Partida Rol por web

Chenaro no habia podido concebir bien el sueño desde su vision de carromato, habia pasado la noche despertando al minimo ruido y en posicion de alerta,  por la mañana su humor no era tampoco el mejor que don Jiimenl el señor que les pagaba al final fuera el qje les habia hecho la guardia  pesaba en el como una losa sobre su honor asi que decidio bajarse de su caballo y hacer parte del camino a pie como autocastigo.

Llegando a las ruinas  el caballero las miro con el mero interes de preguntarse que habria pasado para tal abandono de la zona, pero sabia que no deberian pararse demas en aquel lugar y seguir camino- mi señor  el gallego tiene razon, cuanto antes nos movamos antes llegaremos a donde  nos den cobijo , si desea cabalgar un rato con gusto le prestare mi montura para el resto del camino

El cazador y el caballero miraron la estructura un rato, mientras Moraima trataba de minimizar el dolor al padre Cándido. El caso es que la muchacha hizo todo lo que pudo, pero sabía que esas heridas eran profundas, y debía vérselas pronto un médico para evitar infecciones. Tras descansar esos minutos delante de las runas, en mitad del camino, Bras y Chenaron opinaron lo mismo sobre el lugar, y Cándido preguntó sobre qué hacer mientras Elvira, que iba atrás del todo con su carreta, aguardaba decisiones.

y si esta edificación se encuentra aquí, en medio de la nada, es porque debe de haber alguna aldea cercana. ¿Cuáles son los planes para hoy?

No lo sé padre -respondió Jimeno-. Pero si esa aldea está en el mismo estado que esta ermita... -Luego miró a Bras y Chenaro-. Seguir su criterio, padre. Eso haremos -parecía confiar en el instinto de ambos-. Luego el aragonés escuchó la oferta sobre la montura.

Quizá quien debiera ir sobre ella es el padre Cándido -respondió-. Sí, si vos lo tiene a bien, Chenaro, dejad, aunque sea un par de horas, montar al padre en vuestro lugar. Con eso el espíritu se le reconfortará.

Y tal que así, seguísteis la vereda, avanzando en aquella tierra seca.

Pese a que la marcha ya estaba en marcha, te pareció escuchar, cuando la ermita ya quedaba lejos allí atrás, algún tipo de ruido en su interior (como si hubiera alguien allí, o tal vez algún animal descarriado). Sin embargo, seguísteis avanzando.

Durante aquella mañana no llovió. De hecho salió el sol entre algunas nubes, las cuáles no podían hacer frente al calor del Astro Rey. Por consiguiente, se hizo propicio eso de apretar la marcha. Tras deteneros varias horas después para almorzar, llegásteis a una zona de serranía, donde abundaban en las estribaciones más próximas las terrazas naturales:

Habiendo que viajar con dos monturas y un carro, don Jimeno optó, por consejo del cazador Bras, descender una loma y seguir por su valle, donde se dibujaba en su profundidad (que realmente no era demasiada), un arroyo. Lo bueno era que éste estaba seco (tan sólo un fino hilo de agua en algún tramo), por lo que vadear el terreno con la carreta de Elvira sería un acto automático.

Tras superar este lance sin problemas (en el que no vísteis a nadie cruzar aquellos parajes) encontrásteis en la siguiente cresta (ya estando en la falda del ascenso) un viejo roble al lado del camino mostrando un espectáculo singular y (por desgracia) muy común en esa época: en una de sus ramas colgaba los cuerpos de dos muchachos jóvenes de una soga, cuyas ropas estaban rasgadas y ensangrentadas (más bien eran ya harapos).

Parecía que alguien se había cebado con ellos, que había perpetrado un crimen. O tal vez fuera un castigo, quién podía saber. Don Jimeno se detuvo delante del roble y se santiguó.

—Pobres diablos —opinó Bras acompañando al gesto del páter—. Lo mismo sólo eran cazadores hambriento que se metieron en las tierras de quien no debía.

—Sólo hay que ver sus ropas para ver que no tienen ni para vestirse, menos para pagar por cazar —añadió susurrando para no importunar a los nobles quienes presumiblemente estarían en contra de su opinión.

Chenaro con gusto habia dejado su montura al padre candido como su señor habia sugerido, el camino no habia sido duro pero a chenaro que estaba acostumbrado a cabalgar se le empezaba quizas a hacer pesado, sin duda no debia descuidar sus forma y hacer mas de aquellas caminatas en el futuro, pero llegado al arbol del ahorcado todos aquellos pensamientos se esfumaron.
El caballer  miro con pena a aquellos cuerpos colgando del arbol, esperaba que sus almas encotraran el perdon y el camino a los cielos- prosigamos, que dios los acoja- dijo intentando no pararse ante aquella imagen de muerte y desgracia, que ultimamente parecia perseguirles desde vencemoza.

- Padre, quizás podría dirigir una oración por esas pobres almas -dijo Moraima con pena mirando como los cuerpos se balanceaban con el viento-. Nadie merece morir así por muy grande que sea su pecado. Será solo un momento -se disculpó mirando a Don Jimeno.

Moraima, acostumbrada a velar a los muertos, cuando no había podido hacer nada por la persona enferma o herida, sabía lo importante que era irse en paz. Las muertes violentas traen a los espíritus, o eso le decía su abuela cada vez que encendía velas por algún fallecido.

Y siempre daba igual la fe de aquel que moría mientras se rezara por su paz. Así que ella, pararan o no, les dedicaría un par de oraciones a su Dios.

—Me place esa propuesta Moraima —contestó el gallego mostrando una postura ligeramente diferente al de cuando se toparon con las ruinas del campanario.

Don Jimeno asintió ante la propuesta de Moraima. Le parecía algo común y apropiado lo que las palabras de la mujer mencionaban.

Hágalo, padre: levante oración por estos dos jóvenes -murmuró el aragonés-. Tampoco nos harán mal a nosotros.

Y tal que así, el Padre Cándido estuvo oficiando una improvisada misa en aquella mañana por los cuerpos de los dos ajusticiados. Escuchábais con solemnindad, y también rezábais (unos por dentro, otros en alto). Mientras hablaba Cándido, quien estaba situado entre sus compañeros y el arbol en sí oficiando aquellas maneras, un viento se meció desde el este al oeste, y enseguida vísteis que alguien se acercaba desde la dirección hacia la que íbais, por la apenas perceptible vereda. Avanzando en sentido contrario y acercándose, se trataba de dos tipos muy dispares: uno de ellos era muy bajito, anciano por las arrugas en su rostro y cabellos largos que sobresalían de su capucha; estaba además envuelto en una capa polvorienta.

Y el otro era un sujeto extremadamente alto y fuerte, con botas altas, cuyos pasos resonaban desde la distancia, bañado en una armadura abollada y una espada en su costado, muy parecidas a las del caballero Chenaro. Tras unos segundos, cuando estuvieron a vuestra altura, entendieron que rezábais por aquellos dos.

No dijeron nada, tan sólo os miraron un poco y luego se detuvieron para clavar su vista en los cuerpo que ahora se mecían por el viento del este.

Elvira rezaba tan alto, respondia a las plegarias y direcciones de Pater Cándido tan vivamente, con tanto fervor indisimulado que casi parecia que la misa la oficiara ella. Se esforzaba por que su voz se oyera en las respuestas más que la de cualquiera de sus compañeros. Tuvo un ojo en el hacer de Moraima mientras rezaba, con gesto un poco hosco.

Fue al ver a los viajeros, especialmente al fornido y presumiblemente armado, y su reacción, cuando algo le dió mala espina. Rezaba, pero siempre desconfiaba. Teme a Dios, pero confia en Él. No confies en los extraños.

Chenaro rezo con sus compañeros fervientemente aunque por el habrian seguido de largo, dejando atras aquella lamentable vison pero si la gente queria rezar el no negaria un rezo por aquellos probres.
Todo parecia ir bien hasta la aparición de los deconocidos, que si a bote pronto no parecian traer ningun problemas con ellos el hombre armado hizo que Chenaro se tensara y cuidara de no quitarle ojo aunque fuera de refilon.

— In nómine Patris et Fílli et Spíritus Sancti. Amen —murmuró Bras haciendo el signo de la trinidad para a continuación levantarse de su posición arrodillada que había adoptado para el rezo.

—Gracias padre —añadió el gallego en señal de respeto, una vez hubo transcurrido un tiempo más que prudente—. Y discúlpenos por esta parada señor. Ahora mismo nos pondremos en marcha para recuperar con la marcha el tiempo perdido en aqueste lugar.

Moraima oró en silencio con los ojos cerrados, evitando cualquier gesto que sus compañeros o la inquisitiva mirada de Elvira, pudiera considerar pagano. Ella sabía que Dios escuchaba y veía todo, sin necesidad de grandilocuentes muestras de devoción.

Cuando escuchó a los hombres que se les acercaban, abrió un ojo y los miró de manera fugaz. Pero acabó su rezo respetuosamente hasta que también sus compañeros lo hicieron. Solo entonces se levantó y miró a los recién llegados con curiosidad, ya que habían parado a su lado. La mora buscó esperó que Don Jimeno o Chenaro tomaran la palabra.

Cándido se tomaba las ceremonias de su religión muy enserio, sobretodo si se trataba de orar por los difuntos. El resto de sus compañeros se pusieron alrededor de los cuerpos, mientras que él se mantuvo de espaldas a ellos para poder mirar al grupo por el que ahora se encontraba oficiando una misa.

Comenzó con un Padre Nuestro, el cual los cristianos del grupo supieron seguir a pies puntilla. Al acabar, sacó de su bolsa el crucifijo, que se colgó del cuello; el cáliz de celebración, algo gastado pero que servía para la ocasión; la biblia, la cual abrió por la parte del panegérico; también sacó un trozo de la hogaza del pan ya duro. Cuando lo hubo preparado todo, comenzó la Extrema Unción improvisada sobre aquellos cuerpos y continuó con un pequeño sermón:

- Oremos, compañeros. Seamos cristianos, judíos o musulmanes, compartimos el pesar, el penar y el respeto a la muerte. Nadie, absolutamente nadie puede escapar de ella, y es por ello que debemos orar para que aquellos que han fallecido en vida puedan finalmente descansar en paz y encontrar el camino hacia la salvación. Sea un rey, esclavo, criminal o incluso un pobre capellán, todos seremos juzgados por el Señor y absueltos si en nuestras palabras encuentra remordimiento por nuestros pecados cometidos. Estos pobres condenados - señaló a los muertos colgantes y balanceantes - desconocemos su identidad y el por qué acabaron así. Pero lo que está claro es que ahora se encuentran en manos de Dios gracias a que paramos a honrarles. Y será Él quien decida qué hacer con sus pobres almas. Por nuestra parte, creo que fue buena idea calmar nuestro espíritu.

En ese momento llenó el cáliz con un poco de vino de su odre, pellizcó el pan y pasó a darle un sorbo y un trozo a cada uno de los cristianos del lugar. Fue entonces cuando aparecieron aquellas dos personas, que Cándido no prestó mucha atención.

El tipo de la armadura no decía nada, pero el otro, el anciano y más bajito, se santiguó cuando el padre Cándido acabó de liderar los oraciones. Un instante antes, había intercambiado la mirada con Moraima un instante.

Que Dios se apiade de ellos... -añadió, habiéndolos dejado de mirar unos instantes atrás-. Perdónenme, señores... veo que se dirigen por el camino del que venimos... Quisieramos saber, ¿acaso han visto algún tipo de luces extrañas en el cielo? Los lugareños de la zona así lo comentan.

El anciano parecía ir al grano y sin presentaciones.

—¡Sí! Viólas la pasada noche, ¿acaso saben vuesas mercedes de qué se trata tal asunto? —contestó Bras sin desvelar más antes de comprobar de qué pie cojeaban los extraños.

Chenaro estaba reticente de contarle nada al desconocido pero dado qeu bras ya habia demostrado a su parecer mas curiosidad que prudencia ante los desconocidos poco podia hacer-quizas todo sean imaginaciones de las mentes cansadas de los aldeanos , quien no ha visto alguna vez algo que realmente no estaba ahi, ¿no lo cree asi señor?...- le dijo al encapuchado

- Seguramente estaríais cansados por la jornada de viaje. La noche puede jugar malas pasadas a los ojos cansados -replicó Moraima.

La mujer observaba a ambos desconocidos con precavida curiosidad, ella no había visto las luces que Bras y Chenaro decían. Lo achacó al cansancio del viaje, pero era extraño que aquellos hombres preguntaran por el mismo acontecimiento que sus compañeros de viaje.

¿Ah sí? -el anciano se interesó enseguida tras la respuesta afirmativa de Bras-. ¿Dónde fue eso? ¿Qué viste exactamente, muchacho? -inquirió-. Parecía que aquel tema era motivo de interés para aquel-.

-quizas todo sean imaginaciones de las mentes cansadas de los aldeanos , quien no ha visto alguna vez algo que realmente no estaba ahi, ¿no lo cree asi señor?...

Pero vos no sois de por aquí, ni vuestro amigo -refiriéndose al cazador-, tampoco, creo. Luego guardó silencio a la espera de la respuesta de Bras, quien podría calmar aquel interés por ese hecho.