cree que somos bujarra o qué. Te puedo ayudar. Se va a cagar ese mierda».

«Has hecho bien», dice esa voz que es tu misma voz, «Ahora ella estará a salvo, la necesitamos. Podría saber algo de Lucy. Que le den a Frank, ese tío es un abusón. Pero seguro que volverá a por ella, así son los abusones. Tienes que mantenerla vigilada, podría hacer alguna tontería. Podría desaparecer. Como Lucy».

—Estoy aquí para cuidarte, nena —responde la voz de Dalila, cálida y cercana—. A mí no me importa que no seas tan fuerte como esos hombres, te ayudaré aunque seas débil. Pero si te consideras valiosa vas a tener que demostrárselo a ellos, ¿eh? No podemos permitir que te desechen. ¿Qué crees que podrías hacer para destacar?

—Uahhhh —una voz se despereza dentro de tu cabeza, como si hubiera estado dormitando hasta este mismo momento—. Sí, hasta una puta yonki puede ser útil. Aunque a esa yo no la contrataría ni como camarera. —Se ríe con el chiste, con una pizca de acidez—. Espero que Sophie no se parezca a ella, sería una desgracia. Ahora que estará sola con Mary, quién sabe cómo podría terminar.

Hacía años Marty le había contado un chiste a Doug, uno que en ese momento al grandullón se le hacía más apropiado que nunca. “¿Sabes cuál es la diferencia entre una cárcel y una comisaría, Bull?”, le había dicho. “Ninguna. Absolutamente ninguna. Las dos están llenas de mierdas hasta los topes”.

Se había esforzado en portarse bien. Lo había intentado, era la pura verdad. Joder, tenía casi tantos testigos para probarlo como había tenido en su contra el día que le encerraron… y ni con esas. La rata uniformada la había tomado con él, y aunque no le sorprendía, tampoco podía decir que lo entendiera. Nunca lo había hecho, y eso que había pasado por eso mismo un sinfín de veces. Con él, siempre era la misma historia: los polis veían un tipo grande e inmediatamente le tachaban de problemático. De inestable. Nunca se preguntan si los problemáticos no serían ellos. Y luego, cuando les mandabas al hospital… todavía tenían los huevos de hacerse las víctimas. ¿Por qué cojones no le dejaban en paz? ¿Es que ni después de muerto iba a poder escapar de la “justicia”? Era casi como si estuvieran predestinados, hostia.

Que le llamara maricón fue la gota que colmó el vaso. Una vocecilla resonó en el interior de su cabeza, haciéndole una oferta que los dos sabían que estaba aceptada de antemano. Los labios de Doug se torcieron hacia abajo en una mueca nada halagüeña, y se despegaron un poco cuando el convicto empezó a resoplar cada vez más rápido. Nadie le llamaba maricón.

Nadie.  

Doug no fue nada sutil con relación a sus intenciones y Eric vio venir la mole de músculos y mala leche; pero su atención estaba en otra parte. Para cuando se dio cuenta que debía quitarse del camino, estaba a punto de recibir toda la malicia y brutalidad de la furia del expresidiario, en medio de los ahogados asombros de los testigos que poco a poco se daban cuenta de lo que estaba a punto suceder.

Doug adelantó la pierna izquierda a la vez que retrasaba el brazo derecho, con el puño cerrado a cal y canto, y un milisegundo después lo lanzó contra la cabeza del policía con la fuerza de un torpedo.