Partida Rol por web

Los sentidos de Nath se potenciaron al extremo, tratando de encontrar indicios de magia en la inquisidora. 

Nada.

El ambiente era un hervidero de magia, todo supuraba zeón, el lugar estaba realmente cargado de energía mística, pero no Justina. No parecía tener nada de zeón. Si sus habilidades eran sobrehumanas, lo que estaba claro, es que no era una hechicera. 

Pero... no todos los poderes que Gaïa esconde son fruto de la magia...

Se acabó, me he hartado de ti inútil. Te he dado la oportunidad de irte, de desaparecer. Una inquisidora te ha permitido símplemente nunca haber estado en su presencia, permanecer vivo. Pero has negado ese favor, ahora sentirás el poder de la iglesia en tus carnes, Davinel.

La inquisidora comenzó a correr, pero el mago estaba preparado y pudo anticiparse a su movimientos. A pesar de la enorme dificultad que tenía el cuerpo de Aaron para reaccionar con presteza ante estímulos externos, logró anticiparse a los movimientos de la inquisidora.

Nathaniel no dejó que las palabras de Justina le intimidasen. Creando un arco con el brazo derecho, invocó el poder de la magia, y el mismo hombre que instantes atrás se había materializado junto a él hizo lo propio una vez más. Sus miradas se cruzaron una milésima de segundo, como si no hicieran falta palabras. Con el báculo de su mano derecha golpeó con fuerza el suelo que tenía bajo sus pies, pero aquel gesto no tenía nada de inocente. El duro suelo de roca comenzó a levantarse como si de tierra se tratara, y con una sacudida se moldeó hasta adquirir la forma de dos entes animales. Un majestuoso tigre y un enorme elefante. Las dos bestias rugieron y barritaron y se giraron hacia Justina, dispuestas a atacar.

Nathaniel, mientras tanto, sonreía.

Justina salió corriendo hasta el momento en el que los dos animales de la nada, y en ese momento, cuando estaba a punto de darles el golpe de gracia, cuando iba a acabar con Aaron, Nathaniel y con sus mascotas.

Símplemente desapareció.

-Tsk

Nathaniel chascó la lengua y giró trecientos sesenta grados sobre si mismo para contemplar toda la cueva. No podía descartar que la mujer fuera una ilusión, así como tampoco que estuviera usando algún tipo de treta para atacarle desde un punto muerto. Sin esperar a comprobarlo, ordenó en silencio al elefante y al tigre que le cubriesen espalda y flanco respectivamente mientras el hechicero se acercaba dando zancadas hacia su destino sin descuidar la seguridad. Tenía prisa, y no podía mantener activo el conjuro mucho tiempo más, pero no iba a ser tan estúpido como para caer en ningún tipo de trampa.

El cuerpo de Aaron caminó durante unos minutos, con cuidado de que por su espalda no apareciera de nuevo la inquisidora. SI era real, había cometido un grave error desconvocando a sus seres, pero si no lo era, podría ahorrar su energía mágica. 

Tras ese tiempo, que le pareció eterno llegó casi al final de la cueva. En la cámara a la que había accedido no había más salidas, pero era muy obvio que allí estaba su destino. Un cofre labrado en oro descansaba sobre el suelo, con varios cerrojos que evitaban que cualquiera lo abriera.

A su lado, sentado sobre él, un hombre encapuchado, que guardaba silencio. Las sombras de su ropa no dejaban ver su cara, pero parecía obvio que le estaba observando.

Nathaniel entró en la sala con una sonrisa de suficiencia. Aquellas pruebas no habían supuesto nada para él, si es que acaso el encuentro con Justina se podía considerar prueba. Lanzó una mirada golosa al cofre y ya iba a dirigirse hacia él cuando reparó en el hombre encapuchado, durante una milésima de segundo puso los ojos en blanco, pero se obligó a mantener la guardia.

-¿Tu también eres un inquisidor? ¿O acaso eres el artífice de la escenita de fuera?

En otra situación Nathaniel habría actuado con más prudencia, pero estaba claro que aqul hombre no estaba allí por casualidad. O bien iba a darle una tediosa charla sobre lo importante que era aquel artefacto o bien iba a protegerlo con uñas y dientes. En cualquiera de los casos sería inútil. En silencio, como siempre, valoró las energías mágicas que flotaban en el ambiente, haciendo especial hincapié en si aquel misterioso hombre emanaba alguna.

Nada de nuevo. El ambiente era realmente absorbente. La magia rebosaba por cada rincón de la cueva. Pero ese hombre no despedía ningún rastro de ella.

El hombre que estaba sentado sobre el cofre se levantó lentamente. Una larga capa oscura cubría su cuerpo y evitaba que se pudiera desvelar nada sobre su físico, sobre sus formas. Sin aún levantarse la capucha, habló con una voz muy familiar para Nathaniel.

-No te equivocas, Davinel, y a la vez, Yerras en tus palabras. No soy un inquisidor, nadie en esa organización me admitiría allí, aunque quizá comparto algunos de sus principios. Y sí, soy el artífice de lo que has visto ahí fuera...

Y sí, estoy aquí para persuadirte de que no te lleves lo que este cofre contiene. 

Nathaniel entrecerró los ojos y se mojó los labios, pero todavía no empezó a acumular magia.

-¿Y cómo tratarás de persuadirme?
Repasó la cueva con la mirada, fijándose en todos y cada uno de sus detalles. La falsa Justina había conseguido eludir sus defensas y no podía descartar otro ataque similar a sus sentidos. Además, aquel hombre le llamaba por sus nombres, Nathaniel, Aaron y un tal Davinel. Sea como fuere era consciente de su esencia, y eso era algo intolerable.

La gruta era una estancia ovalada, de unos 10 metros de largo por 5 de ancho. Tanto estalactitas como estalagmitas decoraban suelo y techo, y multitud de piedras sueltas vagaban por el suelo. El agua se podía escuchar muy de cerca, pues al parecer, justo detrás del cofre estaba un pequeño manantial. 

La estancia era realmente bucólica, si no fuera por lo que dentro había. Un enfrentamiento de poderes.

-Yo, sé lo que eres, y lo que has venido a buscar. Pero la recompensa es demasiado grande. El objeto que buscas está aquí, y no el que suponías que estaba. Es algo mucho más importante para tí, y lo sería para mí si no hubiera consagrado mi vida a evitar lo que está pasando.

La figura se quitó la capucha, desvelando su cara bajo ella. Esa visión fue perturbadora para Aaron. La cara que surgió al retirar la tela era muy conocida para él. Es más, era una cara que siempre veía cuando se acercaba al agua, o a un espejo. Era su cara, y aún conservaba los dos ojos.

-Yo soy tú, Aaron, y lo que es más importante. Soy tú Nathaniel, o quizá debería decir Davinel. Has venido buscando este objeto, y quedar completo por fín, pero no lo lograrás, no si yo puedo evitarlo.

La cara de Nathaniel se contrajo durante un segundo pero rápidamente se recompuso. Aquella última parte no la había entendido muy bien, pero no importaba, estaba cansado de trucos inútiles y de fútiles cortinas de humo que no servían para nada. Daba igual, lo aplastaría, acabaría con todos los que se interpusieran en su camino, y aquel patético hombrecillo no sería diferente. No importaba que hubiera adoptado su imagen o que se hiciera reconocer como él mismo, eso no era algo difícil y no tenía por que ser verdad, él mismo lo sabía.

Y, sin embargo, sabía su nombre.

Algo dentro del hechicero estalló de rabia pero se esforzó por contenerlo y mantener la cabeza fría. Sin mayores celebraciones empezó a acumular energía mágica del ambiente.

-No me importa quien seas o quien creas ser. Si tu misión es evitar que me haga con lo que guardas más vale que te esfuerces a fondo.

Levantando la barbilla con altanería, miró con su único ojo sano a la figura que se recortaba delante de él.

-Te he dicho que no te dejaré, me da igual que uses tus poderes contra mí.

En el momento en el que Nathaniel comenzó a acumular zeón, el extraño personaje se puso en guardia, y le miró a los ojos. De una manera tan penetrante que podría haber sentido como contemplaba su alma.

Nathaniel acumuló zeón sin dignarse siquiera a responder a aquel extraño ser. Tan sólo le miraba con una sonrisa socarrona y con una férrea convicción.